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Noticias / Institucional-Academia

21 de octubre de 2011

Ellos prefirieron el
menor esfuerzo​

 

Tres historias que cuentan diferentes formas de fraude en el ámbito académico. En ellas los estudiantes siempre llegan a la misma conclusión: el arrepentimiento.

Otras manifestaciones de fraude académico aparecen en las aulas. Algunas son más utilizadas y comunes, sin que esto indique que su gravedad sea menor. Otras son salidas extremas a un problema de incumplimiento académico.

A continuación, tres nuevos casos que evidencian que la consecuencia principal de estas prácticas es el no aprender.

Usaron el Blackberry para completar su examen

Susana* y Fernando* se prepararon bien para un parcial que el profesor anunció que presentarían en parejas. Ellos, como eran amigos desde el primer semestre, se hicieron juntos.

Aunque los dos habían estudiado y el examen les parecía sencillo, llegaron a una pregunta a la que no le encontraban respuesta. Así que después de un momento y viendo que era la única pregunta que les faltaba por responder, Fernando tomó una decisión.

“Mi compañero se desesperó y me dijo que cuidara de que el profesor no mirara. Yo no entendí bien por qué, y cuando lo miré había sacado su Blackberry y lo había escondido en su cartuchera mientras buscaba la información en internet”, cuenta Susana.

Y agrega: “Me asusté mucho porque yo nunca había hecho eso, ni siquiera sé manejar ese teléfono, así que le dije que lo guardara, que nos iban a pillar, ya que yo no era la mejor para hacer trampa, pues me pongo muy nerviosa”, dice la estudiante.

Luego de ver la respuesta, Fernando guardó su teléfono. El profesor, aunque estuvo muy pendiente, no se dio cuenta, pero de esta experiencia Susana concluyó que no vale la pena arriesgarse y menos cuando el 90 por ciento del examen está bien.

“Es mejor estudiar un poco más a que anulen el examen. Prefiero la tranquilidad de hacer lo que se pueda y no saber que gané haciendo trampa”, concluye la alumna.

Por anotar a un compañero perdieron el proyecto

Alejandra*, Camila* y Santiago*, estudiantes de sexto semestre, son amigos desde que iniciaron la carrera. Por eso, todos los trabajos en grupo los hacían entre ellos. Uno de los más importantes del semestre consistía en un proyecto de investigación que debían presentar por etapas durante el curso.

Los tres alumnos trabajaron en las dos primeras partes como de costumbre, pero para la tercera y última, que era la de las conclusiones, Santiago no participó de la misma manera, no contestaba el celular y cuando lo hacía sacaba excusas para no presentarse a las reuniones programadas por sus compañeras.

Este asunto, aunque desmotivó a sus amigas, no las detuvo para continuar. Ambas se trasnocharon para reunir los datos, hicieron el análisis del proceso y sacaron las conclusiones de toda la investigación. Muy enojadas por el abuso de confianza, tomaron la decisión de “sacar” del grupo a su amigo.

“El día de la entrega él nos suplicó que lo incluyéramos, que con las notas que tenía no le alcanzaba para pasar la materia y prometió participar mucho más en los próximos trabajos. Así que por el cariño que nos unía y por haber trabajado al principio decidimos incluirlo”, dice Alejandra.

Con lo que no contaban estos alumnos es que, ya en el aula, el profesor decidió escoger a un integrante por equipo para que sustentara el trabajo, con el agravante de que la nota obtenida por el desempeño del expositor, sería la de todos los integrantes del grupo.

“Fue horrible, hicimos mucha fuerza, parecía improbable que lo eligiera precisamente a él. Pero lo hizo y fue Santiago el encargado de sustentar algo que no había hecho”, señala Alejandra.

Como era de esperarse su compañero no supo qué decir y le fue pésimo. Ellas sabían las respuestas y aunque levantaban la mano para responder, el profesor no se los permitía. “Se suponía que los tres habíamos trabajado juntos y sabíamos lo mismo, eso decía la portada del trabajo que incluía a Santiago”, afirma la estudiante. La nota fue de un 2.0.

Camila manifiesta que la amistad con Santiago ya no es la misma, y que a la hora de hacer trabajos en grupo se fija muy bien con quien debe realizarlos. “Si se vuelve a repetir la situación no dudaría en sacar a un incumplido del trabajo”, señala.

Se justificó con una excusa médica falsa

El día de la presentación de un parcial a las 6:00 a.m. Juan Pablo* se quedó dormido y no asistió. La materia era realmente importante y el examen valía el 30 por ciento de esta asignatura.

Asustado y sin saber qué hacer con su argumento de haberse quedado dormido buscó una salida para justificar su falta. Sabía que nada, a menos que fuera relativamente grave, podría excusarlo. Así que buscó a un amigo que le aconsejó mandar a hacer una incapacidad médica falsa.

Más nervioso todavía porque no solo lo podían coger en la mentira, sino que también su situación trascendiera a falsificación de documentos, llamó a su tío médico y le pidió ayuda.

“Mi tío no podía porque él es médico pediatra, pero fue el puente con un médico cirujano amigo suyo quien hizo la excusa médica”, dice Juan Pablo.

El estudiante salió del consultorio con un certificado y todos los sellos correspondientes, con el día y la hora que necesitaba para mostrársela a su profesor. Cuenta que se sentía muy mal, además no quería que esta solución resultara peor que su problema inicial.

A la hora de entregar el documento, el profesor no se fijó en el papel y tampoco corroboró la información, pues confió en Juan Pablo que era un alumno con un buen proceso en la materia.

"Él me creyó que estaba enfermo pues me va muy bien en el curso y he sido buen estudiante", dice el joven y agrega que a pesar de que, aparentemente nadie supo lo que hizo, siempre se ha sentido mal, porque esta es una medida para un asunto que se pudo arreglar con solo decir la verdad.

* Nombres cambiados para proteger la identidad de la fuente.​​