Juan Luis Mejía Arango
Rector
El diálogo lo sostienen en algún lugar de la ficción el rey de los tártaros Kublai Kan y el viajero Marco Polo. La narración ocurre en las páginas de Las ciudades invisibles, del escritor Italo Calvino, y en estas el veneciano describe: “Es inútil decidir si ha de clasificarse a Zenobia entre las ciudades felices o entre las infelices. No tiene sentido dividir las ciudades en estas dos especies, sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella”.
Tras la cita, cuyo origen está en la ficción, son varias las preguntas que podrían plantearse y traerse hoy a este terreno de la no ficción: ¿Qué tan irreal puede ser la Zenobia a la que alude Marco en la conversación que mantiene con el Kan?, ¿no habitamos territorios reales y diversos que muchos hemos querido cohesionar en busca de equidad, de igualdad de oportunidades y de un desarrollo sostenible?
Ya ubicados en la realidad iberoamericana —y tras vivir en EAFIT, entre el 17 y el 19 de septiembre de 2018 la Reunión Anual de Alcaldes y el Seminario Ciudades Incluyentes: Aprendiendo de Medellín, y en la que se dieron cita 52 mandatarios municipales de Iberoamérica invitados por el BID con el apoyo de la Alcaldía de Medellín y la Universidad— es necesario volver sobre el último interrogante y mirar por qué, pero más importante para qué, es un imperativo hablar de ciudades y de desarrollo sostenible. En el Informe del Secretario General Progresos en el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2017, de la ONU, se habla de una cifra que nos compromete seria y afanosamente con esta y con las futuras generaciones: de cerca de cuatro mil millones de personas (el 54 por ciento de la población mundial) que vivía en ciudades en 2015, se proyecta que la cifra alcance los cinco mil millones en 2030.
Sí, sería irresponsable pasar por alto un dato de estas características sin pensar qué acciones poner en marcha para que este planeta, único hogar a la vista en quién sabe cuántas décadas —o quizás siglos—, continúe albergándonos. Entonces sí, es la sostenibilidad la palabra, o mejor, la única acción y opción que nos queda como especie —y en beneficio de las demás especies— para trascender del simple concepto de progreso, muy difundido con la era industrial, a un propósito superior, uno de equilibrio, uno de sostenibilidad.
¡Es un asunto de supervivencia, de entender cómo esta generación tiene en sus manos, no solo el cuidado, sino también el futuro y el desenlace de la ‘Casa Común’ de la que habló el papa Francisco en la encíclica Laudato Si’!
El trabajo en red es otro imperativo que nos llama a la acción desde cada una de las ciudades de la región. Como iberoamericanos, herederos de una cultura diversa que reconoce su diferencia y le apunta a un desarrollo en conjunto que permita superar tantas inequidades, son muchísimos los intereses y los lazos comunes, por demás históricos, que nos confirman ese papel de “aliados” que estamos obligados a fortalecer en beneficio de una población que, como la nuestra, exige soluciones y resultados inmediatos.
La división no será nunca el camino para esta región. Por el contrario, es la suma de esfuerzos, de capacidades y de buenas decisiones —desarrolladas como bloque— las que determinen la creación de políticas de bienestar que favorezcan no solo el crecimiento económico, sino el acceso a la educación, a la salud y al empleo.
Por esto, América exige un cuerpo dirigencial que sea capaz de superar el periodo que demanda cada elección. El futuro de la región estará en la posibilidad de engranar tres elementos: el agro, las ciudades y la educación. Si bien una gran cantidad de seres humanos se instala cada vez más en las grandes y medianas metrópolis, se necesitará de una industria agrícola sostenible que, amparada en las nuevas tecnologías, logre garantizar el acceso a la alimentación de toda la población.
Es volver a la palabra sostenibilidad para que ‘ruralicemos’ cada vez más los entornos urbanos y podamos alcanzar el tan anhelado equilibrio, al que se le debe sumar la pieza faltante de este engranaje, de ese enorme y entramado lego que proponemos armar en procura de alcanzar dicho equilibrio, en este caso la educación, la más poderosa de las armas contra la pobreza y la inequidad, y en la que EAFIT hace un aporte como centro de pensamiento a través de unidades académicas como Urbam, el grupo de investigación Rise, el Departamento de Ciencias de la Tierra y el Centro de Análisis Político, sumado a la gestión de otras dependencias.
Todo este acervo está al servicio del entorno, por lo que siempre pueden contar con EAFIT para avanzar en políticas que beneficien a toda la población, y más aún ahora que, a partir de su renovada Misión, la Institución se alineó con los grandes propósitos de la humanidad, con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como guía.
Y sí. Cuando recibimos en EAFIT el pasado septiembre a este grupo de mandatarios invitados por el BID nos propusimos generar y hacer parte de una gran conversación en la que temas como la seguridad urbana, la movilidad sostenible, la planeación y la gestión fiscal se acogieron desde la inclusión social.
Fueron tres días en los que pudimos conocer de cerca una realidad en la que todos estamos inmersos y que marcará un camino que deberá llevarnos a un puerto seguro, y que nos permitirá hacer parte de las “ciudades felices” a las que aludía Marco Polo. ¡Es un reto, un reto de región!