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Escándalos en la Plazuela de San Ignacio

Valeria Echavarría Arroyave

vechava2@eafit.edu.co


Hay parques y plazas de Medellín que tienen historias, voces y personajes propios 
¿Qué tendrá por contar la Plazuela de San Ignacio?

Entre la avenida Ayacucho y la calle Pichincha, cerca de la avenida Oriental, en todo el centro de Medellín, se encuentra la Plazuela de San Ignacio. Plazuela y no Plaza porque es un espacio público pequeño y alargado en forma de rectángulo que no alcanza ni siquiera las dos cuadras, no obstante, en esta confluye toda la ciudad: la élite, el habitante de calle, la clase media que tiene un local por ahí cerca, aquel que bebe en botellas sin etiquetas y el que usa traje y va exclusivamente de paso.

Así, el paisaje es contrastante. Se adorna en lo alto con ceibas, urapanes y palmeras; y abajo con borrachos que duermen en las bancas del parque; ancianos sentados con sus mañanas por delante; prostitutas y vendedores ambulantes de todo lo imaginable, desde chontaduro hasta minutos. Una estatua de Santander, un busto de Marceliano Vélez y un monumento del centenario de la Universidad de Antioquia; palomas por doquier y alguna ficha de ajedrez que se extravió cualquier otra tarde.

A medida que uno se va acercando la infraestructura habla por sí sola. Calles y construcciones de antaño basadas en una arquitectura barroca relucen entre edificios modernos, un tranvía que lleva escasos tres años y el atiborramiento de locales, cantinas y centros de salud. Asombra porque en Medellín las obras patrimoniales poco se visitan o peor aún, poco se conservan o se destinan para fines públicos.

Hoy en día, al frente de la plazuela, milagrosamente se conserva y se logra ver un tríptico de edificios los cuales hacen parte de la memoria histórica del corazón de la ciudad. En el medio se encuentra la Iglesia de San Ignacio, a un lado el Paraninfo de la Universidad de Antioquia y al otro el Claustro de Comfama. Los tres declarados como Bien de Interés Cultural de la Nación y Patrimonio Arquitectónico de Medellín.

A modo de tríada se compone uno de los centros más neurálgicos de la ciudad, uno que esconde un trasegar complejo. No sólo ha cambiado de nombre varias veces sino que allí, también ha acontecido un sinfín de actos. Ha servido de génesis para muchos procesos y proyectos que hoy son colosales en el ámbito social, cultural y político. Allá han nacido espacios de apertura para hablar de disidencias, temas álgidos como la paz, el conflicto armado, las votaciones y la participación han tenido lugar sin importar su ideología política. Personajes de toda corriente se han sentado para discutir proyectos y visiones de ciudad. Así, la Plazuela ha logrado albergar diferentes posturas apostándole a la igualdad ya que aquellos temas preocupantes o que solían hablarse entre pocos o incluso que generan recelo, hoy se debaten en el espacio público dando lugar y voz, demostrando con ello que los temas de ciudad le competen y están abiertos a todos.

Históricamente las ciudades se han construido a partir de sus centros urbanos. Otrora, el centro solía ser habitado y punto de referencia o de paso obligado para todo aquel que viviera en la capital antioqueña. El centro era el nodo que interconectaba toda la ciudad, pues solía ser el eje de la economía, las instituciones políticas principales y en donde se daba lugar a los encuentros sociales.

Este espacio convulso también fue causante de penas y escándalos del nadaísta rebelde Gonzalo Arango. En Medellín, a solas contigo (1963) escribió “Bajo estos cielos divinos me obligaste a vivir en el infierno de la desilusión. Pero no podía abandonarte a los mercaderes que ofician en templos de vidrio a dioses sin espíritu”. De ahí que, los nadaístas en la década del cincuenta dieron de qué hablar en la Plazuela de San Ignacio.

Quizás contradictorio o quizás a modo de beligerancia e interrupción, en las narices de la Iglesia se fundó, oficial y públicamente, el movimiento Nadaísta. El 18 de agosto de 1958 en las horas de la tarde, en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, durante el Primer Congreso de Intelectuales Católicos, los nadaístas incineraron varios libros de sus bibliotecas personales, tales como María y el Quijote. También, tiraron asafétida -una planta que produce un olor muy fuerte casi como el azufre- y lanzaron a modo de pasquines el primer manifiesto nadaísta. A pesar de que Gonzalo no estuvo presente en el acto, fue él quien escribió el manifiesto y al ser el representante del movimiento le costó unos días en la cárcel la Ladera y ser excomulgado.

Se hizo entonces un llamado con estridencia a modo de protesta contra el extremo conservadurismo, demostrando por medio de ese gesto la negación ante la cultura y la educación anquilosada de entonces. Dicho día, no sólo la Medellín tradicional a 
manos de la burguesía y el catolicismo, la cual en palabras de Gonzalo era una sociedad enferma; sino también la del bipartidismo y la del gobierno de Rojas Pinilla, ardía como lo hacía la Plazuela. Durante las llamas las monjas y los frailes se tapaban la boca con estupor mientras resonaba el detonante del manifiesto nadaísta a los Escribanos Católicos.

No es en vano que en un solo espacio se genere tanta repulsión desde una corriente y tanto fervor o fanatismo desde otra. Ello responde cuando al remontarse a los inicios de la Plazuela se logra ver que ésta le debe su creación a los padres franciscanos, quienes por órdenes del Rey dan inicio a una obra en el barrio San Lorenzo en 1793. Ellos deciden formar un conjunto casi que a modo de la santa trinidad, contando con el Colegio de Antioquia que sería después la primera instalación de la Universidad de Antioquia, una capilla y ocupando mayor predio, un convento.

De ahí que, optaran por llamarla la Plaza de San Francisco, después Plazuela del Colegio y más adelante José Félix de Restrepo por un educador y pionero de la época. El que hoy se llame Plazuela de San Ignacio responde a que cuando llega un nuevo Santo, llega un nuevo nombre, es decir, el espacio luego estuvo en manos de los jesuitas, y la capilla entonces ya no sería dedicada a San Francisco sino a San Ignacio de Loyola.

Sin embargo, debido a múltiples conflictos como la revolución de independencia, las guerras civiles, la rebelión de José María Córdova, la construcción de la obra se detiene o bien, es utilizada para otros fines como servir de cuartel y cárcel en diversas ocasiones. La fachada queda a tientas y se ve tambalear el propósito común de dotar a la ciudad de un espacio para la educación y lograr ser el primer núcleo estudiantil.

En la Medellín de finales de siglo XIX, llamada en ese entonces Villa de la Candelaria, a pesar de contar con una fuerte identidad religiosa consagrada a la Iglesia Católica la ciudad fue varias veces usurpada. Hubo un tiempo en donde el agua bendita se convirtió en el bebedero de los caballos de guerra y los altares servían de pila y fuego para hacer de comer a los soldados. Ni Dios ni la sotana podían contra el ímpetu de la guerra.

Ya a inicios del siglo XX la Plazuela fue testigo de eventos icónicos y poco rememorados por la gente común y el ciudadano de a pie. Se habla casi a modo profano de aquellos que desafiaron al statu quo e intentaron oponerse a la imperante tradición conservadora, la cual estaba en un contexto de fanatismo e industrialismo en auge.

Mientras que adentro en la iglesia el olor a incienso y el sonido de varias rodillas crujiendo era el día a día, afuera se estaban gestando movimientos literarios y culturales. En medio del asfalto la Plazuela vio nacer movimientos literarios vanguardistas y transgresores. Primero, los Panidas, luego los Nadaístas y hoy en día diversas colectividades con manifiestos de libertad tal y como No Matarás.

En otro tiempo, estudiante liberales y conservadores conformaron un grupo denominado los Panidas, quienes en medio de la Plazuela ocasionaron un disturbio y se encendieron a golpes en 1913. Ellos contaban con una estética y una visión de mundo más plural, intentando dejar de lado el yugo eclesiástico. Le apostaron a las artes y escritores como León de Greiff y pensadores como Fernando González hacían parte de dicha inconformidad frente a lo establecido.

Entrados los 2000 la Plazuela también vive momentos crudos como el auge del narcotráfico y la presencia de grupos delictivos, allí estalla una bomba destruyendo gran parte del Paraninfo. A medida que pasaba el tiempo las tensiones fueron mermando, ya el panorama no se encontraba al mando de los católicos, el convento ya no alberga gentes con fe ciega y pasó a ser un Claustro en manos de Comfama que hoy en día ofrece cursos, compensaciones y agenda cultural. Ahora el Paraninfo dicta tertulias y conversatorios que buscan treguas en un país fragmentado por la guerra, la exclusión y la desigualdad.

Actualmente en la fachada puede verse a lo lejos que cuelga una pancarta inmensa que dice “Prohibido Prohibir”, ésta pareciese una sentencia y recordatorio de lo que solía suceder en aquel espacio hasta convertirse en una advertencia y manifiesto para los años venideros.

Este parque público conocido como la Plazuela de San Ignacio le apuesta a una apropiación social y cultural mediante dinámicas de pensar una ciudad diferente, mediante un reestructuración de lo público y el volver a habitar el epicentro patrimonial de Medellín pues entre el afán y los días sigue siendo un lugar que se resiste a desaparecer.