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El Palacio del Tenis: la historia sin contar

Silvia Natalia Rojas Castro 
snrojacs@eafit.edu.co
@natalia.rojasc


Los edificios cuentan historias que en ocasiones cuesta detenerse a escuchar. Este no es el caso del Palacio Nacional, cuyo relato va desde su complicada construcción, hasta su consagración como Monumento Nacional.

Resulta curioso cómo la mente humana logra oscilar en las diferentes perspectivas de la vida y de los elementos que la componen. Pasar de un momento en el cual se exigía una respuesta hacia la eminente modernización, a otro donde la conservación histórica se vuelve inquebrantable.

El actual Centro Comercial Palacio Nacional se ha convertido en fiel testigo de ese cambio. A comienzos del siglo XX, precisamente en el año 1913, sentado en su despacho se encontraba Gabriel La Torre cumpliendo con su rol de Secretario de Hacienda. Su cara pensativa delataba cierta preocupación, la cual venía gestándose años atrás. Básicamente, le pesaba el triste estado en el que se encontraban los edificios que cumplían funciones públicas en el país. A estos los llegó a categorizar como “defectuosos en su planeación” y “descuidados en su ejecución”. Crítico y recio cuestionaba cómo era posible que unas casas antiguas con habitaciones convertidas en oficinas, dirigieran los asuntos más importantes del Estado. Estas opiniones empezaron a zumbar en los oídos de un tal Pedro Nel Ospina Vásquez, político e ingeniero que apoyaba el proceso de modernización de estructuras en Colombia y quien un par de años después, siendo gobernador de Antioquia, realizaría la llamada que transformaría la cultura arquitectónica de la ciudad. 

Al otro lado del globo, precisamente en el corazón de Europa, el país que vio nacer a Tintín nos regaló también al arquitecto e ingeniero Agustin Goovaerts; un aficionado del tenis, la natación y por fortuna de los edificios. Fue entonces cuando un jueves 12 de febrero del año 1920, el teléfono timbró y durante los siguientes ocho años, aunque incompletos, Medellín le abrió las puertas a la persona que construiría y traería la modernidad arquitectónica a la ciudad. Suenan obras como: la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús, la Escuela de Minas, el Claustro de San Ignacio, la antigua Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, los edificios Calpe (donde funcionaba la alcaldía de Medellín), el Teatro Junín-Hotel Europa, el cual es considerado como la obra más importante de la arquitectura moderna colombiana producida en los años veinte, y por supuesto, el Palacio Nacional.

Guayaquil ha sido un barrio cargado de tangos, historias, cafeterías y comercios populares. Durante varios años se podían encontrar desde obreros y prostitutas hasta los más ricos hacendados y mineros. Su energía brotaba como las cenizas de un carbón chamuscado, muchos creían que se podía encontrar hasta el mismísimo Santo Grial; “Lo que no se encuentra en Guayaquil, no se encuentra en Colombia”, sonaba por las calles. Existía tal diversidad de elementos sociales y culturales, que incluso dentro de sus bastas propiedades se hallaba una cárcel, en esta, precisamente, se levantaría lo que conocemos hoy como el Palacio Nacional de Medellín.

Hoy esos senderos peatonales son custodiados y censurados por Espacio Público. Esas voces que durante la semana son enmudecidas, los domingos vibran como las cuerdas de una guitarra. Una cosa está clara: “cuando los gatos se van, los ratones salen”, cuenta entre risas una vendedora de bolsos.

Un martes se encontraban inusualmente el entonces presidente Nel Ospina junto con su grupo de ministros en la avenida Pichincha con Carabobo no precisamente a comprar un bolso. Después de analizar los esbozos elaborados por Goovaerts en el terreno de la propiedad, un señor llamado Laureano Gómez, el que tiempo después sería profundamente reconocido en la historia colombiana y quien en esa época ejercía como Ministro de Obras Públicas hizo que se modificaran los planos para la construcción del edificio, pues consideraba insuficiente 3.300 metros cuadrados para establecer una obra de tal magnitud y en su opinión era de gran importancia ensanchar el área ya que “(…) habría que responder, no solo a las necesidades actuales, sino a las del futuro próximo”.

En ese momento ya estaba claro que en la antigua cárcel de hombres funcionaría el Palacio de Justicia de Medellín. Después del cambio repentino de planos, se procedió con la composición de la obra maestra. Esta contó con doscientos veinte obreros trabajando sin cesar; mientras unos elaboraban puertas, otros hacían las rejas para las vidrieras y otros construían los calados de hierro y las esculturas. Formaban una orquesta en la que participaban desde los tenores más altos hasta los bajos más graves.

Lastimosamente, nada se toca perfecto. La construcción fue detenida tres años después de su comienzo, el ilustre Gooverts terminó siendo víctima de persecución y duras críticas a su obra y por ende, obligado a marcharse del país a mitad de 1928. De forma jocosa y hasta ridícula el escritor Juan Tobón Quintero del periódico el Heraldo de Antioquia criticó el edificio cuyo estilo consideraba: “Gótico y grotesco” el cual “no representaba exteriormente los fines para los cuales fue destinado”, y, según él, su apariencia se asemejaba más a una catedral religiosa que a un edificio público. Tobón, eufórico en sus críticas, no dudó en acusar una malversación de fondos en dicho proyecto. Este pensamiento fue compartido y esparcido por varios políticos de la época.

Con incertidumbre se le pidió al tocayo del presidente, el muralista y escultor Pedro Nel Gomez, que terminara la obra y transformara la fachada eliminando cierta parte del pulido trabajo en ladrillo que delicadamente había hecho el belga Goovaerts, añadiendo esa pincelada paisa muy admirada en otros lugares de la ciudad. Para su infortunio cuentan las malas lenguas que la plata no alcanzó para reformar la fachada completa, dejando otro edificio inconcluso dentro del voluble sistema de infraestructura colombiano. Sin embargo, estos percances no evitaron el continuo funcionamiento del palacio. 

El edificio de 88 oficinas fue testigo de las sentencias a los delitos más atroces que se les ocurrieron a los antioqueños durante la primera mitad del siglo xx; albergue de juzgados municipales, donde sonaron los debates más ilustres del derecho colombiano; y campo de cuerpos de rehenes que murieron con miedo y desespero por seguir en la lucha de su libertad. Registros de la época narran el desenlace que tuvieron algunos condenados quienes, al enterarse de su fallo, prefirieron lanzarse desde el último piso del edificio que afrontar los años que tendrían bajo rejas.

No fue sorpresa que se haya generado cierta inconformidad por parte de los trabajadores del Palacio los cuales observaban una gran reducción del espacio en comparación con lo que estaba creciendo la población de entonces. Finalmente, cuando el Comité Cívico de la edificación le dijo al presidente: “Las oficinas están resultando incómodas e inapropiadas”, exigiendo más área de trabajo, se empieza a considerar el traslado de la administración a un lugar más moderno y amplio.

Don Oscar, un vendedor actual de zapatos en el palacio, explica jocosamente ese cambio de pensamiento que tuvieron las personas de ese entonces como consecuencia del traslado poblacional que se estaba propagando desde las zonas rurales hacia las urbanas. “Imagínese que usted vive en un pueblo, decide venirse a la ciudad y comienza a pensar que va a trabajar, que va a conseguir una casa más bonita, que se va a casar y que va a progresar”. Chocándose las manos dice: “Aquí no hay espacio pa’ más”, incluso llega a cuestionarse sobre la posibilidad de que hoy en día los juzgados sigan funcionando en el Palacio Nacional, con una cara de asombro y una risa burlona, sonríe.

El Estado terminó aceptando los reclamos y le propuso al departamento permutar el viejo y aporreado Palacio Nacional para tomar unos terrenos y construir un nuevo edificio de oficinas nacionales que luego obtendría el nombre de: Palacio de Justicia de Medellín – Edificio José Félix de Restrepo.

De repente, salta la duda: ¿Qué pasará con el antiguo Palacio Nacional? Las Empresas Departamentales de Antioquia (EDA) adquirieron el edificio en 1974, pero sus ganas de obtenerlo no fueron bien demostradas ya que lo sometieron a un abandono total. Se sumergió en una pobreza y olvido por parte del Estado, de la empresa dueña y de los mismos ciudadanos nobles que caminaron en sus pasillos discutiendo el futuro político del país. Este desamparo se convirtió en un estímulo para que las personas sin hogar del área aprovecharan la oportunidad de sobrepasar sus puertas, deambular por los pasillos y hacer que el ambiente se tornara pesado a su alrededor. No solo sus tristes paredes reflejaban el abandono, sino los petulantes olores hablaban por sí solos, por eso cabe mencionar que elementos como: deposiciones humanas, humedad y lluvia, fueron fuertes protagonistas dentro de la imagen del Palacio en su momento de descuido.

Pudo ser fortuna, suerte o simplemente apropiación cultural repentina, el hecho de que gente en la década de los 80 notara el precario estado del lugar y decidiera comentar al respecto, sonaron propuestas para cambiar el uso que se le estaba dando y propiedad privada fue la que más sonó, pues se sabía que la zona ya no era propicia para un edificio de carácter institucional. Estaba resuelto. El nuevo rol destinado para el Palacio Nacional iba a ser meramente comercial, un papel que albergaría esperanzas para futuros emprendedores. Este fue un acuerdo de, como dicen coloquialmente, ‘toma y dame’, ya que el nuevo uso le proporcionaría al edificio el mantenimiento para la conservación que necesitaba insistentemente y al mismo tiempo le generaría ingresos a sus propietarios.

Meses después, luego de pasar por ciertas remodelaciones arquitectónicas, en un siseo de venga pa’ acá, vaya pa’ allá, haga cuentas acá, ponga plata por allá, el Palacio terminó en manos de un particular. Según el guardia de seguridad Naranjo es un árabe y según don Oscar es un judío. Lo cierto es que alguna religión no católica deberá tener. Importante el hecho de que su propietario se propuso no vender el área como se estaba haciendo con los terrenos aledaños. De pronto su estructura pintoresca o la promesa de que crecería económicamente lo retuvieron de tomar dicha decisión. Después de todo, el Palacio terminó siendo una edificación inconclusa, que jamás llegó a la forma final prevista por su autor.

Y así, poco a poco, fue creciendo ese apego hacia una identidad local y hacia los elementos que la componían. Por eso, por allá en 1988 el Palacio Nacional de Medellín es declarado Monumento Nacional. Esta decisión influye mucho en su estado actual, pues ahora se encuentra completamente acobijado con normas que evitan su transformación en el caso de que se pongan en riesgo o se destruyan elementos de su composición y tradición histórica. En el café del primer piso Beatriz Pérez, quien trabaja allí desde hace 2 años, dice: “Acá la gente viene y comenta, ‘¡qué hermosura!, cómo esta de bien cuidado’, obvio que lo mantienen conservado, al final es patrimonio y no lo pueden modernizar”. Qué hubiera pensado el antiguo presidente Ospina Vásquez frente a ese comentario de Beatriz.

Paso, observo, me detengo, regateo, compro y repito el ciclo desde la San Juan hasta las gordas de Botero. Suena simple, parece rápido y aun así puede tomar todo el día e incluso más. Ahí está: imponente, elegante y creído como él mismo, posando a la izquierda de forma sigilosa. Siempre listo para comer turistas, contar historias, derramar una que otra saliva en la gente que lo admira y, sobre todo, para conquistar a los medellinenses con sus paredes, pinturas, pisos, escaleras, pasillos y gente. Así ataca el Palacio del Tenis. Digo, El Palacio Nacional.