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La vida en breve

Yerly Herrera

Es verdad que hay libros que nos revuelcan la ansiedad, nos despiertan pasiones y nos causan angustias. También es verdad que casi siempre son estos mismos libros los que recordamos con vivacidad, comentamos y recomendamos. Lenguas de fuego, sin ser el libro más apasionado, causa una que otra angustia y deja varias preguntas que el lector debe intentar resolver.

Esta obra guarda una similitud y una diferencia importante respecto a otros libros que abordan temas parecidos. Lo similar es que habla de lo cotidiano, lo diferente es que no busca llevarlo al plano de lo extraordinario, no lo adorna ni lo alaba. En este libro predomina la simpleza, no sólo de las palabras sino de las situaciones en sí mismas.

La autora, Ana María Cadavid Moreno, es arquitecta, y su esposo, al igual que sus dos hijos, es ingeniero. En mayo de 2011 esta escritora publicó Arma de casa en Sílaba Editores, y Lenguas de fuego fue publicado en el año 2018 por la Editorial Eafit, haciendo parte de la colección letra x letra.

Es difícil hallar en este libro alguna muestra de ambición, podría decirse más bien que lo que hay detrás de los relatos es un deseo de encarar lo que se ha vivido y hacerse preguntas sobre ello. No sólo se busca guardar registro de las cosas sino contarlas y contárselas a sí misma, como si quisiera asegurarse de que realmente pasaron y de que generaron tales o cuales consecuencias. Y esto, a su vez, lleva a Ana, la protagonista, a ciertas reflexiones internas que terminan forjando su carácter.

Hay una gran variedad de escenarios en estos relatos, y algo muy valioso desde mi punto de vista, es la descripción que hace la autora de los personajes, pues en lugar de hablar de ellos a partir de sus características y cualidades como individuos, los retrata desde su relación con otros. Como en el caso de sus amigas; está la que da consejos desde la racionalidad, la que los da desde la emoción, la intuitiva, la sensata, la supersticiosa. Y todas, desde su personalidad, aportan algo a la vida de las otras.

Otro aspecto que quisiera destacar es este concepto: mantenerse en contacto. Parece que la unión familiar y la prevalencia de los vínculos es algo por lo que la protagonista se interesa de manera especial. Para esto no se limita simplemente a un mensaje por Whatsapp o un e-mail, para ella también es importante cultivar las relaciones desde el compartir tiempo con las personas de su afecto, de ahí que destine espacios para viajar con sus amigas, para una visita o un café.

No hay en este caso una preocupación inserta que mantenga latente la atención y el interés del lector de manera secuencial, pues si hablamos de cronología, no hay una narrativa lineal que permita llevar un ritmo de inicio a fin de manera consecuente. Lo que no significa una desventaja; si bien los relatos no están en orden, las situaciones y acontecimientos concuerdan unos con otros sin mucho esfuerzo, logrando disipar dudas y avanzar satisfactoriamente en la historia.

Entre los relatos que más disfruté están: Y la tierra entre los ríos y Cristal cortado; en el primero se habla de enviar y recibir correspondencia, de escribir para otro, aunque sea por correo electrónico. Leer en esas palabras lo que no está escrito, lo que se quiere decir pero al final se queda atascado, o en pausa, o en el olvido. Sentir que lo que leemos del otro, una vez leído se hace nuestro. Y vienen entonces estas preguntas: ¿son nuestras las palabras que nos dicen? ¿o a quién quedan perteneciendo? Y como en casi todos los asuntos complejos de la vida terminamos sin respuestas o soluciones aparentes, pero en últimas, y después de esos cuestionamientos, llegamos a tomar decisiones que nos permiten avanzar.

En el segundo relato se habla de la frustración que sientes cuando no entiendes la ecuación que el profesor de cálculo explica en el tablero a toda velocidad. De lo atrevido que es que te pida tu número de teléfono y más atrevido aún que tú se lo des y, encima, le aceptes invitaciones a comer al Café Le Gris. Pero a ver, que lo más grave no es eso, lo grave es que termines en su casa porque te dijo que lo acompañaras por algo, y tú, tan falta de malicia, accediste. Lo grave es que inicie ese ritual que se sabe de memoria, porque no eres la única, más vale que lo sepas. Y te dejas hacer, “con el corazón palpitando al ritmo de una huida imposible”. Y te das cuenta de que estás ahí no por tonta, estás ahí porque te gustan los amores complicados, aunque terminen más pronto de lo que quisieras.
La trascendencia es algo que generalmente buscamos en los libros que leemos, nos hace falta esa pregunta implícita o explícita que nos lleve a cuestionarnos diversos temas que vamos guardando a diario como esperando una sacudida proveniente de las palabras de otro. Pero no es precisamente una sacudida lo que logra este libro, es más bien un aterrizaje. La autora consigue, a través de ese tono simple y cotidiano con el que narra cada cosa, ponernos en el presente, hacernos mirar a nuestro alrededor para ser conscientes de que a veces creemos que lo que necesitamos para estar bien está muy lejos de nosotros o que es, incluso, inalcanzable; y luego de situarnos ahí, nos mira a la cara y nos dice que estamos equivocados. O tal vez un poco ciegos.