Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co

El Eafitense / Edición 111 El embrujo del micrófono una literatura menor

EAFITMedios institucionalesEl EafitenseEl Eafitense / Edición 111El embrujo del micrófono una literatura menor

El embrujo del micrófono una literatura menor

​​En su colección Rescates, el Fondo Editorial Universidad EAFIT presenta como novedad esta obra de Magda Moreno, autora antioqueña de mediados del siglo pasado, quien hace parte de un pequeño grupo de mujeres que desafió el machismo de la época con letras y literatura.​​


​Foto: Róbinson Henao​​
Claudia Ivonne Giraldo Gómez
Jefa del Fondo Editorial Universidad EAFIT

La década de los cuarenta, durante la cual comienza a publicar Magdalena Moreno (1900-1964), autora de la novela breve El embrujo del micrófono, fue prolija en excelentes escritores antioqueños, pero solo se pueden citar a unas pocas mujeres que publicaron con juicio y dedicación por esas calendas: Sofía Ospina de Navarro, María Eastman, Enriqueta Angulo, Fita Uribe, Isabel Carrasquilla, María Cano y Magda Moreno, entre otras pocas. A excepción del maestro Tomás Carrasquilla, los escritores se ocuparon del mundo de afuera, de las luchas del hombre con la tierra, del hombre con el hombre, de los amores de los hombres, de los trabajos de los hombres… Los temas de las mujeres eran otros: el mundo de adentro, los problemas amorosos, la literatura infantil, la vida común de la gente común.

A riesgo de generalizar, los personajes femeninos de casi todos los libros de los escritores, como por ejemplo, los de Madre (1924), la novela de Samuel Velásquez, carecen de desarrollo y son, más bien, conceptos. Tomás Carrasquilla, quien no solo dejó una obra de incuestionable valor literario, sino que legó la imagen de una época y de los antioqueños, crea, en cambio, personajes femeninos entrañables, creíbles. Cómo no
recordar a la feroz Filomena Alzate en Frutos de mi tierra, la prestamista sin alma que, sin embargo, ya cuarentona, se enamora como loca de su sobrino veinteañero, se casa con él, pero termina mal, pobre y abandonada. O a la magnífica Magola Samudio –en Grandeza– quien, en cambio, es sensata, fuerte, dueña de sus propias ideas, independiente y preconiza una nueva feminidad.

Entre loables y mezquinas, las mujeres fueron retratadas, interpretadas y auscultadas por el maestro con esa mirada tan humana y tan perspicaz a la que nadie escapaba. Sus personajes femeninos son “reales”, en el sentido de que no proceden de un imaginario, ensueño, presupuesto o deber ser, tan frecuente en los escritores de todas las épocas. No son muñequitas de papel, no las quita y las pone; las retrata, las respeta y las conoce.
Cercano a las mujeres, el maestro Tomás alentó al grupo de muchachas escritoras que empieza a publicar en la revista Cyrano, en Letras y encajes, en otros periódicos y revistas de la época.

Corrían tiempos tramposos para las mujeres cuando Magda Moreno publica su primera novela (1948). En los países que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, las mujeres que pudieron con capacidad y eficiencia ocupar los puestos que los hombres debieron dejar en la industria y en el comercio fueron devueltas a sus casas tras el espejismo y la promesa de una vida de hogar feliz. El viejo demonio del “ángel del hogar” volvía desde la época victoriana a zumbar y  a aniquilar los sueños de independencia y autorrealización de las mujeres, vestido ahora de delantal floreado, uñas largas y perfectas, electrodomésticos flamantes y una sonrisa feliz de dientes blancos.

La vieja consigna de la mujer en la casa se aferraba con ahínco en estas batuecas. Las que trabajaban fuera del hogar lo hacían ponecesidad y las que estudiaban algo más que la secundaria eran unas “bachilleras” que ponían de cabeza esta Tacita de plata tan brillada por ellas. Ponían en peligro, de paso, la unión familiar, el alma del marido y la estabilidad de la sociedad. No era menuda carga. Pese a esto, el grupo de muchachas que se habían “arrimado” al maestro Carrasquilla en la década de los treinta y que, tal vez, se sintieron alentadas por él a escribir, logró publicar una obra de valor, como Sofía Ospina de Navarro, el ejemplo más notable entre ellas. Estaba también Magdalena Moreno, la desconocida y lejana Magda Moreno de quien se ha escrito tan poco y se sabe mucho menos.

​​​

​Corrían tiempos tramposos para las mujeres cuando Magda Moreno publica su primera novela (1948).​

​​​

Literatura escrita por la minoría

Guilles Deleuze y Fèlix Guattari desarrollan el concepto de “literatura menor” en su libro Kafka, por una literatura menor, para hablar de una literatura escrita por una minoría en una lengua mayor, una minoría que escribe en una lengua “ajena”. Sin embargo, en muchas oportunidades el término literatura menor se ha referido a obras que no tienen la envergadura canónica para ser juzgadas de grandes, que son “obritas menores”, sin muchas pretensiones o alcances. Obras como la de Magda Moreno y las de las otras escritoras de los primeros cincuenta años del siglo XX en Antioquia han sido catalogadas por la crítica oficial de esta manera.

​​​

​Las que trabajaban fuera del hogar lo hacían por necesidad y las que estudiaban algo más que la secundaria eran unas “bachilleras” que ponían de cabeza esta Tacita de plata tan brillada por ellas.​

​​​

Cuando se leen en conjunto o de una en una, la impresión es que las dos acepciones del concepto podrían fundirse: escribir para una mujer en una parroquia como era la Medellín de los cuarenta, en la que sus expresiones estaban dura y celosamente censuradas y controladas, debió tener los visos de tratar de expresarse en una lengua ajena. Minoría, al fin al cabo, sin derecho al voto, aún bajo la égida de la potestad marital, las mujeres debieron experimentar también la sensación de extrañamiento y de expatriación al escribir. Tal vez, por eso, se les recibía mejor un poema que una novela, asunto que se pensaba difícil y complejo para ellas. Y, tal vez, por eso sus producciones no fueron vastas y no se les concedió, en ningún momento, la categoría de obras importantes o fundamentales.

Magda entraba en su madurez cuando publica El embrujo del micrófono, en 1948. Sin embargo, hay registros de 1942 de artículos suyos publicados en la revista Letras y Encajes (1926-1959). Fue pariente de Tomás Carrasquilla y le sirvió de amanuense cuando el maestro ya no pudo escribir por sí mismo  Confiaba en ella y, a juzgar por los pasajes de la novela en donde su protagonista, María Cristina –quien había nacido en un pueblo, había llegado a vivir a Medellín y también trabajaba en la radio– conversaba con el maestro Rentería, (quien encarna a don Tomás), él le tomaba opinión y la oía con atención.

En El embrujo del micrófono, Magda Moreno retrata una época desde el punto de vista de su personaje femenino, María Cristina. Y aunque es una novela de amor con un final trágico, un amor trunco antes de realizarse, en todo caso el asunto amoroso pasa a un segundo plano y lo que resalta es, decididamente, la gesta de una mujer joven por abrirse paso en un mundo de hombres, el de la radio (¿la literatura?). Debe enfrentarse a la censura de sus parientes, a la incomprensión, al juicio, a sus inseguridades; debe afrontar problemas laborales, gremiales. De paso deja un retrato de una Medellín entrañable, que tiene de novedoso el que sea contado por una mujer. María Cristina es uno de los primeros personajes femeninos complejos escritos por una mujer en Antioquia y eso la hace interesante y digna de mayores estudios.

​​​

​En El embrujo del micrófono, Magda Moreno retrata una época desde el punto de vista de su personaje femenino, María Cristina. Y aunque es una novela de amor con un final trágico, un amor trunco antes de realizarse, en todo caso el asunto amoroso pasa a un segundo plano y lo que resalta es, decididamente, la gesta de una mujer joven por abrirse paso en un mundo de hombres.​

​​​

En la novela casi se siente la lucha interna de la escritora por decir correctamente lo que debe decir. Una lucha con el lenguaje, una búsqueda de una expresión propia. Es posible que la historia de amor ya conocida y socorrida por el Romanticismo, en el que dos niños que se conocían desde los juegos de infancia vuelven a encontrarse y se enamoran hasta el punto de concertar matrimonio; pero unos días antes de la boda, él sucumbe, en este
caso, en el Bogotazo del 48. Pero la novela tiene una fuerza inusitada en los preliminares a este encuentro. La verdadera escritora se demuestra en esos fragmentos de formación de la muchacha enfrentada a las dificultades de hallar un trabajo, de ocultarlo a la familia, de darse a conocer como la mujer que lee sabrosas crónicas por la radio.

Publicarla hoy es un homenaje a tantas que escribieron, tal vez en secreto; que quemaron las páginas por recato o por miedo y de las que hoy no quedan recuerdos. Esta especie de “arqueología” en la búsqueda de una filiación matrilineal literaria en Antioquia, se enriquece e ilumina con la presencia de Magda Moreno. Ella regaló a las diferentes generaciones una bella novela, escrita en clave, que permite conocer un poco más aquella época, abre a más preguntas y deja que se imagine a la muchacha inteligente que conversatímida, con “su” maestro.​​
Última modificación: 27/02/2017 17:21