"Un jardín es el secreto que habita en una caja de música"



Is There be grief, let it be the rain
And this but silver grief, for grieving´s sake
And these green woods be dreaming here to wake…


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Si hay dolor, deja que sea la lluvia,
y ese solo dolor de plata por el dolor en si,
Si esos verdes bosques sueñan aquí
para despertar en mi corazón,
yo amaneciera otra vez….


Frag. William Faulkner.


En la exposición de Ethel Gilmour un poema de William Faulkner recorre el espacio, se desenvuelve en el, se enrolla en cada monitor, vuelve y aparece en un fondo azul ó en el eco del sonido de una caja de música. Se esconde en la escritura que aparece en el panel central en donde es azul y es negro, es resonancia o simplemente un susurro.

A finales de noviembre de 2007, fuimos invitados a visitar en su casa a la maestra Ethel Gilmour, Pintora norteamericana radicada en Medellín hace más de treinta años. En ese entonces la ciudad aún recordaba los momentos del movimiento hippie, el concierto de ancón y la llegada a los medios radiales de la música pop. Esa ciudad la recuerda aún Ethel. Sus maletas llegaron cargadas de una propuesta pictórica joven y refrescante que había aprendido de sus maestros en el BFA Agnes Scott College de atlanta y en el MFA Pratt Instituto de New York.

Entre los recuerdos más apreciados de la artista se encuentra la pintura “The Mary Nash”, mi madre un gran lienzo al óleo de 2. X 1.80 m. realizado en 1967, es la puerta de entrada pictórica a su universo afectivo, desde el inicio de las conversaciones para esta muestra, el recuerdo de su madre a través de este lienzo siempre estuvo presente.


Otro gran lienzo siempre nos sorprendió a la entrada de su casa; “Besitos para Medellín” cubre el frente de su puerta, nos prepara para entrar a un lugar que juega con las direcciones de los follajes, las flores llueven y están, no se ocultan, siempre en la línea del plano principal, anuncian un jardín de sorpresas para quien se atreva a entrar. De esta imagen propone una lluvia de besitos para la sala de exposición, fragmentos que se adhieren al piso, que se llevan y se intercambian, en cada uno de ellos el que entra a la sala tiene un fragmento de regalo, ofrecido en una pintura dedicada a Medellín.

La propuesta de regalar flores para sembrar besitos se repite constantemente en el espacio. El piso de la galería en sus tres salas esta poblado de una lluvia de adhesivos que se configuran en la invitación a participar del jardín que la artista desde su afecto nos regala como pintura.

La imagen se repite constantemente, retoma el modelo anterior y aparece de nuevo para virtualizar el jardín, la propuesta de Ethel podría jugar al infinito con esta repetición, desplazando las figuras para que podamos caminar imaginando las flores. De la casa de Ethel pasamos a sus recuerdos, a sus afectos, a sus historias. En cada ficción se propuso una idea para desdoblar en el espacio de la galería la narración del color, de las formas que comenzaron a recuperar en la imagen digital la presencia de su madre, de sus sonidos y sus ecos, de sus cuadros y sus relatos. La imagen no podría ser lineal, una historia se superpone a otra, en todo momento la simultaneidad se presento en el lugar. El juego de las interacciones recupera en los tres espacios de la galería los hilos paradójicos de múltiples presencias: el poema se hace murmullo en la caja de música, los monitores repiten el susurro desde la digitalización de una imagen que hace aparecer a la artista en su voz, el azul y el amarillo recuerdan continuamente su admiración por el Giotto y el gigante sillón fucsia es el fondo de una imagen cromada que hace evidente en la repetición, el lugar en el que nosotros hacemos parte del relato de la imagen.

En el recorrido por la casa de Ethel otra sorpresa se hace evidente: en cada nicho hay un objeto, en cada objeto hay una historia, en cada historia un recuerdo, en cada recuerdo una imagen… Incesantemente sin lugar a retorno, un hilo de historia simple se teje a otro, de tal forma que asomarse a la ventana o mirar un pequeño objeto es un ejercicio para imaginar. El árbol es la imagen del movimiento del azul y el amarillo que en propuestas anteriores Ethel a digitalizado en la figura del guayacán, el mismo que habita en el Parque Bolívar al lado de una jirafa y una bailarina, imagen que se repite en el gato de madera que mira deseoso el pájaro de peluche. Una historia se conecta a otra en el juego de sus figuras y hace emerger un rico ejercicio de lógicas no visuales que transforman lo que podemos ver. Asomarse a la ventana es entonces un ejercicio que antepone la imaginación de la mirada, con este dispositivo transitamos su casa para descubrir que cada nicho anima un mundo posible, utopía necesaria del arte que virtualiza en cada recorrido el movimiento de lo sensible.

Del ascensor a la puerta, de la puerta a la sala, de la sala al balcón, del balcón al estudio… serian infinitas las relaciones de apertura que de un lugar a otro el espacio de la casa de Ethel nos entrega, en cada línea se teje una imagen que se desplaza a la otra, pero vive de otra manera a pesar de su repetición; esta nueva simultaneidad descorre posibles coherencias para entregarnos más bien juegos de azar que hacen del mirar la virtualización de la sorpresa.

La imagen que nos regala Ethel Gilmour en su recorrido por la casa, al interior de sus cuadros y en el recuerdo afectivo de cada objeto, nos permite intuir el lugar de la sorpresa que siempre recuperamos para extender la imaginación a la realidad. Los objetos se mueven sólo si somos capaces de ver el aliento que anima su relato, la magia de este encuentro se repitió constantemente en la experiencia que nos permitió habitar su deseo de pintar. La intensidad del afecto tiene en las imágenes de Ethel la forma y el color que se hace piel en las cosas porque en ellas se contienen estrategias para reinventar. La sorpresa de la imagen se escapa cuando es el vuelo del primer momento el que recupera lo sensible como alternativa para crear.

La pintura es un lugar para recuperar el sentido para vivir, porque su imagen nos aferra a lo sensible que hace imaginable la realidad, esta invitación está presente en la pintura de Ethel, recupera su vigencia en el deseo y el afecto que regala para inventar, en su obra constantemente transitamos entre lo verosímil y lo inventado, entre la fantasía y la realidad, entre la historia y el relato particular, en cada transito despoja de trascendencias los senderos para descubrir el arte, este se hace real en un jardín que pinta de infinitos azules el lugar para soñar. La calidez del encuentro con la pintura de Ethel genera diálogos y discusiones para transitar las técnicas sin la rigidez de su finalidad.
Tomado de:

Periodico El Mundo. 11 de Abril de 2008. Medellín



Exposición:

Un jardin Bajo el Cielo Azul. 28 de Marzo de 2008. Centro de Artes Universidad EAFIT. Medellín



Un jardín bajo el cielo azul:
La poesía de Ethel Gilmour

"Un jardín bajo el cielo azul es una exposición que puede visitarse, durante el mes de abril, en el Centro de Artes de la Biblioteca Luis Echavarría Villegas de la Universidad Eafit. Esta exposición propone un nuevo acercamiento al trabajo de la artista Ethel Gilmour, desde perspectivas y modalidades diferentes.

El Centro de Artes se encuentra en la base de un inmenso espacio vacío, en torno al cual se estructuran los diferentes espacios de la Biblioteca. Este espacio central, está cruzado por un conjunto de escaleras orientadas en diversas direcciones; su piso de un mármol, oscuro, se asemeja a la tierra y, allí, en ese lugar, Ethel Gilmour, junto con un grupo de investigadores, colaboradores y amigos, ha hecho florecer un jardín de "besitos" y experiencias sorprendentes.

La exposición Un jardín bajo el cielo azul ocupa las tres salas del Centro de Artes. Cada una de las salas ha sido propuesta a partir de temporalidades distintas y en relatos más o menos autónomos, aunque interrelacionados por conexiones que requieren de la intervención del visitante para darle vida y continuidad a la exposición. Si llegamos a la exposición por las escaleras internas de la Biblioteca, nos encontramos con una gran reproducción de una pintura realizada por Ethel, durante los años sesenta, antes de radicarse en Colombia, en 1971. Ese trabajo, cuyo nombre es The Mary Nash, es la puerta de entrada a la exposición, en sentidos y direcciones distintas.

Por un lado, si nos detenemos en la reproducción, así como en una pequeña pantalla que la acompaña, presenciamos una rica secuencia digital de trabajos abstractos de Ethel, muy poco conocidos, realizados en aquellos años sesenta, cuando se encontraba radicada en Nueva York, estudiando una maestría en el Pratt Institute. Durante esos años, se discutía la retirada del expresionismo abstracto y el auge del arte pop, así como de nuevas formas de anti-arte. Los expresionistas abstractos defendían las posibilidades de la forma y el color en el espacio bidimensional de la pintura, mientras que los artistas pop, sus detractores, proponían la creación de imágenes contaminadas con las de los medios de comunicación, con los objetos industriales o los del lenguaje -signos y símbolos-, entre otros.

En medio de esas discusiones, Ethel permaneció cercana a su maestro George McNeil, con quien aprendió a manejar las posibilidades de la "forma en el espacio": un aprendizaje que se convirtió en una metodología que aún la guía, ya sin preocuparse si el espacio es bidimensional o tridimensional, si es real o digital, si se trata del espacio cotidiano o del arte, si la forma es abstracta o representativa. Entre nosotros, su forma se enriqueció con nuestra cultura, con el cuento y con la poesía, con el encuentro de lo cercano, del día a día y de de nuestra vida colectiva, con sus pequeñas o grandes tragedias y alegrías.

La sala contigua a la reproducción, está pensada como homenaje a Mary Nash, la madre de Ethel, quien murió recientemente, a la edad de 96 años. Todo en esa sala es un cálido recordatorio de su presencia: la mesa con sus retratos y sus objetos queridos -como, entre otros, la cobija que tejió para Ethel con la dificultad que le imponía su avanzada edad. También los sonidos la recuerdan: en la sala se escuchan los cantos de los pájaros, los que su madre reconocía y nombraba en sus diferencias, como lo hace un reloj de pared que a cada hora reproduce el canto de un determinado tipo de pájaro. A su vez, Mary Nash está presente en una secuencia de trabajos de Ethel, en los que, a través de imágenes fotográficas intervenidas por la artista, realizó un seguimiento al proceso en el que la presencia de su madre se fue haciendo ausencia y su ausencia se fue transformando en nuevas presencias, evocadas, por ejemplo, en el imponente tronco de un árbol.

La transfiguración de la ausencia en nuevas presencias, como lo propone Ethel, quizás sea una de las particularidades de la poesía y es, además, el tema de la sala central. Su espacio se encuentra estructurado alrededor de un poema de William Faulkner -escrito como epitafio en su tumba-el cual, precisamente, habla de esas transformaciones: la del dolor convertido en lluvia plateada; la de la vida, después de la muerte, prolongada en los bosques y en la tierra. Faulkner, como la familia de Mary Nash, era de Mississippi. De ese sur de los Estados Unidos de grandes plantaciones de algodón, de guerra, de desigualdades y de luchas contra la esclavitud; de ese sur donde el lenguaje, como dice Ethel, es un canto que hace "la diferencia con los del norte". En ese sur, se tejían historias orales en medio de la violencia, pero, también, de la esperanza. Faulkner decía en 1950, cuando recibió el premio Nóbel, que la voz del poeta no debía "ser solamente el recuerdo del hombre", también podía ser "su sostén, el pilar que lo ayude a resistir y a prevalecer". Dentro de esa tradición sureña, para Faulkner, como para Ethel, se escribe con el corazón y sobre sus verdades, sus problemas y sus certezas, para servir de aliento, aunque sea de manera leve.

En la sala central de la exposición, el poema de Faulkner aparece escrito, en ingles y español, "como un monumento", según las palabras de Ethel. Al mismo tiempo, unas pantallas lo repiten en ambos idiomas, como un murmullo continuo, y, en una de ellas, es Ethel quien, en distintos escenarios, lo "canta" al estilo del sur. En la sala también se encuentran algunas pinturas suyas que hacen relación al poema: una flor, la lluvia plateada, un bosque, un pájaro, y, en el piso, unas flores "adhesivas" -besitos- forman un jardín por la acción de los visitantes. En medio de la sala se encuentra un inmenso sofá fucsia, cuya presencia se impone como centro.

Al mismo tiempo, los visitantes al sentarse desprevenidos en el sofá, de pronto, reconocen su presencia, como imagen, en la sala siguiente. Allí, la obra de Ethel cobra vida en distintas animaciones digitales: el pájaro que antes vimos en su cuadro ahora vuela cuando tratamos de atraparlo; los animales y los objetos de su casa y de sus cuadros aparecen animados: las mariposa, los ratones, los burritos corren de allí para acá, entre las explosiones o la florescencia de los guayacanes del Parque Bolívar. A través del sofá, los visitantes entran en las historias de las pinturas de Ethel. Podemos decir, entonces, que en esta exposición la "forma en el espacio" ha cobrado vida, en una estrecha conexión con sus visitantes. Una situación posible, a su vez, por el trabajo conjunto entre la artista y un equipo de jóvenes investigadores de la Universidad Eafit, integrantes del Laboratorio de Imagen, en la línea de Musicología Histórica del Grupo de Estudios Culturales, y las iniciativas de Carlos Mario Jaramillo y de Jorge Iván Ocampo, entre otros.


Tomado de:

IMELDA RAMIREZ GONZALEZ, "La poesía de Ethel Gilmour", en, El Colombiano, Medellín, marzo de 2008, p.16 - 17

Exposición

Un jardin Bajo el Cielo Azul. 28 de Marzo de 2008. Centro de Artes Universidad EAFIT. Medellín




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