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El opio del pueblo - Edición 207

Álvaro Arturo Guerrero Arango - aguerr14@eafit.edu.co 

 

El primer paso para superar una adicción es reconocerla. La siguiente columna de opinión le dará unos tips para que bajo ninguna circunstancia usted pueda dejar el vicio, y además pueda desmitificar las teorías conspirativas que los resentidos y marginados le han atribuido al fútbol.

 

Quedan escasos días para que comience el mundial de fútbol, y por más lejos que estemos de Rusia y por más que nos divida el debate electoral que tiene lugar en estos días, el ambiente futbolero predomina en todos los lugares comunes de nuestra sociedad colombiana. Apenas comienza mayo y ya más de uno comprometió la prima para llenar el álbum, instalar el DirecTV, o inscribirse en la polla que ya tiene armada todo jefe que se respete.

Por este tiempo, el hincha futbolero no solo mantiene debates con sus colegas mientras juegan a ser directores técnicos y expertos en la materia, también tiene que estar en una discusión constante con más de un crítico y vehemente opositor de todo aquello que mueva fibras y despierte emoción en las personas, mejor dicho, con los amargados.

El amargado futbolero es fácil de identificar, su gesto de mala cara es casi inmutable, en su época escolar se oponía a las clases de Educación Física y era el encargado de cuidar las pertenencias de sus compañeros. Las pocas veces que pateó un balón, lo hizo para anotar un gol en propia puerta y nunca aprendió que a cabecear con la frente y no con la coronilla, los ojos cerrados, y la boca abierta.

Para evitar dar respuestas de futbolista o reina (que vienen siendo la misma cosa) a la hora de una confrontación y poder dejar a su contendor más bien peinado que al Chómpiras, acá van unos tips de ayuda para el gremio al que pertenezco, de rodillones que hacemos cada vez más rentable el negocio de alquiler de canchas sintéticas, a quienes le gritamos al televisor y puteamos al árbitro por más que esté cumpliendo su tarea de forma impecable.

Usted podría comenzar contando que, mientras en el siglo XX Estados Unidos vengaba sus guerras y a sus militares muertos en combate, enviando bombas atómicas que destruían ciudades enteras, Argentina vengaba a los suyos en un campo de batalla de 100 x 70 metros. Si su contendor profesa alguna religión, quedará con la boca abierta cuando usted le cuente la leyenda de cómo Dios se manifestó primero en la mano y después en el pie izquierdo de Maradona, para que los gauchos vencieran 2-1 a Inglaterra en el mundial de México 86 y la deuda de los más de 600 militares argentinos muertos en las Malvinas, quedara saldada.

Recuérdele también que; al principio de los noventa, en la época más oscura de la historia Colombiana, cuando entre el ELN, las FARC, las AUC, los Carteles de Cali y Medellín se repartían los muertos, las bombas y las masacres. El país entero eyaculó (lágrimas de júbilo, obviamente) mientras veía cómo entre tres negros de apellido Asprilla, Rincón, y Valencia de más o menos 1,80, se culiaban a Goycochea, Ruggeri, Simeone y Batistuta en el Monumental de Buenos Aires.

Sea enfático en que más le vale hacer fuerza para que a la Selección Colombia le vaya bien. No vaya a ser que nos eliminen rápido, y ahora sí con una razón que valga la pena, la gente salga a votar verraca.

En este punto de la conversación, su interlocutor ya debe tener la vena brotada y seguramente recurrirá al primer mandamiento de todo amargado futbolero: "el fútbol es como el pan y circo". Por supuesto, el amargado tiene toda una teoría conspirativa sobre como los gobiernos utilizan el fútbol para mantener a su pueblo tranquilo y dominado.

Cuéntele entonces que en 2013, Egipto pudo liberarse de la dictadura de Mubarak que duró tres décadas. También que solo ha participado en dos mundiales, en 1934 y en 1990, y que en el 2018 irá a Rusia gracias que su jugador estrella, Mohamed Salah, metió el penalti al minuto 90 del último partido de la eliminatoria africana, para que su selección le ganara 2-1 al Congo y pudieran ir en junio a tomarse la foto en la Plaza Roja.

Dígale que hace un mes hubo elecciones presidenciales en Egipto, que reeligieron con el 92% al hombre que lideró el golpe de Estado hace 5 años. Que el otro candidato solo obtuvo el 3% de los votos y que el 5% restante, que equivale aproximadamente a dos millones de personas, fueron nulos. Y que no vaya a creer el amargado que los egipcios se pusieron a pintarle bigoticos y cachos a los candidatos y por eso les anularon el voto. No. Más de un millón de personas del pueblo que fue capaz de condenar a su dictador a cadena perpetua, puso en el tarjetón el nombre de su nuevo héroe. Mohamed Salah.

Finalmente gracias a usted, el mundial tendrá un nuevo espectador que va a estar a la expectativa de la venganza de una guerra, de una culiada, o de conocer al futuro presidente.

Ahora sí, despídase con lo que debió comenzar. Reconozca que el fútbol es opio y que usted es un adicto, que de juego no tiene nada, que los once peludos son sus únicos héroes y villanos, que usted el domingo no cambia de canal, y que no le gusta hablar de nada más. Pero sobre todas las cosas confiésele que no tiene la más remota intención de rehabilitarse.

Sí, soy un adicto y déjenme así.