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El Eafitense / Edición 104 El porvenir de las editoriales universitarias colombianas

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El porvenir de las editoriales universitarias colombianas

​​​​El siguiente es parte del discurso que Nicolás Morales Thomas, director de la Editorial Javeriana y exdirector de la Asociación de Editoriales Universitarias Colombianas (Aseuc), ofreció, el 17 de octubre de 2012, en una de las actividades con las que el Fondo Editorial Universidad EAFIT celebró sus 15 años de creación. En esta, el politólogo se refirió a los retos que deberán asumir estas dependencias en el futuro.​​​​


​La Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, en 2013, reunió en un solo espacio a las editoriales universitarias.​

​Nicolás Morales Thomas

Director de la Editorial Javeriana

Quiero comenzar este artículo con dos momentos melancólicos. El primero remite a una anécdota de una de mis primeras ferias internacionales del libro: un chico de unos 12 años, algo fatigado, le dice a su madre (que se encontraba en un stand de una editorial universitaria) lo siguiente: “Madre, por favor vámonos ya a los stand de los libros que se venden”.

La frase, que nos hizo reír a mí y a los vendedores del stand, posteriormente, me dejó muy preocupado. “¿Stand de libros que no se venden?”, me pregunté en mi cama hasta altas horas de la noche.

El segundo corresponde a mi infancia editorial. Trabajaba en un instituto de investigación e intentaba rastrear quiénes eran nuestros compradores. Construí un pequeño cuestionario que introducía, meticulosamente, en cada uno de los libros que editamos con preguntas sobre el universo de nuestro lector, sus aficiones, su nivel educativo, entre otras inquietudes.

Pues bien, recuerdo la burla del, por entonces, director del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri), el violentólogo Gonzalo Sánchez, por haber recibido, en algunos meses, solo tres formatos y mi angustia juvenil. ¿Quería decir eso que éramos absolutamente marginales?

Hace algunos años realicé una investigación para la revista El Malpensante sobre una curiosa lista publicada los días sábados por un prestigioso diario capitalino. El título era y es, pues aún lo encontramos en la edición de los lunes, “Los libros más vendidos”. El título es ese: “Los libros más vendidos”. Por supuesto es uno de los tantos listados del mundo. Hay miles. Unos más prestigiosos que otros. Unos más cuidados que otros.

Los grandes diarios, sobre todo de tradición anglosajona, tienen listados de este tipo que reflejan el consumo editorial en casi todos los géneros y tipos de libros. Algunas revistas literarias también incluyen sus propias cuentas e, incluso, las grandes librerías, reales y virtuales. En Estados Unidos, el New York Times ha publicado por años una lista que goza de gran reputación. Cada domingo en el suplemento de reseñas (el New York Times Book Review) se publican las listas de los best-sellers reportados por 4.000 librerías, lean bien, 4.000 librerías, en todo el territorio federal. Los franceses incluyen en sus revistas de sociedad listados muy buenos con 40 títulos, dividiéndolos en ficción y no ficción.

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En Colombia, por años, convivimos con una lista más doméstica de libros que hemos mirado con curiosidad, con satisfacción o con rabia, dependiendo, por supuesto, de qué tan bien esté un libro de nuestra preferencia. No debe producir lo mismo ver a un Paulo Coelho en el lugar que podría ostentar Tomás González. O a un Paul Auster con su última novela robándole el escalafón a un Walter Riso. Pues bien, con el fin de investigar el comportamiento de estos conglomerados, trabajé durante años recopilando listados y haciendo variaciones matemáticas de su comportamiento.

Decidí comprender los movimientos, sus supuestos éxitos y sus probables derrotas. El resultado fue la confirmación de una evidencia pasmosa que casi todo el gremio editorial conoce: en Colombia las listas de los más vendidos son uno de los muchos instrumentos de la edición comercial para promocionar sus libros.

Sin embargo, lo que más me dolió de este  errático, desordenado, impredecible, precario y centralista listado es que el año que hicimos el muestreo, lean bien, ni un solo libro de la edición académica clasificó en los listados de los más vendidos. Sabiendo que se trataba de un falso listado, hubiera sido de mínima cortesía incluir algunos títulos. Es decir, la premisa era que nosotros, los editores académicos, no podríamos tener libros entre los más vendidos; que para nosotros era un imposible moral. Desde luego, había mucho libro malo en esa lista. Y, claro, finalmente, es posible que los dioses nos estuvieran protegiendo de entrar a esta especie de lista Clinton de los libros.

Está bien, no aparecemos en los libros más populares del circuito, ¿pero cómo nos va en las librerías? Las librerías son también un territorio complejo que sufre amenazas crecientes y donde no tenemos las cosas fáciles. Y va un ejemplo: una librería exitosa en Colombia recibe una media de 260 novedades al mes de las que solo un 15 por ciento corresponde a libros de editoriales universitarias.

Una librería exitosa en Colombia recibe una media de 260 novedades al mes de las que solo un 15 por ciento
corresponden a libros de editoriales universitarias​
En la actualidad, el índice de rotación de una librería es muy alto y el porcentaje de devoluciones es de más del 40 por ciento. Los libros universitarios son de venta lenta y, por esto, exigen que los libreros traten nuestros textos en la larga duración. Pero los libreros se impacientan y terminan por no tolerar los libros de baja demanda. Hablo de la Librería Nacional y de las decenas de Panamericanas donde nuestros libros están muchas veces proscritos. Hagan el ejercicio de buscar libros de las universidades y verán que la prueba es ardua.

Un buen ejemplo de esto es la famosa mesa de novedades. Paréntesis: la mesa de novedades en una librería es importantísima. Cuando entren a la Librería Nacional de Unicentro, de Bogotá, miren bien los libros que hay sobre la mesa de entrada, porque esa plataforma vende más libros que todos los ejemplares que se venden en tres departamentos de la Costa Atlántica en Colombia.

IMG_1483.jpgY, por supuesto, en esta mesa de novedades nunca encontrarán un libro universitario, entre otras cosas porque muchas veces esos libreros no conocen ni siquiera el catálogo básico de novedades de las universidades y no son capaces de dirimir si podemos estar en una mesa de novedades con libros de valor cultural.

El sometimiento de las reglas básicas de distribución hace que cada vez más los libros se parezcan a un yogurt. Un libro que tarda en pegar es retirado de la venta y vendido como saldo. Por cierto, la mayoría de las editoriales colombianas tienen dentro de su staff una chica, que siempre es chica, que se dedica exclusivamente a realizar un lobby sofisticado entre libreros y vendedores donde su principal función es que un libro como, por ejemplo, No hay silencio que no termine esté siempre en vitrina.

Resultado: si la edición comercial con supermercados, aeropuertos y librerías tiene unos 366 puntos en Bogotá, la edición cadémica no alcanza a tener 14, de los que solo cuatro garantizan tener una parte importante del catálogo; y ríanse, pero de la angustia: en Cali no tenemos ningún punto de venta capaz de contener los catálogos de las editoriales universitarias.

¿No es extraordinario? Perdónenme: estoy hablando de la cuarta ciudad de Colombia. Las librerías académicas quebraron en la crisis de los 90 y hoy un editor universitario con un fondo nutrido no puede poner libros en más de 14 capitales de departamento porque, sencillamente, no hay librerías que acepten libros universitarios. Igualmente, el cubrimiento de nuestras novedades en los medios de comunicación es de una pobreza inconmensurable.

En este panorama tan oscuro debemos respirar hondo y preguntarnos: ¿acaso la edición académica no logra cumplir su objetivo? En otras palabras, ¿cuál es realmente nuestra vocación? Volvamos al origen. ¿Dónde reside la calidad de un catálogo universitario? 

Para muchos,​ se trata de un asunto que combina muchos factores. En las recientes convocatorias de Colciencias pareciera que el único criterio que está sobre la mesa es el de la pertinencia científica y algunos elementos muy instrumentales de la presentación de los libros. Eso fue lo que concluimos de la primera convocatoria. 

Los modelos a seguir son las universidades que han establecido un proceso rígido, certificado, lleno de formatos es un error. El modelo es hacer libros buenos y punto.​
Pero quien recoja la experiencia de las editoriales universitarias sabrá que todo pasa por criterios universales como la experiencia editorial, la intuición y el respaldo, que se deben combinar apropiadamente. En resumen: no basta con hacer menos endogámico el proceso de revisión de manuscritos. Sin editores o editoras con experiencia y profesionalismo, sin intuición editorial para trasformar manuscritos en libros, sin perspectiva estética para conjugar objetos editoriales, sin planeación editorial mediante colecciones organizadas, sin presupuestos para editar lo que no necesariamente se debe editar por las obligatoriedades que impone la investigación, estaríamos perdidos.

El efecto Colciencias

Colciencias, como es ya tradicional, al tratar de controlar los productos de investigación, ha burocratizado (voluntaria o involuntariamente) el proceso editorial. Eso tiene algunos efectos positivos: marca un grupo de mínimos para nuestras publicaciones, obliga al sello a ser más visible y erradica prácticas de clientelismo local. Pero el efecto negativo es pensar que eso, ese prerrequisito seudo Icontec, es una garantía de calidad. Honestamente, desconfío del criterio. Y lo digo sabiendo que el sello de la Universidad Javeriana pasó una primera selección. Lo que no es, créanme, significativo.

Pero no lo olvidemos: Colciencias se ha enfocado en el asunto de la selección y la lectura de pares. Toda esta reglamentación, por supuesto, no necesariamente la combatimos, pero que quede claro que esto no va a ser lo que va a redimir la edición universitaria colombiana. Y voy a ser incorrecto: los libros malos seguirán teniendo evaluaciones positivas de pares externos amigos y una joya bibliográfica podrá verse torpedeada por un lector obtuso o por una rencilla personal del pasado del evaluador.

Los libros quedan suspendidos en esa subjetividad científica. Entonces, venirnos a decir que los modelos a seguir son las universidades que han establecido un proceso rígido, certificado, lleno de formatos es un error. El modelo es hacer libros buenos y punto.  

Hace ya tres años un filósofo y exeditor de la Universidad de Caldas acusó a la edición universitaria de nauseabunda. Lo hizo en la edición 98 de la revista El Malpensante, en un escrito muy centrado en la carrera por puntos salariales que profesores de universidades públicas estaban emprendiendo en Colombia. Era un artículo polémico y provocador, es cierto, y tuvo la importancia de lanzar el debate sobre los límites de la edición universitaria. Poco después, este servidor respondió, en ese 2009 y en la misma revista, muchos de los interrogantes que, a mi juicio, estaban muy enfocados en los desmadres de su propio sello universitario, es decir, el de la universidad de Caldas. No voy a resumir los argumentos porque los encuentran en su versión electrónica, pero en líneas generales insistía en unos puntos que quiero traer a colación.

La de la edición universitaria (como cualquier sector editorial) es también una historia de sellos editoriales y cada sello tiene su dinámica, ritmo y calidad.

El público sí se interesa por la edición universitaria, contrariando lo que dicen los escépticos y apocalípticos, pero aquí está el asunto: en la buena edición. La que sale del campus, la que trasciende. Y eso se aplica a este catálogo. 

Las universidades editan lo que Planeta jamás editaría. Pongamos un ejemplo: hace algunos años investigadores colombianos y estudiantes de muchas latitudes habían planteado que el libro Orden y violencia, de Daniel Pecaut, era un libro patrimonial de obligatoria lectura, pero el título no se conseguía. No iba a ser Norma quien lo reeditara, sobre todo hoy que anuncia que cierra todas las líneas de trabajo en una actitud irresponsable de la dirigencia vallecaucana. Pues bien, EAFIT la reeditó. Eso es responsabilidad social editorial. Esperar que Santillana se interese por el Maestro de escuela, de Fernando González, es tan improbable como que nosotros publiquemos, como lo hizo el grupo Norma hace seis años, las confesiones autobiográficas
de Salvatore Mancuso.

La crisis de la edición comercial es profunda y solo algunos sellos universitarios y sellos independientes le están dado sentido y perspectiva al trabajo editorial en Colombia. Como saben, el libro del año en 2012 −dicho por muchos columnistas y por la revista Semana− es Memorias por correspondencia, de Emma Reyes, editado por Laguna Libros. Laguna Libros es una editorial de unos chicos universitarios que trabajaban en un garaje de la casa de sus padres. Eso muestra el actual estado de la edición comercial. Miren lo que venden los grandes pulpos y es para llorar: vampiros, superación, verduras dietéticas y mucha pornomiseria.

Sin la edición académica e independiente la edición colombiana perdería la cabeza. Reinarían los catálogos con libros basura pues las editoriales comerciales cada vez más están siendo devoradas por los apetitos financieros y por la frivolidad del medio. Si las historias de los Pepes o los vampiros adolescentes son nuestros nortes nacionales entonces algo habrá que hacer. Y los únicos que pueden darle un poco de dignidad al libro somos nosotros o las editoriales independientes.

Las editoriales universitarias tienen la misión de cumplir un servicio público que nadie más haría: el de publicar investigación, ensayos o trabajos doctorales que hacen, muchas veces, avanzar las sociedades en múltiples aspectos o, como es el caso del pensamiento académico, repensarse a sí mismo. Eso ha hecho EAFIT todos estos años. Son conductores de ideas fuertes, de debates profundos y de explicaciones bien sustentadas sobre nuestro devenir.

Como la búsqueda no implica afanes de lucro y estamos menos constreñidos por las exigencias del resultado final del balance pueden editar aquello que nadie editaría. Pero no solo investigación, también y eso es lo extraordinario del sello que me convoca. Las editoriales universitarias de calidad, y sepan que no son tantas, creen en los riesgos mínimos y podemos editar un libro sin valorar aspectos financieros o contables para decidir si debe o no ser publicado. No importa que editemos pequeñas cantidades.
En los últimos años, los libros universitarios han asistido a un descenso de sus tirajes en el mundo entero. De 500 estamos pasando a 300.

Descenso en Norteamérica

En los Estados Unidos hoy los libros académicos editados a 1.000 ejemplares descendieron a 700 y 500 ejemplares. Por cierto, a nuestros críticos podemos decirles que no siempre las lides universitarias son minoritarias. Hace algunos años el New York Times publicó un listado con los libros mejor vendidos en los últimos 25 años y atérrense: el autor universitario de más éxito en ese cuarto de siglo es Carl Gustav Jung delfín de Freud. La editorial Princeton imprimió 1.126.000 libros de Jung, con la traducción de sus obras en 32 volúmenes.

La Universidad de Indiana vendió 304.000 ejemplares de las Metamorfosis de Ovidio, y la Galaxia Gutemberg, de McLuhan, editado por la Universidad de Toronto, vendió casi 70.000 ejemplares. La cuarta edición de Historia de la vida privada de Phipippe Aries y Georges Duby fue lanzado por Harvard con casi 27.000 ejemplares. Los datos de la edición universitaria colombiana son más modestos, pero nuestros longsellers pueden llegar fácilmente a 5.000 ejemplares en cuatro o cinco años de venta, lo que no está mal, por lo menos en el concierto del mundo andino.

Lógico, no somos perfectos. Padecemos algunas enfermedades. Los editores universitarios intentamos combatirlas, no siempre con éxito. Quisiera enumerar un par que son de conocimiento público: la falta de claridad acerca del papel de los editores en la decisión de la publicación, incluso después de la positiva visión de pares; y la poca comprensión de la trasformación del formato digital y de la revolución de la trasmediatización.

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Por razones curiosas, los estudios muestran que los estudiantes están viviendo una dramática trasformación en sus hábitos de lectura y que la mayoría deja de leer, mayoritariamente, cuando se gradúa. Es decir, son pasajeros y provisionales del pensamiento académico. Y eso es una lástima. Permítanme citar a Gabriel Zaid en su ya muy famoso Los demasiados libros: “El problema del libro no está en los millones de pobres que apenas saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que no quieren leer sino escribir”.

Puede que en sus clases ustedes tengan miles de estudiantes que se gradúan al año y que jamás vuelvan a comprar un libro académico. Curioso que justo cuando por razones salariales y económicas pueden comprar libros se disperse el consumo y que, estadísticamente, la universidad sea el momento donde más leen. Y eso es una verdadera catástrofe. Por eso, la labor de docentes  en relación con las estrategias que incentiven la lectura es capital. Y pasa por una lenta trasformación de nuestros catálogos hacia lo digital.

Sin los lectores especializados nosotros no existiríamos. Una editorial universitaria se debe a la sociedad de la que emana. Y los títulos provenientes de EAFIT son esenciales en el propósito. Libros juiciosos provenientes de investigaciones de buena calidad, con un apropiado uso de las teorías y metodologías contemporáneas y manuscritos bellos y sensibles. Libros tan buenos que le he dicho decenas de veces a su equipo que deberían estar mejor distribuidos. Puede que estos libros no acaparen los escaparates y los grandes titulares. Sin embargo, hoy resalto el valor que proyectan y la pertinencia de los contenidos. Eso no es suficiente, dirán ustedes. Es probable. Pero a mí hoy me basta.

EAFIT es, desde mi punto de vista, la editorial universitaria más bellamente curada. Libros con carácter, calidad académica y estética. Es decir, pasado, pero también futuro. Libros que fundamentan la memoria de un país sacudido por el olvido de lo atroz y lo indecible de la violencia. Proyectos editoriales que testimonian posturas y definiciones claras. Libros con perspectivas y estéticas hermosas. En un país donde campea la cultura de la levedad esto es un milagro. Y, por supuesto, hoy me uno para celebrarlo y dar fe de estos ​soberbios quince años.
Última modificación: 27/02/2017 18:51