Paola Andrea Cardona Tobón
Colaboradora
Asistir a la universidad no es solamente entrar a una clase, y esa es la diferencia entre educar y capacitar. La universidad es, ante todo, una experiencia totalizadora de vida.
Foto: Róbinson Henao
Responde la entrevista desde Shanghái, en China. No hay barreras, basta un celular, wifi y una plataforma digital para hacerlo. El mundo global, la tecnología al servicio de la comunicación y del conocimiento: el mismo entorno en el que hoy se forma a los jóvenes.
Jamil Salmi, experto internacional en educación superior, cuenta que en China y, en general en los países asiáticos, hay un compromiso, casi una obsesión, por la educación como canal de transformación, de mejora social, de innovación. Aspecto que no percibe de la misma manera en las naciones de América Latina “y el resultado es que los países no invierten lo suficiente en el desarrollo de su educación”.
Como asuntos positivos que se ha encontrado en sus recorridos por más de 50 estados, observa Salmi, es que hay un reconocimiento cada vez mayor de la importancia de las universidades para el desarrollo económico de los países y de lo que las nuevas tecnologías pueden ofrecer a las instituciones. Ve con inquietud aspectos como el financiamiento para las universidades, especialmente las públicas, y los nuevos puestos de trabajo.
El ser humano como un todo. Allí es donde debe poner su mirada la educación superior. Ofrecer una experiencia integral de vida.
“El gran reto para las universidades es preparar a los estudiantes para puestos que todavía no existen. Entonces uno ve que se trata más de dar las competencias que se pueden llamar transversales o genéricas, como el pensamiento crítico, la capacidad de resolver problemas, el trabajo en equipo, la buena comunicación y la creatividad. Y eso es un desafío”.
Una de las instituciones más revolucionarias en la actualidad, considera Jamil Salmi, es Olin College of Engineering, en Boston (Estados Unidos). Para él, es una de las mejores en ingeniería del mundo y lo que los caracteriza es que preparan a los jóvenes para ser emprendedores, “a los ingenieros que van a solucionar los grandes problemas de la sociedad y esto no se puede hacer solo con los aspectos técnicos y profesionales, sino también con un sentido de responsabilidad social y de valores muy positivos”.
El ser humano como un todo. Allí es donde debe poner su mirada la educación superior. Ofrecer una experiencia integral de vida que los lleve, de la mano con las nuevas competencias, a formarse en campus vibrantes y dinámicos en donde experimenten sus mejores años. Por eso, sin duda, es un momento de transformaciones profundas, que tocan el propósito mismo de las mismas universidades. “Si uno se queda atrás, se queda dormido, se queda complaciente en un mundo que cambia tan rápidamente. Aunque eso no es fácil porque hay que decidir cómo transformarse, no es cambiar por cambiar, sino transformarse de manera estratégica, con una visión del futuro”.
Las preguntas que marcan la travesía
¿Para qué sirven las universidades? Fue la primera pregunta que se formularon en el Tecnológico de Monterrey (TEC) cuando emprendieron el diseño de un plan a 2030. Y lo hicieron pensando en algo que explica su presidente Salvador Alva, en su intervención en el cuarto Congreso Internacional de Innovación Educativa, “hoy damos por hecho que son indispensables, que son necesarias y, por lo tanto, lo único que hacemos son ajustes, pero esta es la primera pregunta que tenemos que hacer en línea con este cambio de civilización”.
“Transformarse —continúa en este material proporcionado por el TEC— se vuelve un factor muy complicado cuando se tienen paradigmas diferentes. Generar un diálogo, un pensamiento crítico, en un mundo en el que todos tenemos un lente diferente, llega con otra pregunta, ¿cuál es la labor de la educación, abrir o cerrar lentes? Tenemos que abrir los lentes, permitir cuestionarnos todo, pero hoy se vuelve muy ncómodo educar cuando yo cuestiono todo, porque veníamos diciendo que el profesor tenía la verdad absoluta y ese profesor también tiene un lente. Entonces, ¿cómo, yo profesor, que tengo la verdad absoluta, me enfrento con personas que tienen, posiblemente, lentes más amplios?”.
Cuando Alva llegó al TEC hizo una encuesta entre los egresados para indagar acerca de qué era lo mejor que les había pasado en la institución. Vivir fuera de casa fue lo primero en la lista para muchos que dejaron sus provincias para ir al campus principal; lo segundo, los amigos; y lo tercero, los vínculos que generaron en esas actividades que no se consideran académicas, como las culturales, deportivas y de liderazgo. “Lo que hoy hacemos a un lado porque no cuenta para la calificación académica, ellos dicen,me transformó la vida”.
¿Se le está dando la importancia que se merece a estos estos elementos?, ¿por qué la universidad sigue siendo un receptor solo por cuatro o cinco años?, ¿a qué se va a las universidades? Tres preguntas que Alva pone en el escenario de las reflexiones y que resumeen una: ¿Cuál es el rol de las universidades?
En el libro
Reflexiones sobre educación, ética y política, la maestra Beatriz Restrepo Gallego expresaba que la universidad, “si quiere ser fiel a su esencia más propia, más allá de ser un centro de ciencia e investigación, de educar para el ejercicio profesional y el trabajo, ha de ser lugar de formación de sujetos integrales para la vida plena”.
Es importante pensar bien en el propósito de la universidad, cree Jamil Salmi: ¿Es solamente preparar profesionales, innovar o formar buenos ciudadanos? Hace poco, rememora, se adelantó en Colombia un estudio que reveló de qué instituciones egresaron políticos y altos funcionarios del Gobierno y de empresas privadas que se habían visto involucrados en delitos. “Se podía observar que muchos habían salido de las grandes universidades del país. Ahí hay una falla. Así que creo que este papel de formar al buen ciudadano, tolerante, solidario, ético, honesto, es también el papel de la universidad hoy, más que nunca”.
En la declaración final de la III Conferencia Regional de Educación Superior para América Latina y el Caribe, Córdoba (Argentina) que se realizó en 2018, se unieron las voces, precisamente, en torno a esta idea: “El rol estratégico de la educación superior nos obliga a reflexionar sobre qué tipo de sociedad queremos, y qué educación requieren los ciudadanos para contribuir a transformar solidariamente nuestras sociedades y avanzar en el desarrollo sostenible de nuestros pueblos”. En últimas, formar un ciudadano transformador de la realidad, como se menciona en las tendencias de la educación superior del siglo XXI para la Unesco-Iesalc.
Las palabras de Guillermo Hoyos Vásquez, filósofo, humanista y maestro, incluidas en el libro
Formación ética, valores y democracia, toman total vigencia: “No creemos, pues, ser exagerados al afirmar que, si no utilizamos la educación para lo que se inventó, es decir, para formar ciudadanos, y si no los formamos con base en principios y valores para la convivencia, nos hemos ‘rajado’ en educación y en pedagogía, así estemos diseñando ya estudios científicos en educación”.
Antes, transferencia de conocimiento; hoy, construcción del conocimiento. Antes, aprender en el aula; hoy, aprender 24/7. Antes, seguir instrucciones; hoy, seguir la pasión. Antes, bibliotecas silenciosas; hoy, espacios para el trabajo colaborativo y la conversación.
Tecnología con un sentido
Estudiantes de Medicina que usan robots para simular el contacto con el paciente o un profesor que se conecta, al mismo tiempo, con jóvenes de todas partes del mundo para debatir un tema. La tecnología es útil, pero solo una plataforma, y lo vital en este contexto que ella plantea, considera el experto Jamil Salmi, es transformar tres elementos y, preferiblemente al mismo tiempo, que conforman lo que él llama “el triángulo de oro”: currículos, alineándolos con la realidad y más basados en competencias; prácticas pedagógicas activas e interactivas; y métodos de evaluación.
Hace cuatro décadas, explica Salvador Alva, las ideas sobre el futuro del internet parecían ridículas: transacciones de compra y venta o trabajar desde casa eliminando las fronteras. Los tiempos han cambiado, marcando el destino de la educación superior, y cita cifras que así lo demuestran, tomadas de estudios del
Institute For The Future: 85 por ciento de los trabajos que harán los estudiantes en el futuro aún no se han inventado; y el 82 por ciento de los jóvenes aprende a través de YouTube, 61 por ciento ha usado LearningApps y 12 por ciento ha utilizado la realidad virtual para aprender.
Los jóvenes que habitan los campus nacieron en la era de los computadores, del internet, de los teléfonos inteligentes y de las redes sociales, y esto no puede desconocerse a la hora de las transformaciones. Es más, ellos mismos se convierten en mecanismos que promueven el cambio. Su visión del mundo es diferente a la de muchos profesores que han tenido que adaptarse a pasos acelerados a lo que para ellos es natural. Y este es otro gran reto que enfrentan las universidades.
En la cumbre Líderes por la Educación 2018 que se realizó en Colombia, José Joaquín Brunner, exministro de Estado en Chile y profesor de la Universidad Diego Portales donde preside la Cátedra Unesco de Políticas Comparadas de Educación Superior, advirtió que para enfrentar los desafíos que imponen los mercados, la tecnología y la cultura, no es posible seguir usando el mismo modelo de educación superior del siglo XIX.
Es tiempo de transformarse, insiste, como lo han hecho los sistemas educativos de Europa, Estados Unidos y Canadá, en donde ya se están formando a los nuevos profesionales en corto tiempo y por competencias. “Nosotros tenemos serios problemas, porque estamos usando los mismos perfiles de graduación que hace 50 años, seguimos con el método de memorización, evaluando igual que antes. Seguimos con programas largos que ocasionan deserción, desgaste y demora en su graduación”.
Muchos estudiantes que se forman en la actualidad laborarán en disciplinas o espacios de trabajo que aún no existen, que no han sido inventados. El reto de las universidades es entender estos cambios de paradigma.
Foto: Róbinson Henao
Visión de futuro
Hace unos días, Alejandro Gaviria, rector de la Universidad de los Andes, pronunció un discurso en una ceremonia de grados en el que recordó que, aunque se tituló como ingeniero civil, en sus primeros años se desempeñó como ingeniero de sistemas; inclusive, mientras cursaba su doctorado encontró en la programación una fuente de ingresos.
"Las universidades que dan la espalda a su entorno se convierten en torres de marfil y sus graduados pasan problemas para desenvolverse en entornos laborales complejos como son las sociedades del conocimiento."
“No creo que nadie vaya a poder, en algunas décadas, contar una historia semejante. Yo pude, con pequeñas actualizaciones, con pequeños aprendizajes complementarios, usar por veinte años unas habilidades adquiridas en la universidad. Para usar cualquier cifra, después de cinco años, muchas habilidades se tornarán obsoletas. El aprendizaje es ahora, más que nunca, una labor permanente, una actividad para toda la vida”.
Antes, transferencia de conocimiento; hoy, construcción del conocimiento. Antes, aprender en el aula; hoy, aprender 24/7. Antes, seguir instrucciones; hoy, seguir la pasión. Antes, bibliotecas silenciosas; hoy, espacios para el trabajo colaborativo y la conversación. Cuatro escenarios con los que Jamil Salmi refleja las transformaciones tangibles que se experimentan en algunas instituciones de educación superior.
Las competencias del siglo XXI o transversales como las llama Francesc Pedró, director del Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (Iesalc), de la Unesco, son un tema importante a escala internacional, no solo regional, “si hasta ahora se construía a un profesional, a un graduado universitario, sobre la base de los aportes de las distintas disciplinas o de saberes profesionalizantes, ahora nos damos cuenta de que no se puede construir un profesional completo si nadie atiende a estas competencias”.
Hay que tener cuidado, asegura, de que todos se sientan responsables por estas. Para lograrlo, las transformaciones también deben llegar a los mecanismos de evaluación. “Podríamos preguntar, solo por tomar un ejemplo, cuántos exámenes, cuántas pruebas, esas que cuentan en las universidades, miden la capacidad de los estudiantes de trabajar en equipo; probablemente ninguna. No estoy diciendo con eso que los trabajos en equipo no sean frecuentes en las universidades, lo que estoy diciendo es que nadie parece interesado en evaluar de una forma seria y fehaciente si realmente se promueve el desarrollo de esas competencias”.
En esos casos, ningún estudiante, sigue el director con su explicación, recibe una retroalimentación acerca de cómo mejorar su desempeño en el contexto del trabajo en equipo. Entonces, “en ausencia de este proyecto institucional, insisto, cada profesor, cada profesora, estará más preocupado por las competencias directamente vinculadas con su disciplina y pensará que son otros los ámbitos, otros los profesores, los que deben ocuparse del desarrollo de esas competencias transversales”.
Salud física y mental, y motivación son dos condiciones fundamentales que deben complementar la estadía de los jóvenes en los campus.
Foto: Róbinson Henao
En cuanto a este factor, en su concepto, debe haber cambios tanto en los estudiantes, que orientan el desarrollo de sus actividades de aprendizaje, lógicamente, hacia aquello que saben que de una u otra forma les será evaluado; y en los docentes que, aunque estén convencidos de la importancia de las competencias transversales, técnicamente no sepan cómo hacerlo. Es ahí donde las universidades que han sido capaces de desarrollar mecanismos, centros o unidades de apoyo a la calidad docente, realmente han visto resultados. “Esto no se va a producir por un mero convencimiento de los profesores, hay toda una tecnología, una manera de trabajar, para la que deben ser formados y esto es responsabilidad de cada universidad”.
Según Salvador Alva, presidente del TEC:
• Un mundo sin fronteras. Liderazgo en un mundo hiperconectado. Todos los servicios que se buscaban presencialmente pueden migrar a otras plataformas. • Un mundo compartido: organizaciones que distribuyen y generan confianza. Se apuesta al emprendimiento. Todo lo que se pueda distribuir se distribuirá y, si se puede, gratis. • Ciudades abiertas son las detonadoras de innovación. Mientras más incluyentes más innovación se genera. Las ciudades son comunidades de aprendizaje y grandes campus. • Aprendizaje de por vida. Los títulos tradicionales son insuficientes para demostrar competencia. Al futuro no le importa cómo te hiciste experto. ¿Cómo certificar las competencias? • La era de la simulación, ¿cómo aprender en el futuro? La inteligencia artificial, la realidad virtual y el big data convergerán en plataformas capaces de modelar sistemas complejos.
|
Uno de los grandes diferenciadores de una universidad es la experiencia internacional de sus integrantes, tanto saliente como entrante, elemento que puede transformar la vida de quien tiene esta oportunidad.
Foto: Róbinson Henao
De cara a la realidad
Como parte de esa visión de futuro, las universidades tienen una hoja de ruta con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, pues como se informa desde la Unesco, estas instituciones no solo tienen que estar a la vanguardia del conocimiento, la ciencia y la tecnología, sino en la transformación social, teniendo en cuenta los retos que se enfrentan hoy: cambio climático, migración masiva, inequidad, extremismo y corrupción, que no pueden resolverse con métodos tradicionales en salones de clases aislados de la realidad.
Independiente de su labor formativa, cree Francesc Pedró, las universidades deben ser conscientes del beneficio que la sociedad puede obtener de profesionales e investigadores “que han pasado por el tamiz de una reflexión seria, crítica. Necesitamos también el concurso de las universidades para la investigación en un contexto en el que, de una u otra forma, la ciencia, la tecnología, la innovación, apunten también a apoyar la sostenibilidad en nuestro modelo de desarrollo”.
Las universidades que dan la espalda a su entorno se convierten en “torres de marfil y sus graduados pasan problemas para desenvolverse en entornos laborales complejos como son las sociedades del conocimiento”. Por esto, y en esto coinciden los expertos consultados, deben servir a las necesidades más inmediatas de sus comunidades.
En una era de aprendizaje continuo, la transformación es imparable. Por eso, el presidente del TEC sigue planteando preguntas para la reflexión, ¿cuál es el papel de las universidades en un mundo que no es sostenible y que ha perdido la confianza?, ¿se está cuestionando lo que nadie cuestiona?, ¿las instituciones están preparando seres libres para elegir su vida y conscientes del mundo que no eligieron?, ¿se forma para el trabajo o para vivir? ¿Para ser feliz o para tener éxito?
Ante los desafíos, universidades y naciones tienen el reto de estructurar su visión en cuanto al sistema de educación superior que desean, regresando a la esencia, al pensamiento universitario que pasa por un análisis crítico. No imitando, como lo sugiere Jamil Salmi, o definiendo qué tipo de ciudadano quieren formar. Lo que le fascina de China a este experto, cuya voz al teléfono se escucha clara y cercana, es que, al inicio de los ochenta, elaboraron un plan muy ambicioso para crear universidades de rango mundial “y cuando uno ve lo que han hecho en los últimos 30 años es espectacular. No solamente han invertido mucho, también han tenido un norte en sus políticas para hacer realidad su visión, su sueño. Eso es lo que falta no solo en Colombia sino en la mayoría de los países de América Latina”.