Hay en estas cartas un invaluable retrato de Fernando González; cómo procuraba el dinero para sobrevivir y mantener a su familia; cómo resistía a los embates de su propio cuerpo y cómo quería a ese muchacho que se le iba para Estados Unidos a estudiar. En esta escritura epistolar palpita el amor filial de un padre esmerado. Y más que de un padre, de un pedagogo, un pensador.
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