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Álvaro Cogollo: el señor de las plantas

Uno de los mejores botánicos de Colombia, con más de 200 registros de nuevas especies de plantas descubiertas, recuerda su acercamiento al reino vegetal, las enseñanzas de sus ancestros, su paso fugaz por el boxeo y las expediciones que ​le han permitido conocer el país desde el Cabo de la Vela hasta Leticia.

alvaro-cogollo.jpgFotos: Róbinson Henao
Uno de los mejores botánicos de Colombia, con más de 200 registros de nuevas especies de plantas descubiertas, recuerd​a su acercamiento al reino vegetal, las enseñanzas de sus ancestros, su paso fugaz por el boxeo y las expediciones que le han permitido conocer el país desde el Cabo de la Vela hasta Leticia.​​


Jonathan Andrés Montoya Correa
Periodista del Área de Información y Prensa EAFIT

​No es una sola anécdota sino la sumatoria de muchas experiencias las que le han permitido a Álvaro Cogollo Pacheco convertirse en uno de los botánicos más importantes de Colombia. Podría decirse que en el universo personal de este biólogo, todas las condiciones y circunstancias se confabularon desde el inicio para cimentar una sólida carrera consagrada a la ciencia. ​

A su memoria acuden, por ejemplo, esas primeras semillas de maíz que sembró de niño junto a su abuelo Fernando, en su natal San Pelayo (Córdoba), y que no solo germinaron en unos pequeños brotes de esta planta, sino que también comenzaron ​a abonar un camino lleno de reconocimientos, premios y descubrimientos. 

También recuerda los rings de boxeo, donde cosechó la disciplina que exige el rigor científico, que le abonaron la fuerza para abrir, a brazadas, los caminos de las expediciones que ha liderado en las selvas del Paramillo, del Amazonas o del Catatumbo. 

Las clases de teatro en el Inem de Montería, por otra parte, le ayudaron a vencer la timidez y, más tarde, le dieron la seguridad para pararse como un roble frente a las audiencias que acuden a escuchar sus conferencias en Medellín, Barranquilla, Cartagena o Santa Marta. 

Y de su época de músico, en esa misma institución educativa, le quedó un profundo amor por el vallenato. Un género que lo conecta, por igual, con su espíritu costeño y con la botánica, y en el que ha encontrado la inspiración para diferentes proyectos de investigación a partir de sus letras cargadas de referencias a la naturaleza, a las sequías, a las crecientes, a la sabana, a la Sierra Nevada, a la tierra. 

Ahí, en la tierra y en la familia es donde se clavan más profundamente las raíces de este investigador. En la tierra, porque como él mismo lo menciona, nació y se crio entre cultivos de plátano, maíz, arroz, yuca, ñame y algodón. Y en la familia, porque fue de sus padres y abuelos de quienes aprendió los primeros nombres de vegetales y los misterios de la alquimia de las plantas. 

“Mi abuela, Ascensión, era la curandera y partera de mi pueblo. Y cuando aprendí a escribir llevaba una libreta en la que anotaba todos los nombres de las plantas que ella me enseñaba, cómo y para qué se usaban, cómo se cortaban de acuerdo con las fases de la Luna, cuál era la leña de corazón que daba la suficiente brasa para cocinar el arroz o cuál rama de arbusto lechero era mejor para fabricar una honda”, rememora.

Pocos años después, y en esa misma libreta, empezó a anotar todos los nombres de las plagas que le enseñó ‘el doctor Barba’, un ingeniero agrónomo que visitaba todos los martes los cultivos de algodón de su finca, y quien lo acogió como uno de sus pupilos. 

“Llegó un punto en el que el ingeniero hacía las rondas prácticamente guiado por lo que yo observaba. Y es que un día antes de sus visitas yo recorría todo el cultivo y así podía indicarle donde había un brote de Agrotis o de Heliothis, o si había gusanos picudos o cogolleros. Por muchos años pensé que iba a convertirme en un ingeniero agrónomo”.

“El sueño de un botánico es trabajar en un jardín botánico y conocer el Amazonas. Ahora puedo decir que logré todo eso y más, que conozco todos los ecosistemas del país”.​

​Pero se equivocó: ni agrónomo, ni veterinario, ni zootecnista. Aunque tenía experiencia de sobra para cualquiera de estos campos, su gusto se decantó por la biología y por la oportunidad que le ofrecía la Universidad de Antioquia de conocer el país, de ver el mundo y de ampliar las fronteras del conocimiento de la botánica. De esta manera, Álvaro Cogollo se puso los guantes para subirse al ring de la vida académica.​

Con los guantes puestos

11 de diciembre de 1971. En el estadio Luna Park de Buenos Aires, Antonio Cervantes Reyes, más conocido como ‘Kid Pambelé’, se enfrentó por primera vez por el título mundial de peso wélter junior, contra el argentino Nicolino ‘El Intocable’ Locche. Y aunque el boxeador colombiano lograría este título en dos ocasiones, en esa primera oportunidad no pudo obtenerlo por decisión unánime de los jueces. 

Pambelé perdió, pero ganó toda la admiración de Álvaro Cogollo. Sobre todo cuando el peleador fue a visitar el gimnasio donde entrenaba, en Montería, y pudo conocerlo en persona. En aquel entonces, correr cerca de cinco kilómetros diarios y practicar los golpes con uno de sus mejores amigos de infancia hacían parte de la rutina del investigador, quien llegó incluso a ser parte de la liga de su región. 

Y es que mucho antes de los registros botánicos, de las expediciones para recolectar pruebas y de las labores de sembrar especies amenazadas, este académico consideró la posibilidad de retirarse de los estudios y dedicarse a los cuadriláteros. 

“A su mamá no le gustaba esa nueva afición y creo que se alegró mucho cuando por fin la dejó. Le decían ‘El Boxia’ y a veces iba con gafas oscuras para disimular los moretones en los ojos”, recuerda Nohra Guzmán Argumedo, esposa de Álvaro Cogollo.

‘El Boxia’, quien hizo parte de la liga de su región, cosechó en los rings de boxeo la disciplina que exige el rigor científico.​

​Justamente así, con un par de lentes de sol, acudió a una de las primeras citas románticas que tuvieron. Nora era una de las únicas dos mujeres en un salón de octavo grado completamente masculino y, desde entonces, se robó la atención del futuro botánico. 

Se casaron en 1984 y aunque ella se decidió por la docencia de las ciencias naturales, por la afinidad de sus áreas y la pasión compartida por las plantas lo ha acompañado más de una vez al Amazonas, al Pacífico colombiano o a algunas poblaciones antioqueñas. 

“Estoy convencida de que el campo lo llama constantemente y que él responde con rapidez a ese llamado. Incluso en los primeros años de matrimonio, sin importar si era Navidad o una fecha especial, si lo necesitaban dejaba lo que estaba haciendo y se iba al Chocó, a Nariño o a La Guajira. Sé que me casé con un hombre que ama a su familia y que tiene un enorme sentido de responsabilidad por sus compromisos botánicos”. 

En la Institución Educativa La Trinidad, de Copacabana (Antioquia), en donde Nohra Guzmán dicta sus clases, Álvaro también la ha apoyado con charlas académicas, con el programa de reciclaje o con el asesoramiento de la huerta escolar. Aunque no es tan experta en los conocimientos teóricos del vallenato, sí se siente orgullosa de ser quien se lo enseñó a bailar. 

Álvaro solo retomaría su pasión por el boxeo en la Universidad de Antioquia y únicamente porque la participación deportiva le permitía acceder al beneficio de la cafetería estudiantil. Finalmente lo abandonó para subirse a un cuadrilátero muy diferente: el de la investigación.​

El llamado de las plantas

Marcela Serna González fue la mejor estudiante del curso de botánica taxonómica que dictó Álvaro Cogollo en la Universidad Nacional de Colombia, a mediados de la década del noventa. Además, tuvo la oportunidad de trabajar en el Herbario del Jardín Botánico de Medellín ‘Joaquín Antonio Uribe’ y elaborar su tesis de pregrado junto a él. 

Uno de los momentos que más recuerda esta docente e investigadora del Tecnológico de Antioquia sucedió en los Farallones del Citará, entre los municipios de Ciudad Bolívar, Andes y Betania. 

alvaro-cogollo2.jpg La densa niebla que casi hace extraviar a los investigadores, además de los desprendimientos de piedras que constantemente los amenazaban, convirtió esta experiencia en una anécdota para toda su vida. De ese suceso, Marcela resalta la valentía del docente y los amplios conocimientos de esta zona, gracias a los cuales pudieron regresar a salvo. 

“Aprendí muchas cosas de él y puedo decir, con seguridad, que fui su mejor alumna. Pero, si pudiera resumirlo en una sola palabra, diría que Álvaro es la personificación de la pasión”, acota Marcela. 

No es una afirmación gratuita. Cogollo está convencido de que este sentimiento lo heredó de Enrique Rentería, uno de sus docentes en el alma mater y quien le dio la oportunidad de ingresar al mundo de la investigación cuando apenas estaba en segundo semestre.

Con una hoja de vida Minerva en la que apenas aparecían sus datos personales y el número de teléfono de una vecina que le daba los recados, Álvaro comenzó a construir su propia experiencia en las diferentes salidas de campo, algunas de las que pudo compartir con los botánicos estadounidenses Thomas Croat y Alwyn Gentry. 

“Mi primera salida fue a Santa Helena del Opón en Santander. Cuando llegué a lo alto de una montaña y vi la inmensidad da la selva, me di cuenta de que ese era el color que quería ver toda mi vida, y el camino que quería recorrer en adelante”, evoca el investigador. 

El camino se fue ampliando, poco a poco, hasta abarcar desde el Cabo de la Vela hasta Leticia, y con todo ese país a cuestas se presentó en 1980 a una vacante en el Herbario del Jardín Botánico. Hoy es uno de sus directivos del área científica y participa en diferentes proyectos de investigación y conservación. Tiene amigos en todos los jardines botánicos del país y continúa viajando a los lugares más remotos de la geografía nacional. 

“El sueño de un botánico es trabajar en un jardín botánico y conocer el Amazonas. Ahora puedo decir que logré todo eso y más, que conozco todos los ecosistemas del país y que, sin duda, volvería a recorrerlos una y otra vez”. Más de 200 especies hacen parte de su registro de descubrimientos. Una cifra que no solo es difícil de igualar en el país, sino que continúa creciendo en la actualidad con sus recientes estudios sobre la familia Magnoliaceae. 

Desde su cargo como director científico también lidera diferentes proyectos florísticos en el Jardín Botánico, programas de conservación de especies amenazadas, investigaciones sobre usos y aplicaciones de diferentes plantas y la participación en la creación del inventario forestal nacional, en asocio con el Instituto Von Humboldt y el Ideam. 

En un país rico en biodiversidad como Colombia el universo de las plantas podría significar un sin número de beneficios para la población. Pero si a eso se le suma el tema del orden público, entonces la ciencia botánica, la clasificación taxonómica y la sistematización vegetal no resultan ser una tarea fácil. Es ahí donde este campo y, especialmente, la figura de Álvaro Cogollo cobran mayor importancia para el desarrollo científico del país. Su perseverancia y consistencia le han permitido ganarse un lugar en este mundo donde reinan las plantas. 

Él está convencido de que ellas hablan y tienen mucho que decirle a la humanidad. Las entiende, puede comunicarse con cada una de sus hojas y filamentos, detectar la sabiduría en sus ramas y flores, y encontrar los beneficios de sus jugos y savias. Ese es el mensaje que no solo lleva consigo, sino que espera seguir transmitiéndole al mundo.​

Un vínculo estrecho entre EAFIT y el Jardín Botánico

Hace aproximadamente cinco años, cuando se estaba creando el pregrado en Biología, la Universidad buscaba diferentes referentes locales, regionales, nacionales e internacionales para asesorar este proceso. Pocas personas como Álvaro Cogollo Pacheco se ajustaban a las cuatro categorías. 

Su amplio recorrido en los temas de taxonomía y sistemática vegetal, así como su dirección científica en el Herbario del Jardín Botánico de Medellín Joaquín Antonio Uribe, llevaron a Diego Villanueva Mejía a consultarlo en múltiples ocasiones. 

El ahora jefe del pregrado en Biología de la Institución destaca la disposición y afabilidad del científico para construir escenarios de trabajo conjunto. Gracias a esta gestión se pudo reestructurar un convenio que ya existía entre EAFIT y el Jardín Botánico, para los temas de investigación, prácticas y pasantías. 

Villanueva también cuenta con la asesoría del botánico en algunos de sus proyectos científicos personales.​

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Última modificación: 24/03/2017 17:54