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¿Cómo evitar el rechazo de un artículo por errores lingüísticos?

​Los procesos investigativos, necesariamente, pasan por un proceso donde se deben plasmar sus resultados, conclusiones, limitaciones y recomendaciones. Normalmente, a través de artículos en revistas especializadas y, muchos de ellos, pueden encontrar dificultades en su publicación por imprecisiones con el lenguaje.

Por eso, el pasado 19 de febrero, desde la Universidad de Los Andes (Venezuela) nos acompañó Marisol García Romero, doctora en Filología Española de la Universidad de Barcelona, con su conferencia "Errores lingüísticos frecuentes en artículos de investigación".


Con motivo de la segunda conferencia central de la estrategia de comunicación y formación de cultura científica, La ciencia de investigar, sostuvimos una entrevista con la Dra. Marisol García Romero, en la cual se muestra crítica frente a los tradicionales modelos de enseñanza en el área de lenguaje que dan como resultado unas serias dificultades en los procesos de publicación.

La siguiente es su visión, después de una larga trayectoria académica de más de 25 años.


Uno pudiera suponer que los artículos de investigación tienen falencias lingüísticas de un grado de complejidad alto, pero no dejan de ser errores comunes básicos, ¿a qué podría responder y cómo resolverlo?

Los artículos de investigación con falencias lingüísticas de un grado de complejidad alto suelen ser rechazados para su publicación; los que pasan el proceso de arbitraje tienen errores lingüísticos, entre los más comunes tenemos el dequeísmo y queísmo, la redundancia, el uso de palabras de significado incorrecto, las infracciones ortográficas, el mal uso de la mayúscula, entre otros, que pueden ser fácilmente resueltos por un corrector de estilo e incluso por el mismo autor, si se le dan orientaciones precisas. Son varios los lectores de un artículo de investigación, mínimo cinco (el autor, el editor de la publicación y los tres árbitros ciegos), a pesar de ello, los errores persisten. Si creáramos un corpus de artículos de investigación publicados encontraríamos algunos de los errores lingüísticos antes mencionados. Esto se debe a que el sistema lingüístico es complejo, aun cuando la Real Academia Española tiene una serie de obras que regulan el uso, quedan muchos aspectos para los cuales la Academia se limita a sugerir y otros en los que prevalecen las tradiciones institucionales. La duda lingüística nos asaltará con frecuencia tanto a autores como a editores y correctores. La búsqueda de soluciones para aspectos en los que no hay una prescripción específica por parte de la RAE puede resolverse si a) consultamos a investigadores expertos en el tema o área del artículo; b) debatimos con correctores especializados en edición científica (esto se facilita porque hay grupos creados en las redes sociales).


Marisol García es Licenciada en Letras y Magíster en Lingüística por la Universidad de los Andes (Venezuela), Doctora en Filología Española de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Ha sido editora de diferentes publicaciones científicas a lo largo de su carrera, así como de libros resultados de investigación.

Actualmente, es profesora titular de la Universidad de los Andes de Venezuela.


Muchas revistas tienen correctores de texto, pero persisten los errores, quizás por desconocimiento temático o por particularidades propias de las áreas disciplinares. Sí con ese profesional no basta, ¿qué otra estrategia podría emplearse?

Los correctores de estilo tienen formación sobre los aspectos gramaticales generales, es decir, son competentes para solucionar problemas de puntuación, uso de mayúsculas, repetición léxica, etc., pero los géneros científicos como los artículos de investigación están insertos en una comunidad disciplinar que responde a una tradición académica, las particularidades pragmáticas de un artículo sobre economía o filosofía son dominadas por los miembros de esa comunidad y ese conocimiento, en la mayoría de los casos, ha sido adquirido a través de procesos de tutoría o por el estudio del investigador. Un corrector de una revista o de un libro de una disciplina científica distinta a su formación académica debe necesariamente apoyarse en la consulta a los investigadores con trayectoria. Así como un editor envía el manuscrito a expertos para que validen los conocimientos del área de estudio, un corrector debe consultar a investigadores del área o leer una cantidad suficientes de artículos publicados, con el fin de apropiarse de las particularidades de los modos de comunicar de esa comunidad disciplinar.



​En las universidades se suelen ver en los primeros semestres, pero, por ejemplo, en el país representa una de las áreas de menor rendimiento en las pruebas de Estado. ¿Cómo mejorar esa situación?


En los últimos años he venido sosteniendo la idea de que los cursos de lengua remediales, e incluso los que tienen un enfoque comunicacional, dictados en los primeros semestres no tienen el impacto esperado en el rendimiento académico, por tanto, el rol de un docente de lengua se ve opacado porque tanto estudiantes como docentes de otras disciplinas evidencian ese escaso impacto. Es obvio que un curso de lengua no puede solucionar las deficiencias en la enseñanza de la lengua de los niveles educativos anteriores, por una parte; por la otra, los tipos de textos que se leen y se escriben en la universidad son distintos a los que se solicitan en los niveles anteriores, por consiguiente, los docentes universitarios de todas las disciplinas debemos asumir un rol protagónico en la mediación de los saberes disciplinares. Por tanto, una institución que quiera realmente egresar  profesionales competentes en la comprensión y producción de los géneros laborales no puede mantener en su currículo un curso de lengua remedial, debe asumir la alfabetización académica como política institucional y eso implica determinar qué tipos de textos se leen y se escriben en las carreras y qué docentes en las distintas cátedras acompañarán los procesos de producción de los géneros académicos que necesita para la evaluación de los conocimientos adquiridos y de los géneros laborales. Esto solo puede lograrse con un proceso de formación de los docentes universitarios para que estén conscientes de que todos debemos alfabetizar, pero no como una iniciativa voluntaria, sino como parte de un programa académico.

Las universidades no suelen tomar en cuenta los géneros que se leen y se escriben en el campo laboral, si comenzamos a investigar sobre esto e incluimos la enseñanza de estos géneros, tendremos una evaluación más satisfactoria de los egresados por parte de los empleadores. Nuestros egresados invierten mucho tiempo produciendo géneros académicos (como el examen) que les permiten aprobar materias, pero no están vinculados con el campo profesional. Mi opinión es que debemos establecer un equilibrio entre los géneros académicos y los géneros laborales y atender la enseñanza de ambos.

A veces la formación investigativa en las universidades va por un lado y en la acera del frente van las materias de lenguaje. ¿Es necesario encontrar un punto en común?

Es indispensable que los docentes de ambas materias coincidan en la convicción de que los saberes enseñados de manera fragmentada tienen poco impacto en el proceso de enseñanza. Es muy importante entender que en el caso del Pregrado se justifica dictar contenidos introductorios sobre el uso del lenguaje y los métodos de investigación, pero ello no será suficiente si el objetivo es formar investigadores que produzcan proyectos de investigación, ponencias y artículos. La producción de estos géneros requiere una mediación pedagógica en la que tanto un docente de lengua como un docente-investigador de una disciplina se unen para orientar la elaboración de uno de estos géneros. Los conocimientos sobre la lengua y sobre el modo de hacer ciencia en un área determinada deben generarse a partir del intercambio entre ambos expertos y de la revisión de los artículos publicados por expertos.



En una conversación anterior, me comentó que, dados los resultados y el contacto actual, las asignaturas de lenguaje deberían eliminarse de los programas académicos. En ese caso, ¿qué se podría esperar de los estudiantes y del futuro de los profesores?


Tengo 30 años dedicada a la enseñanza y a la investigación en el área de la Lengua Materna en la universidad, desde enfoques pedagógicos y lingüísticos. Estoy convencida de que aun cuando un docente de lengua sea muy innovador, es decir, utilice materiales auténticos de la carrera o la disciplina para la cual enseña; emplee nuevas tecnologías y acompañe la producción textual de sus alumnos siguiendo el enfoque de la enseñanza de géneros, su acción pedagógica está limitada al espacio de un cátedra y su impacto en la formación del futuro egresado es escasa. El docente de lengua debe salir de su zona de confort, es decir, debe dejar de realizar un trabajo aislado de las otras disciplinas y comenzar a trabajar con los docentes que dictan las materias medulares de la carrera para orientar los procesos de lectura y escritura, debe asumir el rol de asesor y de investigador, pues debe organizar materiales didácticos y espacios de interacción presenciales que ayuden tanto al docente de la disciplina como a los estudiantes a obtener un nivel más alto de satisfacción en cuanto a los procesos de lectura y escritura que se llevan a cabo en esas materias medulares.


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Texto y fotografía: Christian Alexander Martinez Guerrero (Comunicador de la Vicerrectoría de Descubrimiento y Creación).
Última modificación: 09/07/2020 10:04