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Lo juro, así decía: “Es que el problema de esta ciudad es que no somos tolerantes, no sabemos respetar...”. Ella, que había atropellado a toda una comunidad pacífica y abnegada; ella, que había ventilado su sufrimiento para afectar aun más a inocentes tan sufridos como ella misma... Ahora ella era la abanderada de la tolerancia y del respeto y nos hablaba como si además le debiéramos una disculpa. “Por lo menos váyase callada, h. p.”, dijo el viejo al lado mío.