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Innovación / 19/05/2014

Aulas que flotarán sobre las aguas por las que navegó La Piragua

​El jueves 15 de mayo de 2014 será un día que no olvidarán los sempegüeros. Esa fecha marcó el inicio de un proyecto piloto que se espera replicar en otros lugares de América y del mundo.

​• EAFIT, el Pnud, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres y la Unión Europea entregaron en el corregimiento de Sempegua (Chimichagua, Cesar) el primer piloto de aulas flotantes de Latinoamérica.
• El proyecto, con un costo cercano a los 556 millones de pesos, beneficia a 155 niños de primaria del Centro Educativo Nuestra Señora del Carmen. El lugar es cercano a la ciénaga de Zapatosa, la más grande del país.

La ciénaga de Zapatosa, un inmenso cuerpo de agua dulce que comparten los departamentos del Cesar y del Magdalena (Costa Caribe de Colombia), sirvió para que el maestro José Barros compusiera La Piragua, la canción que habla de una embarcación que “capoteando el vendaval se estremecía, impasible desafiaba la tormenta”, y que permite que quien escuche las notas se imagine la vida de entonces en “El Banco, viejo puerto”, o las “playas de amor en Chimichagua”.

Y como lo ilustra la famosa cumbia, estas aguas tienen la vieja costumbre de inquietarse, de moverse y de hacer que juglares como el maestro Barros compusieran piezas como la que inmortalizó la embarcación del “cachaco” Guillermo Cubillos a mediados del siglo pasado. 


Ahora, casi 55 años después, la que se levantará sobre estas aguas no será una piragua, sino un aula… Bueno, tres en total, cosa también de dos “cachacos”, los ingenieros eafitenses Lina Marcela Cataño Bedoya y Andrés Walker Uribe.


Ellos, en representación de la spin off Utópica-EAFIT, participaron, el jueves 15 de mayo, en la entrega del primer piloto de aulas flotantes de Latinoamérica, acto que se desarrolló en el corregimiento de Sempegua (Chimichagua, Cesar), y que contó con la presencia de las entidades socias del proyecto: EAFIT, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres y la Unión Europea, entre otras. La actividad se programó en el Centro Educativo Nuestra Señora del Carmen, donde está ubicada la infraestructura.


“Las subidas de la ciénaga se dan entre marzo y abril, y entre septiembre y octubre. Cuando eso ocurre los niños no pueden asistir a clases en la escuela. Entonces a nosotros nos toca recibirlos en la plaza, la iglesia, las casetas o los patios”, dice la profesora Nereida Palomino Serpa, oriunda de Sempegua y docente hace 15 años de este centro educativo que funciona en este lugar desde mediados de la década del 70, y que se instaló en los actuales terrenos por la misma época del traslado del corregimiento que, décadas atrás, se ubicaba unos kilómetros más al sur.


Nereida dice que son como unos 17 profesores los que laboran en este establecimiento que está dividido en dos partes: la primaria, que opera desde esta zona (muy cercana a la ciénaga) y en la que estudian 155 niños; y el bachillerato, que ofrece hasta noveno grado y está en otro lugar del corregimiento. El centro, en total, agrupa a 283 estudiantes.

Como un barco

Juan Diego Jaramillo Fernández, profesor de la Escuela de Ingeniería de EAFIT, no paró de recorrer el proyecto piloto de aulas flotantes durante la mañana del jueves 15 de mayo.

De un lado mostraba las fundaciones de la infraestructura (las que se quedan en tierra en el momento en que haya una inundación) y de otro explicaba cómo la plataforma de concreto, cuando ocurra la creciente de agua, puede flotar como un barco. A su vez, indicaba que gracias a unos postes de metal que se enclavan en las fundaciones, las aulas permanecen en el mismo lugar mientras están rodeadas de agua.


El docente considera que este proyecto puede ser replicado en otros lugares de Colombia, del continente y del mundo porque, entre otros aspectos, los materiales se consiguen en cualquier ferretería.


¿Es posible replicar esta idea en otras regiones?



De hecho, uno de los “cachacos” responsables de que esta iniciativa se levante en las aguas por las que navegó la vieja piragua de Guillermo Cubillos, el ingeniero de diseño de producto Andrés Walker Uribe, sabe que modelos como estos se pueden adaptar a regiones del país como la Mojana de Sucre, en la Depresión Momposina, con el fin de permitir que las comunidades puedan seguir su vida cotidiana sin contratiempos a pesar de que se registren las inundaciones.


¿Por qué es importante implementar este tipo de soluciones?



Pero lo que si no es cotidiano en Sempegua es que llegaran tantas personalidades en un solo día a entregarles a los pobladores una infraestructura de estas características. Lina Marcela Cataño Bedoya, ingeniera de diseño de producto de EAFIT y presente durante aquella mañana, es uno de los personajes que, como el ingeniero Andrés, se metió en el corazón de los sempegüeros, inclusive, entre ambos hasta les enseñaron a los habitantes cómo hacer el manejo de la basuras.


Lo que pocos saben es que las plataformas flotantes de Andrés y de Lina Marcela, y que hoy funcionan como proyecto piloto en este corregimiento del municipio de Chimichagua, surgieron como un trabajo de grado durante la terminación de su pregrado. Ahora, este proyecto académico se hizo tangible y lo que se tiene en la actualidad es una plataforma que se construyó entre el Grupo de Investigación en Mecánica Aplicada y la spin off Utópica-EAFIT.


Y claro, aunque el resultado va más allá de una explicación técnica, se hace necesario entender que este tipo de soluciones se dirigen a zonas con inundaciones aluviales y que hoy también experimentan las contingencias del cambio climático. Por esto se pensó en las plataformas que, como lo dijo el profesor Juan Diego Jaramillo, flotan como un barco.


¿Cómo funcionan las aulas flotantes?


Destino: Sempegua

Sempegua, distante una hora de Chimichagua por medio de una carretera destapada, cuenta con unos 600 habitantes que viven, en mayor número, de la pesca, aunque algunos también lo hacen de la ganadería. La ciénaga de Zapatosa, la más grande que tiene el país y cuyas aguas se originan de los ríos Cesar y Magdalena, les brinda el sustento a ellos y a pobladores de otras localidades de la región que se asientan alrededor del cuerpo de agua. En sus 400 kilómetros cuadrados puede encontrarse gran variedad de fauna y flora.  ​


“Los niños van a poder estar más en clase y lo mejor es que no vamos a tener interferencia”, indica Jesús Aldo Nobles Méndez, director del centro educativo, y quien agrega que se sienten orgullosos de que este proyecto piloto se haya hecho en Sempegua, un lugar que, en sus palabras, sufrió mucho con las inundaciones que se registraron en 2006 y 2011, solo para mencionar algunas de las más grandes.


“Por su situación geográfica era ideal que se hubiera hecho esta obra en este espacio”, anota el director, mientras espera que en algún momento pueda ampliarse el proyecto y así más niños se beneficien de este, pues las aulas pueden soportar, en total, a 60 niños, por lo que los otros deben estudiar en la vieja infraestructura, la que sí está a merced de las inundaciones de la ciénaga.


Esta zona ha sido, desde siglos atrás, un lugar estratégico para el comercio, tanto que indígenas de la Sierra Nevada tenían mucha relación con los pobladores en el intercambio de alimentos y de otros víveres. Y aunque las inundaciones se han generado a lo largo de la historia, fenómenos como el cambio climático requieren búsqueda de medidas de adaptación, pues se trata de una comunidad vulnerable, como lo analiza Inka Mattila, directora de país adjunta del Pnud.



A su vez, cuando ocurre el aumento del nivel de la ciénaga, Sempegua se convierte en una isla a la que solo se puede acceder por medio del transporte fluvial.


¿Cómo se desarrollan este tipo de intervenciones en los diferentes territorios?



“Cuando esto se inunde ya no vamos a tener que llevarnos las mesas para donde la señora Leo”, menciona Paula Andrea Serpa Beleño, una niña de nueve años que cursa cuarto grado y a quien ahora nadie la saca, ni siquiera su abuela, del centro educativo, y no es solo por las aulas, sino porque les construyeron un pequeño parque de diversiones al lado del puente que se levantó para que los niños accedan a la nueva infraestructura.


“Nosotros prosperamos con esto”, recuerda Paula al lado de sus compañeros Yaritza Caballero, de segundo grado; Manuela Toloza, de tercero; Jeferson Acuña, de quinto; Estrella Florián Valle, de segundo; y Luis Felipe Gutiérrez Rocha, de séptimo. Este último, por ejemplo, debe transportarse en bicicleta hasta el lugar del centro educativo donde se ofrece hasta noveno grado.


De La Piragua, como dice la canción del maestro Barros, “ya no cruje el maderamen en el agua”.


Las que sí están en pie son las tres aulas flotantes (dos para actividades académicas y una multipropósito), las que se convierten en el orgullo de una región que a lo largo de los siglos ha aprendido a convivir con la ciénaga y que hoy, en pleno siglo XXI, requiere, como otros lugares de Colombia, de una intervención en la que Estado, academia y organismos internacionales se unan para que se encuentren soluciones que hagan que toda una población de estas características sienta que, por fin, se acordaron de que existen. 


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Marcela Olarte Melguizo
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Última modificación: 07/01/2015 16:46

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