Mónica María Vásquez Arroyave
Colaboradora
En una sala del Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas de EAFIT transcurrió la conversación con el escritor puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá, ganador del Premio León de Greiff al Mérito Literario. Fue en la tarde del 12 de septiembre, unas horas antes de recibir, en el Auditorio del Parque Explora, el galardón otorgado por EAFIT y la Fiesta del Libro y la Cultura de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, con el apoyo de Grupo Argos y sus negocios: Celsia y Cementos Argos.
Él prefirió estar frente a frente en vez de elegir la silla de cabecera de la mesa de juntas, reservada tácitamente para él. Los 20 minutos previstos para hablar sobre su obra, sus intereses, sus impresiones sobre la literatura colombiana, su propio mapa literario y su encuentro con Fidel Castro se extendieron a 45, tiempo en el que pasó de la precisión en los gestos y palabras, a la risa y espontaneidad de quien habla de su pasión más entrañable para revelar un pedazo de intimidad.
Foto: Róbinson Henao
¿Qué tanto hay de realidad y qué tanto de ficción en su primera novela La renuncia del héroe Baltasar?
Como toda novela juvenil tiene un grado de aventura literaria. La aventura literaria, en aquel entonces, consistió en escribir una novela que tuviera un trasfondo histórico, pero que no fuera, precisamente, histórica, sino también legendaria o mítica. Efectivamente, escogí un suceso que ocurrió en el viejo San Juan, en el siglo XVIII, como una especie de pretexto para desarrollar esa novela sobre la esclavitud, la relación de las razas, la relación de una mujer blanca con un negro. Ese siempre ha sido un tema muy importante en mi obra: el problema de la identidad, de la relación de las razas. Un problema que es muy de la identidad antillana.
Si uno es muy exacto con la crónica, en algún momento le va a pisar los callos a alguien.
¿Cuáles son los elementos del trópico más recurrentes en sus historias?
Todos los elementos del trópico. De hecho, como novelista, he cultivado la novela histórica y el mundo antillano en la relación de las razas, la esclavitud, y ese fue el comienzo de mi carrera literaria. Esas obras son unas novelas muy totalizadoras, escritas dentro de la órbita de la novela totalizante del boom. Luego, mi escritura fue evolucionando hacia la crónica de actualidad, crónica de sucesos de Puerto Rico de hoy, crónica gastronómica, crónica beisbolera, crónica deportiva, crónica de todo tipo, y también crónica urbana de las transformaciones que ha sufrido la ciudad a lo largo del desarrollo de Puerto Rico en el siglo XX. Así que es un tema muy amplio pero que siempre recurre a la transformación humana de mi sociedad.
¿Usted a qué cree que se debió el éxito de Las tribulaciones de Jonás, y cómo considera la relación de la sociedad caribeña con la literatura y, en especial, con sus libros?
En
Las tribulaciones de Jonás (1981) ―mi primera crónica― fue donde yo ensayé varias técnicas de la semblanza, la lectura de fotos históricas, la crónica propiamente, el reportaje periodístico, porque es un testimonio en torno al entierro del político puertorriqueño más importante del siglo XX, Luis Muñoz Marín, quien fue el creador del Puerto Rico moderno. Cuando muere yo tengo la urgencia de escribir sobre él, y describir también la sociedad que transformó y la sociedad que creó. Por esa razón, yo pienso que fue un libro que tuvo mucha repercusión. Ya yo había publicado La renuncia del héroe Baltasar (1974), una propuesta interesante que llamó la atención de algunos críticos, pero este es un libro que ocupa la imaginación de mucha gente, y eso me creó un público lector.
¿Y en qué género se siente más cómodo?, ¿la crónica, la novela o el ensayo?
En la crónica me siento más cómodo porque esta se me hace más fácil, pero es un género narrativo menor, al lado de la novela o del cuento y, por esa razón, siempre mi ambición literaria está del lado de la novela y del cuento. Pero la crónica me ha servido para crear un público. Yo trabajé en el periódico por más de 30 años o sea que tengo un público que gusta de mis crónicas, de mis columnas, etc., que fueron testimonio de muchísimos acontecimientos políticos, sociales, deportivos. Desarrollé un estilo y un oficio en el periódico, y buena parte de esa producción está orientada al periódico, pero mi ambición sigue siendo la novela y el cuento, donde creo que hay un verdadero arte mayor que el de la crónica. Pero todas son artes narrativas, requieren de caracterización, descripción, narración de acontecimientos.
El reconocimiento le fue entregado el 12 de septiembre, durante la Fiesta del Libro y la Cultura.
Foto: Róbinson Henao
Como usted mismo lo menciona, en su obra es latente la crítica y la necesidad de mostrar la situación política y social puertorriqueña. ¿Desde cuándo lo cautivó ese interés?
Yo pienso que fue después de haber completado el círculo de las novelas histórico míticas, que también son
La renuncia del Héroe Baltasar y La noche oscura del niño Avilés (1984), porque ahí llegué a una especie de callejón sin salida en términos de la escritura. Eso para alguien que no escribe quizás es un poco difícil de entender, pero, efectivamente, sentí que había agotado ya las posibilidades de esa escritura, entonces pensé en la crónica. Eso coincide con el entierro de Muñoz Marín y fue una gran provocación para que yo creara ese género fronterizo entre el reportaje periodístico, el memorial, el ensayo. Luego escribí un libro que se tituló
El entierro de Cortijo (1982-1983), que es sobre una figura de la música popular puertorriqueña.
¿Y por qué su interés de escribir sobre lo fúnebre, sobre los entierros?
No, eso fueron esas dos primeras obras, pero es curioso porque en un momento determinado la gente como que me identificaba como el escritor de los entierros, pero no. Después de escribir sobre otras cosas un libro que se titula
Una nochecon Iris Chacón (1986) y unas crónicas de conciertos de salsa playeros que se hacían en esa época en Puerto Rico se abrieron las posibilidades de la temática cronística, y así he seguido. Lo último que escribí fue una crónica sobre la visita de Yo-Yo Ma a Puerto Rico, y un concierto en el que participó con un reguetonero, un acontecimiento un poco insólito.
¿Para qué periódico escribe?
Para
El Nuevo Día, siempre he escrito en ese, y también en algunos periódicos digitales. Algunas cosas que me censuran en el periódico grande las pongo en el periódico digital (risas), pero siempre veo interés por lo que quiero decir.
“No es solamente hablar de la historia sino también hacer historia y dejarla documentada a través de la crónica”
Aparte de las crónicas, la historia aparece en sus obras bien sea a partir de personajes o de hechos. En este sentido, ¿usted cree que la literatura no puede estar desligada de la historia?
Pues no, pero fíjate de la historia en dos sentidos: como pasado y como presente. Porque la crónica, en última instancia, es un testimonio, es ser testigo de los momentos que estamos viviendo, de esos momentos de cambio, de transformación, y para mí eso es muy importante. Yo pertenezco a una generación que concebía la literatura como compromiso con la identidad que podemos sustraer del pasado o la que podemos testimoniar en el presente, y eso es algo muy central en mi obra y en todas las Antillas, quizás por nuestra historia colonial.
En Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, el problema es muy agudo, y hemos vivido también lo mismo que México con el tema de la emigración. Así que son temas fascinantes que provocan que el escritor, al usar su astucia, no recurra a una astucia juguetona sino a una que verdaderamente testimonie su momento histórico y de realización como ser humano.
Es un poco mi ética y mi poética, el testimonio de lo que he vivido: la crónica por qué será historia del pasado en algún momento, y yo siempre pienso en ese lector del futuro que, en algún momento, quiera curiosear sobre la visión de un hombre del siglo XX respecto de los acontecimientos que surgieron en un determinado momento de la historia. Por ejemplo, este libro muestra un ejemplar en sus manos se titula
La nave del olvido (2009). Es una antología de mi crónica, se editó en Argentina y es un ejercicio extraordinario en el que hice una selección de mi trabajo: empieza con la crónica de Luis Muñoz Marín y termina con una entrevista con Fidel Castro, en La Habana. Son dos polos que aunque no del todo opuestos, muestran la política del Caribe y de la política antillana.
¿Qué fue lo más llamativo, para usted, de estos dos personajes?
En el caso de Muñoz Marín era un hombre que había pasado por una enfermedad, estaba un poco afásico, pero lo que más me fascinó fue la nostalgia de lo que pudo haber sido y pudo haber hecho. La nostalgia de lo no ocurrido y no visto. Es una justificación de su obra, que no necesitaba justificación porque verdaderamente fue un hombre que transformó la realidad. Puerto Rico era el país más pobre de las tres Antillas y se transformó gracias al liderazgo de él. En el caso de Fidel, me impresionó mucho su terquedad y la forma como alguien puede mantenerse en el camino de lo definido en su juventud como líder político. Me fascinó esa especie de terquedad para mantener la dirección de la Revolución cubana. Dos figuras carismáticas, pero Fidel no sabía escuchar muy bien mientras que Muñoz sí (risas).
¿Cuál considera usted que es su obsesión como escritor?
Mi obsesión como escritor es escribir cada vez mejor. En esas destrezas de la caracterización, la descripción, la narración, ser cada vez más sutil, más fino, más sugerente. Usar más la insinuación que la explicación. Esas son mis obsesiones y las obsesiones de cualquier escritor y periodista: cada vez decir más con menos recursos. Yo tuve que reaprender mi oficio cuando empecé a escribir para el periódico. Yo fui profesor universitario por 32 años, y a mí se me hizo muy difícil el periódico porque yo estaba acostumbrado a extenderme, y en los periódicos uno no se puede extender, tiene que ir al grano y recordarlo todo, y ahora soy un maestro de las mil palabras (risas). Antes se me hacía imposible escribir tan corto. Lo que hay de periodista en mí lo aprendí sobre la marcha, no lo aprendí en ninguna escuela.
Yo en Venezuela recibí un premio hace muchos años, y fue una gran alegría, pero esta (el Premio León de Greiff) ha sido una premiación todavía más alegre. Y viniendo de esta tierra de grandes escritores, me honra mucho.
¿Desde cuándo sintió inclinación por la escritura?
Cuando empieza todo el mundo, en la adolescencia. Me gustaba escribir poemas en prosa, principalmente, porque nunca me interesó la versificación, me parecía muy complicado, y de ahí pasé al cuento porque era lo más próximo a esos poemas en prosa. Escribí un libro de cuentos que nunca publiqué, y no me arrepiento porque pienso que no es muy bueno. Ese fue el tránsito y el camino, y mi primera novela la escribí muy jovencito, en España, siendo estudiante todavía.
¿Qué temas le han llamado la atención como escritor, para abordar, o los que más le han apasionado?
Para mí, la pareja. Eso lo hablaba con una escritora puertorriqueña, Rosario Ferré. Ella decía que se le hacía muy difícil escribir sobre la pareja y, en estos momentos cuando hay una mezcla de machismo y de sociedad matriarcal, en el caso de la puertorriqueña donde las mujeres son muy importantes en la familia, se dificulta escribir sobre la pareja. Repasando mi producción literaria me he dado cuenta de la fascinación que he tenido por escribir sobre la pareja, el matrimonio, el enamoramiento. Efectivamente es muy presente, y ha sido un tema casi inabordable, en términos de que los resultados no siempre han sido felices.
¿Cómo define la vida en el mar?, ¿se conecta más con sentimientos de nostalgia y de lo corroído, o con los escenarios para la salsa, la diversión y el encuentro?
Yo me crie en un pueblo pequeño de la Isla. Por eso es que siempre me identifiqué con las novelas de García Márquez, desde los comienzos, cuando empecé a leer ese mundo de pueblos pequeños rurales. Ese era mi mundo. El mundo de la playa fue de mi primera juventud, cuando empecé a ir allí con un amigo. Mi primera novela policial,
Sol de Medianoche (1995), se desarrolla en una playa de San Juan, y ahí retrato todo ese ambiente, un poco marginal. Tengo un libro que se titula
El cruce de la Bahía de Guánica (1989). Yo crucé esa bahía varias veces, con un amigo nadador, y ese libro también tiene una parte política, porque por Guánica fue que entraron los americanos a Puerto Rico, y yo lo empalmé con el cruce de la bahía, que era un evento deportivo. Fue un libro que también provocó mucha tensión por esa mezcla. Esa fue mi juventud, un poco moviéndome en ese ambiente, y fue muy interesante y medio extraña porque, por un lado, yo escribía sobre todo esto y, a la vez, era profesor universitario. Estaba muy distante de todos esos ambientes, pero, en fin, una vida un poco esquizofrénica, pero fue mi vida.
¿Usted considera a Sol de Medianoche como su mejor novela?
Sí. Posiblemente sea mi mejor novela, esa y
La piscina (2012), que es más reciente.
Sol de Medianoche es una novela muy elíptica, una novela escrita de manera tal que, al final, nos encontramos un misterio todavía más grande que el inicial. Esa elipsis en la literatura a mí me fascina. Junto con
La piscina son dos novelas muy elípticas, muy insinuantes, muy sigilosas, muy sinuosas. Son novelas sutiles en cuanto a la ambientación, la descripción, la caracterización de los personajes. Yo creo que ahí yo estoy relativamente satisfecho, porque, recuerda: hay mala escritura, buena escritura, muy buena escritura y hay arte literario. Yo creo que en
La piscina y en
Sol de Medianoche, está mi mejor arte literario.
El jurado del IV Premio León de Greiff al Mérito Literario estuvo conformado por Sergio Ramírez (presidente del jurado), Pilar Gutiérrez Llano, Alfonso Buitrago y Mario Jursich. En la imagen, el escritor antillano ganador del reconocimiento literario.
Foto: Róbinson Henao
¿Cómo resumiría su mapa de pasión literario, cuál ha sido ese recorrido imprescindible con otros escritores?
El mapa de mi pasión literaria es laberíntico, porque yo fui muy convencido de la obra de Borges en un momento determinado, y
Las renuncias del héroe Baltasar tiene mucho de Borges: es un planteamiento novelístico pero muy amanerado. Luego, la obra de García Márquez:
La noche oscura del niño Avilés, es un intento de escribir ese tipo de novela, estuve pensando en
Cien años de soledad. Luego escribí la novela policial
Sol de Medianoche porque quería escribir una historia sin grandes complicaciones de escritura. Ocurre que hay muchos escritores con los que uno se fascina, pero, por ejemplo, yo ya no puedo leer a Borges. Es un escritor fascinante y astuto, pero no me parece particularmente sabio. No tengo mucho que aprender de él. Como Fidel Castro me dijo una vez: “no he aprendido nada de ti”. Yo diría que de muchos escritores no he aprendido nada, pero hay escritores que sí te dicen “mira, la vida es así.
¿En este momento cuáles son los escritores que más lo cautivan?, ¿qué le gusta leer?
Chejov, me fascina siempre, y estoy cerca no de empezar a escribir como él (risas). Pero siento que es algo cercano a ese tipo de escritura: escribir sobre esas vidas pequeñas y oscuras. Pero hay un escritor americano que he leído recientemente: John Williams, quien escribió la novela
Stoner, con la que yo me quito el sombrero. Es una de las más grandes novelas que he leído en mi vida, y la pongo al lado de
El
Gatopardo, de
Lampedusa; de
La muerte Iván Ilich, de
Tolstoi, o de
Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez, que para mí es perfecta.
En cuanto a escritores colombianos, ¿cuáles son los que más le han gustado?
El libro que escribió Héctor Abad sobre su padre es un libro extraordinario, es una gran crónica-novela, pero es de nuevo un libro de gran emoción y de gran astucia en cuanto a la escritura. Eso es algo que uno agradece siempre en la literatura: esa mezcla, esas caricias al intelecto, a la emoción, y también la belleza de la escritura y la astucia. Creo que Héctor Abad es un ícono en eso. Lo conocí hace muchos años, en el 2000, cuando escribí la crónica sobre Fidel Castro, pues él estaba también en esa reunión. De los escritores más jóvenes no sé, muchos. Es que me he tenido que dedicar más a los de mi país, pero este es un país de muy buenos escritores y muy buenos pintores.
“Este que recibo en la infancia de mi vejez aquí en Colombia, tierra de grandes pintores y es- critores, poetas excéntricos como León de Greiff, me alegra sobremanera justo porque lleva el nombre de un poeta más colombiano que famoso”, expresó el isleño en el acto de entrega del re- conocimiento, en un discurso que tituló Pensamientos desordenados en torno a un premio tardío.
Foto: Róbinson Henao
¿Y Gabriel García Márquez?
Cien años de soledad me fascinó, pero no la pude releer. El coronel no tiene quien le escriba fue mi primer gran amor: la leí, me fascinó, y ahora entiendo. Con los años uno la entiende cada vez mejor, porque ya uno viene de las guerras civiles, de todas las guerras civiles (risas). Es una novela extraordinaria, pero, en cuanto a esa mezcla de astucia, caracterización, descripción y uso de la elipsis, Crónica de una muerte anunciada sigue siendo una de las novelas perfectas.
¿Qué es para usted lo más importante de recibir el Premio León de Greiff al Mérito Literario?
Lo más importante es la afinidad con León de Greiff. Pienso que fue un escritor muy estimado en Colombia, poco conocido fuera. Yo lo conocí por antología, pero nunca he tenido un libro de él, de sus poemas. Pienso que en su estilo, su manera de enfocar la poesía, era un vanguardista y también un clásico, y eso es algo muy de las Antillas. Nosotros hemos tenido poetas así, en Cuba y en Puerto Rico, como Luis Palés Matos. Son poetas muy de vanguardia y a la vez muy cuidadosos con la forma. Eso me alegró mucho porque es algo que identifico con lo que nosotros somos como región del mundo: provincianos y, a la vez, modernos.
Edgardo Rodríguez Juliá nació en Río Piedras, Puerto Rico, en 1946. Aunque no estudió periodismo ha ejercido durante muchos años el oficio, como cronista y columnista, y se desempeñó como profesor de literatura durante 32 años, además de ser miembro, desde 1999, de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, adscrita a la Real Academia Española. Ha publicado siete novelas, un libro de relatos, y catorce libros de crónicas y ensayos.
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