Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co

Agencia de Noticias / Julio 2010 Medellín vista desde el caballo de los héroes

19 de julio de 2010

Crónica
Medellín vista desde el caballo de los héroes

• La ciudad ve pasar por sus calles el bicentenario del Grito de Independencia sin que sea consciente de aquello que recuerda los sucesos vividos hace dos siglos.

• Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela, Caracas, La Paz, Pichincha, Ayacucho, Boyacá, Junín y Colombia son nombres que algo dicen, algo anuncian: ¡la libertad!

El libertador, sí, el propio libertador, es de los pocos habitantes infaltables del parque que se da el lujo de permanecer sin mirar para atrás y sin inquietarse porque lo vayan a coger desprevenido.

Sin cuidado lo tienen los cinco personajes que, pocos minutos antes de que el reloj dé las tres de la tarde, esperan sentados debajo de las patas de su caballo a que algo o alguien se los lleve de allí y les evite sentirse acosados por el jinete que siempre, desde el parque de lo irreal, amenaza con bajarse y poner orden en un lugar de Medellín por donde en cada cruce se llega a un país distinto y, si se camina más, con lo que se topa es con un campo de batalla.

Es 16 de julio de 2010, días antes de que el calendario indique el arribo del 20, la fecha que señalará los 200 años de la celebración del Grito de Independencia de Colombia.

El punto de encuentro es el centro de Medellín, y uno de los acompañantes de don Simón Bolívar, sentado de espaldas a la catedral metropolitana, es Carlos Arturo Martínez, quien anda a la espera de su compañera. Poco sabe Carlos, que trabaja en la Feria de Ganados, sobre el hombre a quien se le rinde homenaje en este punto, aunque reconoce que a quien espera le parece muy bonito el caballo del que nunca se baja el libertador.

La tarea es una: observar cómo Medellín ve pasar el bicentenario por sus calles y cómo la estela del tiempo deja caer sobre esta, la segunda ciudad de Colombia, el recuerdo de unos sucesos que dos siglos atrás determinaron que era hora de dejar de pedir permiso y de empezar a vivir de forma autónoma, asunto que no se logró en su plenitud ese 20 de julio de 1810 pero que alimentó de esperanza y de ilusión a quienes, con el paso de los años, se pasaron a vivir a los libros de historia y a los cientos de parques del país donde, sin miedo a la inmortalidad, libran las mismas luchas de aquella vez.

Y Medellín escuchó el grito porque, aunque cuando se dieron los sucesos históricos ésta no era ni siquiera la capital de la provincia, los cambios y la participación de la ciudad en la industrialización de la nación, más de un siglo después, marcaron la participación activa de sus habitantes en el proyecto de país que todavía se está planteando.
 
Y para quienes aún no escuchan el grito lanzado desde hace 200 años, el libertador se encarga de recordarse a sí mismo, en el costado occidental de su monumento, que “con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina”, con lo que el héroe de la independencia, en la voz de un sacerdote de la raza de los incas que lo avivó a su paso por el Perú, quiere dejar claro que, a la hora de recordar a los promotores de estos festejos, por encima de él únicamente se alza el cielo.

Libertad, Medellín

El que hoy en el Parque de Bolívar de Medellín confluyan los nombres de los países bolivarianos se debe, en palabras de Juan Luis Mejía Arango, rector de EAFIT, a que, en parte, en el margen derecho de la quebrada Santa Elena se levantó la ciudad republicana, contrario al margen izquierdo, donde prevalecía la colonial.
 
Sobre esa zona republicana, convertida hoy en un referente por la presencia no solo de la catedral sino por el amparo permanente del libertador, camina y trabaja un ciudadano de unos 60 años, quien en un colorido carrito para niños tiene pegadas varias calcomanías, entre estas unas banderitas tricolores que le anuncian a la gente que él es “ciento por ciento colombiano”. Cobra a 500 pesos la vuelta y aparte de resaltar en su transporte los colores del Atlético Nacional, se acuerda que en la escuela le enseñaron todo lo que ocurrió el 20 de julio de 1810.
 
Kilómetros más al sur de donde este paisano hincha su espíritu patriótico con las ocho letras de la nación pegadas a su medio de subsistencia, el Rector de EAFIT afirma que la leyenda dice que en Medellín vivía un súbdito inglés al que no le quisieron vender en el mercado por ser protestante, entonces compró los terrenos del otro lado de la Santa Elena y construyó allí una casa enorme. El inglés era James Tyrrell Moore y, según las reseñas de la época, llegó a Colombia a las minas de Marmato.
 
“El inglés decidió donar a la ciudad una amplia parte su propiedad con la condición de que se construyera un parque que llevara el nombre de Bolívar, y que las calles y carreras que confluyeran allí fueran bautizadas con los nombres de los países latinoamericanos libertados por el prócer y de las batallas de independencia que libró. De esta manera todavía al recorrer la ciudad se puede transitar por Bolivia, Perú, Ecuador, o Sucre, Caracas y Junín”, relata al académico.
 
Transitando por la carrera Junín iba doña María de los Ángeles Salazar, quien llevaba una cinta tricolor pegada al lado de su corazón. Ella recuerda que el 20 de julio se celebra la independencia de Colombia, pese a que se confundió y habló fue del descubrimiento de América. Al lado de donde María de los Ángeles hacía mención a la gesta libertadora, un hombre que seguramente pasaba de los 55 años leía, en el cruce con la calle Maracaibo, la referencia que existe sobre la batalla librada en esta región venezolana en 1823.

Cuadras después, era Luis Salazar el que impulsaba a que todos los transeúntes se untaran de bicentenario. ¿Funcionario público? No, no lo era. ¿Un patriota empedernido? Menos, tampoco se le notaba… Entonces, ¿cómo era que intentaba enaltecer el amor por la patria? Sencillo, vende banderas en la avenida La Playa. “De dos mil pesos unas, pero tengo otras de 35 mil pesos”, confirma el tipo y cuenta que es su esposa quien las fabrica.

Y así como hoy la mayoría de colombianos escucha aún el grito veintejuliero de hace dos siglos, Carlos Mario Mejía lo que escuchó fue la oferta de don Luis, por lo que se acercó a comprarle una bandera de esas que se pegan a los carros. ¿Deseos de estrenar tricolor ahora que se acercan las fechas patrias? Fue la pregunta que se le formuló, no obstante, la cosa iba por otro lado porque, en verdad, la compró fue porque a la hija se la pidieron en el colegio. “¡Ah!, pero el 7 de agosto que se posesiona el nuevo presidente la voy a poner afuera”, ilusionó el hombre.

En cambio, uno que sí andaba conectado con la fecha era Hernando Usme, taxista de profesión, quien, parqueado en un acopio de la carrera Sucre (a pocas cuadras de Ayacucho), lucía el amarillo, el azul y el rojo en la parte delantera de su vehículo. “Colombia es lo máximo. He estado fuera del país y por eso la quiero tanto. Yo siempre cargo la banderita a todos lados”, comenta mientras recitaba una estrofa poética dedicada a la patria.

Las calles cuentan la historia

La marcha independentista continúa. Por donde se camina se escucha la voz de la maestra en la escuela recordando el nombre de cada batalla y el héroe que la hizo posible. Atrás, en el parque, quedó Venezuela y su referencia como carrera 49, también estaba Perú y su calle 55, lo mismo que Ecuador y su amiga la carrera 48, así como Bolivia y su contraseña oficial: la calle 56. Se peleó en Junín, en Maracaibo, en Pichincha, en Carabobo y en Boyacá.

Y en el mismo caballo del libertador, en el parque irreal por donde suele marchar en ocasiones, se camina hasta la calle 50, que tiene como nombre a la mismísima Colombia.

Los nombres recuerdan la libertad, es verdad, aunque el país, y más específicamente la región, -y Medellín no es ajena a esta realidad- se han construido sobre los rezagos de la época colonial. Y claro, pese a esta relación callejera con los sucesos que permitieron a esta parte del continente a empezar una vida independiente, los nombres de ciudades, de calles y de barrios son la alegoría más cercana que se conserva de España.

En la hoy capital de Antioquia, por ejemplo, (antes de 1826 lo era Santa Fe), el epicentro era la plaza central y un par de vías circundantes. Hoy a esta plaza se le conoce como uno de los mayores puntos de encuentro de la ciudad y lleva el nombre de Parque de Berrío. La Calle Real, una de las arterias más importantes de circulación desembocaba directamente en este punto y, con los años, se transformaría hasta convertirse en la calle Boyacá, como todavía hoy es conocida.
 
Y Boyacá es hoy, a 200 años de la independencia, una vía caótica y estrecha, repleta de vendedores y de transeúntes que se chocan en medio de gritos y de un estrés que denota que se está en pleno centro. La calle que lleva el nombre de la batalla que le dio la libertad definitiva a Colombia, en 1819, se llena de pornografía y de música pirata, con la vigilancia permanente del templo de La Candelaria, una de las edificaciones que perdura y que fue testigo de cómo transcurría la vida en esos vericuetos del tiempo.

Esta villa, que hoy tiene cerca de tres millones de habitantes, era demasiado pequeña para la época de la independencia, según la referencia que hace el rector Juan Luis Mejía Arango. “De la Arquitectura perdura muy poco, sin embargo todavía permanecen en pie la Iglesia de la Candelaria y la de la Veracruz”.

¿La Veracruz? Sí, la misma, la que hace poco restauraron y a la que la peatonalización de la carrera Carabobo, le devolvió parte del esplendor que había perdido debido a los muchos problemas de índole social que ocurrían a su alrededor.

Por esta misma vía, que conecta hacia el sur con la antigua estación del Ferrocarril de Antioquia, se llega a San Juan, una de las calles que también fue referente importante de la naciente ciudad.

Durante este recorrido bicentenario, cumplido a cuatro días de la conmemoración de los 200 años, los muchos comerciantes de Carabobo lucieron el pabellón nacional en sus locales, con lo que aprovecharon para llamar la atención de sus clientes, que atraídos por la vistosidad de los colores se acercaban porque, debido a las fiestas patrias, podría haber algún descuento.

Y así, en cada calle con nombre de batalla o de país bolivariano se libra, día a día y noche tras noche, una lucha que siempre llevará a la misma vía, la libertad, un camino transitado durante dos siglos y en el que ha habido tropiezos que obstaculizan el recorrido.

En ese cruce de la ciudad real e irreal convergen héroes vestidos con trajes de época que conversan con taxistas o vendedores de banderas, mientras que montado en su caballo el libertador se reconoce en el rostro de cada ciudadano que, aunque desconozca la historia, hace parte de ella.

Mayores informes
Juan Carlos Luján Sáenz
Área de Información y Prensa EAFIT
Teléfono: (57) (4) 2619500. Ext. 9931
Correo electrónico: jlujans@eafit.edu.co  

​Video
En medio de diversas influencias ¿quiénes somos?

• Cuatro expertos de la Universidad EAFIT analizaron, en este espacio de conversación, la diversidad de los colombianos con el bicentenario del Grito de Independencia como punto central.

• El rector Juan Luis Mejía Arango; Jorge Giraldo Ramírez, decano de la Escuela de Ciencias y Humanidades; y Juan Fernando Henao Pérez, docente del Departamento de Economía; moderados por la periodista Ana María Cano, hablaron de identidad.


Ver video ​​