Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co

El Eafitense / Edición 110 Umberto Eco: el provocador - El Eafitense

Umberto Eco: el provocador

​​​​​​​​​​​El 19 de febrero de 2016 murió Umberto Eco, llamado provocador cultural y político, y un pensador capaz de diseccionar el poder y a los poderosos para mostrar su verdadera esencia. Autor de El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault y Número Cero deja una obra literaria, ensayística y académica esencial, y un pensamiento que trascenderá generaciones.​​

umberto-eco.jpg
Fotos: Róbinson Henao​

La invitación llega por las redes sociales. Con una fotografía en blanco y negro de Umberto Eco, en la que mira con cierta calidez y sonríe a medias, con actitud socarrona, se anuncia que el último sábado de abril se realizará un conversatorio sobre su pensamiento y su obra en la Biblioteca Pública Marco Fidel Suárez (Bello, Antioquia). 

La pieza gráfica se pierde rápidamente entre cientos de fotos, frases de crecimiento personal, chistes y otros memes. Para agendar la actividad, los datos no se escriben en una libreta; la imagen se guarda en el celular y queda apuntada la cita en el calendario del mismo aparato, que enviará una alerta a su dueño para anunciarle que se aproxima. 

De las redes, internet y del uso del celular habló Eco en varias de sus columnas de opinión en los últimos años. “La invasión de los necios”, dijo de las redes; “que los usuarios compulsivos de teléfonos deben ser estrangulados al nacer, pero no todos los días hay un Herodes”, escribió en su columna El teléfono celular y la reina malvada. 

La convocatoria a la conversación la hizo el Centro de Historia de Bello, su aporte para recordar al intelectual italiano que falleció el 19 de febrero de 2016. En el tercer piso de la edificación, una mesa alargada, de madera, con su novela Número Cero en el centro, esperaba a los asistentes, en un marco muy apropiado: una biblioteca. Como si algún monje fuera a emerger de los estantes, dos globos terráqueos reposaban en uno de estos como una metáfora a los viajes del conocimiento y a la amplitud de pensamiento, que bien representó Umberto Eco. 

El escritor, que dejó claro en su testamento que no quería homenajes por lo menos en 10 años, recibió ese día, en aquella biblioteca, no un acto formal, como pretendió evitarlo con su último deseo, sino una conversación entre lectores de sus libros que, por momentos, se dejaron llevar por el arte, por el idioma, la filosofía, los cómics, la política, el periodismo y el café caliente. “Un comunicólogo, que no se encerró en una torre de marfil”, fue la frase que avivó la charla. 

Umberto Eco nació en Alessandria en 1932. Cuentan los biógrafos que participó de los movimientos juveniles de Acción Católica, estudió Filosofía en Turín y se doctoró con una tesis sobre la estética de Santo Tomás de Aquino, de quien dijo que lo curó “milagrosamente de la fe”. 

Semiólogo, filósofo, novelista. Intelectual, considerado un provocador cultural y político. Investigador y gran lector, diseccionó el poder y a los poderosos para revelar su verdadera esencia y bajarlos de su solemnidad. Exhibía en su casa una gran biblioteca y en sí mismo, en su mente prodigiosa, cargaba con una de libros leídos que superaba cualquier expectativa. 

Umberto Eco fue la encarnación de un humanista moderno, afirmó Adolfo León Maya Salazar, docente del Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas de EAFIT, lo que “le permitió un espectro amplio en la lectura, en el análisis, en la valoración del mundo tangible, con mucha solvencia, con una gran capacidad analítica. Pero, sobre todo, fue un magnífico lector del mundo no tangible, es decir, los humanistas tienen ese bagaje, esa formación que han construido a través de afinar los sentidos. Sin incurrir en anacronismos, pero saber escuchar, ver, palpar, olfatear los modos y las maneras de vivir de sociedades ya no cercanas, sino que hacen parte de la memoria y del legado histórico”. 

Sobre El nombre de la rosa 

En la Biblioteca Pública Marco Fidel Suárez, la mesa alargada de madera ya no daba abasto para todos los que querían conversar de Umberto Eco. Muchos deseaban hablar de El nombre de la rosa, su novela icónica, publicada hace más de 30 años, que narra las investigaciones detectivescas de Guillermo de Baskerville para esclarecer los crímenes cometidos en una abadía. 

Un thriller cultural que ha vendido más de 30 millones de ejemplares, en el que demuestra que era un escritor responsable con la literatura, coincidieron los contertulios. “Si hizo El nombre de la rosa es porque conocía de la Edad Media y de los íconos; de los conventos, de las abadías, en los que se aislaba del mundo a quienes los habitaban. El cuerpo como objeto de castigos no puede ser tocado por el mundo de la carne”, explicaba a los presentes Reinaldo Spitaletta, periodista, docente y escritor. 

Otro día, cerca de otra biblioteca, la Luis Echavarría Villegas, de EAFIT, el profesor Adolfo Maya Salazar, explicaba que El nombre de la rosa es su esencial de Eco, pues “en lo novelístico es una trama muy interesante y fascinante por su protagonista que termina siendo un maestro de la lógica, de la investigación moderna. Ofrece una figura del maestro que toma de la mano a sus alumnos (…) Para mí, es la tensión entre la cultura política de la seriedad, del dogma, la repetición, el mundo de la fe, frente a la cultura política de la risa, la sociedad, la ciencia, la investigación, la comprensión de un mundo que comienza a abrirse”.

Semiólogo, filósofo, novelista. Intelectual, considerado un provocador cultural y político. Investigador y gran lector, diseccionó el poder y a los poderosos para revelar su verdadera esencia y bajarlos de su solemnidad. Exhibía en su casa una gran biblioteca y en sí mismo, en su mente prodigiosa, cargaba con una de libros leídos que superaba cualquier expectativa.​

El nombre de la rosa, complementó, “es una novela para comprender el mapa de las relaciones de poder en el contexto medieval, pero leído con unas categorías, con un lente, con una sensibilidad profundamente moderna”. 

La religión, la política y el periodismo, y sus estructuras de poder, fueron ejes en su obra, y de estos temas se desprendieron muchas de las conspiraciones que mantuvieron atentos a sus lectores. “Cuando él incorpora la lógica para explicar ese mundo de las conspiraciones, de los asesinatos, de las desterritorializaciones, de los castigos, del mundo de lo prohibido y de lo permitido, pues, justamente, lo que nos estuvo planteando fue una especie de biopsia social, cultural, política, a través del análisis de un fenómeno”, aseguró Maya Salazar. 

Pensamiento crítico 

Que haya puesto veneno en las páginas de una obra es motivo de ires y venires en la conversación que se desarrolla entre libros. 

Eco, profesor universitario, trabajó los símbolos como pocos y abrió las puertas a mundos que no se conocían en todos sus recovecos, como una abadía o una sala de redacción, que describe en su última novela, Número Cero

En su columna titulada Era una noche oscura y tormentosa, Eco narró que un crítico de su libro Apocalípticos e integrados, en el que se refiere a la cultura popular y los medios, se quejó de que había “aplicado técnicas intelectuales de literatura para analizar fenómenos culturales vulgares. Esas técnicas convenían más a materias más importantes, señaló, con la nariz respingada en el aire”. 

Sin embargo, el semiólogo y filósofo, curioso como era, pensaba que para entender la cultura de masas, había que conocerla, incluso amarla, “que no se puede escribir un ensayo sobre las máquinas flipper sin haber jugado con ellas”. 

Alba Clemencia Ardila de Robledo, profesora e investigadora del Departamento de Humanidades de EAFIT, expresó que era un hombre que tenía un universo muy amplio y que comprendió las múltiples dimensiones de la cultura, de la sociedad y de los hombres, “y ese es el verdadero humanista, el que es capaz de ir desde lo más simple hasta lo más complejo; el que es capaz de observar y de aproximarse con sus posturas, a través de una columna de opinión, al hombre común, pero también de llegar al científico y al especializado. Fue esa multiplicidad y esa capacidad de moverse en tantos medios, una de sus grandes fortalezas”. 

Ella, lectora de sus columnas, reconoció que “fue un humanista completo, en todo el sentido de la palabra. En la literatura, en la teoría y en la crítica literaria; en la semiótica comunicativa, en términos de la lingüística misma. Aportes que hizo desde la semiótica a los estudios lingüísticos. Inclusive, en términos más interdisciplinares, hizo aportes metodológicos sobre cómo hacer una investigación, hasta el punto de explicar cómo hacer una buena tesis”. 

En el tono anecdótico y con el humor que usaba muchas veces, en otra de sus columnas, Pesebres y terrorismo, se preguntaba por la responsabilidad de los intelectuales al abordar los asuntos públicos. Le parecía extraño “e incluso fetichista” que la gente tuviera la expectativa de que ellos respondieran como oráculos a los hechos que aquejan al mundo y continuó: “Hace muchos años escribí que si un poeta se encontrara en un teatro en el que estallara un incendio, no debería ponerse de pie y leer en voz alta sus poemas; no, debería de llamar a los bomberos. Así pues, esperar que los intelectuales proporcionen todas las respuestas es una forma de evitar admitir que los políticos, los jefes de Estado y los generales tampoco tienen las respuestas. La gente que apela a los intelectuales ante las penurias de la vida actúa como los católicos devotos que solo ven a los santos”.​ 

La religión, la política y el periodismo, y sus estructuras de poder, fueron ejes en su obra, y de estos temas se desprendieron muchas de las conspiraciones que mantuvieron atentos a sus lectores.​

“Hay periodismo y periodismos” 

La edición de Número Cero seguía en el mismo lugar, en la mesa de la biblioteca Marco Fidel Suárez. Cuando se dejó atrás El nombre de la rosa, los asistentes dieron un repaso por esta novela en la que Umberto Eco re unió su pensamiento sobre el periodismo, los reporteros y un término que explicó en varias entrevistas que concedió, posteriores al lanzamiento de la obra, “máquina de fango”: para deslegitimar a una persona o a un hecho, basta con sembrar la sospecha, no hay ni siquiera que tener pruebas. 

Simei, el editor en jefe de un periódico que no se publicará nunca, con unos periodistas ocupados en hacer números ceros, pontifica en uno de los consejos de redacción, que hay una infinidad de noticias que dar en este mundo, pero “¿por qué se debe decir que ha habido un accidente en Bérgamo e ignorar que ha habido otro en Messina? No son las noticias las que hacen el periódico sino el periódico el que hace las noticias”.

“Hace muchos años escribí que si un poeta se encontrara en un teatro en el que estallara un incendio, no debería ponerse de pie y leer en voz alta sus poemas; no, debería de llamar a los bomberos”.​

​Eco, en entrevista para el diario El País, de España, comentó que cuando se publicó esta novela, los periódicos se sintieron señalados. “Hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros… Muchos diarios se han reconocido en Número Cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro”. 

Reinaldo Spitaletta manifestó que aparte “de bajarle la ampulosidad a los medios”, se va a una cara oculta para el público: cómo es un periódico por dentro, cómo se mueven los temas, los enfoques, “como si el lector llegara a ser una especie de ‘mirón’, metiéndose a una sala de redacción. Esa parte me gusta mucho, que uno como lector pueda ver un periódico por dentro, y cómo el periódico puede tejer mentiras, situaciones, que solo le sirven para vender periódicos, por un lado; y por el otro para crear opinión a favor de algo y a veces en contra de lo que sería la denominada, y que me choca mucho, verdad”. 

En la Biblioteca de Bello se viajó del presente de los medios, al pasado de la obra de Umberto Eco, El péndulo de Foucault, El nombre de la rosa, la Edad Media. El profesor Adolfo Maya insistió en que Eco le dio un inmenso peso a la historia, sin ser historiador. “Es decir, no catapultó el pasado, sino que dio cuenta de que el presente también es historia. Que lo que hoy somos, lo que hoy nos define, tiene unas pistas muy importantes en lo que fuimos. Que el pasado todavía no ha terminado de ser, porque lo que hizo fue premiar el mundo de las preguntas. Y es justamente en el mundo de las preguntas donde está la posibilidad de aproximarnos a qué es el conocimiento”. 

Y es que las preguntas siempre lo nutrieron, bajando del pedestal a otros intelectuales contemporáneos que creían dominarlo todo. Deconstruyendo de nuevo el poder. No quiso grandes homenajes después de su muerte y, sobre esos valores suyos, Maya Salazar, fue contundente: “La humildad, en un sentido civil, le produjo la irritación propia que produce la adulación. Lo que ratifica es que fue un hombre que nos generó un reto, una pregunta: vivimos como pensamos o pensamos como vivimos. Y yo creo que él fue un hombre consecuente, hasta su muerte y en su legado testamental quiso decir, ‘yo fui un ser inquieto, que me quise aproximar a comprender, pero yo no aporté ninguna verdad’. Es decir, no se nos ofrece como un ideólogo que le tiene miedo al vacío, sino como un científico que celebra el vacío porque tiene preguntas”.​ ​

Última modificación: 01/03/2017 14:37