Y aunque Antioquia ha sido sinónimo de riqueza aurífera, contrario a la creencia popular, los habitantes de El Poblado de San Lorenzo no contaban con este elemento y se caracterizaban por ser la despensa de otros asentamientos como los de Zaragoza, Cáceres y Remedios.
Por otra parte, Pablo Aristizábal Espinosa, doctor en Arqueología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, ha tenido una aproximación más cercana a las costumbres y formas de vida de los aburraes, a partir de los diferentes hallazgos arqueológicos encontrados en la ciudad.
En noviembre de 2013, por ejemplo, tuvo la oportunidad de participar en la excavación de una tumba en el sector de La Colinita -barrio Guayabal-, un descubrimiento que aportó mucha información sobre los primeros moradores.
“Los hallazgos de tumbas, necrópolis y restos en los últimos 50 años apuntan a que, anteriormente, existieron otros asentamientos cercanos a quebradas como Aná, Niquía o La Iguaná. Incluso, la acentuación en la letra ‘a’ hace referencia, precisamente, a la presencia de cuerpos hídricos”, menciona.
Según el arqueólogo, el levantamiento de El Poblado de San Lorenzo obedeció no solo a una estrategia por su cercanía a las quebradas, sino a una continuidad cultural de las prácticas de los pueblos que siempre han habitado la región hasta el día de hoy, en una ciudad cuyas dinámicas siguen girando alrededor de un eje principal: el río.
Junto al hallazgo de La Colinita, también se han encontrado otras necrópolis en el cerro El Volador y en el cerro de la Universidad Adventista. La posición geográfica de las tres excavaciones conforma una medialuna que, según el académico, señala todo el terreno donde se encontraban los aburraes antes de la llegada de los españoles. “Somos un pueblo con más de 600 años de historia”.
La educación histórica de las generaciones actuales.
La dualidad histórica entre El Poblado de San Lorenzo y Medellín también ha estado muy relacionada con el cambio en la forma en la que la historia se ha enseñado a los estudiantes en escuelas y colegios, la que es dividida en varias etapas por Juan Camilo Escobar Villegas, profesor del Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas de EAFIT, a cargo de la ponencia Los relatos fundacionales en los textos escolares.
Un total de 400 años desde la perspectiva geológica es un pestañeo. Por eso, para Pablo Castro López, profesor del Departamento de Ciencias de la Tierra de EAFIT, la historia del Valle de Aburrá se remonta a más de 3 millones de años, gracias a la formación de diferentes rocas metamórficas.
“Hasta 1970, los textos usados en las escuelas estuvieron dirigidos a tratar de formar una especie de admiración por la Conquista y la presencia de lo que llamaban ‘la verdadera luz de la civilización’, especialmente en los libros de segundo y tercer grado de primaria. Allí sostenían que los indios eran personas humildes y salvajes a las que había que conquistar, dominar y obsequiar el regalo de la civilización, reflejado en las espadas de los conquistadores”, relata el académico.
Igualmente, advierte que existió otra corriente de la historia que incurrió en un error conocido como anacronismo, que se manifiesta cuando se valora a los pueblos del pasado con los valores del presente. Esta presentaba a los españoles, según él, como injustos asesinos y estaba muy influenciada por tendencias políticas de izquierda.
En contraposición a estas visiones, Escobar Villegas indica que los historiadores de comienzos del presente siglo estudian a las sociedades indígenas con los mismos criterios con los que se acercan a cualquier otra cultura: “Teniendo en cuenta sus particularidades y diferencias sin asumir ninguna como superior o inferior, únicamente como parte de la historia humana”.
Hacia una ciudad que conoce su historia y se aferra a su identidad
Para Juan Luis Mejía Arango, rector de EAFIT y experto en historia de Antioquia, el hecho de que el lugar recibiera el nombre de San Lorenzo de Aburrá, ya daba cuenta de la mezcla de dos mundos y concepciones muy diferentes: la católica de los españoles y la autóctona de los aburraes, lo que ha influido, en gran medida, y configura hoy a los habitantes de la ciudad. De ahí la vigencia de analizar la importancia del poblado a la luz de los tiempos actuales.
Igualmente, el directivo señala que, durante los últimos años, el nacimiento de diferentes carreras en historia, antropología y otras afines ha contribuido a la formación de nuevos profesionales que han entendido la importancia de continuar estudiando este tema y sus beneficios para la academia y la investigación. Se trata de una opinión en la que coincide el investigador Leonardo Ramírez, para quien, además de la conmemoración de esta efeméride, se hace necesario un conocimiento más profundo y acertado del poblado que dio origen a la ciudad, incluso como un insumo que alimente el discurso de las políticas públicas en el futuro.
“Después de haber superado el tema de las fechas, podemos ahora establecer relaciones y comparaciones entre lo que había antes y lo que existe ahora, para que la sociedad le encuentre sentido a su historia y sepa que Medellín no empezó de cero, sino que aquí ya vivían otras personas que son nuestros antepasados”, señala. Y agrega que los pueblos van progresando y madurando con sus relatos. “Esta es una ciudad muy joven aún y este reconocimiento es un primer paso que nos va a permitir llegar a una edad adulta”.
Durante su presentación en el encuentro conmemorativo sobre El Poblado de San Lorenzo de Aburrá, Leonardo presentó algunos fragmentos del Libro
Primero de Bautizos de la Candelaria, que se convierte en uno de los testimonios más contundentes sobre la vida en los tiempos del caserío y, posteriormente, en los primeros años de Medellín.
Este volumen, que aún lo conserva la Arquidiócesis de la ciudad, presenta una continuidad civil, urbana y social entre ambos lugares, pues comenzó a escribirse en San Lorenzo y luego contiene registros desde la Villa de la Candelaria. Nombres, bautismos, matrimonios e, incluso, fallecimientos están registrados en este texto histórico.
“Ver esto, 400 años después, tiene un valor simbólico grande, y permite que las personas entren en un contacto más fuerte con sus raíces, que mejore la convivencia y la seguridad en nuestra identidad cultural como pueblo”, concluye.