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La hija de Oppie

Pablo Patiño
@pat_patinson 


Qué hay detrás del hombre que ostenta el condenado título de padre de la bomba atómica?

En una grabación del documental “La decisión de lanzar la Bomba” de 1965, en poco más de cincuenta segundos se lo puede ver con los ojos vacíos y la mirada extraviada en sus palabras, que salen con esa línea recta y casi impávida que es su voz:

-Sabíamos que el mundo no iba a ser el mismo- se detiene un momento sin mostrar el más mínimo cambio.
-Algunas personas rieron, otras lloraron, la mayoría se quedó en silencio-su boca tambalea de vez en cuando, sus ojos apenas parpadean.

-Recordé la línea de la escritura Hindú, el Bhagavad-Ghita – con sus nudillos se frota el parpado de su ojo derecho, el fotograma no nos deja observar de manera clara si es solo una picazón o si estas palabras produjeron que una lágrima escapara, solo para que el científico la detenga antes de que recorra el resto de su camino, descendiendo por la mejilla.

-Visnú está tratando de convencer al príncipe para que cumpla con su deber, y para impresionarlo toma su forma con múltiples brazos y dice: “me he convertido en la muerte, destructora de mundos”- levanta un poco su cabeza en el único movimiento de todo el video y remata diciendo:

-Supongo que todos lo pensamos eso, de una u otra forma.

Estas son las palabras del físico norteamericano J. Robert Oppenheimer, director del proyecto Manhattan en el cual nació esa maldita hija: el artefacto que el 6 y 9 de noviembre de 1945 caería sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki acabando con la vida- en algunos casos por una completa incineración y evaporación del cuerpo en tremendas y brutales llamaradas- de más de 129.000 personas. Estirpe maldita la que nació de su esfuerzo, de su mente, de su genio. Pero ¿Qué hay detrás de aquella demacrada figura que ostenta el condenado título de padre de la bomba atómica?

Oppenheimer fue un hombre en esencia tan complicado como las teorías de la física y la mecánica cuántica que ayudó a desarrollar, o como su estudio sobre el cálculo del colapso gravitatorio de una esfera fluida homogénea libre de presión.

Destructor de mundos, redentor de la ciencia, hombre arrepentido y mártir del sistema y la paranoia colectiva. Oppenheimer u Oppie como lo apodaban sus pares, es considerado como el padre de la bomba atómica, aunque en realidad, el artifició –como se le denominaba en palabra clave- no es fruto de su esfuerzo y genio individual, su labor fue liderar al grupo de científicos y eminencias que entre 1942 y 1945 se reunieron en un árido y apartado terreno de los Álamos, allá en lo alto de las montañas más hispánicas que norteamericanas de nuevo México, para desarrollar en la desértica vastedad, el mayor y más apocalíptico avance tecnológico de la humanidad hasta el momento. Allí, la mayor colección de lumbreras del mundo –desde Enrico Fermi hasta Richard Feynman, ganadores del Nobel- bajo la dirección de este singular sujeto, consiguieron la herramienta y el arma que permitía el suicidio de la humanidad. ¡Gran avance científico este de los Álamos!

Una bomba atómica funciona o es posible cuando un núcleo atómico es divido a partir de un proceso denominado fisión nuclear, liberando así una cantidad exorbitante de energía, unas 20.000 toneladas de TNT, según cálculos en el momento. Al igual que el átomo que es víctima de la fisión nuclear, Oppie tenía su ser divido en dos.

Por un lado está el arrogante físico, hijo de una familia de clase alta de emigrantes alemanes radicados en Nueva York y educado en escuelas privadas elitistas liberales formadoras de líderes cosmopolitas. Un científico que antes de intentar que aquellos que lo rodeaban alcanzaran su nivel de sagacidad y entendimiento del problema, la situación y la teoría, prefería dejarlos olvidados y prescindir de estos. Inteligencia frígida y distante, cálculos, rectas, curvas y secuencias infantas de números, todo esto embutido en un molde de 1,80 de estatura. Desgarbado, larguirucho y enclenque, siempre con un cigarrillo en la boca y un sombrero de ala grande que cubría tanto su genio como sus períodos de depresión y una esquizofrenia diagnosticada en sus años juveniles.

Y por el otro lado, está el Oppie profesor, líder de cerebros, director del Institute for Advanced Studies, amigo íntimo de actuales o futuros premios nobel, cultivando las genialidades de sus pupilos y forjando a una generación de futuros y reconocidos físicos- Philip Morrison, Hartland Snyder y Bernard Peters, por mencionar algunos-.

Con un par de ojos de un azul glacial y diciente, devoraba la más vasta e inaccesible colección literaria, desde la espiritualidad de los versos hindúes hasta la poesía más vanguardista del momento, Oppie era un asiduo y devoto lector, hasta el punto de llegar a tener que limitar sus horas de dedicación a estos temas tan variopintos que escapaban a los entendimientos e intereses de la química, la física y la ingeniería. Paul Dirac, uno de sus primeros amigos –el primero con un nivel intelectual igual o más alto que el suyo- le preguntó en una ocasión como era posible que un físico pudiera estar interesado por la naturaleza indescifrable y hasta la falta de utilidad de la poesía:

-“la ciencia trata de explicar algo que nadie sabía antes, en palabras que todo el mundo pueda entender. La poesía busca lo contrario”- le dijo este, sin esperar y sin recibir respuesta.

Lingüista por excelencia, además de las ya varias lenguas que conformaban su repertorio, el espíritu investigativo, al igual que la disciplina y el llamado al deber científico y patriótico que significó la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial lo encontraron estudiando italiano para leer a Dante en su lengua original y sanscrito para deleitarse con los versos del texto hindú, el Bhagavad-Ghita.

Este llamado al deber tomó la forma del general del ejército Leslie Groves, el cual sin conocer el más mínimo ápice de física, lo buscó personalmente en su salón de clases y le dijo:

-“El presidente quiere saber qué cosas necesitas para desarrollar una bomba atómica para ayudar a ganar la guerra a tu país”- si esto significó el final prematuro de la guerra y la reducción de un futuro número de bajas aún más indignante e inaceptable que las víctimas de Hiroshima y Nagasaki es algo discutible y tal vez nunca verificable. Pero que representó el mayor logró científico de la humanidad hasta la época es algo que no ofrece cuestionamientos.

La bomba marcó la vida de Oppie al igual que éste marcó la gestación de ésta de una manera personal y particular. Por ejemplo, el prototipo de la prueba y el lugar en donde se lanzó para observar los resultados de años de trabajo en el desierto fueron nombrados por el propio Oppie como el “Trinity site” a raíz del poema sacro de John Done “Bate mi corazón” en el cual un dios trinitario destruye y arrasa para así poder dar paso a la renovación del alma.

Con todo esto, es triste tratar de entender cómo fue posible que un gobierno que debía mostrar el más entero agradecimiento con el hombre que les facilitó el primer lugar en la mortífera e inhumana carrera por la aniquilación, finalmente le diera la espalda y dudara de su patriotismo, haciéndolo víctima de la caza de brujas anticomunista que fue el macartismo y que terminó destruyendo las vidas o las carreras profesionales de miles de estadounidenses durante los años 50s.

Luego de que Oppie se negara a colaborar con la creación de una bomba aún más nefasta que la atómica, la bomba de hidrogeno, fue investigado por las autoridades, llamado a corte y tildado de colaborador comunista, despojado de su pase de seguridad y relegado a una situación de paria dentro de un gobierno que en el pasado le pidió que se untara las manos de sangre, solo para luego ofrecerle un simple pañuelo.

Es difícil entender qué pensó Oppie luego de la bomba. Aunque abogó por el control a la proliferación de estas, nunca se mostró demasiado crítico con sus acciones en el proyecto Manhattan. De la misma manera que los misterios de la física y los enigmas del átomo nos son oscuros e indescifrables para aquellos con ojos y mentes inexpertas en el asunto, la culpa, el arrepentimiento o la resignación de J. Robert Oppenheimer son algo que solo él entendió.

Personalmente me gusta pensar que aquello que se ve en el video es una lágrima saliendo de aquellos azules ojos que recuerdan la templada madrugada del 6 de julio 1945 en Nuevo México. Esos ojos que contemplaron en el “Trinity site” una nube de un fuego más brillante que el sol, de más de 12 kilómetros de alto, que demostraba cómo el hombre se había convertido en Visnú, en la muerte, en el destructor de mundos.