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Tríptico de un viaje eterno

Miguel Ángel Correa

Incesante

Quizá te encuentre cuando vuelva a casa.
Estarás sentada cosiendo mis fortalezas
porque sabrás que regreso débil y exijo tu abrazo.
Te darás cuenta de que me he derrumbado
bajo la ceiba de mi infancia.
Allí quebré ramas y ensucié mis botas.

Quizá cuando abra la puerta estarás allí,
frente a frente con el ocaso.
No dormirás porque permaneces atenta a cómo crecen tus orquídeas.
Esta tarde espero llegar y no encontrar silencio.
Silencio de hogar, camas destendidas, ventanas abiertas y plantas
que se secan.

Mi despertador está dañado…
duermo demasiado y llego tarde a todo.
Tarde para reír, tarde para dejarte a un lado.
Quiero acostumbrarme a verte dormida,
porque sé que me contarás tus sueños.

Quizás hoy te reconozcas en mis ojos
porque habrás vencido la sombra en tu cerebro.
No te preocupes por tus días olvidados,
todos hacen parte de mí.
Te convertiste en un trapo
mientras tu ser nos observaba desde lo insondable.
Tu mirada perdida devasta al dios en el que siempre creí,
aquel que se transforma en un simple aroma.
Soy incapaz de arrancarte ese ente que te desfigura,
que te deja sin párpados
a la espera de las últimas visitas.
Y parece como si yo nunca pudiera regresar
a dejar las pastillas sobre la cama.
Quizá podrás leer todo lo que te escribí,
pero no sé a dónde te has ido
y yo ni siquiera sé dónde estoy



Cristo que trasboca

Perdido en los días húmedos,
donde me rodean los demacrados
con las gargantas llenas de cristales
y sus voces me escupen al abismo.
Tengo en mis oraciones
la empuñadura de un machete
que pendula sobre mis miedos.

Nadie parece darse cuenta de los horrores
que acontecen en este pantano.
Traigo la vomitiva sensación
de no pertenecer a este mundo.
De que mi valentía no basta para escapar.
Despojado de mi carne
mis delirios se hacen verbo de dios… Mis vicios se hacen dios.

Me miran cuando estoy tirado,
borracho en una cuneta.
Me observan cuando vomito desde el balcón.
Es el Cristo que trasboca.

Dime si ves algo que no detestes de mí.
Mi dios se fuma sus penas y parece tranquilo.
Tiene los órganos desordenados.
Suda gotas de sal por su frente caliente
y tiene las manos y los pies fríos.
Mi dios vigila con furia su frágil piel de porcelana.
Ama con fervor desde su soledad.
Habita debajo de mi cama
y en hojas desordenadas.
Posee todos los males y siempre es inocente.
Cada día visita los infiernos
y raya el cielo con sus pájaros.
Desde un balcón esparce su semilla.
Está desnudo y se ve miserable,
pero es hermoso cuando cae en el mareo.
Mi dios está borracho y no sabe a dónde va.
Le soy devoto cuando lo olvido en mis rezos.
Él sabe decir adiós tan fácil,
tan lleno de pena.

Cuando me abandona
me deja regalos repletos de vidrios.


Titán de las entrañas

Cómo podré salir de aquí?
Vago insomne en esta biblioteca en otro idioma
De libros azotados por un vendaval.
Tengo una voz brillante perdida entre los estantes.
Aún la busco.
Hay una ventana por donde entra la luz.
En su cornisa construí un jardín
y me lo robaron.
Ya no encuentro respuestas en esos libros dispersos.
No encuentro nada más verdadero que la geometría de una planta.
En su perfecta sincronía vegetal.

Tiemblo de frío frente al sol,
irradio una furia tan lenta como el crecimiento de las raíces.

Fui a visitar la naturaleza
en ese pedazo de tierra
y me invadieron las supersticiones:
tormentos de una fe que no me aplaca,
espíritus mudos.
Sentí tanto silencio que me llevé las manos a la cabeza.
Me apreté casi hasta desaparecer.
De pronto escuché
al titán que devasta mis entrañas;
y con voz inframunda

susurró

—Vengo a traerte agua y comida para que no desfallezcas,
pero no tengo alimento para tu alma.
No puedo curarte las profundas cicatrices.
No puedo darte un dios al que le adhieras tus pecados.
Estás solo en tu biblioteca y te da pereza leer.

Todos mis esfuerzos pendulan sobre tí,
ahora contemplate como un extraño
Yo sigo siendo el mismo