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El Eafitense / Edición 109 La memoria histórica en el horizonte de la reconciliación El Eafitense - Edición 109

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La memoria histórica en el horizonte de la reconciliación

​De paso por EAFIT, durante la Cátedra Medellín Barcelona, el académico Borja de Riquer, de la Universidad Autónoma de esta ciudad catalana, planteó que la historia es un debate científico en el que los historiadores, con máximo rigor y con documentos escritos y orales, aportan sus tesis interpretativas. “No puede haber historias oficiales… Los políticos no pueden dictar la historia”, postuló el profesor a favor de otra generación y enfoque de esta disciplina.​


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Adolfo Maya Salazar
Docente de la Escuela de Humanidades
Esteban Hoyos Ceballos
Docente de la Escuela de Derecho​

Las transiciones políticas constituyen, a ambos lados del Atlántico, procesos históricos de larga duración, que permiten ponderar los alcances reales de las vidas democráticas, liberales y constitucionales de los pueblos que las reivindican. Estas transformaciones arrastran, además, cambios de enfoques historiográficos: de un positivismo tradicional a historias conectadas en lo metodológico y científico.

“Gran parte de los políticos tienen la tentación de imponer una historia oficial. El que controla políticamente el presente quiere también controlar el pasado para justificar dónde está”: Borja de Riquer. 

​Borja de Riquer I Permanyer –docente del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona donde ha dictado cursos de iniciación a la historia, y materias sobre historia española y catalana, además de investigar sobre el devenir del catalanismo político y el nacionalismo español– es un referente para leer e interpretar los avatares de la historia ibérica contemporánea y del papel de la universidad en la construcción de una memoria histórica. 

Este catedrático, quien ingresó como profesor a su universidad en 1969 (el año siguiente de la creación del claustro y aún en la dictadura franquista), estuvo de paso por EAFIT en octubre de 2015, en desarrollo de la Cátedra Medellín Barcelona. Sus conceptos se hacen fundamentales, si se tiene en cuenta que vivió la transición de dicha dictadura, la lucha por la democracia y, finalmente, el logro de esta última y la estabilización. “He pasado por etapas desde la represión franquista hasta la posibilidad de plantear soluciones tanto en el ámbito organizativo como desde el discurso del profesorado en plena democracia”.​

Profesor Borja. Los siglos XIX y XX vinculan a América con España alrededor de rupturas políticas. De un lado está la vida colonial que se experimenta y se rompe en el siglo XIX, después hay que entender que dicho siglo (XIX) es fundacional en términos de las estructuras políticas, y el siglo XX es de debilitamiento y de fortalecimiento de esas estructuras. En esa línea, ¿por qué es importante esa lectura del pasado y la construcción de una memoria política o cultural para ellos? 
“Es fundamental que los historiadores seamos capaces de divulgar con eficacia y que, por lo tanto, llegue a un gran público cómo el proceso de transición del liberalismo a la democracia auténtica es largo, duro, violento, contradictorio y nada fácil. Es decir, explicar que nadie nos ha regalado la democracia y que, por el contrario, esta se ha conseguido a base de luchas, de sacrificios y de muchas víctimas, tanto en España, Colombia y la inmensa mayoría de los países. Es que la democracia nunca ha sido algo otorgado, ni siquiera por el hecho de que haya una cons​titución que sea considerada democrática y que, por eso, ese país es democrático. 

​Hay que analizar cómo realmente funcionan las constituciones. A mis estudiantes les digo que analicen las constituciones liberales, desde Cádiz (que son muy bonitas), que miremos cómo se aplicaban e indaguémonos si los ciudadanos sí vivían lo que dice allí. ¿Todos tenían el mismo acceso a la justicia y a las libertades o se mantenían unas desigualdades? Allí no había una práctica política real de que todo mundo tuviera los mismos derechos. Pero eso solo no ocurre en el siglo XIX, también sucede en el XX. A diferencia de los juristas, los historiadores no nos detenemos en el debate de las ​constituciones sino de si estas funcionan o no.​ 

“Los historiadores colombianos tienen un reto muy grande para explicar qué sucedió desde el Bogotazo hasta hoy”: Borja de Riquer.

Pondré un ejemplo muy sencillo: en Barcelona, en la época de vigencia de las constituciones liberales, en el siglo XIX, el 75 por ciento del tiempo estuvieron suspendidas las garantías constitucionales. Por lo tanto, los ciudadanos de la provincia de Barcelona, la más poblada de España, durante dos tercios del siglo XIX, sabían que la constitución era papel mojado porque las autoridades, sobre todos los capitanes generales, ejercían una censura de todo, censura que llega, incluso, a aspectos cómo hacer elecciones en estado de guerra sin que se sepa cuáles son la lista de los candidatos. Pueden ver qué tipo de elecciones se podían hacer: no hay propaganda, no se sabe quiénes son los candidatos y eso ocurrió en un régimen que era teóricamente liberal. Eso es lo que los historiadores entramos a analizar a fondo: hasta qué punto se cumplen en realidad las leyes”.​

​​¿Cuál es su balance del papel de la academia española, concretamente de las facultades de historia, ante el reto de reconstruir y comprender el pasado de la forma en la que se hace, sobre todo de esta historia contemporánea? 
“Haciendo un balance global, el mundo de los historiadores españoles, no solo de los contemporáneos sino de todos, ha experimentado una madurez y una renovación significativa en los últimos 30 años. Había una vieja historiografía muy lastrada, no solo por el franquismo sino por una tradición positivista muy rancia y tradicional, que ha sido claramente desbordada por nuevas generaciones de historiadores más conectados al mundo metodológico y científico internacional. De manera que en este momento la historiografía española es absolutamente homologable a cualquier historiografía europea, sea la francesa, británica, alemana o italiana, y ahí ha sido básicamente la universidad, los universitarios y las nuevas promociones de los últimos 20 o 40 años. 

¿Eso qué ha significado? Significa dar un vuelco a las interpre tacione s . Evidentemente, el franquismo había sido una hipoteca que impedía divulgar ciertas visiones, en general, de toda la historia contemporánea, porque, entre otras cosas, el franquismo empezó condenando ya la Constitución de Cádiz porque los grandes males de España habían venido con el liberalismo. Y después los otros ‘ismos’, es decir, el socialismo y el anarquismo. Todos eran condenables, pero frente a eso reaccionaron las nuevas generaciones de historiadores haciendo una historiografía seria y comprometida, en el sentido de plantear las grandes contradicciones y los grandes problemas que ha tenido la historia española. Nosotros, aún, vivimos muchas herencias del franquismo y eso hay que explicarlo. El porqué aún hay temas y aspectos en los que hay una controversia que está muy lastrada por tradiciones políticas anteriores que han intentado dar unas visiones falsas o exageradas de ciertos problemas o han ocultado otros. 

Porque una parte importante de esta historiografía oficial franquista era la ocultación de temas que no se podían tratar. Una cuestión que les puede interesar es, por ejemplo, cómo se contemplaba desde España la historia de América. Yo estoy en una universidad en que la asignatura de historia de América empezaba con Colón, y acababa con Pizarro y con Cortés. La apología de la conquista ahí se acababa. Nada sobre la gestión de la Colonia, sobre la emancipación y sobre la América Latina en los siglos XIX y XX. Eso no interesaba. Hoy, evidentemente, en las universidades españolas se explica desde los aztecas hasta el siglo XXI, como tiene que ser: con todos los contrastes y con un planteamiento claramente autocrítico sobre el papel de una metrópoli respecto a una colonia y explicando bien los porqués del proceso de emancipación. Pero el franquismo lo había lastrado. Le interesaba destacar solo el gran papel de España en América, evangelizador y católico”.​

Usted sugiere que la historia es un lugar estratégico del poder. Que hay una relación entre la política y el poder por imponer o por hacer dominante una perspectiva o una interpretación de la historia. De allí, tanto en el pasado como en el presente, estas historiografías, por ejemplo, la franquista, es una que repite como un modelo o como un guion que la dictadura fue un acto necesario… 
“Gran parte de los políticos tienen la tentación de imponer una historia oficial. El que controla políticamente el presente quiere también controlar el pasado para justificar dónde está. Por eso está la tentación de convertirse en guardianes de la historia, pero de una historia ortodoxa y auténtica que oculta muchas cosas y justifica a quien tiene el poder con la tentación de perpetuarse.

Frente a eso hemos reaccionado los historiadores. La historia no puede ser dictada por los políticos. No puede haber historias oficiales. La historia es un debate científico en el que los historiadores, con el máximo rigor y con documentos escritos y orales, aportamos nuestras tesis interpretativas que siempre son sujetas a debate, discusión, corrección y enmienda cuando vengan otras aportaciones que las modifiquen. 

Por lo tanto, es un patrimonio colectivo. No puede ser del gobierno, no puede haber una historia oficial porque cambió el gobierno. Y ante un cambio de gobierno ¡qué!, ¿cambia la historia oficial? Tenemos que sacar de manos de los políticos y del poder la historia para convertirla en algo que elaboran evidentemente los profesionales, pero que divulgan y que se asume como memoria colectiva. Y aquí entra el tema de memoria e historia. La historia es para entender la memoria colectiva: compleja y diversa. Otra cosa son las memorias individuales que responden a las tradiciones de cada uno: mi origen social, mi familia, dónde nací y mis creencias. Y esa es una memoria subjetiva, que puede ser.​ 

“Ustedes están en un momento histórico que es importante no desaprovechar. A largo de la vida no aparecen muchos momentos como este. Una auténtica reconciliación implica que no haya ni vencedores ni vencidos. Por lo tanto, aquí todo el mundo tendrá que renunciar a algo”: Borja de Riquer.​​

Por lo tanto, la memoria personal puede ser diversa y, sobre todo, en temas conflictivos hay memorias personales enfrentadas. Ustedes en Colombia lo saben perfectamente: la memoria sobre la conflictividad, de los últimos 50 años, está absolutamente fragmentada. Se piensan cosas muy diferentes. Entonces ahí viene el reto de los historiadores: cómo frente a esta realidad de memorias enfrentadas aparece el científico que intenta reunirlas y reinterpretarlas, de manera que todas entren, pero matizadas desapasionadamente y de forma que se pueda entender a todos: a los unos y a los otros. Ese es un reto, sobre todo, cuando se intenta hacer una interpretación sobre la guerra civil o un conflicto tan largo como este. Los historiadores colombianos tienen un reto muy grande para explicar qué sucedió desde el Bogotazo hasta hoy”.​

Cuál ha sido el papel que los medios de comunicación juegan en ese proceso porque, a veces, los políticos son mucho más exitosos haciendo uso de esos medios para construir su propia versión o su historia oficial. ¿Qué papel tienen los medios de comunicación en la construcción y luchas por la interpretación de los acontecimientos del pasado? 
“Hoy los medios de comunicación tienen una capacidad de penetración social y de creación de opinión muy superior a la academia o a las escuelas. Aunque no nos guste, están en la capacidad de influenciar en un programa de televisión que tiene millones de espectadores y que es mucho mayor a un profesor universitario que tiene 40 o 50 alumnos. Por tanto, allí sí que hay una responsabilidad, yo diría triple, por parte de los historiadores, de los profesionales de la academia: exigir rigor e intervención en esos programas. Estos no los puede hacer cualquier divulgador, publicista o político. Deben tener una supervisión rigurosa por parte de académicos, porque si no, se puede estar haciendo una propaganda política subliminal con la excusa de que hacemos historia. 

De hecho, estamos haciendo una determinada visión ideológica de los hechos del pasado. Así, se necesita una exigencia a los medios de comunicación de tener rigor, y ese rigor viene de que haya asesores para que intervengan e impidan que haya visiones que no respondan a la realidad. En segundo lugar, está la responsabilidad misma de los políticos, de permitir que eso se haga sin la censura e intervención política. Es evidente que hay canales públicos y privados, y que no se puede fiscalizar, tanto desde las instancias políticas, a un canal privado. Pero sí se le puede denunciar por lo que hace. Es decir, en España nos hemos encontrado con algún canal privado o público que ha sido denunciado por el colectivo de historiadores porque determinada serie de programas de historia no responde a la realidad, responde a la ideología de arriba que pretende dar esta visión determinada de la transición o de la guerra civil. 

Ahí la academia tiene que censurar el control que pueden ejercer ciertos políticos o, incluso, sectores más privados que pueden tener sus intereses a la hora de divulgar algo de una determinada forma. Y después crear una cultura ciudadana: hacer posible el máximo de crítica, que no acepten que cualquier cosa que salga en la televisión sea verdad. Que adopten actitudes de planteamiento crítico y de no asimilación pasiva de que todo lo que dice la televisión es cierto. O ponemos unas ciertas defensas frente a estos mensajes o si no la gente creerá otro tipo de adoctrinamiento más hábil y sutil, pero que puede adormecer a las poblaciones y evitar que tomen conciencia de ciertas cuestiones”.​ 

Usted nos plantea un reto que trasciende sociedades y regímenes, que es el reto por la democracia en las academias y en los medios. Ambos son actores sustantivos en el presente. Y eso, sin duda, se convierte en una situación crítica, en tanto que una preocupación que ha sido muy reiterada en los medios y en la academia ha sido más por ganar cubrimiento…
“Tiene que haber una colaboración entre los profesionales de los medios de comunicación y los historiadores para que el mensaje llegue con el máximo de eficacia y de atractivo. Y, por tanto, se pueda divulgar. Ahí tiene que haber esta colaboración. Es decir, yo he participado como asesor en bastantes programas de historia en televisión de Cataluña y en la Televisión Española, y algunos programas han tenido cierto éxito, otros eran complejos. Evidentemente tiene que ser el profesional de los medios de comunicación quien plantee cuál es el mejor vehículo o el más positivo para que llegue al gran público y tenga éxito. Pero el historiador lo que tiene que hacer es vigilar que los contenidos respondan, realmente, a los planteamientos historiográficos. Tiene que haber una síntesis entre el trabajo de los dos”.

​​​Una de las discusiones más convocantes hoy en EAFIT es el te​ma de las insuficiencias de la justicia reparadora. ¿Es la justicia reparadora insuficiente o cuáles son esas insuficiencias de acuerdo con usted, su experiencia y su trabajo? 
“En el caso español, saliendo de la dictadura franquista en los pactos de la transición, se cometió, en mi opinión, un grave error: para buscar la reconciliación se hizo algo como una especie de acto de amnesia histórica, lo que significa que debíamos olvidar el pasado para no abrir más heridas. ¡Pero claro! Había unas heridas abiertas que era la de todos los represaliados por el régimen franquista a los cuales casi no se les atendió. Era un tema desagradable de tratar. Se decía: ‘no es el momento, es demasiado pronto’. Pero ahora resulta que ya es demasiado tarde. ¿Pero qué sucedió? De entrada, el reconocimiento de que eran víctimas. Aún hay en España unas 2600 fosas comunes con unos 45 mil cadáveres de gente fusilada en los últimos momentos de la guerra civil y después en los primeros años del franquismo. 

No ha habido una ayuda oficial ni una política para la localización, identificación, exhumación y reconocimiento de esas personas. Queda en manos privadas, de las asociaciones de las víctimas de los hijos y de los nietos de las víctimas o de los historiadores. Eso es increíble. Y hay otra cuestión central: la justicia franquista. Si bien ha sido condenada claramente como ilegítima, no se han anulado las sentencias de los consejos de guerra franquista. Con lo que se da por buena esa sentencia. En la ley de Memoria Histórica, de 2007, ese tema quedó pendiente. Los políticos no tuvieron voluntad de abordar y de hacer lo que, por ejemplo, hizo la República Federal Alemana, que es declarar que tanto la justicia política del régimen nazi como de la República Democrática Alemana había sido ilegal y que todas las sentencias quedaban anuladas. Y los jueces estaban obligados a reconocer eso.

En España algunos jueces conservadores, con la excusa de que en la ley de Memoria Histórica no se habla de anulaciones, se niegan a hacer anulaciones y eso, dicen, es un tema prescrito o, incluso dicen, que en ese momento que se dictaron esas sentencias eso era legal. En una dictadura era legal, pero ahora no estamos en dictadura. Es decir, se llegan a estas aberraciones. Y, por tanto, quedaron pendientes muchos temas y no ha habido valentía política por los partidos gobernantes de derecha e izquierda de abordar este tema”.

¿Cómo lee el proceso de diálogos hoy en Colombia entre el Gobierno y las Farc? ​
“Ustedes están en un momento histórico que es importante no desaprovechar. A largo de la vida no aparecen muchos momentos como este. Una auténtica reconciliación implica que no haya ni vencedores ni vencidos. Por tanto, aquí todo el mundo tendrá que renunciar a algo. Siempre todo el mundo saldrá insatisfecho porque lógicamente no va lograr el ciento por ciento de lo que quería, pero es eso la reconciliación y la pacificación. Es encontrar un punto de encuentro en el que tenga que participar el máximo de gente, no puede ser de un solo presidente, tiene que ser también de todos los políticos y de la ciudadanía.

Seguramente no es fácil, nada fácil, porque las heridas abiertas que tienen ustedes son enormes y extremadamente complejas por la intervención de los narcotraficantes, además del tema de las diferencias políticas y las otras violencias. Con lo que el tema no es nada fácil, eso no se resuelve en tres meses. Quizá durará algunos años y, en algún momento, se tendrá que pedir a la ciudadanía que ratifique eso. Pero es importante que esta ratificación vaya con el máximo de consenso de las fuerzas políticas y sociales, intentar evitar que haya un sector significativo que diga que no. Si dice que no es que no apuesta por la reconciliación, que defiende sus intereses más particulares. Aquí todo el mundo tiene que ceder y no es fácil, cuando ceder significa, entre otras cosas, que has sido víctima. Pero es que hay todo tipo de víctimas y no podemos hacer unas víctimas de primera división y otra de segunda. Las víctimas son todas iguales, guste o no guste”.​​
Última modificación: 03/03/2017 18:20