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El Eafitense / Edición 104 Una pregunta para el arte antioqueño: ¿cómo se hace un horizonte?

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Una pregunta para el arte antioqueño: ¿cómo se hace un horizonte? Cano

​​​​​Con la mirada desacralizadora de 54 artistas a la obra del maestro Francisco Antonio Cano, EAFIT reflexionó sobre el bicentenario de la Independencia de Antioquia con una exposición en su Centro de Artes. 


​El 7 de mayo de 2013 se inauguró, en el Centro de Artes de EAFIT, la exposición En el horizonte de Cano, una mirada desde el arte actual.​

Sol Astrid Giraldo
Colaboradora

Los aniversarios se suelen aprovechar para mirar hacia atrás, pero también hacia adelante. El bicentenario de la independencia de los países de América Latina se ha prestado, desde 2010 hasta hoy, como un punto de vista privilegiado para hacer balances y para proyectar futuros. Algunas le apostaron a las heroizaciones, como sucedió en México.

Su exposición central, por ejemplo, empezaba con una muestra de las banderas nacionales bautizadas por la imagen identitaria de la Virgen de Guadalupe y terminaba con la apoteosis de los huesos de sus héroes sacados de sus tumbas para adornar los altares contemporáneos de un país en crisis. Tampoco faltaron las fanfarrias de Venezuela que, a ritmo marcial y épico, se obsesionaron con la figura de un Libertador idealizado.

Pero quizás ya no es el tiempo de los héroes, ni la historia se concibe como una línea clara y ascendente. Ecuador, por ejemplo, se decidió por una revisión de los gérmenes de su identidad, en la que sopesó la fuerza de la religión, las mujeres, los indígenas, los negros  y las acciones de sus héroes en su idea actual de Nación.

Las celebraciones de la independencia de Colombia también estuvieron enmarcadas en una perspectiva más analítica e iconoclasta, y revisaron sus relatos fundacionales en exposiciones realizadas en el Museo Nacional, el del Banco de la República o el Museo de Antioquia, entre otras. Y es, precisamente, en este contexto donde se puede enmarcar la muestra En el Horizonte de Cano: una mirada desde el arte actual, que se realizó en el Centro de Artes de EAFIT con la coordinación del Área de Extensión Cultural.

Los datos confirman que los habitantes de Antioquia tienen un alto sentido de pertenencia con su departamento (95 por ciento dice sentirse orgulloso de ser antioqueño).​
​Esta propuesta no se remitió a las hazañas militares ni a los sucesos históricos tradicionales. Buscó, más bien, suscitar un debate a partir de varias imágenes que, si bien son fundacionales de esta identidad, no son marciales ni heroicas. 

El punto de partida fue la obra del pintor antioqueño Francisco Antonio Cano Cardona (Yarumal 1865-Bogotá 1935). ¿Por qué? Cano fue el primer artista profesional de la región, el fundador de la Academia de Bellas Artes y uno de los grandes consolidadores, en lo visual, del mito paisa que se cocinaba en los discursos y la historiografía de la época. 

Para la muestra el botón de su cuadro Horizontes, con el que los antioqueños sintieron, por primera vez, que alcanzaban la horma de sus zapatos. Se miraron ante este espejo ficcionado por los pinceles del pintor antioqueño que se formó en el académico París finisecular y les gustó lo que vieron en él. Allí parecían estar reflejados de la misma manera en que ellos se veían a sí mismos.

En 1913, (año en que se pintó Horizontes), los sucesos fundamentales de la Colonización Antioqueña ya habían tenido lugar y el mito local se redondeaba. El oro amarillo extraído de las montañas, el oro verde del café y el acrisolado del comercio, por un proceso alquímico, se estaban transformando en la imponente catedral de Villanueva, que los medellinenses veían trepar ladrillo a ladrillo hasta los cielos, en las casaquintas al borde de La Playa, en las amplias avenidas y en la tumultuosa Plaza de Mercado. Ahora que había ciudad y después de haber domeñado la naturaleza, era la ocasión de inventarse un paisaje.

Era, pues, el tiempo de las consolidaciones y se necesitaba un imaginador para ratificar este imaginario. La región unánimemente se decidió por Francisco Antonio Cano, quien con su ojo poético y sus pinceles precisos fue el escogido para darle a la ciudad la imagen que sus boyantes hijos creían que merecía. Carlos E. Restrepo lo había expresado así: “Cano dará color a las escenas arrulladas por la lira de Gutiérrez González, pintará el fuego de las auroras del trópico. Y traducirá la melancolía de los crepúsculos andinos”, cita Santiago Londoño en Historia de la pintura y el grabado en Antioquia.

Para Pedro Nel Ospina, el prometedor y talentoso joven, sería el encargado de realizar “nuestras esperanzas de perfeccionamiento social”, recuerda Santiago Londoño en el texto ya mencionado. La respuesta del artista consentido por la pujante élite regional, que lo había enviado a estudiar a Europa y lo había apoyado en el desarrollo de su carrera, fue el cuadro Horizontes, con el que se conmemoró este primer centenario de la aventura de los antioqueños sobre la tierra. Un pueblo que, como el hebreo, también parecía escogido por los dioses, según esta versión edulcorada de no pocos tintes bíblicos y épicos.

Cientos de personas acudieron a la exposición.jpg
Esta es una imagen de ruptura frente a las otras que se realizaron en las celebraciones del primer centenario de la independencia realizadas en la capital. En este escenario nacional se prefirieron las representaciones de los héroes patrios como Bolívar y Santander atravesando los Llanos en el cuadro monumental de Jesús María Zamora, o en el Puente de Boyacá en la versión de Francisco de Paula Álvarez. También fueron invitados precursores como Antonio Nariño jurando a la nueva bandera (obra de dimensiones y contenido épico creada por el mismo Cano), que se concibieron en un tono muy diferente al escogido por los antioqueños para celebrar su propio centenario independentista.

En cambio, en Horizontes, no hay héroes de mármol, ni uniformes, ni caballos. No están los poderosos realizando acciones poderosas. No se respira en este escenario el aire congelado de la historia. Al contrario, ahí se ve a los ausentes de aquel relato patrio grandilocuente, y sus afanes cotidianos y frenéticos para sobrevivir. Son dos civiles, una pareja de campesinos  (en tiempos donde la pólvora de las guerras todavía se olía por todo el territorio), no están acometiendo grandes hazañas que quedarán registradas con fechas en los manuales de la escuela.

En Horizontes no hay héroes de mármol, ni uniformes, ni caballos. No están los poderosos realizando acciones poderosas. No se respira en este escenario el aire congelado de la historia.​
Ellos se encuentran en un momento de descanso. Han caminado, seguirán haciéndolo, pero esta es una pausa. Y van a realizar una acción pequeña, sino de las dimensiones de sus manos humanas: desbrozarán el monte, ararán la tierra, echará un lindero, vivirán, crecerán, se multiplicarán. Están haciendo a Antioquia desde abajo. 

Estas manos son, precisamente, unas de las protagonistas del cuadro. Las de él han sido robadas del hombre recién moldeado por Dios Padre en La Creación de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Cano las ha repetido miméticamente en su Horizontes, instituyendo así a este colonizador como nuestro propio Adán, el primer hombre sobre las selvas antioqueñas, mucho menos plácidas que aquel paraíso del Génesis. 

Las de ella son las de la Virgen Madre. En lugar del hacha empuñada, acarician a un bebé, ese que poblará estos terrenos todavía baldíos. Una escena que se alimenta, sin duda, de las Sagradas Familias que, hasta ahora, había creado profusamente el arte colonial, pero con la diferencia de que su formato ahora es horizontal y que, precisamente, ocupan un espacio.

En el arte neogranadino los personajes se encontraban en no-lugares oscuros, pues el espacio no importaba. En este cuadro de Cano, sin embargo, el lugar es tan importante como los actores. Se ha descubierto el paisaje. El drama del cuadro se establece precisamente en esta tensión: cómo estos cuerpos ocuparán un lugar. Y este es un problema, no solo formal y estético para el pintor, sino histórico y político para la región. 

Inauguración de la exposición en el Horizonte de Cano.jpg
Cano logró plantearlo en varios niveles. Inauguró una rica tradición local con este tema que tendría como seguidores, primero, a Humberto Chávez y Gabriel Montoya, y luego a Eladio Vélez, Pedro Nel Gómez y Rafael Sáenz, entre los más connotados paisajistas antioqueños. Pero también logró plantear el problema político. Según la historiadora Martha Lía Giraldo, “esta imagen es el álgebra de la historia de un pueblo.  Logra  abstraer los múltiples acontecimientos, geografías, economías de la sociedad antioqueña. Describe un tiempo y un espacio, que podrían ser todos los tiempos y todos los espacios de Antioquia en sus 200 años de historia”. 

Desde entonces, esta representación, impuesta como un símbolo de las élites que con el tiempo fue adoptada por los imaginarios populares, acompaña a Antioquia. Pero esta imagen, después de un siglo en el que ha sido insistentemente apropiada por caricaturistas, publicistas y artistas, ¿tiene todavía el poder de convocar?

“En la conmemoración del segundo centenario de nuestra independencia surge una pregunta: si hoy se fuera a pintar Horizontes, ¿qué se representaría?” Esta pregunta que se hizo Juan Luis Mejía Arango, rector de EAFIT, en un artículo publicado en El Colombiano es la misma que le hizo el curador Alberto Sierra a 54 artistas contemporáneos locales. Y sus respuestas crearon la exposición En el Horizonte de Cano, una mirada al arte actual, que se extendió entre mayo y julio de 2013.

El punto de partida ya es desacralizador, tarea para la que se presta muy bien la naturaleza del arte contemporáneo. Desde esta perspectiva creativa, los museos y el arte del pasado están llenos de posibilidades. 

Pero no se vuelve a las obras para imitarlas, sino para interrogarlas, para extender todos sus pliegues. No sólo Horizontes fue interrogada, sino también otras obras emblemáticas de Cano, como La Vendedora de Frutas (el primer paisaje urbano del arte antioqueño), El Estudio del Artista, La Virgen de los Lirios, La Niña de las Rosas, La última gota, las que fueron recreadas desde técnicas como el dibujo, la pintura, el ensamblaje, el collage, la fotografía, la instalación y el video. Y, al hacerlo, se plantearon inquietantes preguntas sobre la cultura paisa y lo antioqueño.


El horizonte general de esta exposición es el de una madeja tribal de relaciones y filiaciones, oblicuas o directas, casuales o buscadas, como el hilo de un tejido que establece comunidad y que se perpetúa hasta hoy.
El horizonte es tomado aquí en su dimensión geográfica, pero también simbólica, política y temporal. Ahí se ven obras que aluden a los problemas actuales del territorio, a los desplazamientos contemporáneos, a los cambios que ha traído consigo el paso del campo a la ciudad, a los poblamientos caóticos, a las crisis políticas, a los símbolos fallidos.

Para estos artistas el horizonte está quebrado y agujereado. Ya no se abre como una mañana, sino que se cierra sobre sí mismo. Aquella plenitud se ha convertido en carencia y, en algunas obras, el formato apaisado se vuelve vertical, propio de un mundo cercado y aprisionado. La luz ya no es natural, sino de neón e industrial, la claridad atmosférica ha sido cubierta por una niebla espesa que vuelve un misterio el final del camino. Su brújula se ha roto en un horizonte de naufragios.

El poblar, habitar, morar, leit motiv del Horizontes centenario, ahora está prohibido. El bebé de Cano, preñado del futuro de esta apuesta como región,  aquí  se transforma en un joven urbano de ojos desencantados ante un panorama cerrado. La agrimensura, la topología, la métrica y la razón chocan contra las urgencias de estos horizontes contemporáneos que han cambiado las utopías por las distopías, el sembrar por el arrasar. 

Los míticos héroes fundadores son reemplazados por seres sin nombre en la ciudad de las masas urbanas. El hacha ha perdido la soberbia y después de su historia de dominación violenta, del orgullo del colonizador de llevar siempre el hierro entre las manos, se encuentra sin espacio, desfuncionalizada, atrapada en una forma absurda que la confronta consigo misma. Pero no todo es apocalipsis. Aquí también se habla de resistencia, de terquedad, de voluntad de habitar. Ladrillos de tierra y parajes húmedos le dan una segunda oportunidad a la poesía de las montañas. 

El horizonte general de esta exposición es el de una madeja tribal de relaciones y filiaciones, oblicuas o directas, casuales o buscadas, como el hilo de un tejido que establece comunidad y que se perpetúa hasta hoy. Abordar a Cano, entonces, fue para este grupo de artistas contemporáneos la oportunidad de seguir las puntadas de ese tejido colectivo, a pesar de sus agujeros y rotos.

En esta  muestra, como una especie de uroboros, la historia del arte antioqueño con Cano en sus inicios se muerde la cola, que es, precisamente, el trabajo de estos artistas contemporáneos que vuelven a mirar al maestro que en Antioquia empezó casi todo. Es que el Horizontes de Cano, sin duda, es un excelente punto para observar lo que quedó atrás y lo que viene adelante en este año de conmemoraciones más reflexivas que mistificadoras.​

Los artistas de la exposición
​Estos fueron los artistas contemporáneos participantes en la muestra: Luis Fernando Peláez, José Antonio Suárez, Fredy Serna, Mauricio Gómez, Julián Urrego, Camila Botero, Iván Hurtado, Camilo Echavarría, Víctor Muñoz, Jorge Ortiz, Evelyn Velásquez, Jesús Abad Colorado, Dora Mejía, Fredy Álzate, Gabriel Botero, Libia Posada, Sebastián Restrepo, John Mario Ortiz, César del Valle, Jorge Julián Aristizábal, Mauricio Carmona, Sara Herrera, Taller de grabado La Estampa (dirigido por Ángela María Restrepo) y Taller 7.​​

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Última modificación: 27/02/2017 19:13