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El Eafitense / Edición 105 El esplendor de la desolación - El Eafitense - Edición 105

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El esplendor de la desolación

​Los gigantes son difíciles de ubicar. Parecen estar en todas partes al mismo tiempo y ocupan demasiado espacio. Son, por naturaleza, excesivos. El escritor colombiano Álvaro Mutis relató la saga de un gigante llamado Maqroll el Gaviero, un distraído notario, evangelista herético y confuso exégeta. Y solo de la mano de este personaje se puede narrar la vida del autor.


Sol Astrid Giraldo y Juan Guillermo Isaza
Colaboradores

Álvaro Mutis Jaramillo, descendiente directo del hermano de José Celestino, Manuel, nació en Bogotá en 1923.
Sus padres, dueños de haciendas cafeteras en el Tolima, lo enviaron a realizar sus primeros estudios en Bruselas (Bélgica). Luego regresó a la capital, donde, lejos de graduarse de bachiller, se entregó al billar y a la poesía, actividades que no habría de abandonar hasta el final de sus días.

Mutis creó a su alter ego Maqroll el Gaviero a los 25 años, en el libro La Balanza, escrito con la colaboración de Carlos Patiño Roselli, publicado el 8 de abril de 1948 e incinerado, casi en su totalidad, por la turba enfurecida que azotó a Bogotá al día siguiente, tras la muerte del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. A partir de este momento, creador y creatura echarían a andar por sendas diferentes, aunque los unieran ciertos rasgos comunes.

Mutis, que se declaró monárquico y gibelino, apreció siempre más el pasado que el presente. Quizá por ese anacronismo congénito no se adscribió a ningún movimiento literario de sus contemporáneos, quienes se agrupaban en el piedracielismo, como Jorge Rojas y Eduardo Carranza, de quien fue, sin embargo, un alumno devoto.

En las tardes que pasaba en el Café el Molino o el Café Asturias prefería sentarse en la mesa de “Los nuevos”, encabezados por León de Greiff, quienes paradójicamente eran los más viejos. Perteneció al grupo de los Cuadernícolas, denominado así por el crítico Hernando Téllez, más por el hecho de compartir una ideología o unos principios literarios que por haber publicado su obra en cuadernillos. Solo habría de entablar una verdadera amistad con Gabriel García Márquez a partir de 1950, quizá
por estar situado al otro extremo político.

Muchos coinciden en que la fuente nutricia de Maqroll el Gaviero (ese personaje voz central en la obra de Mutis) se encuentra en la poesía de sus primeros años. Habría de reaparecer en Los elementos del desastre (1953), una versión ampliada y revisada de La Balanza, y también la primera de una larga serie de compilaciones. Allí se encuentran los elementos primordiales con los que está construido el personaje, como señala Octavio Paz y amplía Juan Gustavo Cobo Borda, para quienes, entre otros, la alianza del esplendor verbal y la descomposición de la materia, la fascinación por los signos de la enfermedad y la descripción de una realidad anodina que desemboca en la revelación apenas insinuada de algo repugnante.


Años de labores no literarias

Mutis, hijo de la clase alta ilustrada bogotana, se desempeñó como director de un programa de actualidad literaria en la Radio Nacional, heredado de Jorge Zalamea; como radio-actor de la mano de Bernardo Romero Lozano; como director de propaganda de la Compañía Colombiana de Seguros; como relacionista público de Bavaria y, en 1954, fue nombrado jefe de relaciones públicas de la Esso.​

En su poesía construyó el espacio geográfico y espiritual por el que habría de transitar Maqroll: el trópico. El trópico para Mutis, como él señala, “más que un paisaje o un clima determinado, es una experiencia, una viven​cia"  compuesta, entre otras cosas, de “lechosas madrugadas cuando todo acto en el día que nos espera se antoja mezquino, gratuito, imposible, ajeno por entero al torpe veneno que embota la mente y confunde los sentidos en su insípida maleza”. Es el trópico, tal como lo percibe un europeo y tal como lo percibió Mutis en sus vacaciones estudiantiles en la hacienda de sus padres junto al río Cocora.

Bajo sus verdes bóvedas se escuchó  por primera vez la voz de Maqroll, entonando la misa solemne de su nacimiento, a la que dio comienzo con una oración en la que imprecaba a su creador:

¡Señor, persigue a los adoradores de la blanda serpiente! Haz que todos conciban mi cuerpo como una fuente inagotable de tu infamia.

Tenía razón en estar enfadado. Fueron varios los personajes llamados por Mutis a ser ungidos como portaestandartes de la desilusión, según la lista que suministra J. Eduardo Jaramillo: Alar el Ilirio, Bolívar, el Húsar, Felipe II, Baltasar, Marcel Proust, Sharaya, Matías Aldecoa, la vigorosa viuda del 204, quienes “se caracterizan por un estado de soledad desde el cual intentan reconstruir su pasado”.

Para su desgracia fue Maqroll el elegido. Es fama que su creador lo designó para tal empresa por ser aquel que, subido en lo más alto de los palos de la embarcación, otea el lejano horizonte y puede avizorar lo que otros no. Su destino y sentencia fue la lucidez, cuyo reverso es la desesperanza. Esa es, quizá, la infamia de la que se duele. Ya Álvaro Mutis se lo habría advertido:

Al retorno de una furiosa adolescencia, al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron, te distinguirá la muerte con su primer aviso.

En 1956 Mutis debe abandonar a Colombia al serle atribuido un mal manejo de los fondos de Relaciones Públicas de la Esso, de los que dispuso alegremente para socorrer a sus amigos poetas, por lo general al borde de la inopia. Por tal motivo fue preso en la cárcel de Lecumberri, en México, desde la que escribiría una serie de cartas-crónicas a su amiga Elena Poniatowska, que después se reunirían en el volumen Diario de Lecumberri (1960).

Si bien esta obra no tiene una relación directa con Maqroll, habría de marcar el fin de la loca juventud de Mutis y sentar las bases de su período de madurez. A la vez, daría comienzo a su producción desde el exilio azteca.

No es casualidad que la primera aparición de cuerpo entero del Gaviero tenga lugar en la Reseña de los hospitales de ultramar (publicado en 1959, aunque varios de estos poemas habían sido publicados en la revista Mito, desde 1955). Se le encuentra yaciente en aquellos edificios “hechos al dolor y antesalade la muerte”, según la cita que Mutis hace de los Comentarios Médicos de las Indias, de Juan de Málaga. Tampoco es fortuito que lo haga, como el mismo autor se apresura en señalar, “en la vejez de sus años, cuando el tema de la enfermedad y la muerte rondaban sus días y​  ocupaba buena parte de sus noches, largas de insomnios y visitadas de recuerdos”.

Allí están presentes dos de los elementos fundamentales de Maqroll: su inveterada anacronía y la implacable conciencia de la desintegración, que lo perseguirá a lo largo de los caminos que le imponga Álvaro Mutis. Como señala J. Eduardo Jaramillo “el exilio y la memoria son el material de esa lucidez”.
 

Mutis creó a su alter ego Maqroll el Gaviero a los 25 años, en el libro La Balanza, escrito con la colaboración de Carlos Patiño Roselli, publicado el 8 de abril de 1948 e incinerado, casi en su totalidad, al día siguiente por la turba enfurecida que azotó a Bogotá tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán.​

Para Mutis, según palabras de María del Carmen Porras, “el presente se percibe como un tiempo de banalidad y pobreza, caracterizado por la frivolidad propia de un mundo que ha ​perdido el valor de lo sagrado”.


Una obra vigente

El proyecto literario de Mutis está vivo y, por tanto, su estructura es vital y cambiante. Algo hay en su apellido: Mutis muta. Tal como lo señala María del Carmen Porras, el autor construye su obra mediante “la permanente reconstrucción de libros a través del trabajo de recopilaciones, antologías y reuniones de textos”.​

Poemas que son publicados en un libro reaparecen en otro, junto a otros que los comentan o, incluso, los refutan. Esto dificulta el trazo de una biografía cierta de Maqroll. Como si fuera poco, el autor mismo siembra una serie de referencias cruzadas y, no contento con esto, aborda a su personaje desde distintos géneros “y a las antologías poéticas se les irán sumando antologías más heterogéneas  que reúnen, además de poesía y alguna narrativa corta”, acota Porras.


La obra de Mutis es casi como un trozo de selva. Gruesas lianas trepan por un tronco poderoso al que intentan asfixiar. Flores súbitas aparecen donde antes no había nada y a la menor distracción se pudren. Aquí no es posible​  la seca disección de los anfiteatros. Todo está “en un movimiento constante que deja al crítico un tanto desalentado ante la idea de llegar a comprender un proyecto que parece estar, no tanto en continua construcción, sino inmerso en un proceso de incesante reconstrucción”, observa Porras.

Para agravar aún más las cosas, el propio Mutis incurre en interpolaciones y citas que no hacen más que borrar el rastro. Así, por ejemplo, en Los trabajos perdidos (1965), si bien no reaparece Maqroll, uno de los poemas, Un bel morir, tiene el mismo título de la novela final de la trilogía que expresamente habrá de dedicarle. Es esta mirada anacrónica, este ir y venir entre el pasado y el presente, lo que le da unidad a la obra de Mutis.

Estos son, pues, los cimientos sobre los que El Gaviero echó a andar. La imagen detenida, en cierta manera fotográfica de la poesía, debía dar paso a la imagen cinematográfica, en movimiento, de la narrativa. Como un ensayo de orquesta, Mutis publica La Mansión de Araucaima (1973), novela que llamó la atención de Luis Buñuel y que habría de ser llevada al cine por Carlos Mayolo.


Como apunta Cobo Borda, “si todos sus poemas parecen el penúltimo, anuncio del gran poema que integrara los anteriores en su plenitud sin resquicios (…) los que hasta ahora hemos visto resultan (…) restos y presagios, señales premonitorias o despojos mutilados”. Este gran poema sería en realidad la obra novelística de Mutis, en la que Maqroll el Gaviero compartiría con él la senda del exilio.

A partir de 1986 Mutis emprende lo que Cobo Borda califica como “una impaciente eclosión creativa, seis novelas en seis años”: La nieve del almirante (1986), Ilona llega con la lluvia (1987), Un bel morir (1988), La última escala del Tramp Steamer (1989), Amirbar (1990), Abdul Bashur, soñador de navíos (1991) y un conjunto de relatos titulados Tríptico de mar y tierra.


Pero el movimiento, para Mutis, no lleva 
a ninguna parte. En este ciclo narrativo, quehabrá de unificar los fragmentos dispersos que configuran su retrato, Maqroll se verá comisionado por él a realizar viajes con un propósito que terminará por revelarse baladí, empresas carentes de sentido o finalidad verdadera: la búsqueda de un aserradero río arriba; la fundación de un intempestivo burdel con prostitutas vestidas de azafatas en Panamá; el transporte de improbables piezas de maquinaria, nuevamente río arriba; y la explotación de una mítica mina de oro.

A diferencia de los héroes de Joseph Conrad, (particularmente de Axel Heyst, el protagonista de Victoria), sumidos como él en la espesura de la manigua tropical, no espera una revelación, nada que dé sentido a sus pasos, ni mucho menos la redención de una muerte heroica. Para él, lo ve con claridad, no hay esperanza. Esta conciencia trágica, no obstante, no produce en él ninguna alteración.
 

Luego de traicionar a sus socios contrabandistas y venderlos a la autoridad en Un bel morir, Maqroll ha de terminar en los manglares de la desembocadura del río (y aquí, la alusión a las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique es casi explícita).​


Para Mutis, según palabras de María del Carmen Porras, “el presente se percibe como un tiempo de banalidad y pobreza, caracterizado por la frivolidad propia de un mundo que ha ​perdido el valor de lo sagrado”

Y aunque esta muerte, la cuarta que le propinara Mutis (y no tan definitiva, pues no le impidió una que otra reaparición extemporánea), no estuviera siquiera enaltecida por el heroísmo o la demencia, le permite ingresar, junto con su creador, al panteón de los grandes, pues como lo indica Octavio Paz, “la fatalidad es lo que distingue a un escritor auténtico de uno que simplemente
tiene talento”.

Álvaro Mutis falleció el 22 de septiembre de 2013 en Ciudad de México, reza la leyenda, convertido él mismo en uno de sus propios personajes: el cronista incierto de Maqroll el Gaviero.

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Última modificación: 27/02/2017 17:59