Ya le pasó a alguien en la mitad del siglo XIX. Un 13 de septiembre de 1848 cerca de las 4:30 de la tarde, un obrero estadounidense que trabajaba volando rocas para la construcción de una vía férrea tuvo un accidente que le cambió su vida para siempre.
Su tarea consistía en abrir orificios a las grandes rocas, añadir pólvora y otros elementos que luego eran compactados con una barra de hierro.
Mientras lo hacía, la herramienta provocó una chispa involuntaria que hizo no solo volar la roca en mil pedazos, sino también disparar la barra a toda velocidad y atravesar el cráneo en forma diagonal, desde su mejilla izquierda hasta la parte superior derecha.
Por fortuna, no murió, pero Phineas Gage nunca volvió a ser el mismo. Debido al accidente perdió por completo la corteza prefrontal del cerebro y sus conexiones, encargadas de la adecuación del comportamiento social y los procesos de toma de decisiones, entre otras cosas.
Sin embargo, el resto quedó intacto. Entre ellos, el sistema límbico, el cual regula los instintos y las emociones. Ahora, Phineas era gobernado exclusivamente por sus impulsos. Todo cambió.
Perdió ese y muchos otros trabajos por su constante ira, prepotencia e irreverencia. Lo dominaban los instintos y no las facultades intelectuales, como señaló en algún momento su doctor. Trece años después murió, a causa de su salud claramente deteriorada y a un ataque de epilepsia.
Este, por supuesto, es un caso extremo, pero a veces algunas emociones hacen también que nosotros no podamos comunicarnos con claridad, decir las cosas que estamos pensando, afecte nuestra atención, nuestras capacidades de tomar decisiones y de llegar a acuerdos.
Pero, ¿qué podemos hacer para que nuestras emociones no sean un obstáculo cuando hablamos con alguien? ¿Podemos hablar y tomar decisiones juntos sin que nuestras emociones vuelvan el diálogo una pelea?
Casi una batalla campal
“Literalmente
pensamos que argumentar es pelear y no nos damos cuenta que es un
encuentro donde compartimos evidencias, posiciones lógicas”, explica
Mariantonia Lemos, investigadora de la Universidad EAFIT.
Tal vez,
esa es la razón por la cual algunas veces los políticos, los hinchas de
distintos equipos de futbol e inclusive los vecinos terminan
discusiones en agresiones físicas o en situaciones donde se usa la
fuerza y la violencia.
Argumentar en diferentes partes del mundo es mucho más parecido de lo que parece.
Hay
una conexión en las diferentes culturas que llevan a entender este
campo como un asunto de guerra, señala Manuela González. Alguien gana,
alguien pierde, alguien sale “peinado”.
Sin embargo, podemos
encontrar caminos que ayuden a regular las emociones, sobre todo, donde
el arte de la argumentación tiene vital relevancia y huir no es una
elección.
Para poder debatir sobre un tema, es decir, hablar con
alguien con una postura y tratar de llegar a un acuerdo sobre qué pensar
o qué hacer nuestro cerebro necesita unas habilidades específicas,
entre las cuales está el uso adecuado del lenguaje, la planeación y la
atención.
Tenemos que escuchar, evaluar, refutar y confirmar información que permita formar opiniones.
Todas
estas habilidades implican la activación de áreas de la corteza
prefrontal y sabemos que cuando las emociones se activan en su
respectiva parte del cerebro (sistema límbico) puede generarse una
sobrecarga. Esto hace que las habilidades de planeación y razonamiento se vean entorpecidas.
Regulando nuestras emociones
En
una reciente investigación encabezada por Manuela González se formula
una propuesta teórica que busca unir las emociones y la argumentación,
para plantear el uso de estrategias de regulación emocional que mejore
la habilidad del diálogo y disminuya las respuestas emocionales
desadaptativas que “puede, en algunos casos, obstaculizar la capacidad
para resolver problemas durante un encuentro argumentativo”.
Concretamente,
se trata de usar estrategias que permitan mantener las emociones en una
intensidad, duración y situación adecuada, con el fin de que orientemos
nuestra atención y valoremos (o pensemos) las situaciones de manera
diferente o modulemos mejor nuestro comportamiento.
De este modo,
en lugar de una reacción casi automática, como fruncir el ceño, cruzar
los brazos o cambiar el tono de la voz, podríamos pausar, considerar
cuál emoción se va activar, decidir qué tan controlable es la situación
y actuar teniendo en cuenta nuestros intereses a largo plazo.
Este
proceso, rápido y fácil de hacer, facilitaría regular nuestra emoción, y
así evitamos que las emociones puedan afectar la argumentación o las
relaciones interpersonales.
Texto: Christian
Alexander Martinez-Guerrero (Comunicador, Vicerrectoría de
Descubrimiento y Creación) y Juanita Donato García (Monitora de la
Vicerrectoría de Descubrimiento y Creación).
Gráfica: Christian
Alexander Martinez-Guerrero (Comunicador, Vicerrectoría de
Descubrimiento y Creación).
¿Cómo citar?
González González, M., Gómez, J. & Lemos, M. Theoretical
Considerations for the Articulation of Emotion and Argumentation in the
Arguer: A Proposal for Emotion Regulation in Deliberation.
Argumentation 33, 349–364 (2019). https://doi.org/10.1007/s10503-018-09476-6.