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Mamertos somos todos

Agustín Rendón
agustinrendoncalle@gmail.com
@agustin_rendon

Suele oírse mucho el sustantivo mamerto, no hay consenso sobre su significado e inóculo respecto a su calidad de sustantivo. Algunos lo usan incluso a modo de adjetivo de acuerdo a la carga semántica que conlleva. Si ni sabemos qué es, ¿por qué lo usamos?

Desde hace algunos años hacia acá y como consecuencia de un país polarizado políticamente, surgió como estrella del discurso, el mamerto. Esta palabra ha adquirido su contenido al ser pronunciada de manera sistemática y con cierta unidad dogmática. Se ha convertido en una de las formas más comunes de referirse a los de izquierda, a quienes apoyamos el acuerdo de paz, a los progresistas y en general a los opositores del actual partido de gobierno.

Tenemos claro que se usa para referirse a unos u otros, incluso yo mismo he debido preguntarme, ¿seré yo un mamerto? Pero de entrada ni idea de qué era. Para responder esta pregunta hay que rastrear el contenido de la palabra haciendo uso de la etimología, remitiéndonos a la base de datos de la Real Academia de la Lengua Española, donde desde el siglo XIV, aparece la palabra mamertino como gentilicio de los nacidos en Messina, población de la isla de Sicilia en Italia. Este pueblo fue el primero en ser doblegado por el Imperio Romano por fuera de la península Itálica, no siendo vencidos en batalla sino habiendo arrojado sus armas. De aquí que se tenga sobre los mamertinos la idea de ser un pueblo poco astuto o tonto.

En Colombia el uso de la palabra mamerto data de los años sesenta. Mientras el mundo se decidía entre capitalista y comunista, en Colombia se daban movimientos políticos que respondían a dichos istmos. Tal fue el caso del Partido Comunista Colombiano, movimiento político, que al igual que todo en Colombia nace para ver cómo dignifica o por lo menos retrasa su muerte. Sin embargo, lo que nadie creyó era que sería dado de baja por el recientemente creado Frente Nacional, pacto político que suponía la repartición del poder político entre liberales y conservadores por períodos de cuatro años cada uno. Esto necesariamente impedía la participación política de cualquier tercer partido, como fue el caso del Partido Comunista Colombiano.

El uso político de la palabra mamerto se acuñó en medio de una Colombia como la de ahora, dividida por sus posturas políticas. Surgió entonces el mamerto de la fusión entre mamón y Gilberto, Alberto, Filiberto y Roberto, quienes fueron dirigentes del Partido Comunista Colombiano. En aquel entonces no hacían sino advertir su desaparición a causa de un pacto excluyente y ejecuciones sistemáticas a manos de un ejército, que en medio del estrépito de las balas, nunca se detuvo a escuchar los argumentos.

La palabra mamerto con el tiempo desapareció, ya no había un Partido Comunista Colombiano al cual referirse con ella. Su retorno se dio en una Colombia que permaneció incólume a los ataques del ALBA1 y donde prevalece un orden social manifiestamente injusto que lleva a la perpetuación de la desigualdad, acentuando fenómenos tan nuestros como el desplazamiento forzado, la desaparición de líderes sociales y cómo no, el repudio a la disidencia política o mamertos para algunos.

No fue producto del azar que Colombia permaneciera como una isla neoliberal en un hemisferio cambiante. Esto obedeció en parte al hastío que provocaron las guerrillas con sus gastadas ideologías que servían más como justificación que como ideologías, provocando un fundamentado rechazo hacia las mismas.

No obstante, dadas las circunstancias políticas actuales, resulta cuando menos curioso el resurgir de el mamerto. Este coincide con el retorno de discursos políticos que esbozan sus postulados de cambio en perspectivas de justicia distributiva y su reconocimiento como actores relevantes de la política nacional.

Ahora bien, el giro de tuerca que reconcilió las ideas de izquierda fue la firma del proceso de paz, pues puso en consideración que detrás del tangible terrorismo había quizá algunas ideas que debían ser puestas sobre la mesa, como la importancia de considerar la desigualdad social como un elemento estructural de la debacle colombiana. Es en este contexto en el que en un solemne acto de acoso histórico vuelve el mamerto a erigirse como sustantivo por excelencia para descalificar los de la otra esquina de la arena política.

Recuerdo alguna vez, siendo nuevo en la Universidad, que un compañero del grupo de debate siempre advertía que debían debatir las ideas y no quienes las esbozan. Máxima muy pertinente para animar a la reflexión sobre el uso de la palabra mamerto pues, pese a haber sido normalizada, incluso por sus destinatarios, tiene por finalidad agrupar la disidencia bajo un mismo nombre o paradigma. Hoy mamertos, pero guardadas las proporciones, otrora judíos o peste comunista. Así, las pretensiones o ideas de cada grupo se diluyen en el imaginario popular de lo que es ser mamerto, judío o comunista y no defensor de una u otra idea.

La política, al igual que todas las ideas que son y por ende pueden ser pensadas, está construida de palabras sobre las cuales hay más o menos conceso como democracia, justicia, poder o pueblo. El uso de comodines discursivos como mamerto deteriora el ya superfluo debate político que se presenta en Colombia, pues contribuye a quitarle al contendor la posibilidad de tener un nombre, cayendo en el contendido de lo que quieran hacer de él los que apodan al mamerto.

Usted que defiende la paz, o cree en la importancia de los subsidios por parte del Estado, o considera importante implementar criterios diferenciales en favor de grupos desfavorecidos, o cualquier cosa que le dé por pensar o ser de acuerdo a su escala moral, no le queda sino preguntarse si es o no un mamerto.