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Mitos para alcanzar las estrellas

Miguel Ángel Correa



“El universo no está hecho de átomos, sino de historias” Roger Penrose


Hace miles de años, por las estepas solitarias de Europa, una tribu nómada descansaba en torno a un fuego. Uno de los cazadores miró al cielo repleto de estrellas. Entre congoja y fascinación, empezó a cantar los relatos de sus cacerías. Él señaló a sus dioses en el cielo y anheló sostener las estrellas en la palma de la mano. Bajo la luz de la colosal Vía Láctea, las rapsodias de los poetas se llenaron de imaginación. Poemas de antaño perduraron en el tiempo por esa permanente búsqueda de la unión entre el cielo y la tierra.

Muchos años después, un hombre no muy diferente al cazador realizó algo impensable. En 1969 un ser humano estaba caminando por la superficie de la Luna, el astro que durante milenios fue considerado una divinidad. ¿Cómo podría el cazador entender esta hazaña? Incluso los que miraban desde la tierra eran incapaces de narrar este hecho. Como lo cuenta el reportaje de la llegada del hombre a la Luna de Oriana Fallaci: “En el edificio donde la NASA albergaba la sala de prensa, los periodistas paseaban impacientes. Uno repetía: No sé escribir esto; no sé escribirlo. No es una historia de periodistas; haría falta un Homero”.

Las estrellas han estado acompañadas por relatos extraordinarios donde héroes realizaban proezas tan admirables como llegar a la Luna. Nos congregamos en torno a estos relatos comunes porque arrojaban luz a la incertidumbre. Todos esos cuentos explicaban los sucesos de la tierra y nos prevenían de la cólera de los dioses.

Nuestra fascinación por el universo se originó al darnos cuenta de nuestra pequeñez. Somos hormigas que habitan en una piedra espacial. Nos resulta muy complicado imaginar las distancias en el espacio exterior. Incluso, hace unos siglos, el encuentro de América supuso para los europeos un hito tan grande como encontrar vida en otro planeta.

Hoy en día, la Tierra es un lugar que se nos hace pequeño. Diez horas se demora un vuelo de Medellìn a Madrid. Hace 100 años, nos hubiera tocado atravesar kilómetros de selva y luego embarcarnos en un largo viaje transoceánico, a merced de la inclemencia del tiempo y las enfermedades. El historiador Yuval Noah Harari nos dice: “Hoy en día estamos acostumbrados a pensar en el planeta entero como única unidad, pero durante la mayor parte de la historia, la Tierra era en realidad una galaxia de mundos aislados”.

Los astrónomos se dedican a buscar gigantescas masas de energía, mientras que otros buscamos disipar nuestras propias nebulosas. Narrar es un ejercicio de los verdaderos astronautas del alma. Nos hemos obsesionado tanto con el firmamento que gran parte de la mitología se basó en la observación de los astros. Los antiguos egipcios dependían de las crecidas del río Nilo para sus cosechas. Este hecho se precedía por interpretación de los sacerdotes al observar la aparición de la estrella Sirio por el horizonte. Este acontecimiento era relacionado con el regreso del inframundo de la diosa Isis.

Desde milenios hemos mirado al cielo y nos hemos representado en él: las tres estrellas del cinturón de Orión eran para los mayas el caparazón de la tortuga Ak’ Ek’. Los babilonios y griegos interpretaron la intensa luz roja del planeta Marte con la sangre derramada en las guerras.

A veces lo que vemos como un simple punto luminoso en el espacio, puede albergar millones de cosas. Las estrellas llamadas Alkor y Mizar, en la Osa Mayor, a simple vista se ven como si fueran una sola. Antiguamente, en ciertas tribus elegían a los cazadores según la observación de los astros. Si el muchacho era capaz de distinguir las dos estrellas quería decir que tenía una muy buena vista y por lo tanto era útil para la caza.

El espacio ha inspirado incontables historias. Grandes científicos como Galileo y Copérnico enfrentaron sus propias visiones del cosmos con la religión. Fueron considerados herejes, atentaban contra los mitos que durante milenios nos explicaban todos los fenómenos. No obstante, permitieron tener una visión del universo totalmente diferente, que en cierto modo cumplía la misma labor que los mitos pasados. Gran parte de nuestra historia se ha basado en poner sobre discusión los relatos que tienen que ver con nuestras creencias.

La ciencia y los mitos persiguen sus orígenes en las estrellas y fenómenos colosales. A pesar de que sus protagonistas no son dioses, la ciencia también nos atrapa con relatos de monumentales cuerpos de energía. Poderes que sobrepasan toda naturaleza humana.

Supernova
(…)
Hay en mi propio pasado violencias de supernova: el acaso misterioso de mi rostro; el sabor de la sal sobre mi cuerpo; la pulsátil sincronía de mi cerebro que me permite hoy adivinar su origen; la humedad y diafanía de mis ojos; la incesante pleamar de mis fluidos; todo este dédalo de átomos que soy y que me puebla... ¡Vestigio asombroso de la pirotecnia estelar!

Carlos Framb

Los átomos de carbono que nos pueblan se originaron en el interior de lejanos soles. La fusión de hidrógeno en elementos más pesados se produce en el núcleo de estos cuerpos incandescentes. Cuando la estrella muere en una violenta supernova, millones de partículas disparadas en todas las direcciones recorren el vasto universo. Viajan en errantes trayectorias hasta encontrarse con un campo gravitacional que las aprisione. Después de millones de años en caóticas órbitas, se agrupan formando los planetas. Somos el fruto de homéricas epopeyas a millones de años luz de distancia.