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El Eafitense / Edición 110 El Niño, la crisis energética y las lecciones que se aprendieron - El Eafitense

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El Niño, la crisis energética y las lecciones que se aprendieron

El fenómeno de El Niño se encuentra en etapa de debilitamiento. Se esperaba que hacia la mitad de 2016 desapareciera por completo, lo que deja lecciones al país en términos de prevención del riesgo y manejo de la crisis energética. Ahora la amenaza latente es un posible fenómeno de La Niña para finales de este año.

Fotos: Róbinson Henao​​
Tatiana Cárdenas Arciniegas
Colaboradora

“Los meses de lluvia en Antioquia principian a mediados de marzo y terminan a mediados de junio, para comenzar luego hacia la mitad de septiembre y acabar en los primeros días de diciembre; pero esta regla está sujeta a numerosas variaciones, pues con frecuencia se invierten los tiempos, volviéndose lluviosos los días de verano, y viceversa. A veces el año es húmedo en su mayor parte, y en ocasiones notable por su excesiva sequedad. Muchos de los viejos habitantes del país creen haber observado, y aún lo afirman por la tradición de sus mayores, que los tiempos de lluvia abundante y de gran sequedad están divididos por períodos casi fijos de siete a ocho años. Nos parece que tienen razón”.​

Hay registros de El Niño desde hace más de 10.000 años. La exploración arqueológica ha encontrado en los glaciales, los sedimentos y en los anillos de los árboles las huellas del ciclo natural del fenómeno climático atmosférico, que impacta la presencia de la zona de convergencia intertropical.​

Esta cita, que parece tomada de algún boletín reciente del Ideam, en realidad fue escrita por don Manuel Uribe Ángel en el libro Geografía general del Estado de Antioquia en Colombia, publicado en 1885 y editado un siglo después por la Gobernación de Antioquia en la colección Autores Antioqueños. En este párrafo, don Manuel describe los ciclos naturales del clima en Antioquia y finaliza con una clara alusión a lo que se conoce como los fenómenos de La Niña y El Niño o El Niño Oscilación del Sur (Enos). Hay registros de El Niño desde hace más de 10.000 años. La exploración arqueológica ha encontrado en los glaciales, los sedimentos y en los anillos de los árboles las huellas del ciclo natural del fenómeno climático atmosférico, que impacta la presencia de la zona de convergencia intertropical. Culturas indígenas prehispánicas como los Mayas y los Incas observaron y registraron estas variaciones, por lo que desarrollaron cierto grado de predicción frente a su aparición. 

​​​​​En el año 2000, científicos de la Universidad de Oxford identificaron que en el siglo XX el fenómeno de El Niño se hizo presente 25 veces, variando su intensidad de leve a muy intenso, en tres ocasiones considerado “megadañino”, durante los años 1925 y 1926, entre 1982 y 1983, y el que fue catalogado como “el evento climático del siglo”, El Niño registrado entre los años 1997 y 1998. Sin embargo, el más recordado por los colombianos ocurrió entre 1991 y 1992, pues llevó al país a una crisis energética que derivó en un racionamiento de entre nueve y 18 horas diarias en diferentes zonas del país, y el cambio de horario a la llamada Hora Gaviria. Al final del primer semestre de este año, El Niño que azotó al país durante casi dos años se considera superado, dando paso casi sin preámbulo a una Niña, pronosticada para el tercer trimestre de 2016, pero los estragos causados por los meses de sequía persistirán como una lección que merece ser repasada para afrontar futuros Enos.

​Efectos de un Niño intenso 

​​En el segundo semestre de 2015 el Ideam advirtió sobre la posibilidad de que el fenómeno de El Niño pasara de moderado a intenso y se extendiera hasta marzo de 2016. Para ese momento, la economía ya veía los estragos del calor y la disminución de las lluvias, como explica Juan Camilo de los Ríos Cardona, ingeniero forestal de la Universidad Nacional y M.Sc. en Desarrollo Rural de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul, ubicada en Porto Alegre (Brasil). 

​​“La agricultura y la producción lechera del norte se empezaron a ver seriamente afectadas, en parte porque la agricultura de nuestro país es altamente dependiente del agua lluvia y también porque en algunas regiones donde los niveles de precipitación son altos no se acostumbra a tener sistemas tecnificados de riego ni prever ante posibles sequías. Se evidenció que los sectores más preparados​ para afrontar El Niño fueron, entre otros, los arroceros del Tolima y el Huila, también los productores de caña en el Valle del Cauca, pues son regiones acostumbradas a las altas temperaturas y posibles sequías prolongadas”. 



​​​Para aquel momento el caudal de los ríos ya se había reducido y los calores alcanzaron topes históricos. En diciembre, enero y febrero en algunos municipios de Cundinamarca, Tolima, Cesar y Antioquia los termómetros superaban los 40 grados centígrados y en lo que se vivió de El Niño en 2015 se presentaron más de 4.700 incendios forestales, lo que significó una pérdida de 105.000 hectáreas de bosques.

​Pasaban los meses y las proyecciones de un Niño que solo disminuiría su intensidad a finales de abril de 2016 se cumplieron, para desgracia de los agricultores, que esperaban lluvias desde marzo. Elkin Álvarez es un papicultor con 25 años de experiencia y, en su opinión, las pérdidas que llegaron con el Enos no serán fáciles de revertir. “Pasé de sembrar 50 toneladas de papa por hectárea a sembrar entre 15 y 20 toneladas. En Bogotá perdimos toda la cosecha, en el norte de Antioquia tuvimos que reducir a la mitad el personal en los cultivos, unos 200 empleos en lo que va de 2016”. 

Así las cosas, era imposible que la crisis asociada a El Niño no se trasladara a los bolsillos de los colombianos. La inflación de alimentos en febrero subió 1,44 por ciento frente al mismo mes de 2015, con lo que alcanzó un incremento anual de 11,86 por ciento. Los bienes regulados también subieron. En 2015 la variación de precios fue de 0,19 por ciento y en febrero de este año de 1,45 por ciento. Este factor se relaciona con el incremento en las tarifas de los servicios públicos como consecuencia de la crisis energética. 

​​Aunque para muchos este ha sido El Niño más intenso de la historia reciente, Juan Darío Restrepo Ángel, docente del Departamento de Ciencias de la Tierra de EAFIT y experto en procesos fluviales de las cuencas Pacífico y Caribe de Colombia, no está de acuerdo.

​“Creo que es muy apresurado decir que es el más fuerte en el registro, aún no tenemos datos concretos para afirmarlo, es común que cuando atravesamos condiciones climáticas extremas las culpemos de las catástrofes que ocurren. La verdad es que el problema radica en cómo tenemos la casa y la nuestra está deteriorada, ya no es la misma que teníamos hace 50 o 100 años. Antes podíamos tener goteras, ahora aparte estamos sin techo, sin buenos cimientos, hemos ido perdiendo la estructura de la casa ambientalmente y eso nos hace cada vez más vulnerables”. 

​Para Juan Darío, el culpable no es El Niño, sino la gestión del territorio. “Hemos comprobado que los indicadores económicos están totalmente en relación con la degradación ambiental. Agricultura, minería, ganadería y generación hidroeléctrica han aumentado exponencialmente durante los últimos 50 años, justo donde se agudizó la gran transformación de los suelos del país, con deforestación, adecuación de tierras para ganadería, más la explotación intensiva. Esto prueba que nosotros hemos alterado el territorio y, al alterarlo, somos más vulnerables a eventos naturales como el Niño y la Niña”.​

Pasaban los meses y las proyecciones de un Niño que solo disminuiría su intensidad a finales de abril de 2016 se cumplieron, para desgracia de los agricultores, que esperaban ​​​​​lluvias desde marzo.​

También resalta que, aunque el Enos no tiene relación directa con el cambio climático, sus efectos cada vez serán más agudos si no se revierte el modelo de desarrollo. “Cuando uno cruza unos umbrales que se llaman ‘tipping points’ o puntos de no retorno, el avión ya no se puede devolver, nosotros ya los cruzamos, es decir, la reconstrucción de la pérdida ambiental nuestra es de décadas, para otras generaciones, pero la decisión se tiene que tomar ya o los desastres que se vienen serán peores”.

​Al borde de la crisis energética

​El Niño de 1991-1992 dejó lecciones en el manejo del recurso hídrico y la generación energética de apoyo. La pregunta es ¿sirvió lo aprendido para evitar una nueva hecatombe energética? De acuerdo con Luis Guillermo Vélez Álvarez, docente del Departamento de Economía de EAFIT, sí sirvió. “En 2015 los aportes hídricos al Sistema Interconectado Nacional (SIN) alcanzaron los 48.006 GWh, equivalentes a un 79,2 por ciento de la media histórica, el más bajo porcentaje de la última década. La disminución de los aportes se hizo especialmente notoria a partir de septiembre, cuando estos alcanzaron los 3.417 GWh, equivalentes a un 66 por ciento de la media histórica”.

​Aun con este panorama, el país pudo resistir 2016 sin racionar. “El 15 de febrero de 2016 ocurre el accidente de Guatapé y nos quedamos con un 30 por ciento menos de la energía embalsada, el 4 por ciento de la capacidad de instalada y aproximadamente 10 por ciento menos de la generación, pues afectó directamente las plantas de San Carlos y Playas, situadas aguas abajo. A las dos semanas hubo un daño en Termoflores, restándonos 230 MW”. 

​​Las medidas no se hicieron esperar. Con un inminente racionamiento, el Gobierno Nacional lideró una agresiva campaña de ahorro de agua y energía, las empresas prestadoras de servicios públicos ofrecieron incentivos a quienes se sumaran a la reducción del consumo y castigos a quienes lo aumentaran. La producción termoeléctrica estaba al tope. Finalmente, a comienzos de abril de este año se informó, por parte del Gobierno Nacional, que no habría racionamiento, pero que se debía continuar con el ahorro por parte de los consumidores.

​​​Vélez Álvarez propuso una solución para que se le pagara a los usuarios por reducir a la mitad su consumo de energía. “Yo pretendía que el Ministro de Minas y Energía, y la Crec les dijeran a los consumidores que no solo no les vendían la energía, sino que les pagaran por no consumirla. Eso es una locura en una lectura de mercado, pero no lo es a la hora de reducir costos y disminuir el consumo”. 

​En definitiva, solo algunas regiones llegaron al racionamiento y el sistema demostró que, a pesar de la conjugación de la naturaleza y la mala suerte, había preparación para sostener el consumo. “Teníamos 16.000 MW de potencia instalada y el mayor consumo registrado en Colombia estaba en 10.000 MW. Es decir, teníamos 6.000 MW más que la demanda máxima de potencia, eso es como uno salir en el carro y llevar tres llantas de repuesto”. 

​Algunos ya hicieron el balance de pérdidas. EPM reportó que entre mayo de 2015 y abril de 2016 la compañía perdió $800.000 millones por El Niño, eso sin contar lo que le costó el daño ocurrido en Guatapé, que se resolvió en junio de 2016.

​Además, con el regreso de las lluvias volverá la normalidad hídrica, pero otra amenaza natural se cierne sobre el país, pues en abril el Ideam anunció que las probabilidades de un fenómeno de la Niña para noviembre pasaron del 50 al 70 por ciento

​​Juan Camilo de los Ríos advierte sobre la necesidad de tomar medidas preventivas para evitar desastres. “Recordemos todo el daño que hizo, La Niña del 2010-2011. Sabemos que la sequía nos afecta, pero por nuestras características geográficas las lluvias tienden a hacer aún más estragos. Lo que debemos preguntarnos es si nuestro país está lo suficientemente preparado institucionalmente para lo que se viene”.​​​ ​
Última modificación: 28/02/2017 1:04