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No es por exagerar

Yerly Herrera
yherrer@eafit.edu.co 
@yerlyherrera

Santiago y Susana son pareja. Cuando salen a comer, Santiago siente que, por ser hombre, tiene el deber de pagar la cuenta. A su vez, Susana piensa que como es mujer debe dejarse invitar. Es usual que cuando piden una bebida le entreguen a él la cerveza y a ella la limonada, pues aunque el pedido haya sido al contrario el mesero o la mesera asume que la bebida más fuerte es para el hombre. Lo mismo pasa con la cuenta y el cambio, se lo entregan a Santiago dando por sentado que es él quien invita, aunque en ocasiones sea ella.

Es posible que usted, independientemente de que tenga o no pareja, se haya sentido identificado o haya reconocido alguno de estos casos como familiar. A lo mejor también es posible que, en algún momento de su vida, o en muchos, haya escuchado cosas como: “los hombres están hechos para trabajar y las mujeres para cuidar los hijos”, “mujer que no sepa cocinar no consigue marido”, o, “si la mujer no se arregla el esposo se le aburre”.

Los casos y expresiones anteriores constituyen una problemática social que el psicólogo argentino Luis Bonino define como micromachismos. Se refiere a ellos como microabusos y microviolencias que buscan la superioridad del hombre a través de la discriminación de la mujer y la limitación de su autonomía y libertad.

Ha sido poco el tratamiento investigativo que se le ha dado al tema. De hecho, hablar de él en términos de problemática social puede parecer una exageración. Pero esto se debe precisamente a la aceptación y normalización del mismo, sobre todo en una sociedad como esta, donde por tanto tiempo han predominado ideas y estructuras patriarcales.

Aunque parezca difícil de creer, el micromachismo, presente en los casos expuestos al inicio, sirve como base de la violencia de género, entendiendo esta como cualquier acto violento o agresión a partir de una situación de desigualdad. Esta violencia se refiere no solamente al daño físico sino también al psicológico y emocional. Sabiendo esto, y para entender mejor la magnitud del asunto, cabe resaltar que según un estudio de la Universidad Libre de Colombia realizado en el año 2018, Antioquia es el segundo departamento con mayor número de reportes de violencia de género a nivel nacional. Y, por si fuera poco, en muchos de estos casos la víctima es culpada por la opinión pública del ataque o abuso al que fue sometida. Es ahí donde salen a relucir expresiones como: “eso le pasa por vestirse así”, “si el marido le pegó fue por algo”, “tanto drama por una bobada”.

La sumatoria de estas actitudes son un factor clave que contribuye a la perpetuación de la violencia de género, pues justifican la vulneración y el menosprecio hacia la mujer desde diferentes contextos: familiar, laboral, político y personal. Esta violencia se asemeja en algo a la corrupción: por más que se hable de ella, por más de que pase por mil juzgados, por más manejos y perspectivas que se le dé, parece algo de nunca acabar. No se elimina una problemática hablando de ella en exceso, pero sí se logra un cambio cuando, por lo menos, se procura entender su origen y los factores que hacen que no caduque.

Antes de continuar cabe aclarar que machismo y feminismo no son términos complementarios, es decir, mientras que machismo se refiere a la superioridad del hombre, el feminismo no busca la superioridad de la mujer. El machismo destaca dos puntos en particular, el primero es la polarización entre lo masculino y lo femenino y lo segundo es la superioridad de lo masculino en las áreas consideradas importantes por los hombres.

A diferencia de lo que suele pensarse, el feminismo, según Pilar Sánchez Álvarez, catedrática y doctora en filosofía, es la teoría explicativa de la situación de subordinación de las mujeres dentro de los sistemas sociales como la teoría que investiga cómo se constituye el sujeto femenino. En últimas, el feminismo es un concepto multívoco, cuyas acepciones tienen en común hacer visible a la mujer y emanciparla de la subordinación respecto al hombre. Sin dejar de lado que él también es blanco de los efectos y consecuencias del machismo.

Luis Bonino ha sido tal vez la persona que más ha estudiado el concepto de micromachismo desde inicios de la década de los noventa y, además de la definición ya mencionada, este psicólogo se ha dado a la tarea de plantear diferentes categorías de micromachismo y sus efectos. Para delimitar su escenario de estudio, Bonino se concentra en parejas heterosexuales y con hijos, sin descartar que estas mismas prácticas puedan manifestarse en familias o en relaciones con una composición distinta.

Los tipos de micromachismos que este autor plantea se clasifican y ejemplifican así:

• Santiago siente que tiene el derecho de decidir sobre el tipo de ropa que debe usar Susana, argumentando que esta o aquella prenda no es propia de una dama. Este caso entra en la categoría de micromachismos coercitivos; donde el hombre busca doblegar a la mujer, limitando su libertad, tiempo, espacio e incluso su capacidad de decisión.

• Es viernes y Susana sale a tomar algo con unos amigos luego del trabajo, al llegar a su casa lo primero que se encuentra es un reproche de Santiago, pues según él, esas no son horas para que ‘una mujer decente’ ande en la calle y mucho menos sola; puede ser peligroso. Este caso hace parte de los micromachismos encubiertos, los cuales atentan directamente contra la autonomía femenina. Al ser cotidianos y sutiles, su intencionalidad se torna invisible. A diferencia de los micromachismos coercitivos, en estos casos el hombre oculta su objetivo de dominio y opta por disuadir. Por eso Santiago, en vez de revelar su molestia por la hora de llegada de Susana, prefiere referirse al supuesto peligro que esta puede correr al estar en la calle hasta altas horas de la noche.

• Susana es ascendida en su empresa y los ingresos que empieza a generar son superiores a los de Santiago. La reacción de él se resume en estas palabras: “No tienes necesidad de trabajar tanto, ¿o es que acaso no es suficiente con lo que yo te doy?”. Este último caso se denomina como micromachismos de crisis; generalmente suceden en situaciones de desequilibrio en las que la mujer aumenta su poder en la relación ya sea por cuestiones personales o laborales y el hombre se siente en desventaja o inferior a ella al experimentar alguna limitación física o pérdida laboral.

Los casos más comunes de micromachismos se relacionan con desautorización, manipulación emocional, hipercontrol, intimidación, control del dinero, imposición de intimidad, entre otros. Y en la mayoría de ellos, quienes lo sufren no se atreven a ponerle freno precisamente porque tienen implantada la idea tradicionalista del “es que así es como tiene que ser”.

Si vamos a los antecedentes, encontramos que otro autor, antes que Bonino, habló del tema sin catalogarlo propiamente como micromachismo. Pierre Bourdieu, un destacado sociólogo francés, se refirió a la violencia simbólica no como violencia física sino como dominación indirecta, la cual es llevada a cabo con el fin de ejercer poder sobre otra persona y forzarla a comportarse de determinada manera.

Por otro lado, y para tomar planteamientos relativamente recientes, encontramos que uno de los estudios latinoamericanos a resaltar es el de Magaly Benalcázar y Gina Venegas hecho en 2015. Esta investigación que buscaba entender cómo la violencia de género presentaba sus cimientos en los micromachismos, evidenció entre los datos obtenidos que las acciones micromachistas son cometidas tanto por hombres como por mujeres, siendo una violencia que por estar tan inmersa en la cultura viene siendo promovida por las mismas personas que son violentadas.

Es cierto que en ocasiones se tiende a disimular o disminuir la gravedad de ciertos asuntos desde el lenguaje mismo, pero el hecho de hablar de micromachismo no hace que se le reste importancia, en lugar de eso, lo que se busca es ponerlo sobre la mesa y tratarlo desde sus causas y efectos. Sobre todo, teniendo en cuenta que en Colombia no se encuentran estudios que investiguen a profundidad y de manera particular este tema.

En aras de dejar el debate abierto, quisiera plantear la relación que supuestamente existe entre micromachismo y cortesía. Por mi parte, no creo que la cortesía o la amabilidad deban ligarse al género, es decir, no tiene que ser el hombre quien pague la cuenta por el simple hecho de ser hombre, si lo quiere hacer como gesto de cordialidad está bien, diferente de si lo hace porque se siente en la obligación. Tampoco tiene sentido que una mujer, por su mera condición, espere a que un hombre ‘caballeroso’ le abra la puerta de algún lugar o le ceda el asiento en el transporte público, a menos que esté embarazada, sea mayor o tenga alguna discapacidad física. Igualmente, un hombre en aprietos no debería sentirse avergonzado, débil u ofendido si una mujer le abre la puerta, le cede el asiento o tiene algún gesto de amabilidad con él.

Indistintamente de las variables que se puedan desglosar del tema, el punto está en darle la relevancia que corresponde, entender que es algo que le compete a ambos géneros en la medida en que tanto hombres como mujeres sufren las consecuencias. Ser capaces de identificar los micromachismos que se dan en diferentes contextos puede ayudar a encontrar la forma de disminuirlos progresivamente.