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El Eafitense / Edición 104 De las vetas a las empresas multilatinas

De las vetas a las empresas multilatinas

​​​​​El profesor Juan Carlos López, de la Escuela de Administración de EAFIT, hace un recorrido por la Antioquia empresarial, la que primero en la minería, luego en la industria y hoy en una experiencia multilatina ejerce una fuerte influencia sobre la economía colombiana. El modelo antioqueño de empresa es casi único, por lo que se hace necesario analizarlo en detalle para mirar sus alcances.

El edificio del Grupo Bancolombia, ubicado en el sur de Medellín, es la representación de una ciudad que, de forma ​paulatina, cambia de una vocación industrial a una de servicios.

Juan Carlos López Díez
Docente y coordinador del grupo de investigación en Historia Empresarial​

Cuando se habla de pensamiento empresarial, al menos desde lo que se conoce en la historia como la modernidad, viene a la mente el referente de la Revolución Industrial que iniciaron los ingleses en las últimas décadas del siglo XVIII, como la máxima expresión, en ese siglo y los siguientes, de un modelo capitalista, es decir un capitalismo industrial.

De manera sucinta, dicho capitalismo industrial puede compendiarse en elementos como un proceso de acumulación de capital; un mercado que dinamice el comercio de productos; una producción de base maquinista con una fuente artificial de energía (el carbón, en el caso de los ingleses); la formación de una mano de obra proletaria proveniente de antiguos artesanos o campesinos; y la ciencia y la tecnología al servicio de la producción.

A estos rasgos del siglo XVIII habría que añadir que, un siglo más tarde, emergerían las preocupaciones por manejar y configurar una organización empresarial, ya no una planta o factoría, dando origen a las primeras teorías administrativas.
Sitio Viejo en Titiribí.jpg
En el más puro espíritu del capitalismo, a esto se suma la necesidad insoslayable de un ethos empresarial, es decir, la posibilidad de articular iniciativas o ideas que se traduzcan en la solución de problemas y como recompensa se obtenga un lucro. Es el sagrado principio el liberalismo manchesteriano de la iniciativa individual y la libertad de empresa. 

¿Cómo llegó esto a Antioquia? Según varios de los más connotados investigadores y estudiosos fue a partir de la minería aurífera de antecedentes coloniales en sus formas artesanales, minería como medio de acumulación de capital que desembocó más tarde en el comercio y en las grandes fortunas antioqueñas. Y, desde la Gran Colombia, de Bolívar, fue el auge de la minería de veta lo que dejó como herencia un ethos empresarial temprano que serviría de catapulta para el éxito industrial del siglo XX.

Si bien fue el molino de pisones, traído hacia 1825 por el científico francés Juan Bautista Boussingault, lo que permitió de una manera sistemática comenzar las explotaciones de vetas en lo que hoy es Caldas y en el norte de Antioquia (Valle de los Osos), se puede ubicar en las décadas de 1850 y 1860 un cambio trascendental para la economía y sociedad regionales.

A riesgo de que pueda considerarse una exageración, es posible afirmar que en esas dos décadas la provincia de Antioquia vivió lo que hoy se llamaría ‘una revolución científicotecnológica’ con los siguientes hitos que serían mojones del pensamiento empresarial: la fundición de Sitioviejo (Titiribí) se constituyó en 1851, el Laboratorio Químico y Metalúrgico en 1858, la fundición de Sabaletas en 1864 y la ferrería de Amagá en 1864.

El auge de la minería de veta dejó como herencia en Antioquia un ethos empresarial temprano que serviría de catapulta para el éxito industrial del siglo XX.​

A este despliegue empresarial, o primera oleada industrial, habría de sumarse, por la época, el nacimiento de la Escuela de Artes y Oficios, primera concreción desde la educación del sueño de conocimientos prácticos que sirvieran a la solución de problemas de la sociedad.

Llega la Escuela de Minas

Décadas más tarde se sumaría una nueva y aún existente institución, la Escuela Nacional de Minas (hoy Facultad de Minas), bajo la tutela de los hermanos Tulio y Pedro Nel Ospina Vásquez, quienes pondrían el ejemplo de una de las mayores necesidades del país de camino a la modernización económica: el conocimiento pragmático encarnado en la profesión de ingeniero. A partir de ahí se comenzaría a formar un tipo de profesional inédito para el país que el historiador Frank Safford bautizaría como un ‘ingeniero todero’.

Los empeños en esta dirección encontrarían diferentes vicisitudes políticas en el final del siglo XIX hasta que, en 1911, se iniciaría un período de gran estabilidad que, además, propiciaría que el ingeniero de la época comenzara a formarse como administrador y como empresario, lo que representa el ingreso de las teorías y sus autores que, hoy día, son considerados los orígenes de la administración como disciplina: el taylorismo, el fayolismo y el fordismo.

La nueva formación del ingeniero y su trabajo de campo comenzaron a aplicarse en empresas como el Ferrocarril, las compañías de servicios públicos (hoy EPM), carreteras y obras públicas, y la Casa de Moneda. En suma se podría decir que al espíritu empresarial se agregó la racionalidad técnica e instrumental requerida en el manejo de empresas y proyectos.

Casi simultáneamente con el origen de la Escuela de Minas se dio el auge de la caficultura en Antioquia, que en las últimas tres décadas del siglo XIX permitió al país pasar de 100.000 a 600.000 sacos de 60 kilogramos. Para 1932 esta cifra superaría los 3.450.000 sacos; pero lo más importante es que de toda esta producción, el 49 por ciento provenía de los departamentos: Antioquia y Caldas. Esto fue el fruto de la llamada Colonización Antioqueña, la mayor reforma agraria espontánea que vivió el país en el siglo XIX, y que permitió ampliar la frontera agrícola y aprovechar la ventaja competitiva de los suelos volcánicos de la cordillera Central y los pisos térmicos de un trópico montañoso.

La bonanza caficultora se transformaría en acreedora del desarrollo industrial que encabezaría el Valle de Aburrá. De un lado creó el mercado interno, propiciado por la capacidad de consumo de miles de campesinos cafeteros; del otro, proporcionó las divisas que permitirían importar insumos o materias primas, equipos y conocimiento en cabeza de expertos. Un paso en firme hacia la industrialización.
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El desarrollo manufacturero hallaría su auge tan pronto el país superara su mayor conflicto interno, conocido como la Guerra de los Mil Días (1899-1902). El mismo año del fin del conflicto nacería la Compañía Antioqueña de Tejidos, la que con el tiempo llegaría a conocerse como la fábrica textil de Bello o la fábrica de don Emilio Restrepo Callejas). Con otras empresas lideradas por Coltejer (1907) y Fabricato (1920), el sector textil, compuesto por casi dos decenas de empresas, se constituiría, con el tiempo, hasta la década de 1970, en el mayor orgullo empresarial de la región.

El sector textil y el de confecciones estuvieron acompañados de otras importantes actividades en esas primeras décadas del siglo XX. Entre 1900 y 1920 se fundaron en Medellín y sus alrededores empresas de alimentos y bebidas (cervecería y gaseosas), químicas, tipográficas, trilladoras de café, talleres de fundición, de cigarrillos, molinos, de calzado, de fósforos, sombreros, clavos y puntillas. Fue ahí donde se constituyó la verdadera matriz industrial de Antioquia, que dio origen a aquello de la capital industrial de Colombia.

El modelo paternalista 

Los más grandes de estos establecimientos contaban su personal por unos pocos cientos, en contraste con la empresa minera El Zancudo, que llegó a contar con 1.350, pero dichos emprendimientos serían el fundamento de la aceleración industrial en los 20 y, especialmente, cuando se dio la crisis de la Gran Depresión, que obligó a abastecer el mercado interno conproductos nacionales. Las empresas y fábricas en Medellín contaban con mano de obra de mujeres y niños que eran más baratas.

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A estas alturas es propio introducir uno de los aspectos del pensamiento empresarial más novedosos que haya permeado la historia empresarial en Antioquia. Se trata de la configuración de un modelo paternalista en el estilo gerencial de los propietarios y administradores y en las relaciones del trabajo o, en otro momento, recursos humanos.

Según expertos, las tradiciones heredadas de la minería, el comercio, la arriería y el agro conformaron unas formas de trabajo informal y trato cálido que instituyeron en las nacientes factorías unas relaciones patriarcales entre los superiores, gerente-propietario y los trabajadores. Esto es conocido como paternalismo, un trasvase de la familia al trabajo y a la empresa, que llegan a ser asumidos como un segundo hogar.

A lo anterior se suman los valores católicos propios de la familia antioqueña. Así, la Iglesia, que de cara al reto de la industrialización temía perder el control de la familia como célula de la sociedad, implementó una impresionante batería de estrategias para asumir el posible deterioro del tejido social. 


El origen de la Escuela de Minas se dio a la par con el auge de la caficultura en Antioquia, que en las últimas décadas del siglo XIX permitió al país pasar de 100.000 a 600.000 sacos de 60 kilogramos.​

​​Una de estas fue la Acción Social Católica, los patronatos, que daban acogida a las obreras venidas del campo u otros municipios; el periódico El Obrero Católico; y las campañas católicas para celebrar días como el primero mayo y evitar desviacionismos revolucionarios o para controlar el uso del tiempo libre. Esta batería sumó un gran éxito en la modernización industrial, tal como puede verse en las palabras de un colombianólogo, el geógrafo norteamericano James Parsons: “Las procesiones religiosas, los festivales y las misas interrumpen con frecuencia la rutina de la fábrica; se pueden ver en casi todas

las plantas y oficinas imágenes y cuadros de Jesús y María. La administración ha tenido mucho éxito en la tarea de imprimir al trabajo fabril una dignidad que no es común en países con tradición industrial más antigua”, anota en su libro La colonización antioqueña en el occidente colombiano.

En este ambiente, en alianza con las empresas, se desarrolló todo un sistema de seguridad social, décadas antes de que existiera una legislación laboral propia o de que en Europa se hablara del Estado del Bienestar. Para el caso de Fabricato, con una década de fundada, y en alianza con un patronato católico u obra pía, existían programas de ahorros de los trabajadores, restaurante, préstamos de vivienda o ayudas por enfermedad. Además de orientación formativa y lectura que excluyera los ‘libros prohibidos’ (Index Librorum Prohibitorum).

La llegada y el auge del taylorimo y el fordismo, con sus preocupaciones por la eficiencia y división del trabajo, se vieron atravesadas por el alma antioqueña, lo que le dio un toque particular ante el que los observadores de otras regiones o extranjeros difícilmente se muestran indiferentes, sea en pro o en contra. Esto último, en parte, por el gran control sobre la mujer por parte de la Iglesia, inadmisible desde las nuevas corrientes de género.

No es exagerado hablar de un modelo antioqueño que otros han llamado Teoría A. (Jaime Sicard).​
​​No es exagerado hablar de un modelo antioqueño que otros han llamado Teoría A. (Jaime Sicard). Sobre la idea del modelo sociotécnico de una organización, se dieron unas particularidades que ayudaron a construir un tipo especial de modernidad industrial que tuvo una vigencia importante o liderazgo hasta la década de 1970. En la segunda mitad de esta se advierten las primeras señales de crisis, especialmente en el sector textil. A este le fue imposible conservar todas las prerrogativas que había construido. El desmonte, en algunos casos, fue a costa de huelgas, absorciones o acudiendo al régimen de q
uiebras.

La lenta desindustrialización de los ochenta, la crisis de la deuda externa y del petróleo, y los vientos de Neoliberalismo que se respiraban en el mundo, aglutinados en el célebre Consenso de Washington de 1989, empujaron el país a lo que se conoció como el proceso de Apertura Económica, liderado por el presidente César Gaviria y sus escuderos, el Ministro de Hacienda, y el Jefe de Planeación Nacional.

No fueron pocos los que diagnosticaron un coma a la industria y al empresariado antioqueño. Como suele suceder, los resultados dos décadas después son desiguales y difíciles de generalizar. Pero desde que despuntó el nuevo milenio destacaron un grupo de empresas paisas, o con sede en la ciudad, que se adaptaron a los nuevos cambios, se reinventaron y aceptaron el reto de la internacionalización, hoy llamadas multilatinas.

Entre las más representativas están las del sector público y eléctrico como EPM, ISA e Isagén; del sector comercial, como el Grupo Éxito, convertida en multinacional; y las joyas de la corona del Grupo Empresarial Antioqueño, cada una con el prefijo de grupo: Sura, Argos, Nacional de Chocolates o Nutresa y Bancolombia.

Así, desde la minería hasta hoy, la clase empresarial antioqueña se ha destacado por una constante dinamización y un espíritu innovador que le ha permitido superar momentos de crisis, y darle vida a un modelo que se cimenta en los valores y en un estilo paternalista por parte de la dirigencia, que hoy es más internacional. Las experiencias mencionadas dan fe de una región productiva que, tras dos siglos de independencia, entiende lo que significa asociarse para lograr mejores dividendos.

Última modificación: 27/02/2017 19:06