10 de septiembre de 2020 | REVISTA UNIVERSIDAD EAFIT - AMBIENTE, BIODIVERSIDAD Y RECURSOS NATURALES
El Centro de Monitoreo de la Conservación del Ambiente, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, declara a Colombia como un país megadiverso. Y esto se debe, en gran parte, a los miles de millones de años de procesos geológicos que han dado lugar a cordilleras, valles, sistemas de fallas
y condiciones climáticas que propician que esta sea una de las 17 naciones que albergan el 70 por ciento de la biodiversidad del planeta.
Por eso, Colombia no solo es un país megadiverso, también es geodiverso. Esta afirmación se evidencia en todos los paisajes que componen el territorio nacional incluido, por supuesto, el del Valle de Aburrá, donde se levanta Medellín. No es gratuito, por ejemplo, que la vista desde el parque Arví, con sus colinas y altiplanos, sea tan diferente de la que se aprecia desde uno de los miradores de la avenida Las Palmas.
Otra cosa es observar la ciudad desde alguno de sus tres cerros tutelares de la parte plana (El Volador, Nutibara y La Asomadera), en comparación con lo que se ve desde el Alto de la Virgen, en Guarne, o la geografía para quien está en el Alto de San Miguel, donde nace el río Medellín. Y todo eso es muy diferente a lo que
ve alguien que se lanza en parapente desde San Félix en dirección Occidente-Oriente.
¿Por qué el Valle de Aburrá se comporta tan diferente, cómo se formó y cómo sigue reacomodándose?, ¿por qué no se puede comprender como una unidad sino como un territorio geológicamente diverso?, ¿por qué tenemos el paisaje actual? y ¿cuál es la historia tras la formación de las montañas que lo conforman?
La asimetría del
Valle de Aburrá lleva a los investigadores a pensar que no se puede
seguir entendiéndolo desde el punto de vista geológico como se ha hecho
hasta ahora
Foto: Róbinson Henao
El trabajo de los "médicos de la Tierra"
Las
anteriores son algunas de las preguntas que intenta responder la
investigación Historia de la erosión en el corto, mediano y largo plazo
de las cordilleras Central y Occidental de los Andes del norte,
departamento de Antioquia.
Se trata de un estudio que adelanta el Grupo de Investigación en Geología
Ambiental
e Ingeniería Sísmica de EAFIT, liderado por la profesora María Isabel
Marín Cerón, y en el que participa un grupo interdisciplinario de
estudiantes y docentes del Departamento de Ciencias de la Tierra e
investigadores de la Universidad Nacional de Colombia-Sede Medellín y de
otras instituciones educativas de España, Suiza, Australia y Estados
Unidos, entre otros.
Para hacerlo diseñaron una ruta de escalas que va desde el largo plazo
(miles de millones de años) hasta el corto (de 50 años a algunos miles).
“Los
geólogos somos como los médicos de la Tierra y si queremos hacer una
buena práctica con lo que tenemos en este momento en la superficie,
tenemos que mirar su historia clínica primero. Esas escalas de tiempo
corresponden a dicho propósito”.
Esto comenta Santiago Noreña
Londoño, ingeniero geólogo de la Universidad Nacional de Colombia Sede
Medellín y estudiante del doctorado en Ciencias de la Tierra de EAFIT.
Él
es uno de los investigadores de este proyecto y explica así la
importancia de trabajar en estas tres escalas, que son una oportunidad
para entender el pasado y predecir el futuro desde la geología.
Para
él, otra de las posibilidades que permite el estudio evolutivo es que
cuando se trata de investigaciones geológicas estas se hacen, por lo
general, desde escalas muy grandes que no incluyen la dimensión humana.
“Se
invierten muchos recursos humanos, económicos y tecnológicos, pero no
hay una aplicación real –asegura Noreña–. Lo que nosotros queremos es
entender la evolución de los Andes del norte, de las montañas de
Antioquia, pero respondiendo a las necesidades locales de generar un
producto de información científica de
calidad que responda a
problemas concretos como la pérdida de áreas productivas, la estabilidad
de la infraestructura o los riesgos sísmicos, por mencionar algunos”.