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El Eafitense / Edición 112 Skip Navigation Linkstiempo-silencio No ha llegado el tiempo del silencio

No ha llegado el tiempo del silencio

​​​​​​Acaba de tocar una serie de tres conciertos. Que se despedía, dijeron, pero no. La maestra Blanca Uribe Espitia todavía no ve dibujada la figura del silencio en su pentagrama.

Mario Alberto Duque Cardozo
Estudiante de la maestría en Escrituras Creativas de EAFIT

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Tiene apenas 11 años. Acaba de interpretar el Concierto en Re Mayor para piano y orquesta, de Haydn. El público en el Teatro Ópera ¿aplaude? No, ovaciona. Interpretación magnífica, dice la reseña del concierto en el diario. Consagración como artista, anota el artículo de prensa. La niña pianista, la llaman. Es marzo de 1952. Un par de meses antes, en Bogotá, había recibido esa misma admiración, las mismas palmas batiéndose ruidosas en el Teatro Colón.

Fue el piano el que me eligió, asegura ahora, a los 77 años y tras tantos conciertos como es posible concebir. Busca el recuerdo y lo trae al presente: las fiestas en la casa de su abuela, los hermanos Uribe reunidos, los amigos, la música. Su papá —¡Cómo lo adora!, se le nota. ¡Qué gran músico era!, dice— se pone al saxofón y le saca un par de notas, suficientes para que ella se emocione toda. Había guitarras, flautas, violines y vaya uno a saber cuáles instrumentos más en cada convite. Pudo haberse enamorado de cualquiera de ellos: de los de viento, de los de cuerda,  de los de percusión... Pero yo siempre llegaba a una casa y me paraba al lado del piano. Se estaba quieta, viéndolo tocar, sintiéndolo, embelesada por el sonido, por las teclas.

—Bueno, parece que a la niña le gusta el piano —dijo la madre.

—Piano será, entonces —respondió el padre. Pone los dedos sobre el escritorio de su oficina y los pasea sobre la superficie como si lo que tocara no fuera aglomerado sino el marfil de aquel piano vertical que quién sabe de dónde sacó su mamá y en el cual la abuela le impartió las primeras lecciones. Viejo, bellísimo, evoca.

tiempo-silencio2.jpgHasta aquí puedo enseñarle yo, dijo la abuela, pero la niña quería y podía más. La memoria le trae sin problemas los nombres de quienes le revelaron los secretos escondidos entre madera y macillos. Es que tuve muchísima suerte, porque todos mis profesores fueron muy buenos: Elvira Pardo de Escobar, en Bogotá; el maestro Pietro Mascheroni, en Bellas Artes, ya en Medellín; doña Lucía Manighetti, quien le cambió el rumbo o quien se lo terminó de dar, mejor. 

Porque fue por ella, por la maestra Manighetti que Blanca Uribe Espitia está ahí, el piano en silencio esperando su entrada. Es, de nuevo, 1952. El Teatro Colón lleno, primero; el Ópera repleto, después. No recuerdo haber tenido terror, como lo siento ahora, que quiero irme corriendo antes de salir al escenario. Tiene clara la imagen, sí, de su madre angustiada porque sonaban los violines y los chelos y ella nada que ponía los dedos sobre el teclado. Mi mamá, tan nerviosa, pobrecita, se asustó cuando la orquesta empezó a tocar y yo nada que entraba. ¡Qué segundos largos, Dios, y la niña nada que toca! Y entonces la niña entró. Vivace. Un poco adagio, Rondo all’Ungarese. Y luego los aplausos, todos.

Música y soledad

¿Cuántas veces se habrá repetido la escena? El piano esperándola, con o sin orquesta. Y, de pronto, ella en el escenario y cientos de aplausos que la acompañan en su camino al instrumento. Lo mismo cuando tenía 11 años, que 23, 36, 40 o 76, siempre es lo mismo. Tal vez hay más cariño ahora, más admiración.​Camina, hace una reverencia, agradece, sonríe al público (porque si hay algo que acompaña es la sonrisa y la risa, también), se acomoda en la banqueta y, antes de empezar a perseguir las notas con los dedos, presionando aquí, soltando allá, anuncia, De Luis A. Calvo, el vals Gentleman. Y, entonces, toca.

Y está sola, como cuando, con 13 años, abrigo rojo y sombrero azul, aterrizó en el aeropuerto de Miami (Estados Unidos) para empezar el largo viaje musical que la llevó de ser una niña talentosa a convertirse en la maestra Blanca.

Había que leer el diario de la época. Jueves, 26 de noviembre de 1953. Sección Ecos y comentarios (El Colombiano). Página cinco. La nota va firmada por Ra-Vel.

Con especial satisfacción registramos el viaje que acaba de emprender la joven pianista Blanca Uribe E. a los Estados Unidos, en donde seguirá un curso de piano bajo la dirección de un renombrado profesor. Pero la satisfacción es doble por el hecho que tendrá buena y saludable repercusión en nuestro ambiente cultural y por el sabio precedente que deja sentado.

Y ella, en cambio, varada en inmigración. Alguien, algún funcionario despistado, marcó en los papeles de ingreso que la niña Blanca Uribe Espitia era portadora de una ameba contagiosa. Le dieron dos opciones. La primera: devolverse por donde vino. Después de la gran despedida que me hicieron, de la niña pianista y la prensa, volver el día siguiente diciendo que tengo amebas, eso no era posible.

La alternativa era ser recluida en un hospital. Cinco días le dijeron. Fueron diez. Resolvieron enviar un telegrama a Colombia,  escueto como todos los telegramas: Familia Angulo invitome a su casa, pudo haber dicho. A que no adivinan dónde estoy, les escribió a sus padres en una carta que envió desde su reclusión en el pabellón de enfermedades contagiosas.

Pero ese viaje empezó antes. Empezó, también, en aquel concierto del Ópera.

— ¡Ay, la tiene que oír Diego, la tiene que oír Diego! —le dijo doña Sofía Echavarría Misas, la presidenta de la Orquesta.

Y la oyó. En el teatro, primero. A mí me volvió a invitar la orquesta a tocar en 1953. Fue un concierto a principios de año y ahí, entre el público estaba don Diego, Diego Echavarría Misas. Toqué una obra de Mendelssohn y él fue con la niña a saludarme y me invitó a su casa.

Hasta Sucre arriba, ya llegando a la iglesia de Manrique, llegó la limusina para llevar a Blanca a El Poblado. Ya te podrás imaginar esa llegada al Castillo. Esas cosas sí no se olvidan nunca. Los conciertos sí. Pero eso: ¡las fuentes, Isolda, doña Dita! Estaba además un chelista que venía mucho a Colombia, Adolfo Odnoposoff, con su esposa, pianista. Le pidieron que tocara y tocó. ¿Qué? La memoria no le trae el recuerdo completo.​​



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​​​ ​​ Si la vida viniera con banda musical, en alguna parte alguien haría sonar la Suite Iberia de Albeinz​

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Recuerda Blanca que su mamá habló con el filántropo. Le contó de su tío en Kansas, del conservatorio, de las dificultades de enviar para allá a la niña pianista. Y don Diego, el apasionado por Mozart, por Beethoven:

—Arréglenle el viaje, que yo me hago cargo. Y con el viaje, la soledad ganó una discípula y el piano una maestra. Yo toda la vida he estado sola, pero no me he sentido sola. He tenido grandes colegas, maravillosos amigos. ¿Se siente sola aún? Ya no tanto, porque desde que me regresé a Colombia estoy rodeada de sobrinos, de hermanos y de hijos putativos.

Pero esos años en Kansas, esos años en Viena (que sumaron una década de estudios, patrocinados todos por Diego Echavarría Misas), esos años por fuera (más de 50, con regresos a menudo), los palió con libros y con el apoyo de la familia. Y con Schubert, Debussy, Haydn, Chopin, Stravinsky, Schumann, Mendelssohn... ¿Escoger uno preferido? Difícil, no tengo uno. Suelo pensar que la obra que estoy estudiando es mi preferida, ya vendrá otra. Tocar todas las sonatas de Beethoven me da una relación especial con él. Pero me encanta Mozart, me encanta Chopin. Y tarde en mi vida descubrí la música española y me encantaba tocarla.

Si la vida viniera con banda musical, en alguna parte alguien haría sonar la Suite Iberia, de Albeinz, darle play a las grabaciones que ella hizo en Londres, reproducir el LP, hacer girar los reel-to-reel que la maestra guarda en su casa en El Retiro (Oriente de Antioquia).

tiempo-silencio.jpgEl eterno retorno

Es 20 de septiembre de 1971. Blanca está en Medellín para cerrar con su interpretación el Festival Musical de la ciudad. No tocó. En cambio, marchó en una multitud, vestida de negro, acompañando a Benedicta Zur Nieden de Echavarría, a doña Dita, a la viuda, como los acompañó en Cleveland, en donde quemaron los últimos cartuchos intentando salvar a Isolda.

Recuerda ahora que habló con él esa tarde de su secuestro, aquel 8 de agosto lejano en el tiempo. Recuerda también que doña Dita le dijo: sé que te tienes que ir. Yo entiendo que te tienes que ir. Vete tranquila. Si algo pasa, no te devuelvas para Colombia. Pero ahí estuvo, en el cortejo fúnebre despidiendo a su mecenas, a su amigo.

Él estaba en Viena cuando yo me gané un concurso, evoca la maestra. Es que lo que ellos hicieron por mí no hay manera de retribuirlo. Con la música, quizá.

Es 15 de octubre de 1973. En la página cinco del diario El Colombiano, en la sección Notas Culturales firmada por Gabriel Villa Villa, invitan a un concierto de la genial pianista colombiana en el Pablo Tobón Uribe antes de viajar a Europa a cumplir importantes compromisos artísticos en Alemania, Inglaterra y otros países. Hay entusiasmo en el público melófilo de Medellín, escribe el articulista.

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​​​ ​​ Cuando volví de Estados Unidos la primera vez aterricé en el Olaya Herrera y vi esa belleza de montañas, que en ese entonces no estaban llenas de casas. Siempre habían estado ahí, pero solo entonces las vi de verdad, y desde ese momento fueron como una añoranza.​

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Es 25 de julio de 1983. El diario anuncia que Blanca Uribe tocará en el Pablo Tobón Uribe a favor de Medicáncer. Valor de las boletas: $800, $600, $400 y $200. Soy una esclava del piano, titula una entrevista con la maestra en esa misma edición. ¿Lo es aún? Le he ido mermando un poquito. Es que este no es solo un trabajo intelectual, de conocer, de estilos... Es un trabajo físico. Los conciertos me los sé, los tengo aquí, en la cabeza, pero hay que estudiarlos. Pero eso también lo hace interesante.

Es 12 de julio de 1985. La pianista ha vuelto a la ciudad para el Concierto No. 7 de la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Se celebran los 40 años de esta institución. El programa, que la tiene como solista, está compuesto por la Obertura para un festival académico. Op. 80. de Brahms; Concierto N° 4. en Sol Mayor, Op. 58. para piano y orquesta, de Beethoven, y la Sinfonía N° 4. en Fa Menor. Op. 3​6, de Tchaikovsky. Blanca Uribe lleva ya 32 años fuera de Colombia.

Es 5 de marzo de 1991. La página Cultural del diario anuncia el concierto a cuatro manos de Blanca Uribe y Harold Martina en el Teatro Metropolitano. Interpretarán a Mozart y Stravisnky.

Es 15 de agosto de 1996. Hay un homenaje musical para el crítico de cine Luis Alberto Álvarez y la encargada del recital es Blanca Uribe.

Es 17 de octubre de 2002. ¡Qué manera de estar presente, Blanquita! En la foto se la ve sentada junto a Teresita Gómez, ensayando para el concierto de celebración de los 50 años del Teatro Pablo Tobón Uribe.

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Es 23 de febrero de 2017. El maestro Andrés Orozco dirige. La orquesta es la Filarmónica de Bogotá. La pianista es Blanca Uribe. Dijeron que eran sus conciertos de despedida, pero no, imposible, no puede. Acusa cansancio, es cierto.​

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Tocaba más lejos de su tierra, sin duda. Como aquella vez que se presentó con la Orquesta de Filadelfia. O aquella otra con la de la Radio de Berlín, cuando las emisoras aún tenían sus propias orquestas. Allí toqué uno de los instrumentos más bellos que yo he tocado. Fue el cuarto concierto de Beethoven.

Pero le hacía falta Medellín. Cuando volví de Estados Unidos la primera vez aterricé en el Olaya Herrera y vi esa belleza de montañas, que en ese entonces no estaban llenas de casas. Siempre habían estado ahí, pero solo entonces las vi de verdad, y desde ese momento fueron como una añoranza. El camino de regreso a la ciudad estaba sembrado con migas de pan de la docencia.

La maestra

Ahí está la alumna de Elvira Pardo, de Mascheroni, de Lucía Manighetti, de Wiktor Labunski, de Richard Hauser, de Rosina Lhevinne, de Martin Canin. La estudiante de la Academia de Música y Arte Dramático de Viena y de la Escuela Juilliard de Nueva York es ahora docente.

Estoy dando clases desde 1968. Empecé en una escuela que era para niños de 4 a 80 años, decía su director. Necesitaba un trabajo y admito que no empecé como maestra por pasión, pero ha sido una pasión que ha crecido conmigo.

Compartió su saber en el Vassar College de Nueva York, en la Universidad de Nueva York y en la Escuela Eastman de Rochester. Y ahora, en EAFIT. La tentó con un par de clases magistrales la maestra Cecilia Espinosa Arango, cuando la Universidad abrió su programa de Música. Y Blanca, que siempre pensó en volver, en vivir entre montañas, cayó en la tentación y aquí sigue.

Es 23 de febrero de 2017. El maestro Andrés Orozco dirige. La orquesta es la Filarmónica de Bogotá. La pianista es Blanca Uribe. Dijeron que eran sus conciertos de despedida, pero no, imposible, no puede. Acusa cansancio, es cierto.

La música de cámara, con colegas, con violín, con chelo... Eso uno lo puedo dejar. Me encanta sentarme al piano a estudiar. Me gusta estar con el instrumento, pero a veces quiero hacer otras cosas. Leer, pasear a Sisi y a Eco. A pesar de tocar durante tantos años, la memoria... Hay que concentrarse más para que no se nos olvide nada. Yo, que me paso buscando las gafas todo el día.

Pero cede, se deja convencer y vuelve al escenario. Estudié con tantísimo placer. Y sí, fue una sensación muy bonita, una energía muy bonita sentir otra vez al público. 

​Vuelve a poner los dedos sobre el escritorio, piano, pianissimo, pianississimo.​

Sus lecturas

¿Cómo se escapa uno de la soledad? Leyendo. Ese es un camino. La maestra Blanca Uribe lo descubrió y lo anduvo. 

“La primera vez fue en el colegio, en Estados Unidos. Tal vez estaba en primero o segundo de bachillerato. Se me apareció Dickens, se me apareció Grandes esperanzas”. Y siguió leyendo. Se tragó completo al buen Charles.

En Viena no paraba de leer en inglés. Y luego intentó leer en alemán. “Iba al Burgtheater, que es una belleza, para ir a ver las grandes obras: Goethe, Schiller... No entendía ni la cuarta parte, pero era un gusto oír el idioma”.

La lista se le hizo larga. “Empecé a leer cositas: Stefan Zweig. Me quedé como seis meses leyendo un par de páginas de Thomas Mann. Herman Hesse. García Márquez. Laura Restrepo. Me enamoré de Gardeazábal hace muchos años. Agatha Christie. Me acuerdo de los rusos, de leer El maestro y Margarita, de Bulgakov. Y de Dovstoievski, también. Para que vea que era sofisticadita de vez en cuando. La hija de Galileo, de Sobel. ¡Qué libro tan bello!”.​