Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co


​Tercera fase: Cultura Ciudadana




El proyecto Atreverse a Pensar llega a su tercera fase: cultura ciudadana, entendida esta como el conjunto de costumbres, acciones y reglas mínimas compartidas que generan sentido de pertenencia, facilitan la convivencia urbana y conducen al respeto del patrimonio común, y al reconocimiento de los derechos y deberes ciudadanos.

En su primera fase, Atreverse a Pensar abordó el tema del culto a la viveza, que se fundamenta en ese sistema de creencias y valores que premia el camino fácil, la actitud ventajosa y la costumbre de ganar a costa de lo que sea. En esa fase, se expusieron mensajes que, a través de dichos populares, abrieron la reflexión entre la comunidad eafitense.

 

Ver artículos relacionados con esta fase

​​

¿Pueden las sociedades realmente transformarse?​




Conferencia central: ¿Pueden las sociedades realmente transformarse?

Antanas Mockus Sivickas, politólogo, matemático y filósofo colombiano
8 de mayo de 2012


Eso de ser ciudadano es algo que se puede aprender​

Entrevista con Antanas Mockus


 ​​​
 

 Opiniones de algunos estudiantes y profesores. 

 Concurso Tómate un minuto para atreverte a pensar.


Cultura ciudadana

El proyecto Atreverse a Pensar llegó a su tercera fase: cultura ciudadana, entendida esta como el conjunto de costumbres, acciones y reglas mínimas compartidas que generan sentido de pertenencia, facilitan la convivencia urbana y conducen al respeto del patrimonio común, y al reconocimiento de los derechos y deberes ciudadanos.

En su primera fase, Atreverse a Pensar abordó el tema del culto a la viveza, que se fundamenta en ese sistema de creencias y valores que premia el camino fácil, la actitud ventajosa y la costumbre de ganar a costa de lo que sea. En esa fase, se expusieron mensajes que, a través de dichos populares, abrieron la reflexión entre la comunidad eafitense.

Más adelante, el proyecto mostró cómo esos actos contrarios a la ética y a la integridad se manifiestan en el ámbito universitario con la deshonestidad académica. Copiar en un examen, bajar un trabajo de internet, presentar una excusa médica falsa o, incluso, pagarle a alguien para que presente una prueba (suplantación), son algunas de las modalidades que, lamentablemente, se ven en la mayoría de las universidades del mundo.  Sobre todos estos asuntos, estudiantes y docentes se atrevieron a pensar.

La tercera fase, que se realizó de marzo a junio de 2012, se enfocó en la cultura ciudadana. Una vez reconocido el discurso dominante del culto a la viveza e identificada la manera en que puede hacer daño a una sociedad, se encontró el modo en que esas pequeñas o grandes faltas éticas en el ámbito académico hacen parte de ese mismo sistema donde se incumple la norma con mucha frecuencia, sin que en muchos casos haya consecuencias graves, precisamente por la astucia con la que las partes involucradas actúan.

El modelo de cultura ciudadana, mirado desde la perspectiva del matemático y filósofo Antanas Mockus (i), es la vía que Atreverse a Pensar propone para promover el cumplimiento de reglas, en este caso de integridad académica, pero también de convivencia y de ética en todas las áreas en las que se desenvuelve el ser humano.

Los resultados contundentes de las dos administraciones de Mockus en Bogotá en disminución de muertes violentas en accidentes de tránsito, el ahorro voluntario de agua en tiempos de racionamiento, el incremento en la recaudación de impuestos y un mayor sentido de pertenencia con la ciudad, entre otros asuntos, dan cuenta de que el modelo de cultura ciudadana puede funcionar.

Según el artículo 7 de su plan de desarrollo (ii), cuyo eje transversal fue la cultura ciudadana, la estrategia consistió en “desencadenar y coordinar acciones públicas y privadas que incidieran directamente sobre la manera como los ciudadanos perciben, reconocen y usan los entornos sociales y urbanos y cómo se relacionan entre ellos en cada entorno. Pertenecer a una ciudad es reconocer contextos y en cada uno de estos respetar las reglas correspondientes. Apropiarse de la ciudad es aprender a usarla valorando y respetando su ordenamiento y su carácter de patrimonio común”.

Si se hace el ejercicio de trasladar esta estrategia, no ya a la ciudad sino a la Universidad, tiene sentido pensar que se podría llegar a un estadio de respeto de normas que constituiría un gana-gana para los diferentes actores involucrados: la Universidad cumpliría con su objetivo de garantizar una formación académica y humana de excelencia en sus estudiantes; los docentes sentirían el respaldo de un sistema que promueve la rectitud y el justo reconocimiento del logro; y finalmente, los estudiantes, por un lado, tendrían más legitimidad para exigir ambientes de aprendizaje propicios y excelentes, y por el otro, se desenvolverían en un espacio de respeto y cooperación en el campus universitario.

Antes de examinar en detalle el modelo de cultura ciudadana, conviene examinar también qué es lo que lleva a una persona a elegir el camino de lo virtuoso y no de lo vicioso para poder comprender el reto a que estamos enfrentados.

La filósofa Adela Cortina, una de las mayores estudiosas contemporáneas de la ética y la moral, afirma que debe haber un impulsor que lleve a que el individuo opte por el bien o la acción correcta o ética desde una profunda convicción. “El sentido profundo de la moral civil descansa, pues, en unos valores compartidos, que por verdaderos hemos aceptado explícitamente un buen número de sociedades, sin dejar un resquicio de posible acierto al hipotético contrario… La moral civil descansa en la convicción de que es verdad que los hombres son seres auto legisladores, que es verdad que por ello tienen dignidad y no precio, que es verdad que la fuente de normas morales solo puede ser un consenso en el que los hombres reconozcan recíprocamente sus derechos, que es verdad, por último, que el mecanismo consensual no es lo único importante en la vida moral, porque las normas constituyen un marco indispensable, pero no dan la felicidad. Y los hombres — esto también es verdad— tienden a la felicidad” (iii), sostiene Cortina.

De esta manera, Cortina hace una diferenciación entre los mínimos éticos y los máximos éticos, que servirán como punto de referencia para no perderse en la mirada del problema: “Lo moral abarca, ciertamente, el terreno de las normas de la moral civil, pero estas —no lo olvidemos— tienden a ser positivadas y a convertirse en derecho. Así se va constituyendo, poco a poco, ese cuerpo de normas acordadas, ese mínimo de leyes consensuadas, plasmadas en normas positivas, que constituyen las reglas de juego de la vida ciudadana. Pero los proyectos morales, las concepciones de hombre, son propuestas de máximos: bosquejan ideales de hombre y de felicidad desde el arte, las ciencias y la religión; desde esa trama —en suma— de tradiciones que configuran la vida cotidiana” (iv).

Teniendo en cuenta lo anterior, la pregunta clave es cómo lograr que las personas, en este caso quienes componen la comunidad eafitense, cumplan las normas (de todo tipo: académicas, administrativas, de convivencia, etc.) y lo hagan con convicción. Y es ahí donde el modelo de cultura ciudadana puede darnos unas pistas.

El modelo de cultura ciudadana parte de la base de que lo que genera una verdadera transformación cultural es la armonía entre lo legal, lo social y lo moral. Es decir, para que haya un fructífero acatamiento de normas que redunde en una sociedad más desarrollada, equitativa y próspera debe haber, primero, un sistema que vele por el cumplimiento de la ley; segundo, un entorno donde las acciones rectas se estimulen y se reconozcan y las equívocas se sancionen socialmente; y por último, un nivel de consciencia lo suficientemente crítico que le permita al individuo tener claro cuando actúa correcta o incorrectamente, y sentir gratificación o vergüenza, según sea el caso.

Específicamente, en el ámbito universitario, se podría aplicar el concepto de cultura ciudadana a las dos realidades abordadas por el proyecto: la del sistema de creencias que desencadena unas actitudes y unas acciones del individuo como ciudadano, que se viven tanto fuera como dentro del campus universitario. En un segundo sentido, esa armonía entre los sistemas legal, social y moral también puede ser la salida a la deshonestidad académica. Así, por ejemplo, quien incurra en fraude se enfrentaría a tres realidades: la de un reglamento académico (lo legal) que lo sanciona académica y/o disciplinariamente, dependiendo de la falta; a una sanción social  (lo cultural) por parte no solo de su profesor sino de sus compañeros; y a una culpa (lo moral) que le hace sentir avergonzado por haber tomado el camino del menor esfuerzo.

El modelo de cultura ciudadana requiere de una decisión institucional y  de una convicción de un grupo de individuos que promuevan la autorregulación en quienes integran una comunidad, en este caso la eafitense. También, es necesario el conocimiento por parte de todos los grupos de interés (profesores, estudiantes, empleados administrativos, proveedores, egresados, etc.) de las normas administrativas y académicas que rigen la Institución: es difícil cumplir lo que se desconoce.

Por supuesto, es inminente un trabajo de comunicación y sensibilización permanente, para que se vaya instaurando en los eafitenses un nuevo relato dominante (sistema de creencias y valores), que reemplace al del culto a la viveza. Un sistema en el que el esfuerzo sea premiado, la participación promovida, el pluralismo celebrado, la excelencia reconocida y la integridad apreciada. Un sistema en el que los mediocres y los vivos se sientan incómodos, y los dedicados y honestos encuentren su espacio. Un lugar para aprender, para crecer, para enseñar, para ganar con esfuerzo, para participar abierta y respetuosamente, para innovar, para lograr un desarrollo académico y ético tan sólido que le permita al individuo destacarse por su responsabilidad, tolerancia, integridad, audacia y excelencia donde quiera que se desempeñe como estudiante, como docente, como profesional. Una sumatoria de esos individuos necesariamente redundará en una sociedad más justa y desarrollada.
--------------------------------------------------------------------------------------------------
(i). Alcalde de Bogotá D.C Periodos 1995-1998 y 2001-2003.

(ii) Decreto 295 de 1995. Título II. Capítulo I Cultura Ciudadana. Artículo 7 Estrategia para la Cultura Ciudadana. Bogotá, Distrito Capital.

(iii) Cortina, Adela. Ética mínima, introducción a la filosofía práctica. Sexta edición, 2000.

(iv) Ibídem.​


​Fases​




Tercera fase: Cultura Ciudadana