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Michel Hermelin. Un abrazo a la Tierra

​​​​​23 de junio de 1937. 15 de agosto de 2015. Entre una fecha y otra transcurrió la sorprendente vida de Michel Hermelin Arbaux, el hijo del panadero, el profesor de francés, el estudiante de ingeniería de geología y petróleos, el geólogo, el investigador, el académico, el maestro, el profesor emérito de EAFIT, el colega, el viajero, el lector, el crítico, el esposo, el padre, el abuelo, el niño nacido en Francia que decidió ser colombiano por siempre.

 

Foto: Archivo familiar​
Ojos metódicos. El joven universitario colombiano comienza tomar vuelo como un gran hombre de ciencia.​

Ramón Pineda
Colaborador

El Desierto de la Tatacoa con su tierra ocre y gris, ese monolito de 220 metros de altura llamado El Peñol, el extenso Cañón del Chicamocha de sinuosos cortes montañosos, las extrañas formaciones que en tan solo seis kilómetros cuadrados sorprenden en el área única de Los Estoraques en Norte de Santander y la Sierra Nevada de Santa Marta con sus inexpugnables picos a casi seis mil metros sobre el nivel del mar son cinco de los 16 paisajes más bellos de Colombia desde el punto de vista geológico.

Así lo vio, lo estudió, lo seleccionó y lo editó Michel Hermelin Arbaux en Landscapes and Landforms of Colombia, su libro póstumo, una manifestación de amor y conocimiento por la tierra en la que no nació, pero a la que sí decidió pertenecer. 

Tota, el lago más grande del país (con un área de 70 kilómetros cuadrados), las lagunas de Guatavita y de La Cocha, los volcanes Puracé y Galeras, los nevados del Ruiz y de El Cocuy, el Salto del Tequendama, la Sabana de Bogotá, el Cabo de la Vela en la Alta Guajira, los volcanes de lodo en la Costa Caribe central y Punta Rey en Arboletes completan esta selección de paisajes y accidentes geográficos de Colombia que no solo dan cuenta de su riqueza geológica, sino de los recorridos exploratorios que a lo largo de su vida hizo por el país este francés, que comenzó a ser colombiano en ese diciembre de 1953 cuando llegó con sus padres desde París a instalarse en Paz del Río (Boyacá).

Para ese entonces, ese pueblo boyacense se alistaba para la producción en pleno en 1954 de una siderúrgica de carácter nacional creada en el papel en 1948. El auge del acero atrajo a muchos ingenieros franceses, y el panadero Jean Hermelin vio en ello una oportunidad de rehacer su vida luego del desengaño que le dejó la posguerra. Durante la ocupación nazi en Francia –orquestada por Hitler y Mussolini–, Jean, su madre Henriette y su mujer Madeleine Arbaux le apostaron a la resistencia. Parte del pan horneado se les iba en alimentar las tropas aliadas, la casa servía para esconder combatientes, y al pequeño Michel le tocaba, algunas veces, pararse en la puerta para advertir si los enemigos estaban cerca.

Con su memoria admirable, el Michel ya colombiano, ya geólogo, ya casado, ya padre, les contó a su esposa Marta Elena, a sus hijos Nicolás y Daniel, y a sus nietos Pedro y María, esas historias y ese primer recuerdo que tiene de su infancia: el de las tropas fascistas bombardeando su pueblo, Villiers- Saint-Georges, y él obligado a esconderse en la casa de un vecino.

La Segunda Guerra Mundial llegó a su fin en 1945 y, un año después, la familia de panaderos, en la pobreza, parte hacia el trópico, a comenzar de nuevo en Aroa, un pueblito minero de Venezuela en el que vivía un primo y donde, a falta de profesionales criollos, estaban los franceses. El pequeño tenía nueve años y su día se le iba entre aprender español, estudiar para terminar su primaria y salir a vender panes.

Cerca de dos años duró la estadía en Venezuela. La hermana de Michel, Annette, casi diez años mayor, se casó en Francia, y para 1949 estaban de regreso a su país de origen. En esos años en París, el niño reforzó su francés, aprendió algo de alemán y de inglés, y no olvidó el español. Sus padres montaron con su hermana y su cuñado una tienda de abarrotes, pero América Latina les quedó gustando, sobre todo a Jean. Por eso, y porque en la posguerra no había mucho para ellos, ni incentivos ni apoyo a pesar de haber dado tanto como resistentes, decidieron volver, esta vez a Colombia. Su hijo decidió seguirlos.

De niño le tocó una guerra, de joven llegó a Colombia a otra, la de la violencia bipartidista exacerbada luego del asesinato de Gaitán en 1948. En ese 1954, su primer año en Colombia, la Asamblea Nacional Constituyente reeligió a Gustavo Rojas Pinilla como presidente, se aprobó el voto femenino, llegó la televisión y, en Bogotá, se dieron las protestas que dejaron varios estudiantes muertos y una conmemoración que ya es un referente en las universidades públicas: la del estudiante caído el 8 y el 9 de junio.

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Trabajo a pulso

Ser bilingüe se le volvió ventaja al joven Michel. Pronto dejó de amasar pan junto a sus padres y consiguió un trabajo de secretario en Bogotá. Su hijo Daniel Hermelin –docente en la Escuela de Humanidades de EAFIT– no recuerda de qué, pero sí que desde allá se alistó para presentarse en la reputada Escuela de Minas de la Universidad Nacional, de la que había escuchado hablar a un ingeniero en Boyacá. Quería ser geólogo y entró a la carrera de Ingeniería de Geología y Petróleos que allí se ofrecía. Se vino para Medellín, validó en el Liceo Marco Fidel Suárez el bachillerato (que no pudo concluir en Francia) y, en 1958, ingresó a la universidad.

En un artículo publicado en La Hoja de Medellín en abril de 2003, la periodista Ana María Cano relata que fueron tres motivaciones las que lo llevarían a tomar esa decisión: “la primera, una vieja vocación de naturalista despertada por esos excelentes profesores de ciencias naturales que tuvo en París. La segunda motivación fue su contacto con ingenieros en la siderúrgica. La tercera la vino a procesar muchos años después porque de adolescente el terreno de juego era una cantera de arena que tenía estratos de arcilla de distintos colores intercalados”.

En esta ocasión sus padres fueron quienes lo siguieron. Llegaron a vivir al corregimiento de San Cristóbal, cuando sí que quedaba lejos. Montaron un criadero de pollos, una huerta y hacían patés para vender, y él pudo ayudar a su sostenimiento dando clases de francés. Así llegó a la Alianza Colombo Francesa y así conoció a Marta Elena Bravo, una de sus aprendices, estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana, hija del compositor José María Bravo Márquez. Se enamoraron, se casaron, tuvieron dos hijos, y juntos construyeron un futuro en el que ella se destacó como gestora cultural, él como científico y ambos como docentes con una sólida formación humanista.
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De una responsabilidad a otra

Algunos de los cargos y responsabilidades que asumió Michel Hermelin a lo largo de su vida en Colombia, y que no le permitieron continuar con la tesis de doctorado, fueron: docente de la Universidad Nacional, primer decano de la Facultad de Ciencias de esa misma institución, director general de Ingeominas y ser uno de los creadores del Consejo Consultivo de Directores de Servicios Geológicos de América Latina, fundador del Departamento de Geología de EAFIT y presidente y miembro de la Sociedad Colombia de Geología. 
Así mismo, miembro de la Sociedad Colombiana de la Ciencia del Suelo, de la Sociedad Colombiana de Geotecnia, de la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia, de Sigma Xi (sociedad de investigación científica estadounidense), de la Geological Society of America, de la American Geophysical Union, de la British Society for Geomorphology, y miembro de número de la Academia Colombiana de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales, entre otras.
Ambos tuvieron que trabajar duro para labrarse un camino con menos necesidades. Él se graduó en 1965 con una investigación sobre la meteorización de las rocas del batolito antioqueño, tema en el que seguiría profundizando toda la vida.

Paralelamente, desde 1963 ya daba clases de geología, geomorfología y mineralogía de suelos. Su camino de docente estaba trazado. Con una beca en la Universidad Nacional se fue para Estados Unidos y cursó la maestría en Geología de la Universidad Estatal de Colorado. En los 70 volvió a ese país, a Nueva Jersey, a la Universidad de Princeton, para hacer un doctorado. Culminó todos sus estudios y obtuvo el título de Master of Arts. Y se fue a trabajar su tesis en Colombia. Pero no previó que sus compromisos docentes, de investigación y académicos-administrativos en el país, que se volvieron cada vez más exigentes, nunca le dejarían tiempo para obtener el título.

“No obtuvo título de doctorado, pero terminó ayudándole a mucha gente a que sí lo tuviera. Él pensaba que uno no podía hacer algo que sirviera solo para uno mismo, que si uno había tenido oportunidades en la vida era necesario devolvérselas a la sociedad. ‘El conocimiento tiene que servir para hacer vainas por la demás gente, por la sociedad, y eso es lo que le da sentido’, solía decir y por eso veía con desconfianza a los académicos que se dedicaban a conseguir plata a punta de proyectos”, afirma su hijo Daniel.

Michel Hermelin fue un maestro que quería que sus estudiantes fueran buenos y celebraba sus triunfos. Así lo veía Orlando Navas Camacho, presidente de la Sociedad Colombiana de Geología: “En una época de juventudes en crisis, él era hincha de la muchachada, creía en ella y en sus logros”.

Juan Darío Restrepo Ángel, doctor en Ciencias del Mar y docente de EAFIT, expresa que la ausencia de celos profesionales era una de sus facetas destacables. “En un mundo académico en el que somos dados a manejar nuestros propios reinados, él nunca presumió de nada, ni de sus investigaciones, sus proyectos o sus libros. No miraba por encima del hombro a nadie. Me guió en mi vida profesional, me daba instrucc​iones, me ponía metas, me incentivaba a competir por becas y proyectos que parecían inalcanzables”.

Estudiar el pasado, entender el futuro

Con ‘pinta’ de extranjero, de cejas abultadas y arqueadas como las de los próceres de la independencia, de mirada azul penetrante y en apariencia fría, de voz pausada y hasta severa, a primera vista Michel Hermelin parecía un hombre distante. Pero a quienes lo tuvieron cerca les consta su calidez, su apasionamiento al tocar los temas de la vida, el arrobamiento ante el paisaje que admiraba por estética y por su importancia geológica, su gusto por las fiestas aunque fuera mal bailarín, su risa generosa de papá cuando algo le salía bien a los suyos.

Su amigo Navas Camacho lo recuerda como una persona muy comprometida con los congresos y las organizaciones que tuvo a su cargo. “Aceptó muchas responsabilidades sin contraprestación alguna. Docente de varias generaciones de ingenieros y geólogos, era un hombre impregnado de humanismo, más colombiano que muchos, él fue el representante insignia de la geología de nuestro país ante el mundo”.

Uno de los cargos más relevantes que aceptó fue el de ser director de Ingeominas. Allí estuvo entre 1977 y 1980, tiempo en el que luchó por el fortalecimiento profesional de los geólogos y los químicos, y para la consolidación de la misión investigativa de dicha institución. También se enfocó en fortalecer las regionales, descentralizar el Instituto y hacerlo de veras nacional. Para Navas ese es uno de sus lelegados, al igual que sus aportes a la geología ambiental, y junto con Thomas van der Hammen geólogo y botánico holandés, radicado en Colombia y fallecido en 2010– “fue un futurista, un defensor del paisaje”.

El 27 de septiembre de 1987 el país se estremeció. En Villatina, barrio de la Comuna 8 de Medellín, un deslizamiento acabó con la vida de cerca de 500 personas y dejó un poco más de mil damnificados. Experto en fenómenos de meteorización y erosión en el trópico, Hermelin ya había manifestado inquietudes acerca de que algo así podía suceder. Estudiar la piedra, la tierra, las causas de lo sucedido en ese sector densamente poblado del cerro Pan de Azúcar, así como los deslizamientos ocurridos anteriormente en la vereda Media Luna de Santa Elena y en el barrio Santo Domingo de la Comuna 1 lo convencieron aún más del papel de la geología, como ciencia, en la prevención de desastres futuros en Medellín y el mundo.

De ese mirar al futuro desde la geología conversó con Ana María Cano en el artículo de La Hoja ya mencionado: “creo que la geología se salió del molde. Antes todas las preguntas que nos hacíamos eran sobre qué pasó antes, en un conocimiento que incluye el factor tiempo, para saber de cuándo son los hechos y poder establecer comparaciones. Ahora la geología se ha vuelto sobre lo actual, sobre el papel que el hombre ha jugado en el cambio global, para comprender algunas cositas que nos esperan. Si existe una ciencia de la Tierra basada en el pasado, puede anunciar lo que va a pasar. Ahora le piden que piense lo que sigue porque el pasado puede ser la clave del futuro. Por eso la geología se volvió multidisciplinaria, reúne los saberes de la arqueología, la historia y las ciencias de la Tierra como la oceanografía, la hidrología, la meteorología, la pedología y la biogeografía”.

Esa reunión de saberes la puso en práctica en EAFIT desde 1984 cuando creó el Departamento de Geología –hoy de Ciencias de la Tierra– y reunió académicos de distintas profesiones. Dice Juan Darío Restrepo que Michel fue un abanderado de la interdisciplinariedad. “Las ciencias naturales trabajaban por separado, pero él era de mente abierta. Antes habría sido inconcebible que un biólogo marino como yo, o un hidrólogo, un geógrafo, estuvieran en una escuela de geología”.​

De naturaleza irreverente​

El geólogo y geofísico José Lozano Iriarte no recuerdacuándo ni cómo conoció a Michel Hermelin, pero sí que de él se hablaba en el mundo académico por ser experto en el estudio de procesos catastróficos, en geomorfología y geología ambiental. Por eso, como miembro de número (silla 33) de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, lo propuso para que fuera miembro correspondiente. También apoyaron la idea el geólogo Hernando Dueñas Jiménez y la experta en palinología (ciencia que estudia el polen y las esporas) María Teresa Murillo Pulido.

Él aceptó, pero no sin dudarlo. “Se resistió un poco, tenía una lucha interior entre lo que pensaba de las academias y su espíritu de tradición. Pero a la vez se sentía honrado”, recuerda Lozano Iriarte, actual secretario general de esa institución. Michel se posesionó como miembro correspondiente el 26 de abril de 1995. Para 2007 volvieron a proponerlo, pero esta vez como miembro de número. De nuevo fue José Lozano quien lo propuso, pero a esta petición se unieron otros seis académicos, entre ellos Thomas van der Hammen.

Otra vez lo dudó. “Soy de naturaleza irreverente –le exclamó a José– y si acepto es para hacer reformas”. Ocupó la silla 33 entre 40 cupos que había en ese momento (ahora son 55). Para asignar ese número no hay una razón especial, pero una condición con pocas excepciones es que quien estaba antes allí hubiera fallecido. El médico Jorge Bejarano, el ingeniero civil Gabriel Sanín, el químico Jaime Ayala y el doctor en Ciencias Naturales Polidoro Pinto fueron los antecesores de Michel Hermelin. La silla está de nuevo vacía. Es tradición de la institución que quedé así durante seis meses como mínimo.

La diferencia entre los miembros correspondientes y los de número está en que estos tienen, además de voz, voto en todas las decisiones que allí se tomen, deben asistir a congresos, dictar conferencias, estar en la sesión solemne estatutaria y representar a la Academia en el ámbito nacional e internacional cuando se le requiera. En ese universo de biólogos, químicos, físicos, matemáticos, médicos y geólogos, Michel se destacó. Afirma con vehemencia José Lozano que “fue un gran colaborador, fue secretario del Capítulo de Antioquia, creó en el sitio web un espacio para destacar los trabajos de los investigadores de ese Departamento; fue siempre batallador y luchó contra los estancamientos”.

La tradición, el anquilosamiento, era un asunto que no encajaba en su manera de ser y de pensar. Por eso era crítico de esa sociedad antioqueña, la retrógrada, la cerrada, la expansionista. José Lozano dice que si bien sabía que era francés, para él Michel siempre fue un antioqueño de pura cepa, pero lo que menos quería este hombre nacido en Francia que escogió vivir en Medellín, era colgarse un collar de arepas.

Como investigador, como docente, luchó contra la endogamia, en todos los sentidos, especialmente la científica y la académica. Juan Darío Restrepo, su colega del bloque 3, su pupilo, uno de sus compañeros de viajes de trabajo, afirma que él le enseñó en EAFIT a que se midieran internacionalmente, a que pensaran bajo esos estándares. “Presionaba para que saliéramos a compartir con los de afuera. Era un hombre amplio. Decíamos que era el cartero del Departamento de Geología. Cada vez que iba a otra ciudad, a otro país, a otras universidades, traía fotocopias, revistas, libros, todo lo compartía, no se guardaba nada”.

Como un niño descubriendo el mundo

hermelin3.jpgLa lectura era uno de sus placeres, parte de su cotidianidad. Y al igual leía sobre ciencia que sobre historia, antropología, literatura y política. “Leía El Espectador, El Tiempo, El Colombiano, Semana, Le Monde y prensa internacional, siempre estaba informado. Como un niño, le gustaba aprender cosas. Yo le decía, en serio, que diera por gusto un curso de historia o uno de literatura. Lo habría hecho mejor que muchos, pero él se negaba, decía que para qué, que había gente que sí estaba preparada en esos temas”, recuerda Daniel Hermelin.

Amante de la Tierra, de las piedras, de los paisajes, Michel Hermelin era también un viajero. Cuando apenas era un docente universitario y con un sueldo que le daba apenas para estar bien, andaba en un Renault 4. Con ese amigo fiel y su familia recorrieron la región Caribe, el Golfo de Urabá, el Eje Cafetero, Tolima, Huila y Santander. A su otro país, Francia, también fue, primero por asuntos académicos, pero en 1998 lo hizo con su esposa, sus dos hijos y su madre de 90 años. Caminaron Villiers-Saint-Georges como quien reconstruye un sueño. Luego, en 2007, le llegó el turno a Aroa, en la provincia de Yaracuy en Venezuela. “Nicolás y yo fuimos con él. Nos guiamos con un mapa que hizo a mano, con base en sus recuerdos, y así recorrimos el pueblo, buscando las huellas de su casa, de la escuela, de los amigos de infancia”, rememora Daniel.

A Boyacá también regresó recientemente, esta vez lo hizo con Orlando Navas que es oriundo de ese departamento. Vieron paisajes, plazas e iglesias. Él no era creyente, pero los templos, su historia, su arquitectura, sus obras de arte le causaban toda su admiración. “Cuando estábamos en Cucaita, que tiene una capilla antigua, nos cerraron las puertas. Nos quedamos encerrados. Pensamos en subir a la torre para tocar las campanas, pero en medio del desespero de Michel por no quedarse atrapado ahí, logró abrir el portón y pudimos salir”.

Uno de sus últimos sueños cumplidos fue conocer el Amazonas. El viaje lo hizo con Juan Darío Restrepo. Iban para Iquitos, Perú, a un congreso sobre ríos tropicales. Se fueron hasta allá desde Leticia en un ‘buslancha’. Setecientos kilómetros recorridos en cuatro horas de la madrugada. El niño de las villas de París, el que caminó curioso por las orillas del río Sena, ahora al final de sus días navegaba en la inmensidad del río más imponente del mundo. Luego, parado en un barco que desde Tabatinga, en Brasil, sale para Manaos, se prometió que regresaría pronto a ese lugar, para montarse en una de esas naves y conocer la ciudad más grande de la selva amazónica. No cumplió: era más importante continuar con la edición de Landscapes and Landforms of Colombia. Fue tras hacer los últimos ajustes cuando le llegó el infarto.​​

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Última modificación: 06/03/2017 13:56