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El Jordán: un siglo de memoria, diez años de rescate

​​​​​​Durante 120 años, la casa El Jordán, emblema y alegoría patrimonial de Medellín (barrio Robledo), estuvo de puertas abiertas. Hoy, tras una década de su cierre, la Administración Municipal quiere convertirlo en un Centro de Documentación Musical.

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Manuela Saldarriaga Hernández
Colaboradora


Dos años después de que el agrimensor Manuel de J. Álvarez y los hermanos Rubén y Román Burgos adquirieran un predio con más de mil metros cuadrados, en 1890, en el sector de Robledo (Medellín), situado en la calle 65 con la carrera 84, publicitaban en la prensa sobre una casa que no advertía salvaguardia ni auguraba un siglo en pie, pero prometía buena atención, duchas y descanso para los comensales, según esta publicidad del diario El Espectador, del 13 de junio de 1892:

“Casa de recreo y baños Robledo
Teléfono 169
Baños de natación. Baños de aseo
Duchas
Coche capaz para 8 personas
Servicio de mesa
Pidan el coche por teléfono, por ahora solo
vendrá al Puente de Colombia,
porque á causa del mal estado de ésto no
puede pasar por allí.”

El mito fundacional de la casa que en este lote construyeron, hoy conocida como El Jordán, y que hace parte del Inventario de Edificaciones de Valor Patrimonial de Medellín, expresa de voz en voz que, gracias a estar en una saliente clave, punto de circulación entre Medellín y el occidente de Antioquia, tuvo una naturaleza con aspavientos de guateque, tertulia y anís. Esto, además, por ser escenario o nudo de partida, encuentro y llegada de arrieros. La fábula representa, en algún sentido, una aprehensión ciertamente folclórica del recuerdo colectivo. 

Aun cuando no se desconoce en ese imaginario popular el valor arquitectónico y contextual del lugar, así como se reitera la aparición de personalidades o contertulios de alta estirpe que allí tuvieron sus noches al son del tango, también dirigentes de izquierda y poetas –aunque no el de alta pipa–; sí se ha rezagado un memorial más auténtico del sitio que posiblemente reivindica a este inmueble inestimable en su valor social. 


el-jordan.jpgSegún el investigador Luis Fernando González, por vocación arquitecto constructor, magíster en Estudios Urbano Regionales de la Universidad Nacional y doctor en Historia de la misma institución, y quien se ocupó de socavar y dejar testimonio del acontecer temporal de El Jordán, lo que ocurre, en principio,  es que se seguirá considerando como un centro recreativo únicamente.

“El Jordán es un lugar de memoria y de referencia urbana de Medellín. A partir de esto, se puede entender todo el proceso de reubicación del poblado de Anápolis en Robledo, la ‘Nueva Aná’. Conocerlo, en parte, es lo que ayuda a desestimar esos mitos urbanos: el de El Jordán como un lugar de tránsito y, por tanto, estación obligada de quienes salían hacia Occidente y de quienes llegaban, o como fonda. El Boquerón existía mucho tiempo antes, por ejemplo, y El Jordán, solo se estableció en 1890, formalmente en 1891, cuando todavía no existía Robledo”, introduce.

El camino hacia Occidente era, por supuesto, importante. Fue el enlace con Antioquia. El alto del Boquerón y San Jerónimo estaban en el itinerario. Sin embargo, Robledo aparece paulatinamente, después de que en 1880 la quebrada La Iguaná se desbordara y se ahogara la construcción del centro poblacional de Anápolis, el inaugural de Medellín, distrito de Aná o Tambo de Aná. Al quedar en pie solo la iglesia, y una que otra casa de la pequeña aldea, la gente se vio obligada a reubicarse y empezar a trazar un nuevo centro poblacional, lo que tomó tiempo. Las quebradas La Gómez, La Iguaná y La Corcovada permitían que el sector Robledo fuera propicio para la residencia, amén de poder generar allí una economía mediante el establecimiento de fábricas, según relata González.

Hay que decir, no obstante, que, en cuanto a lo doméstico, lo religioso antecedió con vehemencia. “La tradición oral, recogida en algunos textos, sitúa a El Jordán como el lugar donde se celebraron las primeras misas, mientras se construía la iglesia, llegando a señalarse que, durante mucho tiempo, la pila bautismal de piedra utilizada en los ritos religiosos de aquellos años, fue la misma que sirviera como poceta para lavar los vasos de los clientes del bar”, señala Luis Fernando González en El Jordán y la Casa Zea en la historia urbana de Medellín.

La procedencia y el trazado de ese nuevo asiento poblacional fue un litigio largo con intereses de corrupción –en palabras del arquitecto– y significó también el reconocimiento de rostros emblemáticos de la antioqueñidad: una cara bondadosa y amable, y una cara corrupta de la Administración Pública. “Manuel Uribe Ángel participó en el proceso de traslado de la población. En ese proceso es donde aparece Manuel de J. Álvarez, un avezado negociante aparte de agrimensor que construyó en sociedad con los Burgos un estadero de baños sobre un lote definido en las afueras. En Medellín, en esa época, había algo que se llamaba ‘baños de adentro’ y ‘baños de afuera’, que no eran más que los baños públicos. Esto vino a reemplazar a los antiguos charcos, y claro, con el crecimiento de la ciudad (si hablamos de Villa), los baños cumplían esa función de recreación…”.


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Años después fue cambiando la cosa con la llegada del tranvía. Robledo se consolida orgánicamente como un lugar de fábricas a inicios del 20, también de talleres y de obreros.​

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Los baños, como establecimientos públicos en el recinto urbano, tal como otros construidos en las afueras, El Edén, por ejemplo, hoy Jardín Botánico, y el Amito, en El Bermejal, hoy Aranjuez, cumplían con ciertas características que bien podían atraer a un público en particular. Hubo otros baños centrales representativos, pero, El Jordán, como restaurante y como establecimiento que ofreciera recoger gente en coche manejado por caballos –como se registra en el mensaje de pauta en prensa–, en donde quienes llamaban al teléfono, una línea con el número 169, solicitaban el servicio, hace que el historiador se pregunte: “¿Quiénes tenían teléfono y quiénes podían llamar a un carro, con servicio de mesa, y baños denatación en esa época? ¿En 1892 quienes podían hacerlo? ¿Arrieros? No era una fonda precisamente. Había sido pensado para una élite que tenía el poder adquisitivo”.

Llegó el tranvía 

Años después fue cambiando la cosa con la llegada del tranvía. Robledo se consolida orgánicamente como un lugar de fábricas a inicios del 20, también de talleres y de obreros, lo que produjo que el tipo de público que empezara a concurrir convirtiera al lugar en uno más popular. “El tranvía genera una nueva dinámica de sociabilidad y llegan otros grupos habitacionales a los entornos aledaños donde se instalan varios baños, cantinas y estaderos. La importancia económica de Robledo era relevante para Medellín, debido a la ubicación de estas fábricas y el representativo grupo de obreros que ocupaba, lo que hizo necesario mejorar las condiciones de acceso, primero por una carretera que estaba siendo construida hacia 1884. Pero, años más tarde, con el aumento de las actividades económicas a principios del siglo XX la demanda fue mayor, de ahí la construcción de la línea del tranvía, la cual fue inaugurada el 12 de octubre de 1924. Los rieles del tranvía llegaban hasta la esquina de El Jordán”, anota Luis Fernando González en El Jordán y la Casa Zea en la historia urbana de Medellín. Quiere decir que, luego de inaugurado El Jordán, pasaron 34 años para que este adquiriera esa connotación contundente de aparente verbenera.

Bien es cierto que los dirigentes de los que se habló anteriormente tenían esta inclinación política de izquierda, puesto que los Burgos tenían una inclinación, con lo que no había sospecha ni novedad. En Colombia, de acuerdo con el académico, no se podían desligar los procesos políticos de los procesos sociales. Basta el ejemplo de la Plaza Cisneros. La sociedad se convulsionó y se movilizó alrededor de los partidos de la revolución en marcha nacional, y esto hace que, después de la violencia bipartidista, muchos asuman una postura y la manifiesten en su manera de relacionarse. Adicional a esto, viene un momento en que el crecimiento de la ciudad generó nuevos espacios de encuentro para intelectuales que, por demás, van hallando otros cuando los expulsan del Centro. En esa época avanzada de la segunda mitad del siglo XX Robledo es un vividero bueno, que atraía a escritores, pintores y académicos, como Barrio Antioquia, Belén y Carlos E. Restrepo, únicos para escuchar tango.

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Antes, no se olvida la presencia de Alfonso López Pumarejo, Enrique Olaya Herrera, Eduardo Santos y Jorge Eliécer Gaitán. Luego, cuando ya era más una cantina, entre literatos, artistas e intelectuales tampoco se olvida a Manuel Mejía Vallejo, Óscar Jaramillo, Elkin Restrepo y Orlando Mora. También se sospecha que por El Jordán había pasado De Greiff, pero puede que sea un mito, puesto que el poeta prefería baños en el Centro y, más tarde, lo que fue de conocimiento público, tertulias en el Café La Bastilla, en compañía del grupo que precedía, Los Panidas. No se tiene noticias de que sus visitas a El Jordán sean ciertas.

Es claro, con todo, que estos últimos hacen parte de un contexto más próximo, el del siglo XX. El Jordán, pues, como un espacio para baños de recreo heredado por los descendientes de sus propietarios, los Burgos, en el transcurso, de manera repentina hizo las veces de capilla para eucaristía, convocó a un cuerpo gubernativo que fue bien atendido y, paulatinamente, la índole de un lugar de reunión con anhelos de buen donaire fue mutando hasta alcanzar un irremediable destino de bar, sin más y, antes de su ocaso, se convirtió en bien de interés patrimonial. Luego parecía una figura arquitectónica “fantasma”.

El ocaso

Valga decir que una investigación cuidadosa se presentó como imprescindible en adelante. Como inmueble icónico, en 2010, los herederos Burgos cierran lo que quedó de El Jordán luego de ofertas de compra y cancelaciones de providencias administrativas. Es en 2012 cuando definitivamente expropian por el 75 por ciento de la propiedad y, en octubre del mismo año, con el 25 por ciento restante, es adquirido por la Alcaldía de Medellín en su totalidad. Lo recibe la Secretaría de Hacienda, en principio, y en febrero de 2013 el inmueble pasa a manos de la Secretaría de Cultura Ciudadana que inicia gestiones para su recuperación. La Fundación Ferrocarril de Antioquia es la encargada de la restauración o rescate arquitectónico y Luis Fernando González es quien asume la responsabilidad, como se ha expresado, de consolidar una investigación cuidadosa de consulta.


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Como inmueble icónico, en 2010, los herederos Burgos cierran lo que quedó de El Jordán luego de ofertas de compra y cancelaciones de providencias administrativas.

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Dicha investigación no solo permite dilucidar de manera específica las transformaciones, sino también indagar sobre el valor artístico de cada una de las composiciones o murales que, junto con la casa, comunican memoria. El restaurador mexicano Rodolfo Vallín, que se ha concentrado en temas de pintura mural durante más de 30 años, indagó para la Fundación Ferrocarril, y en compañía de González, por las pinturas que en las paredes de la casa El Jordán se fueron ajando de manera simultánea con la estructura de tapia y bahareque. Él, que recibió la Orden al Mérito Cultural por parte del Ministerio de Cultura de Colombia en 2009, es reconocido como uno de los mejores restauradores de Latinoamérica y con innumerables aportes a la conservación, restauración y rescate patrimonial colombiano (también consultor de la Unesco), consigna para la investigación de González un informe con apreciaciones estéticas e históricas de ese registro ornamental.

El Angelito: vino puro de uva, del muralista José Ibáñez, que se alza generoso en el salón principal de El Jordán, aún hoy, con un claro riachuelo y montañas alrededor; o el caso del mural de la cerveza Kartaverde, sin mucha especulación, traducen una publicidad comercial que se arraigó en Medellín en la época de 1920 y que podía verse, en adelante, en sectores populares como en otros más selectos. Además, la pintura promocional cuando entró en apogeo, esa pintura mural de cantinas, fue un arte no menor y evocador consolidado en Medellín en toda la primera mitad del siglo XX.

A pesar de que la fachada no se recuperó en temas de muralismo, quedó consigna del estudio de la misma. Este predio, de hecho, vio su anochecer de una manera ligera y se vivificó pese a malos augurios: después de cierto impase con la familia heredera (puesto que el bien no podía capitalizarse emocionalmente), y cuando cupo en manos de la Secretaría de Cultura Ciudadana, el Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres (Dagrd) arrojó una primera evaluación relacionada con emergencias y eventos desastrosos catalogando el lugar como uno con “alta probabilidad de colapso ante fenómenos naturales tales como cargas sísmicas o eólicas (…) Con una patología severa, con degradación de materiales y baja capacidad mecánica. Altamente desfavorable su funcionalidad y se compromete notablemente la estabilidad de la casa, debido a la pérdida de resistencia, rigidez y resiliencia”. El informe (2012) concluye que la casa necesitaba una intervención, puesto que si no lo hacían podían correr riesgos, incluso, las construcciones aledañas.

La adquisición de esta casa, ubicada en la comuna 7 de Medellín, con seis módulos habitacionales, fue un proceso que no tardó mucho. El acercamiento de la municipalidad y la Fundación Ferrocarril de Antioquia, encargada de su restauración, así como de la investigación, fue gradual. Entendían que estaban frente a una obra con mayor valor afectivo que económico, por lo que los arquitectos debían tomar decisiones en torno a los hallazgos históricos, amén de tener en cuenta ciertos criterios de diseño para que esta casa no perdiera valor estético y sentimental, como flanco de la historia urbana de Medellín.
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Entendían que estaban frente a una obra con mayor valor afectivo que económico,
por lo que los arquitectos debían tomar decisiones en torno a los hallazgos históricos,
amén de tener en la cuenta ciertos criterios de diseño para que esta casa no
perdiera valor estético y sentimental.

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Centro de Documentación Musical, el futuro del pasado

Estuvo planeado en el período administrativo de Medellín de 2012 a 2015 construir en El Jordán una de las cuatro Casas de la Música de la ciudad como parte de la línea Ciudad Escuela. En el proyecto se destinarían recursos del fondo Medellín Ciudad para la vida, un músculo financiero que entró a partir de la venta Une-Millicom y con el que la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín reforzaría algunos de sus proyectos planeados y otros en ejecución, tal como lo hicieron otras dependencias.

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Hoy, debe estar claro, la intervención se concentra en la consolidación de un Centro de Documentación Musical que ocupa los complejos habitacionales de El Jordán, sin inclusión del lote aledaño en el Sector Robledo. Inclusive, durante la adquisición del predio principal, se expropiaron cerca de 13 estructuras habitadas que se alzaban a su alrededor. El Concejo de Medellín será el encargado de decidir el destino del terreno colindante que había estado dentro de las coordenadas de la gerencia pasada. Inicialmente, a principios de 2015, María del Rosario Escobar Pareja, quien fuera entonces la secretaria de Cultura, aseguró que la inversión estaría por 1.500  millones de pesos y abonarían después otros 5.000 millones en proceso de afianzamiento.

Juan Carlos Sánchez, subsecretario de Bibliotecas, Lectura y Patrimonio de Medellín, de la Secretaría de Cultura Ciudadana, ha expresado que la inversión real fue de 2.500 millones de pesos, cifra de inversión de fondos concursables, y que este complejo se apoyará en convocatorias públicas para todos los temas de su activación cultural, lo que quiere decir que además de la inversión en su restauración, tendrá una programática acorde con las propuestas participantes en estímulos de arte y cultura financiados por la Administración. Además, ya no como Casa de la Música, sino como Centro de Documentación Musical, será operado por el Sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín que tiene una bolsa, en 2017, de 16.000 millones de pesos.


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La Administración vigente entregará a la ciudad un bien patrimonial con sus puertas abiertas de nuevo y será un referente cultural de doble vía.​

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La Administración vigente entregará a la ciudad un bien patrimonial con sus puertas abiertas de nuevo y será un referente cultural de doble vía, según expresa el subsecretario: “Un primer objetivo asociado a temas de investigación y de consulta, porque la tipología del bien es crear un centro de documentación musical. También cumple con la responsabilidad asociada a los temas de participación ciudadana. Tendrá un trabajo de inclusión comunitaria que permita que la gente se apropie del lugar, y del patrimonio fonográfico”.

el-jordan2.jpg​Medellín ya cuenta con algunos centros de documentación musical. De hecho, EAFIT, la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia y la Biblioteca Pública Piloto albergan un archivo fonográfico significativo. La idea, pues, es que en El Jordán, según expresa Santiago Arango, que es quien se hace cargo de afinar la propuesta artística y académica del sitio y ha sido designado por la Subsecretaría, es que, si bien podrían reunir la música que se escuchaba en El Jordán o parte de esta (1891 hasta la de 2007) mediante donaciones, tal vez sea mejor pensar en un enfoque temporal más próximo, como, por ejemplo, organizar un archivo con todo lo que ha surgido producto del Festival Altavoz o de Medellín Vive la Música.

Sánchez coincide con lo anterior, aunque no ignora la importancia de que la oferta incluya tertulias relacionadas con música añeja de gran valor. La Administración tiene el propósito de que este Centro de Documentación sea también museo fonográfico para extranjeros y destino interesante en el circuito de turismo en la ciudad.

El Plan de Ordenamiento Territorial actual integra una línea alusiva a equipamientos como El Jordán en donde la lectura, la escritura y la oralidad deben tener una aplicabilidad definitiva. Arango considera que allí, además de una agenda cultural formativa y comunitaria, con jornadas académicas, habrá un elemento digital preponderante. Se piensa que el Festival de Tango o el Festival Altavoz puedan tener tarima para diálogos y para socialización de todo a lo que la convocatoria respecta, en el caso del último, y gran parte de la socialización de los libros del Fondo Editorial de la Secretaría de Cultura Ciudadana.

A finales de este primer semestre serán las primeras aperturas, visitas guiadas y controladas en donde la comunidad del sector pueda conocer a plenitud el porqué de las intervenciones y la voluntad pensada para cada una de sus habitaciones, un recorrido casi de manera museográfica, en donde el reconocimiento de la restauración del bien patrimonial será lo esencial. En adelante, El Jordán tendrá una agenda permanente para actividades de equiparable formato, recaudará donaciones musicales y establecerá una línea temporal fonográfica para ser referida en el ámbito de ciudad y en la industria creativa cultural de Medellín.​