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Operarias de Medellín las puntadas de la supervivencia - Edición 204

Susana Morales Correa

Una prenda de vestir es un objeto de uso cotidiano, pero para quienes la fabrican se trata de un número limitado de operaciones que constituyen el total de una prenda. 

La ropa que llevas puesta quizás fue fabricada por alguna de las 10.344 empresas relacionadas con la industria textil de Medellín, como es el caso de Distrijeans, una fábrica ubicada en el Centro Internacional de la Moda de Itagüí.

Su fachada es de ladrillo viejo. La puerta consiste en una reja metálica de color gris que se abre gracias a un hilo amarillo desgastado. Al abrirla uno se topa con unas escaleras de baldosín rojo antiguo que te llevan al segundo de los tres pisos que tiene el edificio. Las paredes están sin pulir, algunas incluso están cubiertas de baldosas blancas desteñidas por la antigüedad de la fábrica.

A pesar de llevar 30 años en el mercado, la empresa ahora se enfrenta a los tiempos duros que vive la industria textil en Colombia. Según un informe del Dane del presente año, publicado en la revista Portafolio, “la confección de prendas de vestir tuvo una caída del 13%, y la hilatura, tejeduría y acabado de productos textiles también mostró un decrecimiento del 19,9%”. Además, Edwin Salazar, el presidente de la Cámara Colombiana de Confecciones y Afines (CCCA), indicó, para el mismo portal, que se han perdido alrededor de 80.000 empleos.

Es por esto que Octavio Giraldo, el gerente general de Distrijeans, asegura que desde diciembre del año pasado la situación está realmente difícil. “De dos años para acá yo tenía 300 empleados, ahora tengo 80 y es muy duro porque todos necesitan el trabajo. El problema es que suben los impuestos y no logramos sostenernos”. El impuesto para la industria textil y de la confección aumentó su IVA desde 2016, que ahora llega al 19%.

Octavio entrega su tarjeta personal junto con tres oraciones de bolsillo que tienen estampada la cara de Jesús en uno de sus lados. “Esto es algo que a mí me gusta compartir con la gente”, comenta. Luego comienza a hablar de la ropa diciendo que “siempre hay un proceso”.

Así como alguna prenda que llevas puesta y que probablemente compraste en algún almacén de cadena de la ciudad, clientes habituales de Distrijeans.

El taller: a toda máquina

El cliente que contrató a la textilera para confeccionar el pantalón que llevas puesto, realizó varias observaciones antes de pasar a moldería y corte.

Esos moldes debieron de pasar por el taller de muestras donde se cosen a partir de una ficha técnica. Pero si hubiesen llegado a las manos de Omaira, seguro no hubiese sido tan necesaria esa ficha, pues según ella pesan más los años de experiencia. “Yo me llamo Omaira pero me dicen La negra”, responde con una voz fuerte y un acento entre paisa y costeño. Omaira es una mujer robusta. Usa gafas delgadas de color rosa y la cinta métrica amarilla en los hombros. Lleva 28 años en el sector textil y 23 de ellos en la misma empresa.

Una vez terminada esta etapa, las muestras son entregadas para ser codificadas y realizar una orden de producción. Al terminar esto, inicia lo que se conoce como explosión de materiales. En este punto se hace un conteo de las piezas necesarias para el pedido, además del número de unidades y la cantidad de prendas por talla. Se preparan los hilos y los módulos para que al siguiente día empiece la producción.

Las operarias empiezan su labor de 6:00 a.m. a 3:05 p.m., con 20 minutos para desayunar y almorzar. Pasarán por sus máquinas Juki cientos de recortes que se convertirán en prendas. Su lugar de trabajo, situado en el tercer piso de la fábrica, es un espacio amplio, pero cubierto de montículos de tela. 

Suena el timbre y comienza la acción. El motor de un viejo ventilador en la mitad del recinto produce la mayor cantidad de ruido; acompañándolo se encuentra el sonido de plancha industrial y las más de 40 máquinas de coser. 

— ¿Cuántas tiene ahí? 

— ¿Dónde coloco esto?

— Marce ayudame con una cosita.


Son algunas de las expresiones que se escuchan en el lugar. Por eso, en medio del ajetreo, no es de extrañar que Marcela Betancur, jefa de planta, acuda prontamente al llamado. “Para estas personas el tiempo es muy importante, pues lo que yo me demore es tiempo que le quito a ellos para producir, por eso trato de ir siempre rápido”. Ella es una mujer de 38 años, ojos verdes muy delineados y boca triste. Así como sus compañeras, Marcela es madre cabeza de familia. 

“Tengo dos hijos. Uno de 17 años y una niña de 8. En parte lo que me gusta de este trabajo es que puedo pasar tiempo con ellos porque salgo a las 3:00 y como tengo un hijo adolescente trato de no dejarlo descuidado”. Marcela empezó como operaria, después fue capacitada para hacer calidad pie de máquina, y, posteriormente, supervisora. 

La producción en la fábrica va a toda máquina. Todos están concentrados en su tarea, no hay tiempo que perder. Los jeans recién cosidos empiezan a acrecentar la pila de ropa y detrás de una de esas máquinas se encuentra María Dolly, una mujer de 50 años, cabello rizado y piel morena. “Lo mío es la bluejeanería, a mí me va súper en eso”, dice.

Dolly, a primera vista, parece intimidante, pero sus lágrimas caen al pensar en lo duro que puede llegar a ser el trabajo de operaria. “Uno es dele y dele a una máquina, y es duro porque termino toda acalorada y llego a la casa a mojarme. Eso no es bueno”.  Para ella, una de las cosas más duras es trabajar según las condiciones del mercado, pues cuando no hay mucho que producir sus ganancias no llegan ni al mínimo. “Este es un trabajo muy duro y muy mal pago. Es que esto sale es gracias a nosotras y recibimos la peor parte” dice haciendo énfasis en sus palabras. Y es que para ella, trabajar al contrato, es decir, por operación realizada, puede ser un éxito o un fracaso.

Octavio Giraldo opina que gran parte de los problemas que hoy existen en la industria textil se deben a que la cadena de producción colombiana no puede competir con los precios chinos. Según cifras ofrecidas en el documental The True Cost, se estima que en países como China se les paga aproximadamente $3 dolares al día los operarios, lo que equivale a $260,815 pesos al mes. Esto significa 2,8 veces menos que el pago a las operarias en Colombia, $737.717 pesos (salario mínimo). 

Aunque Dolly ha querido renunciar varias veces, dos razones la detienen. La primera es que prefiere la estabilidad y la segunda es su jefe don Octavio, o el papacito como lo llama, quien para ella es un gran patrón, y una excelente persona. “Yo tuve a mi hijo hospitalizado 8 días y don Octavio no hubo un día que no me llamara. Yo no renuncio por don Octavio” cuenta María Dolly.

Después de trabajarse el delantero del jean, se coserán todos los detalles del trasero. Se pasará al ensamble de las partes para finalmente armar la bota, presilla y empretinada. Ningún trabajo estaría completo sin pasar a la lavandería y, por último, al planchado.

Los jeans están listos para ser empacados en cajas y llevados a la bodega. Esta debe permanece vacía en la medida en que no debe existir producción retenida. 

Mientras tanto en la fábrica son las 3:05 p.m. y suena el último timbre; es hora de irse.

- Mor, hoy me hice 200 – Dice una de las operarias a otra.

- ¿Hicieron cada una de a 13? – Comentan quienes ponen las marquillas.

- Cielo, ¿ya miró los cuellos? -  Grita Dolly con orgullo.

- ¡Ay, qué cansancio por Dios! – Suspira la señora que lleva desde las 6:00 a. m planchando los jeans.


Muchas están exhaustas, con dolor de pies, manos y espalda. Es por esto que Giraldo dice que “las operarias son unas berracas. Yo las admiro muchísimo porque en su mayoría son mujeres de estrato 1, 2 ó 3. Son madres cabeza de familia y se preocupan por el trabajo, los hijos, el almuerzo y la plata. Sin contar que se levantan antes del amanecer”.

El trabajo de operario significa no desperdiciar un segundo en la jornada de trabajo. Es por eso que Dolly cuenta que “yo voy al baño, desayuno y almuerzo en mis descansos, porque yo en un minuto hago algo y si me paro no produzco. Mi tiempo es oro”. 

Además de lo anterior, si una operaria no alcanza el mínimo esperado, que representa una calificación superior a 70 puntos sobre 100, puede quedarse sin trabajo. “Si las operarias no cumplen con ese mínimo, la empresa no es rentable”, asevera Octavio Giraldo.

Las operarias trabajan sin descanso en su jornada para completar el número de prendas ideal, aprovechando cada segundo. Así qué, la ropa que tres, es más que solo eso.