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El Eafitense / Edición 106 ¡Junín, eternamente viva!

¡Junín, eternamente viva!

Más de un millón de personas se calcula que transitan en un día de semana por la carrera Junín, una de las más emblemáticas vías del centro de Medellín. Esta zona comercial recuerda la nostalgia por la ciudad de antes y evidencia los nuevos rumbos y las transformaciones vertiginosas de la urbe de hoy.​​​

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​Lo dice Ramiro Murillo mientras acomoda su sombrero aguadeño y se organiza en la banca de madera: “Con el tiempo la calle ha perdido su aspecto artístico y colonial. Eso es un reflejo de la pérdida de tradición causada por el urbanismo”. 

Mientras habla, el juez jubilado reorganiza sus zapatos negros de cordón, los que reposan sobre unos pequeños adoquines, aquellos que, junto con otros miles, conforman el suelo de lo que es una de las calles más emblemáticas del centro de la ciudad de Medellín: Junín.

“En mis tiempos uno venía a Juniniar y se sentaba a ver un desfile de muchachas bonitas que paseaban entre…” (“mango, mango biche, mango”, interrumpe un hombre delgado que ofrece sus productos)“ “…entre La Playa y la calle Colombia”, termina su frase Ramiro mientras rechaza con su cabeza la oferta del vendedor.

Aquel hombre, cubierto en arrugas y ropa elegante, es un hijo pródigo de Junín ¬-que en realidad no es calle sino carrera-, uno de aquellos ciudadanos que la transitaron a diario y que, tras ser testigo del paso de los años, comprende las transformaciones que sufrió este antiguo eje social del centro de la capital de Antioquia.

Comercio, homenajes e i​​​ndependencias

En la historia de la ciudad, la carrera Junín es reconocida por ser un paseo comercial entre la zona comprendida entre los actuales parques de San Antonio y de Bolívar, pero, principalmente, por su pasaje peatonal que hoy se extiende entre el edificio Coltejer y esta última plaza.

No obstante, no siempre tuvo ese nombre: antes se le conoció como La Resbalosa o El Resbalón. Hay quienes dicen que era porque cuando llovía la gente que pasaba por allí se resbalaba, aunque otros mencionan que fue debido a una danza popular del siglo XIX que llevaba ese mismo nombre.

Lo cierto es que su nombre actual lo obtuvo a finales de esa centuria, en medio de un gran fervor patriótico por la proximidad del centenario de la Independencia, en honor a la batalla del 6 de agosto de 1824 que permitió conseguir la libertad del Perú ante el imperio español.

Y en algunas ocasiones, por allá en las décadas de 1960 y 1970, las personas que caminaban por este pasaje eran fotografiadas por sorpresa.

Aquella ola de patriotismo llevó a que diferentes calles y carreras del centro de la ciudad fueran rebautizadas para llevar, especialmente, nombres de batallas o personajes de la causa independentista. 

Por eso, por la carrera Junín cruza la calle Ayacucho, con la que se rindió homenaje a la última contienda armada que dio la libertad a Suramérica; dos calles más abajo está la carrera Bolívar, en recuerdo del Libertador; y cerca la calle Bomboná, en honor a otra batalla -para algunos historiadores la más sangrienta de todas las de aquella época- que ocurrió cerca al volcán Galeras, en Nariño; la calle Boyacá, en memoria de la batalla que evitó la toma de Santa Fe de Bogotá por los españoles; y la carrera Carabobo, como el estado venezolano donde se libraron un par de importantes refriegas más de la gesta por la independencia americana.

Amoríos, “poncherazos” e idas a cin​e

Años atrás, Junín era el bulevar preferido de la élite para ir de compras, almorzar o tomar el “algo” (esa costumbre de conversar en la tarde mientras se comen pasteles, helados o cualquier producto de panadería). Esta vía también servía de espacio para los amoríos juveniles y las travesuras de colegio; para cruzar el Centro o transitar cuando se salía de cine de vespertina o noche; o los domingos, antes de ir a casa después de llevar a los niños a matinal, la función de cine de las 11:00 a.m. para los pequeños.

Y en algunas ocasiones, por allá en las décadas de 1960 y 1970, las personas que caminaban por este pasaje eran fotografiadas por sorpresa y recibían de inmediato del fotógrafo un pequeño papel con los datos del lugar donde podían recoger, un par de días después, la imagen con la evidencia de su visita a esta parte de la ciudad.

“Yo me acuerdo que mis papás tenían orgullosamente enmarcado en el salón de la casa su ‘poncherazo’, que era como llamaban a las fotos que les tomaban en Junín. Era en blanco y negro, aún eran novios y el elemento sorpresa de la foto había capturado perfecto la esencia romántica del momento y de la calle. Así pasaba con todas esas fotografías”, recuerda Gloria Restrepo al recorrer la calle con su mirada.

En su mejor época, a mediados del siglo XX, la carrera concentraba unos cuantos lugares que eran tan reconocidos como la calle misma: el edificio Gonzalo Mejía, que albergaba el Hotel Europa y el teatro Junín, que en su época llegó a ser uno de los cuatro más grandes del mundo.

Cambios en el comercio y en los us​​os

Hoy en día, como advierte el exjuez Ramiro Murillo, Junín sufrió una transformación evidente y ya no es conocida como el epicentro social para la clase alta. Una de las razones por lo que ocurrió esto fue el progresivo desplazamiento de parte del comercio y de las oficinas a otros sitios de la ciudad, lo que impactó en los usos sociales que tenía la calle.

Uno de los episodios iniciales de estos cambios fue la construcción de San Diego, el primer centro comercial de Medellín, en 1972. El hecho de que una gran variedad de tiendas estuvieran disponibles en un solo lugar sorprendió a muchas personas y, poco a poco, las llevó a preferir este tipo de espacios frente a los tradicionales almacenes de Junín.

Según Carlos Restrepo, quien hace parte de la junta directiva de la Corporación Cívica del Centro de Medellín (Corpocentro), otras razones importantes por las que este pasaje perdió protagonismo es por la falta de seguridad y por el mal manejo que le han dado algunas administraciones municipales. El reflejo reciente de esto último, explica, son los materiales de mala calidad que fueron utilizados en la reforma que se le hizo hace dos años a los pisos de Junín y la mala presentación visual que esto dejó como resultado.

Además, menciona que el desorden por parte de los venteros ambulantes causa que almacenes de prestigio y de buena calidad, antes ubicados en la carrera, se trasladen a otros lugares que ofrezcan un mejor espacio público para los compradores. Por esto, la calidad del comercio allí cambió. Pero, aún así, hay una cantidad importante de establecimientos y oficinas en el sector, que se calculan en más de 600.

A pesar de lo anterior, el agremiado resalta que Junín, al ser recorrida por aproximadamente un 1.200.000 personas a diario, “sigue siendo la calle más concurrida y conocida de la ciudad”, lo que permite que todavía sea emblemática e ícono de esta urbe.

Todas esas son razones para que Corpocentro, como lo explica el mismo Carlos Restrepo, continúe apoyando a comerciantes y transeúntes de esta calle de tradición que tanto visitan personas como Ramiro Murillo.

Emblemas de tiempos pasados y cerca​​nos

En un momento de la tarde, el pensionado juez mira al vacío como recordando lo que solía ser Junín. Su silencio agudiza el resto de sonidos que llenan la calle. Se escuchan los pasos de diferentes zapatos a diferentes ritmos, las voces de los vendedores ambulantes que promocionan una infinidad de productos y el murmullo general del ajetreo comercial. Entre las palmeras que hay en medio del pasaje peatonal se encuentran ventas informales de flores naturales y artificiales, dulces y golosinas.

En su mejor época, a mediados del siglo XX, la carrera concentraba a unos cuantos lugares que eran tan reconocidos como la calle misma: el edificio Gonzalo Mejía, que albergaba el Hotel Europa y el teatro Junín, que en su época llegó a ser uno de los cuatro más grandes del mundo; la repostería Astor, que lleva allí 84 años; el Club Unión, centro de reunión de los grandes empresarios; el salón Versalles, restaurante emblemático de la zona; los pasajes Junín-Maracaibo y Astoria, los que son aún muy concurridos; y la Librería Nueva, que se encuentra en el pasaje desde 1926.

Algunos de ellos resisten a los cambios y siguen en Junín, pero otros fueron reemplazados por establecimientos diferentes. Aquellos que permanecen conservan la mayoría de sus características distintivas y son visitados de vez en vez con el fin de revivir los recuerdos del antiguo eje social de la ciudad.

El Salón de Té Astor, por ejemplo, está en gran parte cubierto en madera y conserva mesas tradicionales de unos 40 años. En la pared de la entrada hay colgadas fotografías de lo que solía ser el pasaje y el local. Y el sitio, como la mayoría de sus visitantes, tuvo que adaptarse a ciertos aspectos de la globalización y por esto ofrece una zona Wi-Fi. En sus mesas de madera se sientan personas de todo tipo, desde empresarios en traje con documentos de trabajo hasta jóvenes compradores que paran a tomar el “algo”. Pero la gran mayoría son adultos que, probablemente, conocen el local desde hace décadas, lo visitaban con frecuencia y van por tradición.

Otro local que no parece haberse inmutado con el pasar del tiempo es Versalles. Su arquitectura cerrada, sus mesas de madera y sus platos de porcelana podrían bien ser una conmemoración del pasado. Su menú, inclusive, conserva las reconocidas empanadas argentinas que lo hicieron famoso.

Lugares simbólicos que muri​​​eron

Pero otros íconos arquitectónicos desaparecieron: el edificio Gonzalo Mejía que albergaba el Hotel Europa; y el Teatro Junín fue reemplazado en 1972 por una estructura de 36 pisos y 175 metros de altura, la torre Coltejer, símbolo de la industrialización de la ciudad.

Otro lugar emblemático, el Club Unión, se trasladó a El Poblado y en su lugar está hoy el centro comercial El Unión. Allí, sentado en una mesa de madera tomando una cerveza y leyendo el periódico está Luis, un contemporáneo de Ramiro, quien recuerda con nostalgia los tiempos en que aquel sitio solía ser punto de encuentro de gente influyente y una pasarela natural para mujeres hermosas, parejas de todas las edades y personas con ánimos de recorrer uno de los lugares más reconocidos de la Medellín de entonces.

La Librería Nueva contradice su nombre al seguir abierta y mantener su ubicación desde hace 88 años. Sus repisas de madera y su olor a libros nuevos y añejos remontan a quien la visite a aquella época que tanto recuerdan Ramiro y Luis.

Los pasajes Astoria y Junín-Maracaibo no permanecen exactamente iguales, pero aún conservan gran parte de su estructura tradicional. Hay locales que vivieron las transformaciones y dieron también su lucha por no perder su esencia mientras avanzaban al ritmo de la sociedad que los rodeaba. Una pequeña joyería familiar, ubicada en el primer pasaje, recibe todavía clientes que recuerdan haber visitado Junín en su época de oro.

La Librería Nueva contradice su nombre al seguir abierta y mantener su ubicación desde hace 88 años. Sus repisas de madera y su olor a libros nuevos y añejos remontan a quien la visite a aquella época que tanto recuerdan Ramiro y Luis.

Una sinfonía para los s​​​entidos

Hay quienes prefieren vivir en el recuerdo melancólico e idealizado de aquella calle, como Luis, quien va y se sienta a diario en una mesa del antiguo Club Unión en el que recuerda esos días en que, en sus palabras, “todo era mejor”. Sin embargo, es necesario resaltar que hoy, gracias a la organización que le han dado los comerciantes y la Corporación Cívica del Centro, la zona es una fuente de trabajo para el comercio formal e, incluso, para el informal.
 
Gustavo Osorio, por ejemplo, es embolador de zapatos hace 30 años y evidencia la transformación física y cultural. “Todos estos cambios antes han traído más turismo y eso para nosotros es mejor”, afirma cuando habla de las modificaciones recientes de Junín. 

En el artículo titulado Junín y los pasajes deben ser centro cívico, que se publicó en el periódico El Colombiano el primero de octubre de 2013, Jorge Iván Giraldo, gerente del Centro, advierte que lo fundamental para garantizar el futuro de la calle es el componente de la seguridad. Asegura que es necesario retirar a la delincuencia de la zona y que, para esto, son necesarias diversas estrategias para devolver tan importante “centro cívico de la ciudad”, como lo define el escritor Darío Ruiz en el mismo artículo.

“Lo que sucede es que los valores se han perdido y por eso ya no respetamos las tradiciones como antes. Recuerde que los caminos construyen las ciudades y las ciudades destruyen las costumbres”, comenta Ramiro antes de pararse de la banca.

Las voces de un par de vendedoras ambulantes ofreciendo sim cards de diferentes operadores de telefonía móvil parece que fueran al compás de los hombres que entregan pequeños volantes que promocionan una conferencia de superación personal. Esto, más los pasos acelerados de los compradores y los olores dulces de los productos del Astor, componen una sinfonía de sentidos que solo se puede evidenciar al estar allí.

Al valorar todo ello, Ramiro Murillo sonríe, se pone de pie y acomoda su sombrero una última vez antes de dejar atrás aquella calle de recuerdos. Aquella calle -que en realidad es carrera- la que para él y para muchos otros sigue absolutamente viva en la memoria de la ciudad.

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Última modificación: 06/03/2017 10:06