Alberto Quiroga
Escritor, guionista y crítico
Entre octubre de 1973 y enero de 1982 fueron apareciendo en Medellín los 33 números de la revista Acuarimántima, que en 2012 publicó, en edición completa, el Fondo Editorial Universidad Eafit, en su colección Rescates, con presentación de Elkin Restrepo, quien fuera uno de sus fundadores y uno de sus animadores principales durante los nueve años y algunos meses que duró esta hermosa aventura editorial.
Al contrario de la revista, que era leve y ligera como una fiesta, y fácil de llevar y de leer, el libro que la compendia y la rescata tiene una belleza pesada y grave que le confieren sus 575 páginas y el frío y desolado paisaje paramuno que ilustra su carátula. Quizá sea distinto leer una revista de poesía cuyos números son esperados con afanosa expectativa por sus fervorosos lectores a leer un libro que celebra que dicha revista haya existido. Y es probable que la diferencia radique en que el libro pareciera hacer una invitación a consultarlo más que a leerlo, porque al fin y al cabo nadie o casi nadie lee de cabo a rabo un libro de poemas de 575 páginas.
Ya sea para leer o para consultar, ya sea por placer o por afán de saber, ya sea para tener a la mano y abrir de vez en cuando para leer uno o varios de sus poemas o ensayos, o para adentrarse en el libro con espíritu de investigador o de historiador, es una maravilla que el Fondo Editorial haya vuelto a poner sobre la mesa todos los números de Acuarimántima en una edición tan elegante y bien cuidada en sus detalles, aunque algunos, entre los cuales me cuento, hubieran deseado que se publicara en una edición facsimilar, para poder revivir todo el encanto rústico que tenía la revista.
Pero la trivial objeción, si es que así puede llamársele, queda abolida al abrir el libro en cualquiera de sus páginas, pues lo que salta a la vista es un festín de poesía, y el lector puede leer aquí y allá, o empezar desde un principio e ir leyendo, según sea su antojo, pues el menú es rico y variado, tal como se lo propusieron sus directores desde el primer número, en el que advierten: "difundir nuestra poesía, la que se escribe hoy en colombia y latinoamérica, dando cabida a todas las tendencias representativas de la literatura joven; valorar críticamente esta realidad inmediata, que se transforma en arte por el lenguaje poético; dar a conocer la poesía del mundo –la actual, y aquella del pasado próximo que sea entre nosotros poco conocida: tales son nuestros propósitos".
El propósito fue cumplido haciendo maromas de delicado equilibrio para conjugar el "pasado próximo", la tradición, con lo contemporáneo y de vanguardia, o simplemente nuevo, y a los nativos con los foráneos, y en la primera revista fueron publicados poemas de poetas reverenciados como Fernando González y Georg Trakl junto a otros poemas de poetas menos conocidos para la época como Harold Alvarado, Alberto Escobar, Juan Gustavo Cobo Borda y Carlos Bedoya.
Igual sucedió en la segunda: León de Greiff, Ciro Mendía y Andrei Voznesenski hacían compañía a las nuevas voces de Darío Ruiz Gómez, Henry Luque Muñoz y Raúl Henao. Y lo mismo en la tercera: Luis Carlos López y Denise Levertov hacían contrapunto a los colombianos Juan Manuel Roca, Amílcar Osorio y Jesús Gaviria, y al venezolano Juan Calzadilla.
Es una maravilla que el Fondo Editorial haya vuelto a poner sobre la mesa todos los números de Acuarimántima en una edición tan elegante y bien cuidada en sus detalles.
Pero mantener estable la balanza cansa y en el número 8 los editores les dedicaron una revista completa a diez poetas argentinos, si bien algunos correspondían al "pasado próximo", como Roberto Juarroz, y otros representaban, en aquél entonces, la nueva poesía del país del sur. Y, para ir más lejos en el tiempo, el número 27 se lo dedicaron por completo al viejo maestro de Otraparte, Fernando González, y publicaron una breve antología de los textos que escribía en sus ya famosas libretas.
Habría que añadir que, números más tarde, la revista abrió sus puertas a narradores, cronistas y ensayistas, pero también en este caso el principio de equilibrio se mantuvo, y publicaron textos que honraban la tradición, como dos curiosas crónicas inéditas de Luis Tejada, que aparecieron publicadas en el número 30, y también a jóvenes narradores que hacían sus primeros pinos, como fue el caso del cuento Dar a luz, de Héctor Abad Faciolince, publicado en el mismo número.
Este delicado equilibrio fue, además de un propósito, una declaración de principios, e hizo que la revista fuera un espacio abierto, aireado, libre, donde confluían y contrastaban ricas y variadas tradiciones con nuevas y variadas formas de hacer poesía, lo cual le dio un atractivo especial para sus lectores, la mayoría de ellos jóvenes universitarios, pues en ella encontraban publicados poetas que habrían de acompañarlos toda la vida como Wislawa Szimborska, Georg Trackl, Denise Levertov, Wallace Stevens, Rene Char, Drumond de Andrade, Antonio Porchia, y descubrían nuevas voces que habrían de ser esenciales en la poesía colombiana, como las de José Manuel Arango, Helí Ramírez y Víctor Gaviria.
"La revista aparecía cada dos meses y las reuniones preparatorias las hacíamos en casa de Miguel Escobar o de Daniel Winograd": Elkin Restrepo.
Es probable que este carácter ecléctico fuera fruto del espíritu variopinto que tenían las personas de "la redacción", que así se denominaba en Acuarimántima al grupo que decidía qué iban a publicar, y que en un principio estaba conformado por Elkin Restrepo, José Manuel Arango y Jesús Gaviria, todos ellos poetas, como corresponde a una revista de poesía, y al que con el tiempo se fueron uniendo otros poetas y escritores como Miguel Escobar, Daniel Winograd, Juan José Hoyos, Rubén Darío Lotero, Anabel Torres y los ya mencionados Helí Ramírez y Víctor Gaviria.
Y así lo confirma Elkin Restrepo cuando describe en la presentación cómo funcionaba lo que en otras revistas se llama el consejo de redacción: "La revista aparecía cada dos meses y las reuniones preparatorias las hacíamos en casa de Miguel Escobar o de Daniel Winograd, aderezándolas con buen licor y a ratos, cuando el espíritu díscolo de algunos rompía las cadenas, con puchos de la vida. En cada caso las propuestas se discutían y cualquier diferencia se zanjaba rápido. Lo importante era que nos divertíamos haciéndola, y no era rara la vez que invitábamos a amigos y amigas con los cuales, una vez resueltos de manera eficaz los asuntos centrales, pasábamos a los imprescindibles".
Como bien podemos imaginar Acuarimántima era una fiesta, y es de suponer que la mayoría de los asuntos imprescindibles no eran materia publicable en la revista. Lástima. Porque lo más memorable de una revista bien puede ser lo que sucede entre la publicación de un número y otro. A mí, por ejemplo, me hubiera gustado conocer en detalle cómo fue el primer encuentro que tuvieron Helí Ramírez y Elkin Restrepo, en la Universidad de Antioquia, y cuál fue la primera reacción de José Manuel Arango cuando leyó los poemas de Helí que le entregó Elkin Restrepo, y, ya entrados en materia, cuál fue la reacción de todos en la redacción al leer tan tremendos poemas durante una de esas reuniones preparatorias arriba mencionadas.
Lo que sucedió después sí lo conocemos: en el número 5 de la revista aparecieron publicados los primeros nueve poemas de Helí Ramírez, junto a otros de Gonzalo Arango, José Manuel Arango, John Keats, Augusto Pinilla y Mario Rivero. ¡Cómo sería la emoción que sintió el joven poeta al verse publicado en la revista de poesía más importante de Medellín junto a algunos de sus admirados poetas!
Y es allí donde, creo, reside el gran valor que tiene Acuarimántima: en la sensibilidad que tenían quienes conformaban la redacción para oír la voz de un poeta joven a quien nadie, hasta ahora, había publicado; en la fraternidad que sentían al ofrecerle sus simpatías, su apoyo, su compañía; en la generosidad que demostraban al darle espacio en la revista y publicar sus poemas y convertirlo, en el caso de Helí Ramírez, en miembro de la redacción de Acuarimántima, desde el número 14, y años más tarde, en 1979, al publicarle su libro En la parte alta abajo (Ediciones Acuarimántima-Hombre Nuevo), el cual también acaba de ser reeditado por el Fondo Editorial Universidad EAFIT.
Publicar a un poeta consagrado, o a un poeta desconocido entre nosotros pero que cuenta con fervorosos lectores en otras latitudes es, sin lugar a dudas, un acto de difusión que agradecemos; pero publicar a un joven poeta a quien nadie conoce más allá del barrio en donde en vive, que solo tiene para mostrar su carné de condenado, y una voz ruda y escueta que celebra carencias y deja oír la estridencia y el horror que lo habita y lo conmueve es un acto que requiere un valor y una generosidad que vale la pena celebrar.
El primer poema que le publicaron a Helí Ramírez en Acuarimántima empieza así:
Por aquí
no tenemos carro de basura
ni árboles en las esquinas
ni lámparas en la frente de las casas
no hay nomenclatura
no hay agua
la sed hace de las suyas
cuando recibe un beso
Helí Ramírez cuenta sus primeros encuentros con Elkin Restrepo, en una entrevista que le hicieron Víctor Gaviria y Rubén Darío Lotero, publicada en el periódico El Mundo, de Medellín, con estas palabras: "Entonces me pillo a Elkin Restrepo y lo localizo en la Universidad de Antioquia y voy y le presento esa vaina. Ese man sí me recibió bien. Simplemente me dijo: 'No, hermano, véngase por ahí dentro de veinte días a ver yo leo esto'. A los veinte días el man prácticamente se paró, me dio la mano, y me dijo: '¿Hombre, cómo así? ¿Usted dónde vive? ¿Usted quién es?' Entonces yo ya le conté y me dijo: 'ya se lo mostré a José Manuel y a Miguel y vamos a publicar cinco poemas de ahí en el próximo número de la revista (Acurimántima). Y ya hablé con Carlos Castro. Él quiere conocerlo, y ya leyó el libro. ¿Quieres conocerlo? ´Ah, ya, vamos´. Y me llevó donde el viejito, que se paró y todo, muy formal, muy amable, muy generoso."
Lo mismo sucedió con otro joven poeta, Víctor Gaviria, cuyo hermano le mostró a Elkin Restrepo una treintena de poemas que Gaviria, estudiante de psicología, había escrito, sin saber muy bien qué hacer con ellos, y pronto fue invitado a conocer a los poetas de la revista, y publicaron sus poemas en el número 12, y en el 13 figuraba como uno de los miembros de la redacción, y en 1978, para alegría de sus amigos, era el ganador del IV Concurso nacional de poesía Eduardo Cote Lamus. E igual ocurrió con Rubén Darío Lotero, a quien le publicaron sus poemas en el número 24 -junto a seis poetas jóvenes colombianos que apenas preparaban su primer libro- y en el 27 hacía parte de la redacción.
Es inútil tratar de abarcar en el breve espacio de una reseña todo lo que fue y representó Acuarimántima para los poetas y sus lectores durante sus treinta y tres números de vida. He querido destacar el espíritu generoso y abierto que tuvo la revista con los poetas y escritores jóvenes de Medellín, porque gracias a ello contaron con una tierra fértil dónde prender y crecer y seguir haciendo su obra.
Hoy en día los nombres de Helí Ramírez, Víctor Gaviria, Rubén Darío Lotero, Héctor Abad Faciolince, Rubén Vélez, Orieta Lozano, Juan José Hoyos, Juan Diego Mejía, y otros más que sería largo mencionar, no nos suena extraños, y con sus obras han demostrado que el gusto y el criterio que tuvieron los redactores de la revista al publicarlos estaba bien afinado.
Es inútil tratar de abarcar en el breve espacio de una reseña todo lo que fue y representó Acuarimántima para los poetas y sus lectores durante sus treinta y tres números de vida.
La nueva edición completa de Acuarimántima permite hacer innumerables lecturas, desde rastrear la admiración que sentían sus editores por ciertos poetas de generaciones anteriores, como Barba Jacob, expresado en el mismo nombre de la revista, Fernando González, León De Greiff, Ciro Mendía, Luis Carlos López, Fernando Charry Lara; o el respeto que sentían por ciertos poetas de la generación nadaísta, como Gonzalo Arango, Amílcar Osorio, Jota Mario, Humberto Navarro, William Agudelo, Mario Rivero, Eduardo Escobar; o el gusto que tenían por ciertos poetas de su misma generación, y hablo en este caso de Elkin Restrepo y José Manuel Arango, como Juan Gustavo Cobo, Harold Alvarado, Darío Jaramillo, Juan Manuel Roca; o el amor que sentían por la poesía de habla inglesa, de la que fue un excelente traductor José Manuel Arango, expresado en los poemas publicados de Wallace Stevens, Ezra Pound, John Keats, Kenneth Patchen; o, en fin, por todos aquellos poetas que publicaron y que al leerlos hoy en día, en esta nueva edición, nos invitan de nuevo a leerlos y a releerlos con renovada gratitud.
Fuera de la presentación de Elkin Restrepo ya mencionada, hay en esta edición cinco textos que no fueron publicados originalmente en la revista, y cuya lectura recomiendo de manera especial: los cinco perfiles que aparecen al final del libro, que retratan de hermosa manera a cinco de las personas que hicieron posible que Acuarimántima existiera.
Quiero confesar, al final de esta reseña, que Acuarimántima significa para mí José Manuel Arango. A él lo leí por primera vez en las páginas de Acuarimántima, y desde entonces su poesía siempre ha estado conmigo. Espero, lector, que en este libro encuentres a un poeta digno de acompañarte hasta el fin.