Ana Cristina Abad Restrepo
Coordinadora general Universidad de los Niños / Universidad de los niños
El profesor Juan Diego Jaramillo Fernández, doctor en Ingenierías de la Universidad Autónoma de México, es uno de los asesores de la Universidad de los Niños EAFIT. Su investigación se basa en la propagación de las ondas sísmicas a través de la corteza terrestre.
Desde el 2007 ha tenido relación con los niños en las dos etapas del programa: Encuentros con la pregunta y Expediciones al conocimiento.
Aquí, una conversación con este docente del Departamento de Ingeniería Civil de EAFIT, para conocer más de su vida personal y de sus posiciones frente a diversos temas como la educación, la importancia de las preguntas, el sistema investigativo en Colombia y su percepción de la Universidad de los Niños.
El colegio y la elección profesional
¿Es la excelencia académica lo más relevante para los estudiantes en el colegio?
Creo que la excelencia académica no es lo más importante en los colegios. Uno termina formándose, buscando algo, o haciéndolo, porque le gusta. Quienes tienen tendencia a ciertas áreas se forman por sí mismos. Los que tienen inclinación, digamos, a las ciencias sociales, leen mucho y lo hacen solos. No hay que darles muchas cosas. Creo que lo más importante del colegio es que sea un ambiente que permita a los estudiantes reconocerse: saber qué quieren y cómo lo van a hacer.
¿Cuándo estaba en el colegio sabía qué le gustaba? ¿Tenía relación con lo que hace ahora?
No, en absoluto, no con la ingeniería sísmica, pero sí con la física y la matemática. Desde muy chico me apasionaban los números. Finalmente terminé en ingeniería sísmica porque se me presentó la oportunidad, pero eso es física y matemáticas. Digamos que lo general sí lo reconocí desde muy chico.
¿Había una historia familiar detrás de eso?
Sí, mi papá fue muy estudioso. Era ingeniero, muy estudioso y eso me gustaba.
Cuando dice ‘estudioso’ ¿qué imagen se le viene a la cabeza? Es decir, ¿qué significa ser estudioso?
Era muy riguroso en sus conceptos. Para él las cosas eran blanco o negro, no eran a medias. Y eso me gustaba. Cuando uno le hacía una pregunta, él la respondía muy concreto y con mucha claridad; sabía lo que estaba diciendo. Y me refiero particularmente al área de las matemáticas y la física. Él sabía bien de qué estaba hablando.
¿El ambiente de su casa era un ambiente rodeado de libros?
Sí, la biblioteca de mi papá era maravillosa. No compraba un carro, sino una enciclopedia. No decía: “vamos a comprar un carro nuevo”, sino: “salió una enciclopedia nueva”. Eso hace una diferencia.
Un investigador
¿Hay alguna pregunta que le ronda la cabeza y aún no haya respondido?
Sí, no solo una, son muchas y casi ninguna la he respondido. Incluso, una de las preguntas que me ronda la cabeza sigue siendo la misma. Desde hace años me ha impresionado que la percepción de la gente frente a un sismo no sea similar. Cuando uno le preguntaba a distintas personas en Medellín, o leía el reporte en los medios sobre esto, no había respuestas iguales: unos lo sentían muy fuerte; otros no tanto, y la diferencia no era peque- ña: “yo no sentí nada”, y a unas cuadras: “yo sentí que el mundo se iba a acabar”.
El avance de la ciencia está
basado fundamentalmente en algo que
se llama la contemplación.
Llevamos casi 20 años -porque no soy únicamente yo, somos muchos- tratando de resolver esa pregunta: ¿cuál es la razón de las diferentes percepciones de un sismo? Ahora hemos instrumentado la ciudad: conseguimos dinero y pusimos sensores muy finos que registran el movimiento de diferentes sectores. Entonces, la pregunta es: ¿qué es lo que hace que en unas zonas se sienta tan fuerte?, porque no estamos hablando de cifras decimales sino cuatro veces más grandes. Detrás de eso tiene que haber una razón y aunque hemos avanzado muchísimo, todavía no se ha resuelto.
La geometría del Valle del Aburrá tiene mucho que ver con la respuesta. Es un valle muy profundo, una cicatriz muy honda en la tierra, y eso hace que se genere un efecto como de enfocamiento en algunas zonas de la ciudad, como una lupa, que enfoca algunas cosas y las hace más intensas en unas zonas y menos intensas en otras. Aunque esa es la respuesta a la pregunta, la quisiéramos resolver con precisión: exactamente de qué tamaño son las diferencias, en cifras decimales, entre otros asuntos.
¿Qué lo llevó a ser investigador? ¿Cómo descubrió que
ser un profesor y estar en la academia era una opción
digna y legítima para su vida profesional?
Lo descubrí muy tarde. Con esto no quiero decir que se me
haya pasado el tiempo. Me refiero a que reconocí la opción
académica estando en México. Para mí en esa época las
cosas habían cambiado un poco, los profesores en general
eran unos personajes que no llenaban mis expectativas, yo
no me veía en ellos, no eran un referente.
Cuando llegué a México encontré unos profesores
investigadores muy dedicados a su área, comprometidos,
convencidos de su trabajo, de la labor que hacen, respetados
y reconocidos por el medio que los rodea. Encontré
un ambiente que me fascinó y pensé que era una opción.
Entonces me dije: “Yo quiero ser profesor”.
Los profesores que tuve acá en Colombia eran muy
buenas personas, pero enseñaban un oficio -enseñaban a
ejercer una profesión- y eso está muy bien. De hecho, la
mayoría de las personas que entran a la universidad quieren
aprender un oficio. Yo no buscaba eso. No lograba aclarar
qué era lo que estaba buscando. Cuando tomé la decisión
de irme para México fue porque me sentí realmente
sofocado, pero sin saber qué estaba buscando. Sentí que
debía salir de aquí a buscar algo nuevo.
¿Qué significa en el día a día ser un investigador?
Aunque pareciera dedicarse a muy variadas actividades
como dictar clase, asistir a algunas reuniones, hacer parte
de comités, llenar algunos formularios, responder encuestas,
entre otras, la verdad es que un investigador,
conscientemente, solo se dedica a tratar de responder sus
preguntas. Las demás actividades se realizan con cierto
grado de inconsciencia.
Cuando sus hijos le preguntan qué es ser un investigador,
¿qué les responde?
Les digo que a mí me gusta investigar, y ellos me preguntan:
“¿Qué es eso?”. Les explico que me gusta hacerme
preguntas y tratar de responderlas.
¿Hay alguna manera de activar el deseo y la curiosidad
de saber en el otro?
Claro que sí. Yo no creo que esa necesidad, esa curiosidad
profunda por las cosas sea algo especial. Eso lo tenemos
muchos, muchísimos. Es algo muy propio del ser humano.
Lo que ocurre es que a algunos se nos presentan oportunidades
de vivir para satisfacer esas curiosidades y lograr
armar un ambiente en el que todo gira alrededor de eso.
Es una suerte que no se le aparece a todo el mundo. Si
se brindaran más oportunidades, creo que serían muchísimos
los que estarían relacionados con la creación de cosas
nuevas, con la invención, con la respuesta a preguntas. El
asunto de las oportunidades es crucial.
Educación e investigación
En la concepción de educación tradicional se aprende
desde la respuesta y no desde la pregunta. La metodología
y la pedagogía no han cambiado mucho, por más
estudios relacionados con el tema, seguimos repitiendo
la misma forma.De acuerdo, no ha cambiado nada. Es terrible. El sistema de
educación, no solo en Colombia, sino en el mundo es terrible.
El esquema de responder preguntas establecidas es muy
malo. La pregunta, definitivamente, es lo más importante.
La educación actual y el énfasis en la investigación tienen
una fuerte competencia en las nuevas tecnologías
que comunican el mundo moderno. Internet, televisión,
comunicación móvil y videojuegos se roban los
afectos de niños y adolescentes…
Yo realmente tengo serias dudas. Ojalá me equivoque.
¿Qué va a pasar más adelante con la ciencia? El avance
de la ciencia está basado fundamentalmente en algo que
se llama la contemplación. Eso es lento, es contemplar el
mundo, y el mundo de hoy es una carrera.
Por ejemplo, yo me siento a ver una película con los
niños y no la entiendo, porque ellos captan a una velocidad
impresionante. No la entiendo porque para mí la vida
transcurre muy lentamente. Tengo serias dudas y serias
inquietudes, porque yo no veo cómo puede uno avanzar
en esa carrera, no se puede llegar a ninguna parte, eso no
produce conocimiento.
El conocimiento nace de una quietud de contemplar,
de pensar y no la hay. La tecnología es todo lo
contrario. La verdad, no sé qué va a pasar. La respuesta
y la pregunta están realmente adentro. Uno empieza a
pensar en algo y se sale del mundo real, y se va muy
lejos. En ese lugar están las respuestas, está la comprensión.
Y, para poder llegar a ese lugar, se necesita
tener esa capacidad de concentración, que nace de una
quietud, de algo que está en contraposición con lo que
hoy hay con la tecnología.
La Universidad de los Niños
Con el profesor Germán Vélez, doctor en Filosofía, usted
tuvo una discusión sobre lo justificable de la Universidad
de los Niños. ¿Podría contarnos algo de esto, y cuáles
eran las posiciones en las que se encontraban uno y otro?
Germán puso en discusión lo justificable de la Universidad
de los Niños, con unos argumentos muy bien presentados y
decía: “hombre, están muy chiquitos para que los metamos
en estos problemas”, palabras más palabras menos, muy
chiquitos para preguntarles, por ejemplo, por qué hay ricos
y pobres, preguntas que nosotros todavía no logramos resolver.
Se refería más que todo a temas que tienen que ver
con las ciencias sociales.
Los argumentos de él eran muy convincentes y demoledores.
Yo opinaba que en la Universidad de los Niños
la pregunta es una disculpa para poder hablar con ellos
de alguna cosa. Mi argumento estaba basado en lo que yo
hubiera querido: si en mi niñez hubiese tenido la oportunidad
de escuchar a alguien hablar de estas cosas, habría
sido capaz de extraer una forma de pensar, una línea de
pensamiento diferente a la usual, a la cotidiana, tan ceñida a una cantidad de presiones. Yo realmente lo hubiera
agradecido mucho.
Basado en eso digo que la Universidad de los Niños
tiene valor, así toque a un solo niño. Con eso ya se justificó
su creación. Finalmente, no es que con Germán hubiéramos
llegado a un acuerdo, pero quedamos en que probablemente
lo más valioso de la Universidad de los Niños no es la pregunta, sino la posibilidad del contacto de los niños con
un investigador, su forma de vida, cómo piensa, cómo se
apasiona con lo que hace.
La Universidad de los Niños tiene entrecruce de públicos
y objetivos educacionales: los niños van a la Universidad
en su período escolar de media, básica y secundaria,
y los profesores universitarios se enfrentan a
este nuevo público para explicar y desarrollar sus propuestas
investigativas. ¿Cuál es su opinión sobre esta
relación, este puente creado por EAFIT?
Es muy importante, es un enriquecimiento en las dos direcciones.
Es una forma de poner en términos comprensibles
para los niños lo que uno hace, las preguntas que se
plantea y las respuestas que da a ellas. Eso lo pone a uno
a pensar muchísimo.
Desde el punto de vista del profesor universitario eso
me parece muy interesante. En mi experiencia, la primera
vez que estuve frente a 20 niños hablándoles de sismos,
tenía el reto de poner el problema de investigación y la
manera de hacerlo en otros términos, cuando para mí el
sismo es una ecuación.
Por otra parte el contacto de los niños con la universidad
es muy importante, pero tiene que marcarse una
diferencia. El colegio como parte del sistema educativo
es muy procedimental: “esto debe ser así, esto debe estar
aquí”. Yo desearía realmente que los colegios y los niños,
cuando tengan el contacto con la Universidad de los Niños
y los investigadores, vieran a alguien apasionado por su
cuento y que los meta en él. Desde mi punto de vista, y
teniendo como base lo que a mí me hubiera gustado, yo
Universidad de los Niños
creo que a un niño de esos le atrae mucho más la pasión
del expositor que la pregunta que plantea.
¿Hay preguntas inteligentes y hay preguntas tontas?
No, yo no creo. Si una pregunta es sincera es buena. Obviamente
hay preguntas que están hechas por otra razón, no
quieren la respuesta a la pregunta o la pregunta no nace
de una inquietud, tienen otra intención. Esa podría denominarse
una pregunta tonta.
Pero cuando nace de una inquietud auténtica de
quien la elabora, dicha pregunta es buena, siempre es buena.
Normalmente la solución a las preguntas empieza por
una mirada distinta a la que tradicionalmente se emplea.
Por ahí empieza todo, quien no se ha metido en un campo
de estudio específico no tiene esos prejuicios ni esos paradigmas
que uno tiene. Es terrible luchar contra ellos.
Esa es la ventaja con la que entran los niños, se hacen
unas preguntas salidas de lo convencional. Ellos son capaces
de hacerse una pregunta que permite ver los problemas
desde otro punto de vista.
Por lo general, la historia de la ciencia nace ahí, de
una mirada distinta, de una pregunta sin prejuicios, sin
paradigmas. A medida que uno crece se va llenando de esos
prejuicios. Eso es una carga gigante que uno siempre lleva.
Colombia y la investigación
Colciencias ha propuesto una nueva estrategia de apropiación
social de la ciencia, la innovación y la tecnología
para estimular la generación y uso del conocimiento
científico. ¿La Universidad de los Niños EAFIT es un
programa que va en consonancia con los objetivos de
dicha estrategia?
Ese es un deseo que tenemos todos, que la ciencia permee
toda la sociedad y seguramente mucho lo ha hecho sin
necesidad de estrategias muy explícitas. Hoy, por ejemplo,
la gente habla con mucha más facilidad de lo que es el sistema
planetario o solar y lo hace sin necesidad de que haya
habido estrategias de divulgación masivas. Eso es deseable.
La ciencia será ciencia mientras sea parte de la cultura,
de la sociedad. Mientras esto no ocurra, le falta algo, está
coja. Ahora, ¿cómo hacer eso? No tengo ni idea. Yo creo
que lo que se ha logrado con la Universidad de los Niños se
ha dado no por una estrategia pensada para eso, sino que
de alguna manera se ha ido dando.
Es común escuchar quejas o leer informes que arrojan
resultados desesperanzadores sobre la investigación en
Colombia y el supuesto desinterés de los jóvenes, futuros
profesionales del país, en ejercer en campos de
investigación. ¿Cómo considera que estamos en materia
de investigación e investigadores en el país?
La deuda que tiene la universidad colombiana con la sociedad
es impagable, porque se quedó atrás durante muchísimos
años y no hizo todo lo que debió haber hecho. Formó
profesionales y educó gente para el trabajo, pero le faltó
una función muy importante: la investigación. Eso ha sido impactante en el desarrollo de este país. La investigación
es un tema que no se veía en ningún programa universitario.
Eso es una deuda.
Por otro lado, sostengo lo que dije anteriormente:
no creo que sea interés de unos pocos, porque hay mucha
gente que eventualmente estaría interesada en la investigación.
Pero en este caso, además del problema de
las oportunidades, creo que sí es cierto el problema de las
distracciones, porque uno a esa edad no tiene claro absolutamente
nada. Yo supe que quería hacer investigación
cuando ya tenía un doctorado.
Con esa explosión de posibilidades muy atractivas
y eficientes, eso también va a significar un problema de
cuántas personas en un futuro se podrán dedicar a lo que
yo llamo investigación, que pasa por ese plano de contemplación
y concentración profunda. La tecnología ofrece la
posibilidad de un software que hace muy rápido todo y
resuelve una necesidad, da una solución a problemas cotidianos.
Pero encontrar esto no significa que sepamos más,
ni que hayamos ahondado en lo que consideramos es el
mundo en que nos movemos.
Eso necesita un esfuerzo más inmediato, eso no es investigación,
es un juego de tecnologías, pero no significan
avances impactantes en términos de conocimiento. Los muchachos
están convencidos de que un día se van a levantar
con la solución a lo que están pensando, pero no se les ocurre
pensar. Para llegar a algo se necesita un esfuerzo y un
esfuerzo continuado, por mucho tiempo y muchos años. A
quienes les digo esto me dicen: “Es que a ti te gusta maluco, es que te gusta sufrir”. No es un asunto de que me guste
sufrir, sino que eso es lo que ha enseñado la historia: la
historia nos ha dicho que los grandes pasos son el producto
de esfuerzos enormes y durante mucho tiempo. No es que
alguien se haya levantado y los haya hecho así no más. Pero
con la rapidez de hoy en día, ellos realmente esperan que
las cosas aparezcan sin necesidad de un esfuerzo.
Hay casos de jóvenes que deciden formarse en campos
del conocimiento relacionados con las humanidades o
las ciencias sociales, más que por vocación, por una desastrosa
experiencia con las ciencias básicas. ¿Cómo ve
este asunto?
Pasan varias cosas. De un lado, siento que hay algo de
aptitudes. Y de otro, -y como en toda actividad- se requiere
un esfuerzo. Las ciencias básicas son muy abstractas
y cuesta mucho trabajo salirse de este mundo e ir tras
ellas y entenderlas. Además hay un problema y es que las
otras áreas del conocimiento tienen la falsa sensación de
que son fáciles, entonces se cree que ese camino es más
expedito, pero no es así.
Por alguna razón que no logro entender, porque no
me había hecho la pregunta tan concreta, esa falsa sensación
de que lo que hay alrededor es más fácil, también
hace que los jóvenes y los niños busquen el camino más
expedito. Además, no tenemos profesores preparados para
enseñar esas cosas, enamorados de su cuento. Sin ese ingrediente,
estar enamorado de su cuento, uno no enseña,
solo muestra. La enseñanza de todo pasa por la obsesión.
En el colegio las otras áreas están más conectadas con
lo que uno vive día a día, y las matemáticas las enseñan
como algo aislado…
Es absurdo. La civilización está parada en las matemáticas,
es la piedra angular. Cuando aprendimos a contar nos civilizamos,
es así de simple. Pero sí hay una falsa creencia
porque lo inmediato nos hace perder la perspectiva de lo
que realmente hay atrás. No hay nada más cercano a la
civilización que las matemáticas, sin eso no hay nada.
Hay una frase muy bonita de un físico italiano, no
recuerdo el nombre, que cuando presentó resultados de sus
experimentos (una bobina en un campo magnético para
crear electricidad y que luego saltara una chispa), alguien
en el auditorio le preguntó: “Profesor, ¿y eso para qué
sirve?” La respuesta se hizo famosa: “Para lo mismo que
sirve un bebé recién nacido”. No sabemos, pero puede ser
enorme. Yo no tengo ni idea para donde va esto, yo simplemente
me inquieto.
¿Detrás de la investigación hay un capricho? ¿Un antojo
de contestar algo más allá del “para qué sirve”? Sí, es increíblemente caprichoso. No me pregunten por qué
quiero entender eso, pero hay algo que me impulsa fuertemente
para querer entenderlo. Probablemente por esa
razón es difícil explicarle al común de la gente por qué se
investiga y por qué se sostiene la investigación.