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Platos rotos

Pedro Juan Vallejo - pjuanvallejo@gmail.com

Hoy llegué del colegio cansado de jugar fútbol y mi mamá me dijo que fuéramos a la piscina del Country. Claro que desde anoche ha estado muy callada y por eso en el carro no dijo ni una palabra: solo se oía la música de Radiotiempo y nada más.

En el Country estaban dos amigas de mi mamá y nos sentamos con ellas. Yo estaba metido en la piscina, pero como las nubes taparon el sol, me salí y me puse a comer papitas a la francesa con chimichurri. (Esa combinación me la enseñó mi papá). Tenía la toalla encima de los hombros para secarme y las gafas de nadar en la frente. Me acuerdo de que mi mamá hablaba de una señora que se vestía muy feo y que se llenaba la cara de polvo como si fuera una cucaracha de panadería; y sus amigas se rieron hasta que ella se quitó las gafas oscuras (porque dice que tener gafas sin sol es para ciegos).

Cuando se las quitó, las dos amigas se quedaron mirándola y una de ellas, a la que mi papá le dice La Pelimaldita, empezó a señalarla. 

— Mónica, ¿qué son esas ojeras? Ni siquiera después del prom del colegio estabas así.

— Yo sé por qué tiene oj…— no pude terminar de hablar porque sentí como si me hubiera picado una avispa en la espalda. Era mi mamá que me estaba pellizcando debajo de la toalla y me abría los ojos como si también la estuvieran pellizcando a ella.

— Mónica, ¿por qué estás regañando al niño? –Preguntó medio riéndose la otra amiga, a la que mi papá le dice El Manatí.

— No, lo que pasa es que me tuve que quedar hasta tarde lavando platos porque Omaira tuvo que salir temprano... Definitivamente tener muchacha del servicio es mitad de la felicidad —cuando mi mamá dijo eso, sus amigas se empezaron a reír. La Pelimaldita se movía como un espantapájaros y al Manatí le temblaban los brazos como si fueran de gelatina—.

Pero la verdad es que mi mamá no tuvo que lavar platos. Igual no iba a decir nada porque después me ganaba otro pellizco, entonces me puse a terminar las papitas y a tomar Coca-cola. El vaso estaba lleno de gotas y me acordé que así se pone el vidrio de la ducha cuando me baño. Un día estaba enjabonándome y escuché un grito de mi papá — ¡Cuántas veces he dicho que sin azúcar? —.  Yo cerré la ducha para oír a quién le gritaba pero solo alcancé a sentir que tiró la puerta. Después fui a desayunar y vi a Omaira en la cocina: estaba lavando platos y de vez en cuando se pasaba las muñecas por los ojos. 

— Oma, ¿tú estás llorando?

— ¿Eh? No, niño Tomi, lo que pasa eque ahora tuve pelando una ceboia.

Pero esa mañana no estuvo cantando ni me agarró los cachetes antes de irme para el colegio. Solo me entregó la lonchera y me dio la bendición. 

Yo digo que no me tenía que decir mentiras porque yo sé que mi papá es muy bravo y no me gusta que sea así. Un día estuve jugando FIFA en la sala y vi que él fue a servirse jugo y después se sentó a mi lado. Al ratico mi mamá fue a la cocina y empezó a preguntar quién había dejado la jarra afuera. 

—Tomi, ¿fuiste tú?

— No, mami, yo no fui. 

— Carlos, ¿entonces fuiste tú?

— ¿Qué?

— Que si fuiste tú el que vino a servirse jugo ahora

—Sí, ¿por qué?

—Porque dejaste la jarra afuera de la nevera. ¿Será que puedes venir a guardarla?

Yo acababa de meter un gol con el Barḉa pero no pude ver la repetición porque mi papá se había parado con los brazos cruzados al frente del televisor y empezó a pegarle al piso con el zapato.

— Mónica, ¿yo me llamo Carlos o Carlota?

Mi mamá no respondió nada. Solo se oía el zapato de mi papá contra el piso y al ratico escuché que la nevera se abría y se volvía a cerrar. 

Y estaba pensando en eso cuando me di cuenta que ya no había casi nubes en el cielo y que la piscina brillaba como si le hubieran metido el sol. Entonces me puse las gafas de nadar y sin decir nada me tiré en clavado. Adentro todo era azul y solo se oía el ruido del agua. Había un montón de piernas flotando y un niño que tenía narizona. También vi a unas viejitas que se hundían para hacer burbujas y se les levantaba el pelo como si tuvieran gomina. Mi papá dice que todas las mujeres quieren ser como esas viejitas: unas mantenidas que solo van a clases de natación y a jugar cartas al club. 

Cuando salí a tomar aire, la Pelimaldita me señaló con el dedo y mi mamá se puso una mano en el pecho y respiró profundo. 

— ¡Tomás, ven para acá! — mi mamá gritó y yo fui nadando hasta el murito con las manos encima de la cabeza como un tiburón — La próxima vez que te tires a la piscina me tienes que avisar, ¿bueno?

— Bueno. Pero yo sé nadar solo. Mi papá me enseñó. 

— ¡Ay, querida! Es que a ese moneco tuyo no se la acaba la pila —dijo la Pelimaldita y me miró con las gafas de mosca que tenía puestas. 

Yo les saqué la lengua y me volví a hundir. Las estaba mirando desde abajo del agua mientras hablaban pero me asusté porque sentí como si una bomba me hubiera caído encima: era el Manatí que se tiró en huevito y casi me aplasta. 

Fue un miedo parecido al que sentí ayer cuando me despertaron unos ruidos en la cocina. Al principio creí que eran truenos porque estaba lloviendo, pero los ruidos sonaban muy cerquita, entonces empecé a llamar a mi mamá y como no respondía, tuve que levantarme. Me acuerdo de que salí del cuarto y solo vi la luz de la cocina prendida. En el piso de la cocina había una sombra muy grande que no paraba de moverse. Yo pensé que se habían metido los ladrones y empecé a caminar hacia la cocina despacio y pegado a la pared. El piso me daba mucho frío en los pies y me ponía a temblar hasta los dientes.

Pero cuando estuve cerquita me di cuenta que la sombra no eran los ladrones. 

La sombra era mi papá.   

Había sacado todos los platos de la cocina y los estaba quebrando uno por uno.

Mi mamá estaba parada al lado de la nevera y tenía puesta una pijama de panes; y mi papá la miraba pero ella tenía los ojos en el piso y con cada plato quebrado se apretaba las manos con las uñas y le temblaban los hombros. 

Y entonces mi papá levantó un plato como si fuera un mesero del Country y lo dejó a caer mientras hablaba. “Mónica, ¿sabes algo? Aquí nada es tuyo”. Y la sombra del plato cayendo parecía una nave espacial. “Yo he comprado todo lo que hay en esta casa”. Y mi mamá seguía al lado de la nevera con los ojos en el piso y no paraba de morderse los labios. “Los muebles, la comida y hasta tu ropa”.

Y aunque el plato no alcanzó a quebrarse, la que parecía rota era ella.