"De VISITA por el Museo de Arte Moderno de Medellín"
Visita - La obra de Ethel Gilmour
Por: Imelda Ramírez González
La casa de Ethel es una casa como todas, donde, además de cuidarla y de dormir, amar, cocinar, soñar, vivir, etc… Se desarrolla el germen de su pintura: pinta como vive y pinta para vivir. Vive mientras pinta, de manera estética y ética, cada acto cotidiano.
Esa gran polifonía de resonancias que es su casa y de la cual ella es alentadora, no parece tener sus límites allí. Como las cajitas chinas, su espacio se va abriendo desde los pequeños mundos del interior de su casa, a los mundos de la ciudad: desde su centro, siguiendo paso a paso sus aciertos y extravíos, a los de las montañas y, así, mas allá, la pintura, la historia y la eternidad.
Para la exposición en el Museo de Arte Moderno de Medellín, también disponíamos de la misma serie de obras y de unos interrogantes similares: ¿Cómo llevar la experiencia de resonancia y totalidad a las paredes blancas, iluminadas y silenciosas de un museo?, ¿Cómo prescindir del color, el olor a pintura, el ambiente vegetal y fresco, las flores, lámparas y objetos?, ¿Cómo acallar todas las voces, las del parque, las de sus pintores amigos, las de la radio y la T.V. y las de “Nubes” (el perro)?, ¿Era preciso un trasteo?, ¿Tendríamos que pintar el museo de colores, como los espacios de su casa?
La lección de Ethel es simple, pero profunda: hay que inventar un mundo en el que sea posible creer, sin la autocensura que nos ha condenado y nos ha perpetuado(a las mujeres) en “el silencio, la inseguridad y la culpabilización que durante tanto tiempo ha sido nuestra morada”. Un mundo cuyo simbolismo, por femenino que sea, no sea el de la noche oscura de las entrañas y el silencio, sino también de la luz y la palabra. Un mundo donde sea posible reír, a pesar de todo y como dice Ethel: “aunque mi obra juegue entre el bien o el mal, yo lo hago con un toque de humor.
Tomando como punto de partida lo anterior, encuentro en la figura de la visita una posibilidad para integrarme a su mundo y hacer presencia en el escrito, sin hacer cortes ni poner distancias de carácter teórico, porque la visita está vinculada al afecto, al ocio y al placer. Se trata de hacer una visita y de disfrutar de la compañía de alguien a quien uno quiere y admira, compartir circunstancias, impotencias y complicidades, sin una pretensión mayor y con el gusto de hacer las cosas de esta manera. La visita implica a su vez, la conversación, sonde el amigo y uno mismo estamos de igual a igual ampliando el espacio de ser para ambos y, de pronto, resaltando algunas conclusiones compartidas y unas bromas en las diferencias. Una visita es una costumbre muy antioqueña y por eso tomarla como nombre, le gusta a Ethel. Visitamos la casa del amigo en los trozos de tiempo que restan del trajín productivo, para demorarnos y deleitarnos en la conversación, en el encuentro, y para compartir el calor y la forma particular como habitamos el mundo.
Durante la visita recorremos la casa y sus espacios y a partir de ellos se hacen algunas reflexiones o insinuaciones en torno a los caminos trazados en su pintura, partiendo del supuesto de que para el arte hoy no existen claves, ni manuales; solo la posibilidad de rastrear caminos, trayectos singularizados y diversos.
Tomado de:
RAMÍREZ GONZÁLEZ, Imelda. VISITA, La obra de Ethel Gilmour. Universidad EAFIT - Fondo Editorial. Medellín, 1997
VISITA: La obra de Ethel Gilmour, Museo de Arte Moderno de Medellín 1998.
Investigación y curaduria: Imelda Ramírez González
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