Trece años después del censo de 2005, el Estado colombiano está de nuevo contando y caracterizando a la población del país. Ya brindó formación a los censistas (entre septiembre y diciembre del año pasado), y prepara la movilización de unas 31.000 personas para recoger la información puerta a puerta, a partir de abril, una vez culmine el proceso de censado electrónico —denominado eCenso—, cuya fecha inicial fue el 9 de enero y culminará el 8 de marzo.
Pero, ¿qué importancia tiene esta herramienta para el desarrollo del país? Para empezar, el Estado encuentra en esta herramienta, aplicada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), la posibilidad de tener la información necesaria para plantear políticas focalizadas, centralizar objetivos y llegar a públicos determinados con las iniciativas y programas adecuados.
Así lo explica Gustavo Canavire Bacarreza, docente del Departamento de Economía de EAFIT, para quien "el censo brinda la información básica para identificar dónde están las personas, sus características socioeconómicas, sus empleos y niveles de educación, y permite una aproximación a mejores indicadores de pobreza. Con toda esa información, el Gobierno plantea políticas más efectivas y afina la puntería al momento de aplicar programas".
La figura del censo equiparada a una fotografía del país, en un momento determinado de su historia, es la imagen que utiliza Juan Luis Mejía Arango, rector de EAFIT, para aclarar el sentido de esta estrategia estadística, que sirve de semilla para obtener soluciones más certeras a problemas sociales, económicos y culturales de Colombia.
"Esa fotografía permite saber cuántos somos en el país, dónde vivimos, qué actividad tenemos y cuáles son las características de cada uno. Un censo permite tener y diseñar políticas públicas acordes con las necesidades. Sin un censo, estas políticas son intuitivas y aproximativas. Es determinante para un país saber cuántos somos, y es muy coherente con los tiempos contemporáneos que ese censo sea digital, aprovechar las facilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías", señala el Rector.
De esta manera, se da cumplimiento a los preceptos básicos de la figura del Estado, en momentos en los que el discurso sobre los derechos humanos y ciudadanos se difunde rápidamente a través de redes sociales y medios de comunicación.
Tal es la apreciación de Jorge Giraldo Ramírez, decano de Humanidades de EAFIT, quien considera al censo como la mejor manera de ver cómo está la población respecto a trabajo, salud, educación, vivienda y servicios básicos domiciliarios, así como para conocer las características de la misma: Si hay más jóvenes que personas de la tercera edad, o determinar el nivel de diversidad étnica en cada territorio, por ejemplo.
"El censo es una idea relativamente vieja, de unos 400 años por lo menos, y se basa en la idea de que la autoridad debe conocer las partes integrantes del Estado: Una de estas es el territorio, que visualizamos a través de estudios geográficos, catastros y cartografías, y otra es la población, la cual conocemos por medio de una herramienta básica como esta", manifiesta el Decano.
Grandes beneficios
El censo es, en principio, una herramienta pensada para servir al Gobierno en materia de políticas públicas. Pero también sirve al sector productivo, organizaciones sociales, grupos políticos, docentes e investigadores.
"Es muy valioso tener información sobre cuáles son las tasas demográficas, dónde hay mayor población juvenil y quienes tienen necesidades de educación superior. Además, distintos agentes y organizaciones sociales también pueden sacar provecho de ese tipo de información", afirma Jorge Giraldo.
En el ámbito internacional, entidades multilaterales como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional pueden servirse de estas cifras y estadísticas para obtener claridad sobre la mejor manera de apoyar al Gobierno en la destinación e inversión de los recursos.
"Otro componente importante tiene que ver con el sector privado. A través del censo las compañías pueden identificar los mercados potenciales a los que deben apuntar. La academia también se ve beneficiada, pues este es un insumo base para la investigación y el análisis", sostiene Gustavo Canavire.
Al respecto, Jorge Giraldo asegura que existe cierta aspiración internacional de estos organismos, y de entidades privadas, a contar con información suficiente para hacer monitoreo a normas internacionales relacionadas, por ejemplo, con el trabajo, o a metas fijadas por la comunidad internacional, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
"Verificar que se cumpla con esos propósitos solo se puede hacer teniendo buena información, y esta última requiere ciertos niveles de actualización, que son esfuerzos que cuestan, y por eso se comprende que no se adelanten estos ejercicios anualmente. Por eso, los parámetros internacionales coinciden en que 10 años constituyen una medida convencional para dicho propósito", complementa el Decano.
Y es que el ideal de académicos, investigadores, estadistas y empresarios es el de contar con esta información actualizada en el menor tiempo posible, una iniciativa cuyo costo sería excesivo. En Colombia, el presupuesto para aplicar esta herramienta se acerca a los 350.000 millones de pesos.
"No es una inversión que se pueda realizar en el corto plazo. Desde la academia, se sugiere una periodicidad de entre ocho y diez años, no solo por el costo económico sino también porque la información que se captura a través de esta herramienta no cambia significativamente de año a año. La variación en tan poco tiempo, por más que uno quiera la información más actualizada, no justifica una inversión tan alta", expone Canavire.
No obstante, los académicos coinciden en que la inversión en este tipo de estrategias es siempre un acierto, pues garantiza políticas públicas eficaces y evita el malgasto de recursos por parte de los organismos estatales. "El censo es una necesidad básica. En el lenguaje contemporáneo se habla del derecho a la información, y esta es parte de la información importante", concluye Jorge Giraldo.
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Alejandro Gómez Valencia
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