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El Eafitense / Edición 104 Integridad académica, ¿un ideal alcanzable o una utopía inviable?

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Integridad académica, ¿un ideal alcanzable o una utopía inviable?

​A propósito del Vigésimo primer Congreso Internacional de Integridad Académica, que tuvo lugar en San Antonio (Texas-Estados Unidos), el programa Atreverse a Pensar hace una reflexión sobre la honestidad y las malas prácticas en los campus universitarios. 


​Nathalia Franco Pérez
Jefa del Fondo Editorial y Extensión Cultural EAFIT

A pesar de que la trampa ha formado parte del actuar hu​mano, tal vez desde su misma existencia, ramas del saber como la filosofía, la psicología y la antropología nunca han dejado de preguntarse por el bien y el mal, y por las causas del proceder moral de los individuos.

En este mar de significados y contextos que abarca la ética, hay un campo que se comenzó a estudiar sistemáticamente hace 20 años en Estados Unidos: la integridad académica, la que se entiende como “un compromiso, incluso en momentos de adversidad, frente a los siguientes cinco valores: honestidad, confianza, justicia, respeto y responsabilidad. A partir de estos valores fluyen unos principios de comportamiento que permiten a las comunidades académicas traducir ideales en acción”. La definición la establece el Centro Internacional de Integridad Académica (Icai, por sus siglas en inglés), institución que hace 20 años comenzó en los Estados Unidos el estudio de esta temática.

La motivación para investigar este tema obedeció a que Don McCabe, profesor de Negocios de la Universidad de Rutgers (Estados Unidos); y Linda Treviño, profesora de Comportamiento Organizacional de la Universidad Estatal de Pensilvania (Estados Unidos), intrigados por lo que ellos percibían como un fenómeno creciente en deshonestidad académica, realizaron una encuesta entre 1990 y 1991, que fue finalmente publicada en Journal of Higher Education con el título Academic dishonesty: Honor codes and other contextual influences, en 1993. En esta encuesta encontraron resultados sorprendentes que los persuadieron a investigar más profundamente el tema. 

Antes de este estudio, que fue la piedra angular del Icai, el profesor William J. Bowers realizó, a mediados de los años sesenta del siglo pasado, la primera encuesta de fraude académico en los Estados Unidos, en la que participaron 2.313 estudiantes de pregrado de 99 universidades, que culminó en el trabajo Deshonestidad estudiantil y su control en universidades (Student Dishonesty and Its Control in College). 

Ese estudio contemplaba 13 modalidades de fraude académico, no muy distintas a las que se ven hoy en día: copiar sin citar, inventar datos en la bibliografía, copiar y dejarse copiar en exámenes, trabajar en grupo cuando el profesor solicita que fuera individual, suplantación en pruebas, y pagar o ser pagado para hacerle un trabajo a otra persona. 

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Los resultados revelaron que el 75 por ciento de los estudiantes admitió haber incurrido en, por lo menos, una de estas modalidades de fraude, mientras que el 19 por ciento fue calificado como “tramposo activo”, es decir, que había recurrido en tres o más modalidades de fraude durante su vida académica. 

Mencionado anteriormente, el estudio de McCabe y Treviño quiso establecer, 30 años después de la investigación de Bowers, si las instituciones que contaban con un código de honor, entendido este como el juramento que la universidad propone para regir los principios de integridad académica, tenían menos incidencia en fraude académico, como era el caso de las dos universidades donde habían estudiado su pregrado estos dos investigadores.

Con el fin de obtener una línea de base significativa, McCabe y Treviño seleccionaron 31 universidades de los Estados Unidos cuyo proceso de admisión era difícil en cuanto a los requisitos académicos. De estas, 14 tenían códigos de honor y 17 no contaban con este recurso. Un total de 5.877 estudiantes de pregrado respondieron a la encuesta. 
Uno de los resultados más importantes es que la incidencia en fraude no cambió significativamente en 30 años, por lo menos en 10 de las modalidades de fraude contempladas en ambos instrumentos. Sí se pudo concluir, en cambio, que la deshonestidad académica es menor en universidades con menos estudiantes y con estándares más exigentes de ingreso.  

Frente al hallazgo en los códigos de honor, el resultado del estudio fue contundente en cuanto a la mayor incidencia en fraude en aquellas universidades donde no existe un código de honor. La proporción en modalidades como el uso de ‘pastel’ o copialina en un examen es de 9 (con código de honor) y 21 (sin código de honor), copiar de otro estudiante en una prueba: 13 (con código de honor) y 31 (sin código de honor).

Los resultados revelaron que el 75 por ciento de los estudiantes admitió haber incurrido en, por lo menos, una de estas modalidades de fraude, mientras que el 19 por ciento fue calificado como "tramposo activo".​

Las conclusiones, entonces, en cuanto a los códigos de honor, apuntan a que establecer una promesa en las instituciones educativas sobre integridad académica sí puede hacer una diferencia. Sin embargo, el código, por si solo, no es suficiente. Se necesita una decisión contundente de promover una cultura de integridad en las universidades, que a su vez sea reflejada y apoyada en un código de honor claro, influyente y adecuado para cada institución.

Contexto colombiano

Si el problema de la deshonestidad académica es preocupante en las universidades norteamericanas el panorama en Colombia no es para nada más alentador. Según un estudio comparado de fraude académico entre la Universidad Nacional, sede Bogotá, y la Universidad de los Andes, liderado por el abogado y politólogo Mauricio García Villegas; y otro similar de la Universidad EAFIT, entre un 94  y un 96 por ciento de los estudiantes de pregrado de diversas facultades y escuelas había incurrido, por lo menos, en una de las 14 modalidades de fraude que contemplaba el instrumento de la encuesta en su vida universitaria. 

Las dos prácticas más frecuentes en las tres universidades fueron dejarse copiar en un examen e incluir a alguien que no contribuyó en un trabajo en grupo. También es muy común prestar un trabajo y copiarle al compañero en una prueba. Aunque en porcentajes más bajos, también aparecen de modo significativo copiar ideas sin citar y firmar una lista por un compañero.

En las tres universidades, los estudiantes justifican sus prácticas de fraude en no querer bajar el promedio, que la prueba mida solo la memoria, que el profesor no explique bien y exceso de carga académica, entre otras razones. Adicionalmente, parece existir muy poca consciencia sobre la gravedad de incurrir en trampa durante las actividades evaluativas. 

Hay quienes afirman que los profesores promueven indirectamente las prácticas non sanctas en la vida académica del estudiante con metodologías de enseñanza pobres y ortodoxas.​

Según estudiosos del tema, el fraude en el ámbito académico es solo una muestra de un problema cultural más profundo: “La manera como se viven las reglas en el mundo académico es un reflejo -y una causa- de la cultura general sobre las reglas en una sociedad…No parece muy aventurado sostener que entre la cultura de la trampa en la universidad y la cultura de la ilegalidad que existe en la sociedad hay una relación de incidencia recíproca”, afirman Mauricio García Villegas y los coautores del capítulo sobre fraude académico, que hace parte de una valiosa investigación sobre el incumplimiento a la norma en Colombia.

El papel de los docentes

En las investigaciones, tanto internacionales como nacionales sobre el tema, un asunto recurrente es el del rol que juegan los docentes en la promoción de la integridad académica.

Hay quienes afirman que los profesores promueven indirectamente las prácticas non sanctas en la vida académica del estudiante con metodologías de enseñanza pobres y ortodoxas; otros responsabilizan a los docentes por utilizar exámenes que midan la memoria y no la capacidad argumentativa y analítica del alumno; y hay quienes, incluso, se atreven a afirmar que si el profesor no es un verdadero maestro -el primero en dar ejemplo, cálido con sus estudiantes y con claras habilidades pedagógicas, además de sus conocimientos técnicos- no existirá la motivación en el estudiante de aprender y, más importante aún, de enamorarse de su campo de estudio.
Según la mirada de algunos docentes, la alta incidencia en fraude académico en Colombia se puede explicar por la laxitud a la hora de sancionar la violación a la norma: “Debe haber una claridad en qué es y qué no es fraude. Como en el país la justicia es negociable, en la universidad también. Esto no debería ser así, todo tipo de fraude debería ser sancionado”, dice un docente de la Universidad EAFIT.

Lo que piensan los estudiantes

Por su parte, los alumnos tienen su propia lectura del asunto. Luego de haber realizado tres grupos focales en EAFIT para conocer qué piensan ellos sobre fraude académico y de las sanciones al mismo, se encuentran diversas opiniones. Algunos consideran que las normas en el papel son muy severas, pero que pocos profesores se atreven a aplicarlas porque no quieren perjudicar al estudiante o verse involucrados en un proceso administrativo demandante en tiempo.

La mayoría coincide en que el trabajo más grande de concientización debe hacerse con los “primíparos”, pues ellos llegan a la universidad con menos vicios y serían más permeables a campañas que promuevan la honestidad académica.

Lo que sí se evidencia luego de escuchar a los estudiantes es que cuando se analizan las causas para incurrir en fraude o para evitarlo, son escasos los argumentos que se sustenten en la moral, es decir, que al estudiante le cuesta aceptar el principio de la honestidad académica por la simple convicción de actuar rectamente, pues el fraude en las aulas se asume como un mal menor o necesario para conseguir un fin más importante: la nota.

Así lo analiza un estudiante de Ingeniería: “Si los alumnos no ven el fraude como algo malo, lo van a seguir haciendo. Por ejemplo, hoy no existe una retroalimentación de los exámenes. Uno como estudiante sabe que es como una máquina: presentar un examen para sacar una nota, pero no hay ningún proceso en el medio, no hay ninguna retroalimentación. Entonces, como yo sé que solo necesito una nota, pues puedo hacer lo que sea para lograrlo. El proceso de aprender es, precisamente, lo que sucede en medio de entregar y presentar el examen y la nota final. Se vuelve un proceso ciego en que se están validando todas las técnicas para llegar a esa nota final”.

¿Hay entonces una salida?

En un tema tan complejo como el fraude académico, investigadores, docentes, estudiantes y personal administrativo de las universidades tienen multiplicidad de opiniones. Para muchos, especialmente en el ámbito de las instituciones estadounidenses, la salida a la epidemia de la trampa es un sistema de sanciones muy fuerte que desincentive las malas prácticas en los campus universitarios.

Para otros, el tema pasa por el fomento de valores, que lleve a una cultura de integridad. Y hay un tercer grupo que cree firmemente en la búsqueda de un modelo que combine ambos escenarios: aplicación rigurosa de la norma, acompañada de un proceso de concientización. 

La integridad académica debe convertirse en un tema prioritario
para todas las instituciones de educación superior​​​
Lo que sí queda claro es que la integridad académica debe convertirse en un tema prioritario para todas las instituciones de educación superior (además de los colegios) puesto que al entregar un diploma, una universidad está certificando que ese estudiante está preparado académica y éticamente para ejercer su profesión. 

Y como lo señala Teddi Fishman, directora de Icai, “todo lo que hacemos en la academia -la investigación, la enseñanza y la certificación (a través de la entrega de diplomas)- se sostiene en un pilar de integridad. Sin este, no podemos confiar en la investigación que sale de las universidades; no podemos confiar en que los estudiantes están aprendiendo lo que necesitan saber, o que los egresados tienen el conocimiento y la experiencia que decimos que tienen, a menos que tengamos integridad en nuestros sistemas”.

Última modificación: 27/02/2017 17:43