Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co

“El avance de la ciencia está basado en la contemplación”

​​

Ana Cristina Abad Restrepo
Coordinadora general Universidad de los Niños ​ / Universidad de los niños

El profesor Juan Diego Jaramillo Fernández, doctor en Ingenierías de la Universidad Autónoma de México, es uno de los asesores de la Universidad de los Niños EAFIT. Su investigación se basa en la propagación de las ondas sísmicas a través de la corteza terrestre.

Desde el 2007 ha tenido relación con los niños en las dos etapas del programa: Encuentros con la pregunta y Expediciones al conocimiento.

Aquí, una conversación con este docente del Departamento de Ingeniería Civil de EAFIT, para conocer más de su vida personal y de sus posiciones frente a diversos temas como la educación, la importancia de las preguntas, el sistema investigativo en Colombia y su percepción de la Universidad de los Niños.

El colegio y la elección profesional


¿Es la excelencia académica lo más relevante para los estudiantes en el colegio?

Creo que la excelencia académica no es lo más importante en los colegios. Uno termina formándose, buscando algo, o haciéndolo, porque le gusta. Quienes tienen tendencia a ciertas áreas se forman por sí mismos. Los que tienen inclinación, digamos, a las ciencias sociales, leen mucho y lo hacen solos. No hay que darles muchas cosas. Creo que lo más importante del colegio es que sea un ambiente que permita a los estudiantes reconocerse: saber qué quieren y cómo lo van a hacer.

¿Cuándo estaba en el colegio sabía qué le gustaba? ¿Tenía relación con lo que hace ahora?

No, en absoluto, no con la ingeniería sísmica, pero sí con la física y la matemática. Desde muy chico me apasionaban los números. Finalmente terminé en ingeniería sísmica porque se me presentó la oportunidad, pero eso es física y matemáticas. Digamos que lo general sí lo reconocí desde muy chico.

¿Había una historia familiar detrás de eso?

Sí, mi papá fue muy estudioso. Era ingeniero, muy estudioso y eso me gustaba.

Cuando dice ‘estudioso’ ¿qué imagen se le viene a la cabeza? Es decir, ¿qué significa ser estudioso? 

Era muy riguroso en sus conceptos. Para él las cosas eran blanco o negro, no eran a medias. Y eso me gustaba. Cuando uno le hacía una pregunta, él la respondía muy concreto y con mucha claridad; sabía lo que estaba diciendo. Y me refiero particularmente al área de las matemáticas y la física. Él sabía bien de qué estaba hablando.

¿El ambiente de su casa era un ambiente rodeado de libros?

Sí, la biblioteca de mi papá era maravillosa. No compraba un carro, sino una enciclopedia. No decía: “vamos a comprar un carro nuevo”, sino: “salió una enciclopedia nueva”. Eso hace una diferencia.

Un investigador


¿Hay alguna pregunta que le ronda la cabeza y aún no haya respondido?

Sí, no solo una, son muchas y casi ninguna la he respondido. Incluso, una de las preguntas que me ronda la cabeza sigue siendo la misma. Desde hace años me ha impresionado que la percepción de la gente frente a un sismo no sea similar. Cuando uno le preguntaba a distintas personas en Medellín, o leía el reporte en los medios sobre esto, no había respuestas iguales: unos lo sentían muy fuerte; otros no tanto, y la diferencia no era peque- ña: “yo no sentí nada”, y a unas cuadras: “yo sentí que el mundo se iba a acabar”. ​

El avance de la ciencia está basado fundamentalmente en algo que se llama la contemplación.​

Llevamos casi 20 años -porque no soy únicamente yo, somos muchos- tratando de resolver esa pregunta: ¿cuál es la razón de las diferentes percepciones de un sismo? Ahora hemos instrumentado la ciudad: conseguimos dinero y pusimos sensores muy finos que registran el movimiento de diferentes sectores. Entonces, la pregunta es: ¿qué es lo que hace que en unas zonas se sienta tan fuerte?, porque no estamos hablando de cifras decimales sino cuatro veces más grandes. Detrás de eso tiene que haber una razón y aunque hemos avanzado muchísimo, todavía no se ha resuelto.

La geometría del Valle del Aburrá tiene mucho que ver con la respuesta. Es un valle muy profundo, una cicatriz muy honda en la tierra, y eso hace que se genere un efecto como de enfocamiento en algunas zonas de la ciudad, como una lupa, que enfoca algunas cosas y las hace más intensas en unas zonas y menos intensas en otras. Aunque esa es la respuesta a la pregunta, la quisiéramos resolver con precisión: exactamente de qué tamaño son las diferencias, en cifras decimales, entre otros asuntos. ​

¿Qué lo llevó a ser investigador? ¿Cómo descubrió que ser un profesor y estar en la academia era una opción digna y legítima para su vida profesional?

Lo descubrí muy tarde. Con esto no quiero decir que se me haya pasado el tiempo. Me refiero a que reconocí la opción académica estando en México. Para mí en esa época las cosas habían cambiado un poco, los profesores en general eran unos personajes que no llenaban mis expectativas, yo no me veía en ellos, no eran un referente.

Cuando llegué a México encontré unos profesores investigadores muy dedicados a su área, comprometidos, convencidos de su trabajo, de la labor que hacen, respetados y reconocidos por el medio que los rodea. Encontré un ambiente que me fascinó y pensé que era una opción. Entonces me dije: “Yo quiero ser profesor”.

Los profesores que tuve acá en Colombia eran muy buenas personas, pero enseñaban un oficio -enseñaban a ejercer una profesión- y eso está muy bien. De hecho, la mayoría de las personas que entran a la universidad quieren aprender un oficio. Yo no buscaba eso. No lograba aclarar qué era lo que estaba buscando. Cuando tomé la decisión de irme para México fue porque me sentí realmente sofocado, pero sin saber qué estaba buscando. Sentí que debía salir de aquí a buscar algo nuevo.

¿Qué significa en el día a día ser un investigador?

Aunque pareciera dedicarse a muy variadas actividades como dictar clase, asistir a algunas reuniones, hacer parte de comités, llenar algunos formularios, responder encuestas, entre otras, la verdad es que un investigador, conscientemente, solo se dedica a tratar de responder sus preguntas. Las demás actividades se realizan con cierto grado de inconsciencia.

Cuando sus hijos le preguntan qué es ser un investigador, ¿qué les responde?

Les digo que a mí me gusta investigar, y ellos me preguntan: “¿Qué es eso?”. Les explico que me gusta hacerme preguntas y tratar de responderlas.

¿Hay alguna manera de activar el deseo y la curiosidad de saber en el otro?

Claro que sí. Yo no creo que esa necesidad, esa curiosidad profunda por las cosas sea algo especial. Eso lo tenemos muchos, muchísimos. Es algo muy propio del ser humano. Lo que ocurre es que a algunos se nos presentan oportunidades de vivir para satisfacer esas curiosidades y lograr armar un ambiente en el que todo gira alrededor de eso.

Es una suerte que no se le aparece a todo el mundo. Si se brindaran más oportunidades, creo que serían muchísimos los que estarían relacionados con la creación de cosas nuevas, con la invención, con la respuesta a preguntas. El asunto de las oportunidades es crucial. 

Educación e investigación


En la concepción de educación tradicional se aprende desde la respuesta y no desde la pregunta. La metodología y la pedagogía no han cambiado mucho, por más estudios relacionados con el tema, seguimos repitiendo la misma forma.

De acuerdo, no ha cambiado nada. Es terrible. El sistema de educación, no solo en Colombia, sino en el mundo es terrible. El esquema de responder preguntas establecidas es muy malo. La pregunta, definitivamente, es lo más importante.

La educación actual y el énfasis en la investigación tienen una fuerte competencia en las nuevas tecnologías que comunican el mundo moderno. Internet, televisión, comunicación móvil y videojuegos se roban los afectos de niños y adolescentes…
 
Yo realmente tengo serias dudas. Ojalá me equivoque. ¿Qué va a pasar más adelante con la ciencia? El avance de la ciencia está basado fundamentalmente en algo que se llama la contemplación. Eso es lento, es contemplar el mundo, y el mundo de hoy es una carrera.

Por ejemplo, yo me siento a ver una película con los niños y no la entiendo, porque ellos captan a una velocidad impresionante. No la entiendo porque para mí la vida transcurre muy lentamente. Tengo serias dudas y serias inquietudes, porque yo no veo cómo puede uno avanzar en esa carrera, no se puede llegar a ninguna parte, eso no produce conocimiento.

El conocimiento nace de una quietud de contemplar, de pensar y no la hay. La tecnología es todo lo contrario. La verdad, no sé qué va a pasar. La respuesta y la pregunta están realmente adentro. Uno empieza a pensar en algo y se sale del mundo real, y se va muy lejos. En ese lugar están las respuestas, está la comprensión. Y, para poder llegar a ese lugar, se necesita tener esa capacidad de concentración, que nace de una quietud, de algo que está en contraposición con lo que hoy hay con la tecnología. 

La Universidad de los Niños


Con el profesor Germán Vélez, doctor en Filosofía, usted tuvo una discusión sobre lo justificable de la Universidad de los Niños. ¿Podría contarnos algo de esto, y cuáles eran las posiciones en las que se encontraban uno y otro?

Germán puso en discusión lo justificable de la Universidad de los Niños, con unos argumentos muy bien presentados y decía: “hombre, están muy chiquitos para que los metamos en estos problemas”, palabras más palabras menos, muy chiquitos para preguntarles, por ejemplo, por qué hay ricos y pobres, preguntas que nosotros todavía no logramos resolver. Se refería más que todo a temas que tienen que ver con las ciencias sociales.

Los argumentos de él eran muy convincentes y demoledores. Yo opinaba que en la Universidad de los Niños la pregunta es una disculpa para poder hablar con ellos de alguna cosa. Mi argumento estaba basado en lo que yo hubiera querido: si en mi niñez hubiese tenido la oportunidad de escuchar a alguien hablar de estas cosas, habría sido capaz de extraer una forma de pensar, una línea de pensamiento diferente a la usual, a la cotidiana, tan ceñida a una cantidad de presiones. Yo realmente lo hubiera agradecido mucho.

Basado en eso digo que la Universidad de los Niños tiene valor, así toque a un solo niño. Con eso ya se justificó su creación. Finalmente, no es que con Germán hubiéramos llegado a un acuerdo, pero quedamos en que probablemente lo más valioso de la Universidad de los Niños no es la pregunta, sino la posibilidad del contacto de los niños con un investigador, su forma de vida, cómo piensa, cómo se apasiona con lo que hace.

La Universidad de los Niños tiene entrecruce de públicos y objetivos educacionales: los niños van a la Universidad en su período escolar de media, básica y secundaria, y los profesores universitarios se enfrentan a este nuevo público para explicar y desarrollar sus propuestas investigativas. ¿Cuál es su opinión sobre esta relación, este puente creado por EAFIT?

Es muy importante, es un enriquecimiento en las dos direcciones. Es una forma de poner en términos comprensibles para los niños lo que uno hace, las preguntas que se plantea y las respuestas que da a ellas. Eso lo pone a uno a pensar muchísimo.

Desde el punto de vista del profesor universitario eso me parece muy interesante. En mi experiencia, la primera vez que estuve frente a 20 niños hablándoles de sismos, tenía el reto de poner el problema de investigación y la manera de hacerlo en otros términos, cuando para mí el sismo es una ecuación.

Por otra parte el contacto de los niños con la universidad es muy importante, pero tiene que marcarse una diferencia. El colegio como parte del sistema educativo es muy procedimental: “esto debe ser así, esto debe estar aquí”. Yo desearía realmente que los colegios y los niños, cuando tengan el contacto con la Universidad de los Niños y los investigadores, vieran a alguien apasionado por su cuento y que los meta en él. Desde mi punto de vista, y teniendo como base lo que a mí me hubiera gustado, yo Universidad de los Niños creo que a un niño de esos le atrae mucho más la pasión del expositor que la pregunta que plantea.

¿Hay preguntas inteligentes y hay preguntas tontas?

No, yo no creo. Si una pregunta es sincera es buena. Obviamente hay preguntas que están hechas por otra razón, no quieren la respuesta a la pregunta o la pregunta no nace de una inquietud, tienen otra intención. Esa podría denominarse una pregunta tonta.

Pero cuando nace de una inquietud auténtica de quien la elabora, dicha pregunta es buena, siempre es buena. Normalmente la solución a las preguntas empieza por una mirada distinta a la que tradicionalmente se emplea. Por ahí empieza todo, quien no se ha metido en un campo de estudio específico no tiene esos prejuicios ni esos paradigmas que uno tiene. Es terrible luchar contra ellos.

Esa es la ventaja con la que entran los niños, se hacen unas preguntas salidas de lo convencional. Ellos son capaces de hacerse una pregunta que permite ver los problemas desde otro punto de vista.

Por lo general, la historia de la ciencia nace ahí, de una mirada distinta, de una pregunta sin prejuicios, sin paradigmas. A medida que uno crece se va llenando de esos prejuicios. Eso es una carga gigante que uno siempre lleva.  

Colombia y la investigación


Colciencias ha propuesto una nueva estrategia de apropiación social de la ciencia, la innovación y la tecnología para estimular la generación y uso del conocimiento científico. ¿La Universidad de los Niños EAFIT es un programa que va en consonancia con los objetivos de dicha estrategia? ​

Ese es un deseo que tenemos todos, que la ciencia permee toda la sociedad y seguramente mucho lo ha hecho sin necesidad de estrategias muy explícitas. Hoy, por ejemplo, la gente habla con mucha más facilidad de lo que es el sistema planetario o solar y lo hace sin necesidad de que haya habido estrategias de divulgación masivas. Eso es deseable. La ciencia será ciencia mientras sea parte de la cultura, de la sociedad. Mientras esto no ocurra, le falta algo, está coja. Ahora, ¿cómo hacer eso? No tengo ni idea. Yo creo que lo que se ha logrado con la Universidad de los Niños se ha dado no por una estrategia pensada para eso, sino que de alguna manera se ha ido dando.

Es común escuchar quejas o leer informes que arrojan resultados desesperanzadores sobre la investigación en Colombia y el supuesto desinterés de los jóvenes, futuros profesionales del país, en ejercer en campos de investigación. ¿Cómo considera que estamos en materia de investigación e investigadores en el país?

La deuda que tiene la universidad colombiana con la sociedad es impagable, porque se quedó atrás durante muchísimos años y no hizo todo lo que debió haber hecho. Formó profesionales y educó gente para el trabajo, pero le faltó una función muy importante: la investigación. Eso ha sido impactante en el desarrollo de este país. La investigación es un tema que no se veía en ningún programa universitario. Eso es una deuda.

Por otro lado, sostengo lo que dije anteriormente: no creo que sea interés de unos pocos, porque hay mucha gente que eventualmente estaría interesada en la investigación. Pero en este caso, además del problema de las oportunidades, creo que sí es cierto el problema de las distracciones, porque uno a esa edad no tiene claro absolutamente nada. Yo supe que quería hacer investigación cuando ya tenía un doctorado.

Con esa explosión de posibilidades muy atractivas y eficientes, eso también va a significar un problema de cuántas personas en un futuro se podrán dedicar a lo que yo llamo investigación, que pasa por ese plano de contemplación y concentración profunda. La tecnología ofrece la posibilidad de un software que hace muy rápido todo y resuelve una necesidad, da una solución a problemas cotidianos. Pero encontrar esto no significa que sepamos más, ni que hayamos ahondado en lo que consideramos es el mundo en que nos movemos.

Eso necesita un esfuerzo más inmediato, eso no es investigación, es un juego de tecnologías, pero no significan avances impactantes en términos de conocimiento. Los muchachos están convencidos de que un día se van a levantar con la solución a lo que están pensando, pero no se les ocurre pensar. Para llegar a algo se necesita un esfuerzo y un esfuerzo continuado, por mucho tiempo y muchos años. A quienes les digo esto me dicen: “Es que a ti te gusta maluco,​ es que te gusta sufrir”. No es un asunto de que me guste sufrir, sino que eso es lo que ha enseñado la historia: la historia nos ha dicho que los grandes pasos son el producto de esfuerzos enormes y durante mucho tiempo. No es que alguien se haya levantado y los haya hecho así no más. Pero con la rapidez de hoy en día, ellos realmente esperan que las cosas aparezcan sin necesidad de un esfuerzo.

Hay casos de jóvenes que deciden formarse en campos del conocimiento relacionados con las humanidades o las ciencias sociales, más que por vocación, por una desastrosa experiencia con las ciencias básicas. ¿Cómo ve este asunto?
 
Pasan varias cosas. De un lado, siento que hay algo de aptitudes. Y de otro, -y como en toda actividad- se requiere un esfuerzo. Las ciencias básicas son muy abstractas y cuesta mucho trabajo salirse de este mundo e ir tras ellas y entenderlas. Además hay un problema y es que las otras áreas del conocimiento tienen la falsa sensación de que son fáciles, entonces se cree que ese camino es más expedito, pero no es así.

Por alguna razón que no logro entender, porque no me había hecho la pregunta tan concreta, esa falsa sensación de que lo que hay alrededor es más fácil, también hace que los jóvenes y los niños busquen el camino más expedito. Además, no tenemos profesores preparados para enseñar esas cosas, enamorados de su cuento. Sin ese ingrediente, estar enamorado de su cuento, uno no enseña, solo muestra. La enseñanza de todo pasa por la obsesión.

En el colegio las otras áreas están más conectadas con lo que uno vive día a día, y las matemáticas las enseñan como algo aislado… Es absurdo. La civilización está parada en las matemáticas, es la piedra angular. Cuando aprendimos a contar nos civilizamos, es así de simple. Pero sí hay una falsa creencia porque lo inmediato nos hace perder la perspectiva de lo que realmente hay atrás. No hay nada más cercano a la civilización que las matemáticas, sin eso no hay nada.

Hay una frase muy bonita de un físico italiano, no recuerdo el nombre, que cuando presentó resultados de sus experimentos (una bobina en un campo magnético para crear electricidad y que luego saltara una chispa), alguien en el auditorio le preguntó: “Profesor, ¿y eso para qué sirve?” La respuesta se hizo famosa: “Para lo mismo que sirve un bebé recién nacido”. No sabemos, pero puede ser enorme. Yo no tengo ni idea para donde va esto, yo simplemente me inquieto.

¿Detrás de la investigación hay un capricho? ¿Un antojo de contestar algo más allá del “para qué sirve”?

 Sí, es increíblemente caprichoso. No me pregunten por qué quiero entender eso, pero hay algo que me impulsa fuertemente para querer entenderlo. Probablemente por esa razón es difícil explicarle al común de la gente por qué se investiga y por qué se sostiene la investigación. ​​



Última modificación: 06/03/2017 15:37