Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co

Ediciones Skip Navigation Linkspalacio-arena El palacio de arena

EAFITNexosEdicionesEl palacio de arena

El palacio de arena

Miguel Ángel Correa.
miguelcorrea1511@gmail.com


"Pero sus puertas siempre estarán abiertas para quienes las toquen, en busca de conocimiento y perfeccionamiento, con un espíritu abierto y libre”. Mario Arango Jaramillo.

Se necesitan unos lentes para ver con claridad los misterios del Palacio Egipcio. Hay algo enigmático que se escapa a la mirada más aguda, es necesaria una lupa para rastrear un pasado que se escapa como arena entre las manos. En la antigüedad muchos viajeros cruzaron mares y desiertos rumbo a Egipto en la búsqueda de los misterios de Isis y Osiris. Pero esta vez, la magia del Nilo vino a Medellín y el palacio surge de la tierra mientras todo a su alrededor se convierte en un desierto.

En el barrio Prado Centro emerge la casa egipcia Ineni. Un pedazo del mundo de los faraones que contrasta con las casas estilo clásico del sector. No solo es una imponente curiosidad arquitectónica, sino que es una puerta a otra dimensión. Dentro de sus enigmáticos recintos, la mente peregrina al país del Nilo. Su construcción se remonta a principios del siglo xx gracias a un hombre que se interesó por ver más y mejor.

Tras la expedición a Egipto en 1911, Fernando Estrada no volvió a ser el mismo. Este empresario de Aguadas tuvo la oportunidad de formarse como astrónomo en París y como optómetra en Alemania y Estados Unidos. A pesar de ser un entusiasta por la ciencia y el conocimiento, la diosa Isis lo sedujo con su hechicería. Fernando recorrió el desierto en la búsqueda de los enigmas, en los que antaño, los emperadores Adriano y Napoleón Bonaparte fueron iniciados.

De regreso a Colombia se instaló en Medellín y fundó el primer consultorio optométrico de la ciudad. Se casó con Soledad Estrada con la que tuvo 14 hijos. Inspirado por los templos de Lúxor que visitó en sus viajes, decidió construir su hogar imitando la majestuosa arquitectura de aquellas edificaciones. En 1928 compró un lote en el entonces nuevo barrio Prado, lugar de residencia de la creciente clase alta de Medellín. Se asesoró con el arquitecto Nel Rodríguez y tras 17 años de construcción, la casa de los sueños del faraón fue terminada siguiendo un patrón de edificación de los santuarios dedicados al dios Amón-Ra de la dinastía xvii.

Se rumorea que el granito del Palacio fue traído directamente desde el desierto de Egipto. El templo de arena, desde la fachada, se divide en dos partes simbólicas. A la izquierda una inmensa torre de características lotiformes da paso a la Galería de la Vida. A la derecha, una puerta decorada con nenúfares invita a la Galería de la Muerte, donde un mausoleo se erige en la terraza. Es un recinto con una energía magnética e inquietante. Cuando no es utilizado para los eventos, el silencio es perturbado por los maullidos de Bastet, el gato que vive en el palacio. El felino sube a la terraza por unas estrechas escaleras, se restriega el cuello y el lomo por unas frondosas plantas de marihuana que crecen junto a un muro. El mausoleo tiene en su parte superior un osario al que es difícil acceder y la torre tiene un acceso oscuro, quizás el más tenebroso de toda la casa.

Durante los años veinte, a dos cuadras del hogar de los Estrada, la catedral de Villanueva (Catedral Metropolitana) también se estaba construyendo. Los nombres de Osiris o Ra empezaron a amenazar la consolidada autoridad eclesiástica. En aquel tiempo Medellín era una pequeña ciudad llena de iglesias y curas.

Hoy, en 2019, Alberto Montoya Araque vive en este lugar. El barrio ha cambiado mucho desde la muerte de Don Fernando en 1959 y su casa pasó por muchos propietarios hasta que Alberto adquirió el inmueble. Ya no quedan las familias de antes y las calles son cada vez más inseguras. A menudo los habitantes en condición de calle duermen en el pórtico del Palacio y orinan en las columnas con jeroglíficos. Alberto cuenta que vivir allí es una de las experiencias más extremas de su vida, no solo porque vivir en el centro ya tiene cierto grado de complejidad, sino que el palacio es un lugar que parece irreal. “Hace un par de años encontraron en la entrada de este extraordinario pedazo de Egipto a un hombre que había sido violado y asesinado”, recuerda Alberto Montoya.

El templo se resiste a desaparecer pero el paso del tiempo ha hecho mella. Algunas de las columnas papiriformes de la entrada se han despicado, caen trocitos de granito del tamaño de piedras que caben en la mano. La fachada ha perdido el color rosado pálido de su juventud y se ha transformado en un gris que parece teñido por hollín. En uno de sus costados, la pared está pintada con un graffiti que apenas se entiende. Si las construcciones de Egipto han pervivido por milenios, parece que este tesoro de Medellín se perderá sin conocer un poquito de eternidad.

Ineni significa “princesa hereditaria de noble familia” el nombre con el que Don Fernando bautizó su casa. Un hogar donde las puertas son unas rejas coronadas con el símbolo de Amón (un sol y unas alas). No esconden su interior a nadie, todo lo contrario, invitan a entrar y a conocer su enigma. No parece una casa, tiene todas las características de un santuario al que se entra con solemnidad.

La casa puede parecer el resultado de una excentricidad que un adinerado optómetra quiso edificar en el barrio más acomodado de la ciudad. Sin embargo, cuando Alberto Montoya adquirió el inmueble, hizo un descubrimiento un tanto extraño: en una de las cámaras traseras encontró un pasadizo que conectaba el palacio con una vivienda en la parte posterior. Rumores dicen que en realidad la familia no vivía en el palacio, sino en la casa trasera y que utilizaban el recinto para reuniones extrañas. “Cierto día unos viejitos que hace años vivían acá en Prado, se acercaron de nuevo a las puertas y me decían que de niños se pegaban a las rejas y casi nunca veían personas”. Esto implicó en su tiempo que se propagaran rumores de que Fernando Estrada era masón, e incluso, adorador del diablo. Sin embargo, esto no ha sido confirmado del todo, se desconoce la utilidad de ese pasadizo y hay registros de que la familia efectivamente sí vivió en Ineni, aunque no podemos negar lo insólito del túnel a esa otra vivienda.

La masonería actúo discretamente en Medellín. La Iglesia atacó con ferocidad esta doctrina que decían era adoradora del demonio. Que Fernando Estrada fuera masón le causó problemas. En la iglesia de Villanueva, después de cada eucaristía el padre Fernando Gómez Mejía advertía a sus fieles que pasar por la acera del Palacio Egipcio daba excomunión. Cómo debía sentirse doña Soledad en la misa cuando periódicamente decían que en su casa vivía el demonio. Aunque ella y sus hijos eran católicos, su esposo fue un declarado ateo y masón. Don Fernando siempre supo respetar las creencias de su mujer a pesar de ser un miembro de grado 33, el más alto de la logia. El periodista Mario Arango Jaramillo hizo una exhaustiva investigación sobre los masones en Colombia. Gracias a sus investigaciones hoy sabemos que Fernando Estrada comandaba un extraordinario grupo de francmasones en la ciudad y fue uno de los fundadores de la logia Luz de la Montaña, una de las pocas que operó en Medellín. Al ser uno de sus líderes, la casa se convirtió en lugar de reunión para sus compañeros de la masonería que en su mayoría eran miembros de la aristocracia.

La adinerada familia Estrada fue la fundadora de la óptica Santa Lucía, una de las más reconocidas del país. Para el centenario de la óptica sacaron un libro que recogía las memorias de la familia en los primeros años de la empresa. En una de sus páginas relata cuando Fernando volvía del trabajo y se sentaba en la sala de su casa y escuchaba Payasos de Ruggero Leoncavallo. Soledad le decía: “Bájale al volumen que puede molestar a los vecinos” a lo que Fernando respondía: “Cómo se van a molestar… es para que aprendan a oír buena música”. Hoy en día no es muy diferente a aquella época, varios vecinos dicen lo mismo del palacio: “No sé qué hacen allá, pero hacen mucho ruido y a veces van hasta disfrazados”. Pocos saben que es sede de la Fundación Visión Planeta Azul en la que Alberto es el director y el Palacio es el principal centro de operaciones.

A pesar de ser ingeniero, Alberto fue seducido por el esoterismo. Relata que las siete columnas del pórtico contienen mensajes de sabiduría ancestral tomados de creencias antiguas. Organiza visitas guiadas a diez mil pesos por persona donde enseña toda la simbología ocultista del edificio. Por otro lado, algunas noches la casa se transforma en una discoteca de música electrónica y otros géneros, y el patio interior es teñido del intenso color rojo de los focos.

Algo muy curioso son los centenares de jeroglíficos que acompañan el templo. A parte de su finalidad decorativa los glifos tienen un significado. En 2002 una comisión de egiptólogos observó los dibujos en su columnas y frisos. Sin embargo, tuvieron dificultades para traducirlo. “En efecto tienen significado, están grabados con cierta ortografía, pero su traducción no tiene coherencia al menos en lo que conocemos con respecto a Egipto y su historia. El autor utilizó símbolos propios pero les dio un significado totalmente nuevo”. Fernando conocía el significado de cada una de las paredes pero la mayoría de su traducción se la llevó a su tumba. Únicamente su nieto, Sergio Estrada, recuerda que su abuelo le reveló el significado de la inscripción de un muro: “En honor a los faraones de Egipto que con sus obras crearon dioses”.

En su cúspide yacen los restos del primer telescopio astronómico de la ciudad. Sin duda alguna, este fue el lugar favorito de Don Fernando. Hay que superar el vértigo cuando se asciende por las escaleras empinadas que dan a la cúpula principal. Desde arriba la perspectiva de Ineni es abruptamente diferente. El viento se filtra por las grietas del metal y resuena la estructura como voces que hablan en otro idioma, uno antiguo. El viejo telescopio Stockman, la joya del Palacio, ha perdido sus lentes. Ya no brillan las estrellas en su interior. El óxido ha perforado sus entrañas y algún poeta escribió sus versos en su estructura junto a un graffiti y una dedicatoria de amor.

Se necesitan unos lentes para dar claridad al misterio, pero ahora el Palacio está ciego y los enigmas se pierden en un profundo sueño. Se necesita de alquimia para convertir la arena en cristal, pues lentamente el Palacio y su historia regresan al desierto como arena que se escapa entre las manos.