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El Eafitense / Edición 104 Siglos de conexiones, no de aislamientos

Siglos de conexiones, no de aislamientos

​El departamento no fue una región aislada ni apartada como lo han reseñado algunos extos. Al contrario, la cultura y la sociedad antioqueñas se nutrieron del contacto que tuvo parte de su élite con países europeos y de otras latitudes. A partir de sus esquisas académicas, los profesores Adolfo Maya y Juan Camilo Escobar, del grupo de investigación en Sociedad, Política e Historias Conectadas, analizan la relación que hubo entre Antioquia y el mundo.

​Varios intelectuales han querido mostrar, entre otros tópicos, que la arquitectura de las casas campesinas de los antioqueños fue un signo de aislamiento, sin embargo, algunos estudios y pesquisas históricas sugieren lo contrario.

Juan Camilo Escobar Villegas
Adolfo León Maya Salazar
Docentes del Departamento de Humanidades​

Ha sido frecuente escuchar y leer en ciertos medios historiográficos y periodísticos del siglo XX una versión de la historia de Antioquia en la que esta región colombiana se presenta apartada y aislada del mundo. En esa narración se argumenta que su posición topográfica y sus características geográficas han sido las principales causas de un supuesto encerramiento de los antioqueños.

Se asegura, además, que otras pruebas de esta sociedad incomunicada son las “costumbres típicas” de su vida cotidiana como el acento al hablar; el uso de ciertas prendas de vestir (carriel, poncho, sombrero, machete y alpargatas); los  alimentos más comunes (bandeja paisa, arepa, chocolate); la arquitectura de las casas campesinas o sus santuarios,  rezos diarios e iglesias imponentes en el centro de las plazas principales. Se ha considerado como prueba obresaliente de este aislamiento la presencia de algunos apellidos que se repiten en casi todas las familias (Restrepo, Jaramillo, Vélez, Mejía, Gómez, entre otros).

Entre los múltiples ejemplos que podrían presentarse de esta visión sobre el determinismo geográfico, el aislamiento y la singularidad de las expresiones sociales y culturales en Antioquia se pueden analizar dos.

​Desde los momentos iniciales de la conquista ibérica en las tierras que hoy constituyen el departamento de Antioquia, no solo se movilizaron personas. Con ellas también transitaron creencias, ideas, saberes, gustos, sensibilidades y prácticas​

El primero proviene de uno de los intelectuales más prestigiosos de Antioquia a comienzos del siglo XX, el ingeniero Tulio Ospina Vásquez (1857-1921). En efecto, cuando escribió un conocido texto (El oidor Mon y Velarde, regenerador de Antioquia) sobre el funcionario español Juan Antonio Mon y Velarde (1747-1791), aseguró que para los antioqueños “el haber tenido que disputar con ímprobo trabajo a las selvas el terreno que pisaban y a los terrenos pedregosos y Caudalosos ríos el oro que les procuraba el sustento, habían fortalecido sus facultades morales, fortaleciendo a su vez su constitución física. La vida aislada y semibárbara que llevaban contribuyó a reforzar en ellos el espíritu digno e independiente que caracteriza a todos los montañeses, mientras que su extrema pobreza les había impuesto hábitos de economía, de orden y frugalidad, elementos indispensables para el enriquecimiento de un pueblo”

​Según se infiere, las selvas y las montañas habrían obligado a “una vida aislada” para los habitantes de Antioquia, lo que propició la formación de una sociedad desconectada de los circuitos mundiales que recorrían el planeta desde el siglo XVI y de los saberes euro-afro-americanos que predominaban en América. 
El segundo ejemplo se encuentra en la obra de un notable autor “colombianista” de mediados del siglo XX: James Parsons (1915-1997), geógrafo estadounidense y profesor de Berkeley. Sus palabras configuran una importante declaración, dado el reconocimiento que ha tenido su obra entre las academias colombiana y anglosajona de la segunda mitad del siglo XX.

De acuerdo con lo que expresó el estudioso norteamericano en su libro La colonización antioqueña en el occidente de Colombia, editado en español en cuatro ocasiones entre 1950 y 1997, y en inglés en 1949 y 1968, “las montañas templadas de los Andes más septentrionales del occidente de Colombia son la morada de los sobrios y enérgicos antioqueños (…) su aislamiento geográfico, largo y efectivo en las montañas del interior de Colombia, se refleja en un definido tradicionalismo y en rasgos culturales peculiarísimos”.
Juan del Corral.jpg

Lo que Ospina y Parsons aseguran es parte de los imaginarios de identidad en Antioquia y constituye, en otras palabras, un mito fundacional que sirve para exaltar a los antioqueños, glorificar sus procesos históricos al sacarlos de los contextos intercontinentales de los últimos cinco siglos, y desestimar​ los múltiples vínculos y lazos que los han unido con legados ancestrales euro-afroamericanos y con saberes que se han producido por las dinámicas modernizantes en Europa y América, especialmente durante los siglos XIX y XX.

En esta corta reflexión y en desarrollo de la conmemoración del bicentenario del Acto de la Absoluta Independencia de Antioquia, se revisarán e interpelarán las anteriores afirmaciones, con el fin de explicar los contextos en los que los antioqueños, en articular sus élites intelectuales, se conectaban con otros pueblos, construían sus proyectos de sociedad, e instituían prácticas y gustos sociales y culturales al combinar, mezclar y crear a partir de tales conexiones.

Una región conectada

Antioquia no ha estado aislada y sus habitantes tampoco. Aunque la gran mayoría de sus villas, ciudades y pueblos no estuviesen al lado del mar ni tuviesen puertos de gran calado, las producciones culturales circulaban por otros medios no menos importantes para vincularse con el mundo.​

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En efecto, desde los momentos iniciales de la conquista ibérica en las tierras que hoy constituyen el departamento de Antioquia, no solo se movilizaron personas (europeas,americanas y africanas). Con ellas también transitaron creencias, ideas,  saberes, gustos, sensibilidades y prácticas que ponen en duda la imagen cerrada y hermética de unos montañeses apartados que, de manera natural y genial, van creando la “fortaleza moral” de la que habla Ospina Vásquez o los “rasgos culturales peculiarísimos” que señala James Parsons.

En Antioquia, los poblados, sitios y demás formas de sociabilidad colonial fueron cruces y encrucijadas, como en los demás espacios de colonización ibérica, por donde trasegaban, adaptándose y transformándose, variadas formas de cultura intercontinental.

Ahora bien, es importante recordar que la sociedad colonial que fue instituyéndose entre 1500 y 1810, en medio de sus rígidas 
jerarquías raciales, estuvo constituida por mineros, agricultores, comerciantes, artesanos, abogados, funcionarios, gente de iglesia,
profesores, artistas, militares, curanderos, cocineras y otras mujeres que sabían variados oficios domésticos y eran expertas ducadoras de sus hijas e hijos.

La lista es incluso más larga, pero basta, recordar las anteriores formas de existencia para desechar la idea de unos antioqueños “rústicos miserables”, como dijo Tulio Ospina, con lo que repitió las palabras del funcionario español Mon y Velarde, a quien se le ha creído, frecuentemente, que en Antioquia no había sino pobreza, estupidez y aislamiento antes de sus reformas como representante del poder hispano en la provincia a finales del siglo XVIII.

Las élites de Antioquia, en contra de lo que decía Mon y Velarde, no estaban, por lo tanto, apartadas.​

Al leer los informes de estos funcionarios es importante recordar que dichos textos obedecen a una gramática que le permitía al autor quedar bien ante su rey. Por esto, era común que se describiera el ámbito del nuevo gobernante como un territorio mal explotado y desaprovechado por sus incapaces habitantes, para luego resaltar las acciones gubernamentales que habían transformado tal situación y, así, obtener el debido reconocimiento para el funcionario saliente.

En consecuencia, es necesario revisar y dudar de aquella imagen insular tan popularizada por los imaginarios de identidad que muchos de los escritos sobre Antioquia han ayudado a construir, y dar paso así a una interpretación que reconozca los vínculos, las conexiones y el carácter cosmopolita de las élites intelectuales en Antioquia y en otros círculos de sociabilidad occidental de los tiempos modernos.

De ese cosmopolitismo se encargaban, especialmente, los miembros de la iglesia y los funcionarios del reino, nacidos en las convulsiones del renacimiento cultural, la reforma luterana, la contrarreforma católica, el humanismo, y las revoluciones científicas de los siglos XVI y XVII.

Para debatir la obstinada idea de una Antioquia aislada, apartada e incomunicada del resto del mundo se pueden mirar otros ejemplos que muestran un territorio habitado por una población relacionada y articulada, a través de sus élites intelectuales, especialmente, con círculos de pensamiento y saber ubicados más allá de sus fronteras provinciales, departamentales o regionales.

Para conocer más ampliamente estas relaciones y conexiones de Antioquia con otras sociedades pueden consultarse los trabajos (escritos por los dos autores de este artículo) publicados por el Fondo Editorial Universidad EAFIT (Progresar y civilizar, 2009; e Ilustrados y republicanos, 2011).

Un caso más que muestra las dinámicas intercontinentales en Antioquia puede encontrarse justamente hace 200 años, cuando los primeros legisladores republicanos e independentistas creaban el sello de la Repvblyca del Estado Lybre e Yndependyente de Antyoqvya, en 1811, y construían la Constitución del Estado de Antioquia en 1812. Los constituyentes y redactores de dichos documentos eran hombres ilustrados, iluministas que durante sus debates políticos y fundacionales citaban a los filósofos europeos franceses, ingleses y napolitanos como Montesquieu, John Locke y Gaetano Fili.

Las lecturas de José Manuel Restrepo, Juan del Corral y José María Hortiz, firmantes del Acto de Absoluta Independencia de Antioquia, en 1813, indican que estos no eran hombres aislados, sino sujetos conectados con corrientes filosóficas y políticas que recorrían a Euroamérica, desde tiempo atrás, hombres competentes en lo teórico y en lo práctico para vincular la provincia de Antioquia al conjunto de los nuevos estados republicanos del recién inaugurado siglo XIX.

No puede olvidarse que en Popayán, a finales del siglo XVIII, hubo un profesor de origen antioqueño, José Félix de Restrepo (1760-1832), conectado con lo que llamaban en el momento “filosofía moderna”, la que enseñaba a sus estudiantes; y que en Santa Fe de Bogotá, también terminando el mismo siglo, el antioqueño Francisco Antonio Zea (1766-1822) estuvo involucrado en un lío jurídico y político por la publicación de unos pasquines con ideas revolucionarias que circulaban por Europa y América desde décadas atrás.

Se valoraba la educación 

Las élites de Antioquia, en contra de lo que decía Mon y Velarde, no estaban, apartadas. Ahora bien, estos sujetos fueron a Popayán y a Bogotá porque sus familias, radicadas en Antioquia a mediados del siglo XVIII, antes de la llegada del ilustrado español, valoraban la educación intelectual para sus hijos.

Un ejemplo más de conexiones entre Antioquia y otras partes del mundo puede encontrarse en las obras de sus literatos, poetas y cuentistas que durante el siglo XIX escribían poemas y cuentos después de leer, muchas veces en sus idiomas originales, obras de autores euroamericanos. Los periódicos que llegaban a la provincia no eran exclusivamente neogranadinos, como lo muestra la colección del archivo de José Manuel Restrepo o la hemeroteca de la Universidad de Antioquia.

De acuerdo con investigaciones realizadas por los autores de este artículo, es posible contar, al menos, unos 35 periódicos impresos en Antioquia desde 1814, cuando se instauró la primera imprenta, hasta 1851. El primero de estos se denominó Gazeta Ministerial de la República de Antioquia y, en sus páginas, es posible hallar noticias relacionadas con Caracas, París, Maracaibo, Washington, Buenos Aires, Inglaterra, España, Perú y Chile, entre otros lugares. Los títulos de aquellos impresos también señalan horizontes más allá de las montañas antioqueñas: Estrella de Occidente, El Ciudadano, El Centinela de la Libertad, El Amigo del País, El Amigo de la Educación, Nuestra Opinión.

Eran trabajos y creaciones de unas élites atentas a los flujos de ideas y problemas que circulaban. El caso de Gregorio Gutiérrez González (1826-1872) también permite comprender que detrás de los límites provinciales de Antioquia y por encima de la imagen del poeta genial que brotó en la soledad de su comarca había formas de sociabilidad en donde los literatos discutían, aprendían, creaban y difundían sus producciones escritas.

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Gutiérrez González aprendió mucho de las lecturas de su madre; fue miembro de la Corporación de Amigos-Hermanos, en 1848, cuando estudiaba jurisprudencia en Bogotá; y tuvo una copiosa correspondencia con José María Samper, Salvador Camacho Roldán y Rafael Pombo, cartas que hoy reposan en la biblioteca de la Universidad de Antioquia.

Por otra parte, se encontró que los estudios médicos y naturales que inició Andrés Posada Arango (1839-1921), cuando era un adolescente en Medellín, son otro caso en el que los hombres de ciencia conectan a Antioquia con el mundo, en particular con el occidental. De la mano del médico José Vicente de la Roche, de ascendencia francesa, y de las lecturas del Semanario, periódico dirigido por Francisco José de Caldas (1770-1816), el joven Posada Arango empezó a formarse intelectualmente para ir luego a Bogotá a presentar los exámenes necesarios en la antigua Universidad Tomística y obtener así el título de médico a mediados del siglo XIX.

De esa forma, el científico nacido en Medellín creaba las bases para extender las redes intercontinentales que lo llevarían a París, Egipto, Londres, Loreto, Roma y Jerusalén, entre 1868 y 1871. De hecho, el Fondo Editorial Universidad EAFIT  reeditó, de manera reciente, su libro Viaje de América a Jerusalén tocando en París, Londres, Loreto, Roma y Egipto.

El doctor Andresito, como lo llamaban sus pacientes y amigos, no estuvo encerrado en las montañas de Antioquia. Por el contrario, en París se hizo miembro correspondiente de​ la Sociedad de Antropología, de la Sociedad Médica Alemana y publicó varios textos en francés. No se trataba, en consecuencia, de un “varón ilustre de Antioquia”, como se le ha pensado recuentemente, porque Andrés Posada Arango era, sobre todo, un intelectual euroamericano. Así lo demuestran también las numerosas cartas que recibió de sus colegas europeos y latinoamericanos. El geólogo Hermann Karsten (1817-1908) le enviaba libros desde Alemania y él le remitía piedras, fósiles y plantas desde Medellín.

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Intelectuales de Antioquia, como los mencionados, traspasaban las montañas sin importar que el viaje de Medellín a Cartagena pudiera durar más que el que seguía por el Océano Atlántico hasta llegar a Europa. Otros médicos fundadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, a comienzos de la década de 1870, fueron también hombres de ciencia conectados con los saberes euroamericanos como se sabe por sus biógrafos. Entre ellos se encuentran Julián Escobar, Pedro Herrán, Aureliano Posada, Fabricio Uribe y Julián Restrepo Arango.

A mediados del siglo XIX nació en Antioquia Antonio José Restrepo (1855-1933). Él representa un grupo social de políticos, escritores y ensayistas, quienes se interesaban por múltiples temas y eran ávidos lectores. Como se ha dicho en previas publicaciones, intelectuales como él participaban con esmero en eventos conmemorativos, en homenajes, fiestas y celebraciones; escribían prólogos y reunían obras dispersas de amigos; fundaban
periódicos y se comprometían con partidos políticos; publicaban tratados sobre los más diversos tópicos, en los que intentaban dar cuenta de las vanguardias de su época y se vinculaban con gran pasión en la defensa o censura del Estado.

La pluma era uno de sus instrumentos favoritos y, en las reuniones académicas, la palabra mordaz, cínica y erudita, los convertía en grandes oradores. Escribir y hablar sobre el mundo y sus problemas eran dos oficios esenciales y complementarios en la vida de estos sujetos conectados decimonónicos. Finalmente, estaban los artesanos y los artistas. Pintores, músicos, bailarines, grabadores, joyeros, talladores, herreros, ebanistas, maestros del oro, la plata, el hierro y la madera.

Intelectuales de Antioquia traspasaban las montañas sin importar
que el viaje de Medellín a Cartagena pudiera durar más que el
que seguía por el Océano Atlántico hasta llegar a Europa.​
Gente que existía también en Antioquia desde los siglos coloniales y que durante el siglo XIX se organizó en gremios, creó sociedades de artesanos y fundó talleres, escuelas de artes y oficios e instituciones para la enseñanza de las llamadas bellas artes.

Muchos de ellos eran herederos de saberes euro-afro-americanos que se conjugaban frecuentemente en silencio para construir la infraestructura urbana y los mobiliarios de los nuevos poblados surgidos de los procesos de conquista y colonización. Muchas de estas personas, nacidas unas fuera de Antioquia, conectaban con sus manos estas tierras, supuestamente aisladas, a circuitos laborales y artísticos del mundo.

A medida que pasaba el tiempo también se iniciaba una serie de acciones para favorecer estos artistas tradicionales y otros nuevos que aparecían en medio de avances tecnológicos y científicos: se oficializaron escuelas de artes y oficios, talleres de pintura, estudios de fotografía y escuelas de música; se realizaron compras y ventas de los materiales propios de cada oficio, actos sociales, reuniones, exposiciones y concursos; se impulsaron comentarios, revistas, homenajes, reseñas, discursos; y se facilitaron viajes y recursos para que los nuevos promotores del “progreso” pudiesen trabajar.

La población de Antioquia, pero en particular su élite, se movilizaba hacia los nuevos lugares de sociabilidad, y entraba en contacto con los productos y las enseñanzas de estos creadores y conectores cosmopolitas. Como se ha analizado antes en investigaciones hechas por los autores de este artículo, algunos individuos más influyentes ejercieron presión en las esferas del poder político para que los artistas no quedaran en el ostracismo, con lo que aunaron recursos para que estos viajaran por el mundo y estudiaran en afamadas escuelas europeas y norteamericanas. Los hijos de Mariano Ospina Rodríguez (1805-1885) fueron a los Estados Unidos y Francisco Antonio Cano (1865-1935) viajó a Francia.

Muchas de estas personas de Antioquia, conectadas con el mundo, pueden pensarse como sujetos cosmopolitas. En efecto, la amplia gama de prácticas culturales y políticas en las que participaban les daba, al mismo tiempo, una extensa y variada perspectiva para interpretar el mundo. Muchos de ellos, incluso quizá sin saberlo, participaban desde sus localidades en los procesos de globalización y mundialización, lo que contradice la visión de “una” Antioquia sola, encerrada y aislada.

Las prácticas endogámicas de muchas familias de Antioquia no las desvinculaban del mundo ni las concentraban en sí mismas en una especie de etnocentrismo xenófobo que les impedía relacionarse con el exterior. Lo que en realidad ocurría, sobre todo entre las élites de Antioquia, era un doble movimiento que no se contradecía a sí mismo: una tendencia centrífuga en unas ocasiones, y una propensión centrípeta en otras, rasgo propio de los cosmopolitas.

En otros términos, se puede concluir que los grupos cosmopolitas de Antioquia han estado compuestos por sujetos que se mueven con cierta propiedad entre los continentes y poseen una actitud que sobrepasa el deseo de divertirse o descansar al estilo del turista contemporáneo, pues estos viajeros, en persona o por medio de libros, han deseado, ante todo, aprender, absorber nuevos valores, y adaptar a su origen prácticas y sensibilidades que poco a poco mezclan y transforman para generar nuevas expresiones sociales y culturales.

Antioqueños como Pastor Restrepo Maya, su padre Marcelino, varios de sus hermanos (Vicente y Wenceslao), y su suegro, el arquitecto Juan Lalinde, viajaron con esta actitud. Fueron hasta las Indias Orientales, recorrieron la mayor parte de Europa, aprendieron oficios, establecieron relaciones de amistad y comercio e importaron plantas, máquinas y objetos que vincularon al proyecto de “civilización y progreso” en el que habían entrado desde los inicios del siglo XIX. 

Estos “habitantes del cosmos” no veían en lo extranjero un enemigo de lo propio. Como los ilustrados del siglo XVIII, pensaban que era necesario un tour du monde para poder formarse como sujetos y para construir las nuevas ciudades que idealizaban como espacios universales y locales a la vez.​ 

Última modificación: 27/02/2017 19:08