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​ DES-Movilizado

Juliana Londoño Noreña 


De niño capturaron a su madre por tráfico. Robó en los Llanos Orientales cuando era joven. Estuvo ocho años en las Autodefensas. Participó en el Bloque Metro. Hizo parte de los clanes más sanguinarios de Colombia. Fue comandante de pueblos. Asesinó a un sinnúmero de personas (algunas de ellas inocentes) y conoció el infierno en prisión.

¿Qué hace un hombre con su vida después de pasar 13 años en la cárcel?

Pequeña solía ir a misa y no entender algunos de los mensajes. Especialmente recuerdo la parábola del hijo pródigo, un hombre que huyó para derrochar la herencia de su padre. Después de haberlo perdido todo, vuelve a él sumido en la miseria y el arrepentimiento, y para su sorpresa, es recibido con festejos inusuales provocando el enfado de su hermano ajuiciado. Recuerdo tomar el lado de este último y pensar: “¿cómo así que alguien que ha decidido comportarse mal será bendecido con dotes en su regreso, por encima de quien ha hecho las cosas bien? Qué injusticia.”

Al parecer lo que necesitaba para entenderlo era conocer al hijo pródigo en persona, uno que no recibió todo el patrimonio que corresponde según las escrituras, pero que sin duda ha recibido todo el rechazo de su hermano. Así fue como la curiosidad me llevó a Iván, un desmovilizado de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).

Cuando agendamos una cita, mis allegados me sugerían ir acompañada mientras me preguntaban constantemente si no me daba miedo. La palabra desmovilizado contrajo una especie de matrimonio con el aspecto de un hombre violento que seguramente querrá hacerte daño.

Quedé en encontrarme con él a las 2 p.m. en una sanduchería al lado del restaurante donde trabaja actualmente como steward (oficios varios en la cocina). A la hora en punto, el hombre que tiene como imagen de perfil en whatsapp una frase que dice “estoy loco, pero al menos no soy falso”, me escribió: “ya estoy aquí, muy puntual”. 

"Buenas tardes señorita” me saludó mientras me extendía la mano de un cuerpo de unos 170 centímetros de altura, con cabeza rapada y cachetes dignos de pellizcar, soportados por una sonrisa y dos ojos brillantes de 40 años que le hacían juego. Nos sentamos y empezamos a mirar la carta descuidadamente, entretanto Iván ya me estaba contando su vida, “mi cabeza es un libro” me dijo.

Un libro que anteriormente fue máquina. “Éramos máquinas de matar, zombies que no preguntaban por qué” decía Iván. Por sus condiciones había sido programado desde la infancia: una madre ausente en un ambiente gobernado por los “Masetos” (militantes del Meta), un cuñado comandante paramilitar, hermanos distantes y aperitivos de municiones, muertes y armas en todas las comidas. Su hermana lo sacó de la casa a vulgaridades por compartir con la ilegalidad.

En ese momento, con apenas la mayoría de edad, se unió a las AUC del Casanare junto al grupo de los Buitragueños, “recuerdo pensar ‘¿Quién me llorará?, mi madre será, pero nadie más’”, se lamenta Iván con voz de abandono apagando la chispa que caracteriza su hablar. En ese entonces se ganaba 150 mil pesos mensuales, salía cada año del monte sin esperanzas de reunirse con alguien o de cambiar de rumbo. “Uno de pelado no miraba más allá, no pensaba en irme para otro lado, yo tenía grabado ese chip, que así como llegaban los extraños al pueblo de uno y los mataban, así uno llegaba a otro pueblo y lo mataban”.

Irónicamente, la persona que lo entregó a las autoridades no era ninguna extraña: fue la madre de su hija. Reconoce que su error y el de cualquier persona al margen de la ley fue tomarse fotos con camuflados y fusiles. “Las guardé en la casa que vivía con ella y me robó una foto con la que me denunció en la SIJIN. Todo por celos”. Celos por otra mujer de la que se enamoró cuando se fue a trabajar tiempo atrás en el Bloque Central Bolívar para alejarse de las groserías y malos tratos que la denunciante le daba. Fue por su amada, por su hija y por su madre que pudo soportar la cárcel. Al igual que el hijo pródigo, solo al terminar en el fango junto a los cerdos, conoció el verdadero arrepentimiento, “hubo momentos en que no quise más nunca despertar” recuerda Iván al contarme cómo un culto cristiano cambió su vida.

“La cárcel no fue tiempo perdido. Fueron momentos valiosos porque aprendí el calor del ser humano, aprendí a valorar las personas: un hijo o un amigo. Aprendí a ser buen compañero, aprendí a pensar con la cabeza, a analizar las cosas y hacerlas bien”. Acercarse a Dios cuestionando por qué la muerte aún rozándolo todavía no lo había reclamado, lo hizo cambiar. “Dios me reprendió con la cárcel como se reprende a un hijo para que despierte… tantos compañeros muertos”. Pasó de vender perico y marihuana a hacer una técnica en lácteos y vender yogures a los presos, porque para él “vender droga era vender muerte, seguir delinquiendo”. Y desde ahí ya no paró de estudiar, cursó una técnica en cría de peces, otra en panadería y otra en Derechos Humanos; historial que le hizo merecedor de confianza ante la magistrada que lo juzgó bajo la ley de Justicia y Paz.

Fue así como Iván entró en la ruta de reintegración obligatoria que propone la Agencia Colombiana para la Reintegración, (actualmente Agencia para la Reincorporación y Normalización-ARN). 

Esta ruta le exige cumplir con requerimientos como 80 horas de servicio social, dos asistencias al mes a la psicóloga, reparación de víctimas, entre otros. Si llegase a incumplir alguno de ellos, una orden de captura sería expedida nuevamente.

Pero Iván no es de los que incumplen, pues como dicen sus compañeros “Iván se gana a la gente”. Cuando estaba en las AUC fue comandante de un corregimiento llamado Malena, eran felices con él; reunió a la gente para cortar la maleza, limpiar panales, arreglar colegios, hasta conseguir maquinaria para construir un puente de paso para la escuela de los niños. “Cuando me fueron a sacar de allí recogieron más de 500 firmas para que no me fuera”, aseguró. Yo lo escucho y le creo, mientras me genera una confianza de familiar cercano, como aquel al que le puedes confiar un secreto, al que le pedirías un consejo porque sabes que no te vendería un cuento barato, sino que te hablaría desde el corazón.

En el restaurante donde trabaja ha sido igual que en Malena, con la diferencia de que cambió de chip. “Ya ese chip lo quemé, ya como que la guerra no, eso no va conmigo” dice Iván con mirada de niño que sueña, y me es imposible imaginarlo con un arma en sus manos.

Sin embargo, admite que este cambio no hubiera sido posible sin el apoyo de la psicóloga de la ARN. Me comparte cómo ella además de ayudarle a conseguir trabajo, se convirtió en su amiga y confidente. “Uno en la cárcel es un perro bravo, siempre a la defensiva” relata Iván la actitud que no le fue de gran ayuda al llegar a la ciudad. Fue esta profesional quien le ayudó a adaptarse al medio, a controlar sus emociones, su mal genio, a jugar los roles que impone la sociedad, aunque él los considere en ocasiones teñidos de hipocresía.

Los efectos de este vínculo se reflejaron en su trabajo. Allí se encontró con la tercera mujer que lo invadió con malas palabras, la chef principal, pero en vez de huir como lo hizo de su hermana y de la madre de su hija, apeló a sus conocimientos humanitarios haciéndole frente a su maltrato. “Le dije: ‘respete, no puede tratar a sus subalternos a las patadas, a las personas hay que escucharlas y valorarlas’. Hoy en día somos amigos”.

Ha ganado muchos amigos, aunque a la mayoría de gente que conoce no le dice que fue ex combatiente. “Es como todo, Dios te pudo haber perdonado, pero la gente no olvida a pesar de que uno está haciendo las cosas bien, el doliente no olvida, el doliente está ahí”. Reconoce que estuvo meses desempleado, le cerraban las puertas en todas las empresas cuando veían sus antecedentes así cumpliera con el perfil, pensó en volver a la oscuridad por el rechazo, pero como dice él “sé que estoy para cosas grandes, hay que entender la sociedad, para ellos somos un peligro”. Le tememos a su pasado, mientras el cártel de Sinaloa y las Bacrim lo llaman ofreciéndole sinnúmero de trabajos. “Buenos carros, buenas motos, buenas mujeres como las que les ofrecen a los muchachos de ahora, todo eso es mentira, esas locuras ya pasaron”, cuenta consternado.

Ahora, Iván se preocupa por cuadrar sus horarios del trabajo con los de la técnica de cocina que actualmente cursa en el Sena. Ha sido un proceso duro, es un hombre que entiende que cuando se ha perdido la confianza hay que esforzarse el doble. “Si fuiste capaz de ser valiente en la cárcel, sé valiente aquí, recapacite y moral pa’ lante” le decía a un compañero sin empleo, quien hace parte del 80% de los reinsertados que no tienen un puesto formal, según un estudio de la Universidad de Antioquia y la Universidad Autónoma.

Muchos somos el hijo mayor que se enfurece con el celebrado regreso del hijo pródigo que se ha rebelado, ignorando que ambos somos hijos del mismo padre, de la misma sociedad. En vez de sentirnos agradecidos por lo que hemos recibido y aceptar al arrepentido, deseamos reprenderlo, rechazarlo y hasta humillarlo. “Habrá unos que se devuelven, pero los que están aquí, ya están aquí, atendámoslos, ¿qué otra cosa podemos hacer como sociedad? La misma sociedad generó los conflictos, ella misma debe buscar cómo solucionarlos” comenta Juan de Dios Graciano asesor de Secretaría y Convivencia de Medellín que actualmente apoya el Cepar, instituto educativo para poblaciones vulnerables. Allí conviven ex paramilitares, ex guerrilleros y víctimas mejor de lo que lo hacen con el civil corriente. Incluso ha ocurrido lo impensable, algunos han contraído matrimonio, mientras los extraños a la situación, en ocasiones, no nos dignamos ni siquiera a escuchar.

Con personas como estas la palabra desmovilizado puede divorciarse del estereotipo creado y enamorarse de la imagen de Iván, no es el único amor, pero es posible. Palabra que es incluso inapropiada desde su uso, ¿por qué utilizar el prefijo des, de ausencia y negación, cuando el objetivo último supone ser un REmovilizado en la comunidad?, pregunta a la que llegamos Juan Pablo Valencia, un compañero de la universidad, y yo al analizarla.

La cuestión es que Iván no puede nombrarse sólo, la movilización viene tanto de él, como de quienes la posibilitamos. Hay ex combatientes que la han embarrado, pero también hay unos que lo están intentando. A veces la única forma de saber que el chip fue cambiado es insertándolo. Que ser desmovilizado no entre en otra categoría de discapacidad depende también de quienes leemos, de quienes contratamos, de quienes tenemos paciencia al escuchar al ser humano que tenemos enfrente con un tatuaje de antecedentes y optamos por darle una segunda oportunidad, que para muchos es apenas la primera que han tenido con la sociedad. Depende de que “desmovilizado” pierda sentido, y que incluso sea reemplazada por una más acorde, porque de des-movilizado Iván no tiene nada, él se ha movilizado al cambio. “Ay señorita, nos está cogiendo la tarde” 3:15 p.m. en punto paró la entrevista para entrar a trabajar.