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3 de octubre de 2011

Oportunidad en el aula: pensar colectivamente y hablar de lo que tenemos en común como humanos

Por: Maria Alejandra Gonzalez-Perez, jefa del Departamento de Negocios Internacionales.

Según el Josephson Institute, una ONG con base en Los Ángeles que se dedica a desarrollar material didáctico para aumentar la calidad ética de la sociedad, las preocupaciones más grandes en las aulas del mundo están relacionadas con el plagio.

En varias de sus publicaciones Lawrence M. Hinman, director del Instituto de Valores, y del Centro de Ética en Ciencia y Tecnología de la Universidad de San Diego en los Estados Unidos, sugiere que debemos tomar más tiempo para escuchar la posición de los demás respecto a los valores, en lugar de asumir o juzgar algo como bueno o como malo.

Para el doctor Hinman, en la medida que seamos capaces de escuchar y observar los aspectos que tenemos en común como seres humanos, podremos construir una sociedad más cohesionada.

En los resultados de las encuestas institucionales, nacionales e internacionales en temas de plagio académico, se observa cómo no hay una percepción de hacer daño a otro cuando se hace plagio. Esto es, quizás, porque las posiciones éticas son susceptibles a múltiples interpretaciones.

Por lo general, entendemos una actuación éticamente correcta, como obrar con integridad de acuerdo con lo social y legalmente aceptado, sin embargo esto dependerá de las circunstancias y los escenarios.

En términos de ética en las investigaciones, en el contexto internacional, se han aceptado los principios del reporte Belmont, firmado en 1974, en el que se definen como comportamiento y conducta moralmente correcta el respeto por las personas, la beneficencia y la justicia.

Como respeto por las personas, podemos entender el principio de “no hacer a otros, lo que no quisieras que te hicieran a ti”. Por beneficencia, se entiende, “no hacer daño y maximizar los posibles beneficios para los otros”. Y por justicia, se entienden las siguientes posturas: “Dar a cada persona una proporción igual, tratar a cada persona acorde con sus necesidades individuales, tratar a cada uno de acuerdo al esfuerzo individual, tratar a cada persona según la contribución a la sociedad, y tratar cada caso de acuerdo al mérito”.

Es generalmente entendido que la manera como los profesores manejemos el contenido, la dinámica de nuestras clases y actividades evaluativas va a afectar las posiciones y las actuaciones que en la vida profesional tendrán nuestros egresados.

Por ende, nuestro accionar en el aula, es nuestra manera más directa de afectar la sociedad, puesto que las decisiones, y conductas personales y organizacionales son ultimadamente asuntos sociales.

El racionalista y moralista escoses Adam Smith, en su libro Teoría de los sentimientos morales, de 1759, mediante una exploración de las conductas y los sentimientos humanos, aparta la visión hasta entonces prevalente que los seres humanos eran inherentemente pecadores, difíciles de controlar e impredecibles y por lo tanto necesitábamos tener constantemente una autoridad secular o eclesiástica.

Por el contrario a esta posición, Smith argumenta que, si siguiéramos nuestras inclinaciones humanas, se evidenciaría la capacidad que tenemos de intercambiar benevolencia para llegar a una vida virtuosa. Veríamos también cómo se transforman en necesidad interior de controlarse a sí mismo la percibida tendencia hacia el egoísmo y logros de intereses individuales.

Smith demuestra la relación entre la simpatía y la necesidad de aprobación social, en la cual está en la naturaleza racional de un ser humano, la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Escribe este autor: “Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, hay evidentemente en su naturaleza elementos que lo hacen interesarse en otros, de tal modo que la felicidad de otros le es necesaria, aunque de ello nada se obtenga, a no ser del placer a presenciarla”. Y continúa unas frases después: “El más malhechor, el más endurecido transgresor de las leyes de la sociedad, no carece de este sentimiento”.

De esto, pudiéramos concluir, que en las aulas tenemos un espacio para reflexionar colectivamente de lo que tenemos en común como seres humanos. Con profundas conversaciones grupales, haríamos evidente que citar es reconocer el trabajo del otro, no responder la pregunta a la que no sabemos la respuesta es reconocer que nos hace falta aprender un poco más un tema, ser puntuales es respetar nuestro tiempo y el de los demás, prestar atención es reconocer que el otro tiene algo importante que compartir, tomar tiempo para calificar es reconocer que un estudiante hizo un esfuerzo de demostrar interés y conocimiento. 

Como sugiere Nietzsche en su libro Genealogía de la Moral, para internalizar que algo está mal, se necesita meditación, atención y digestión.​