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Valentina Muriel Tamayo
vmuriel@eafit.edu.co 
@Valentinamurielt


Te despiertas, vas por un café y ves por la ventana. Piensas que aún es muy temprano y por eso la neblina no te deja ver las montañas. Te cansas al subir las escaleras y sientes mucho calor. Pero la niebla no desaparece, es contaminación.

No te importa, últimamente así es tu ciudad. Te montas en el carro y llegas a tu destino un poco tarde por la cantidad de carros en la vía principal. Te quejas del taco, de la mala conducción de algunos buseros, de la ineptitud de los entes estatales para hacer algo por ti y por tu ciudad. El día comienza, entre contaminación, quejas y desinformación.

El aire de Medellín está matando por los altos grados de material articulado. Según la Contraloría de Medellín y la Universidad Nacional, cada dos horas muere una persona por enfermedades respiratorias agudas en la ciudad. Es cierto que contamos con condiciones especiales que afectan directamente la acumulación de contaminantes: la forma de nuestro valle es semi-cerrado y favorece que los contaminantes se acumulen y sean difíciles de remover. Sumándose a la problemática, en épocas de cambio climático, las nubes son de baja altura y acumulan estas partículas en la atmósfera. Sin embargo, las condiciones especiales no serían determinantes si no contamináramos tanto, entonces ¿por qué le echamos la culpa al valle?

Las medidas tomadas recientemente por la Alcaldía de Medellín y el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, como el Pico y Placa ambiental y el Día sin Carro, fueron inmediatas para una situación de crisis. Sin embargo, este es uno de los diez ejes temáticos que maneja el PIGECA —Plan Integral de Gestión de la Calidad del Aire del Valle de Aburrá—. Frente a estas decisiones, las críticas no se hicieron esperar y Medellín se dividió rápidamente en dos bandos. El primero en contra de las medidas que, según los implicados, perjudican directamente la economía, y el segundo, reafirmando la importancia de actuar frente a la contaminación para limpiar el aire de la ciudad.

Como en una guerra, los bandos hicieron aliados. Por un lado, el gremio de comerciantes, junto con economistas, la mayoría de políticos, los establecimientos comerciantes y las personas del sector industrial y comercial, por el otro, los ambientalistas y el sector de la salud. Dos bandos, y una dualidad enorme: el comerciante quiere que su hijo se alimente hoy y el ambientalista quiere que su hijo respire mañana, ¿cuál motivación debe priorizar el Estado?

El SIATA —Sistema de Alerta Temprana de Medellín y el Valle de Aburrá— ha detectado a través de sus estaciones de monitoreo, que la mayor parte de las partículas contaminantes las emite el parque automotor, que constituye el 80% de las emisiones contaminantes en la ciudad, mientras las industrias, emiten el 20% restante. Frente a este gran porcentaje de los motorizados, solo el 6% es contribuido por los vehículos particulares.

Según las cifras de la Alcaldía de Medellín, en el 2018 se registraron 205.683 vehículos particulares y en lo que va de este año se han registrado 223.000, detectándose un incremento del 8%. El problema de este transporte no es la emisión directa que proporcionan, es la congestión vehicular que genera embotellamiento y mayor contaminación. Entre más carros en las vías, menos movimiento para todos los vehículos. La acción de frenar y acelerar repetitivamente, ocasiona una mayor emisión de gases contaminantes. Los buses, las busetas, los camiones y las mulas ya son dañinos para el ambiente, si a este factor se le adiciona el uso de combustión extra por causa del embotellamiento, se obtiene como resultado un nivel exorbitante de contaminación. En este punto, los ambientalistas dan un gran golpe, pues definitivamente la movilidad en la ciudad nos tiene ahogados, tanto en circulación como en contaminación.

En la guerra alguien debe triunfar y el bando de gremio de comerciantes ataca con un buen argumento. Sergio Ignacio Soto, Director Ejecutivo de la Federación Nacional de Comerciantes, Fenalco, afirma que “si queremos una ciudad competitiva y productiva que genere competencia a nivel mundial, hay que darle flujo vehicular. De esta manera se puede generar desarrollo, atracción, inversión y capital”. Su premisa es clara, la movilidad genera empleo, desarrollo y sobretodo, alimenta a las familias colombianas.

A pesar de que ambos bandos tienen argumentos a su favor, no se puede negar el problema de salud que se vive actualmente en el Valle de Aburrá. La problemática en la ciudad ha llegado a tales condiciones que ya no se trata de evitar enfermarse o minimizar la contaminación, sino de evitar la mayor cantidad de muertes posibles.

El inconveniente con esta batalla es que sin importar el triunfador, la sociedad siempre va a ser la perdedora. Actualmente esta problemática se vive como una cadena en tensión, en donde no se puede halar de un extremo sin afectar al otro. La contaminación es un problema perverso, que no puede solucionarse en un fuego cruzado de ideales e intereses políticos.

Sí existen alternativas y se están implementando. Hay una evidente mejora en el transporte colectivo y las empresas están sugiriendo a sus empleados nuevas formas de movilidad. En algunas entidades se aplica el teletrabajo, mientras en otras es efectiva la medida de horario flexible. El Área Metropolitana, por ejemplo, ofrece tres posibles horarios para sus trabajadores, lo importante es que trabajen 8 horas. Esta simple acción contribuye a la descongestión de las vías en Medellín.

Tomar posición en esta guerra es condenar la ciudad al fracaso. Esta problemática no puede resolverse desde un solo punto de vista. El trabajo debe hacerse en conjunto. En el momento en que ambos bandos paren la batalla entre ellos para hacérsela a la contaminación, ese día Medellín podrá respirar nuevamente.