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El Eafitense / Edición 106 La calificación no es el destino, es el camino

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La calificación no es el destino, es el camino

​​​​​​​¿A ganar materias o a sacar unas notas? Mejor: a formarse como ciudadanos. A eso deben dirigirse los estudiantes a las instituciones de educación superior, donde el deleite intelectual debe superar a otras circunstancias. Pero, ¿por qué la nota se impone por encima del proceso de aprendizaje? Varios expertos analizan los orígenes de este fenómeno y el camino que debe conducir a repensar el sistema evaluativo.​ 


​El sistema de evaluación en Colombia, como está concebido, hace que los jóvenes se preocupen más por la nota que por el aprendizaje.​

Situación hipotética: Es el amanecer de un día gris. Una veintena de jóvenes llega a la universidad con el estómago apretado y las manos frías. El ambiente se siente pesado, la tensión se apoderó de ellos. Antes del medio día se conocerá la nota con la que cierran cálculo II.

Al margen de cuánto han aprendido en esta asignatura, de cuánto se esforzaron estudiando para los parciales o qué tanto empeño pusieron en la elaboración de los talleres prácticos, a estos jóvenes les interesa ese número que define la aprobación -o no- de la materia. Llegó la hora y la nota definitiva se publica en la página web. ​

El corazón se acelera y, de pronto, el sol brilla y la serenidad regresa a la cabeza de la mayoría de estos futuros profesionales: 3.2, 3.8, 4.1… 

¿Acaso importa?, ¿se celebra? Todo pasa por un número de calificación, lo que, en muchos casos, hace que el proceso de aprendizaje y la incorporación de competencias en este saber específico no tengan relevancia… Lo que sigue es la llamada a los padres, las felicitaciones van y vienen… “Ganamos”, dicen. No obstante, ¿qué ganaron? 

Medir los resul​tados

La mayoría de los estudiantes, desde el período de formación básica hasta el nivel universitario, están tan interesados en obtener una buena nota que el proceso de aprendizaje ocupa un segundo o tercer plano.

Pero es que del promedio de calificación dependen muchos asuntos, dicen varios expertos. Los padres sienten que la recompensa a su esfuerzo está allí, por tanto, reclaman en la nota ese balance que esperan de los hijos. Algunas empresas todavía piden los promedios de estudiantes para definir procesos de selección a las prácticas profesionales. Así, la calificación es, según Nathalia Franco Pérez, directora del proyecto Atreverse a Pensar de EAFIT, una vía que conduce al éxito. Y el éxito está configurándose como una búsqueda permanente de las nuevas generaciones. 

La mayoría de los estudiantes, desde el período de formación básica hasta el nivel universitario, están tan interesados en obtener una buena nota que el proceso de aprendizaje ocupa un segundo o tercer plano.

En ese sentido, hay un problema estructural que no empieza ni termina en el sistema educativo. Es un asunto de toda la sociedad. 

“Los estudiantes están muy preocupados por no bajar su promedio. Hay una presión familiar por conseguir buenas notas. El joven observa que está en un mundo súper competitivo y que el que tiene el mejor promedio académico puede lograr la mejor práctica profesional”, anota Nathalia.

La investigadora Fanny Angulo Delgado, asistente de la Vicerrectoría de Docencia de la Universidad de Antioquia, admite que este tema es motivo de preocupación. 

“El tema de la nota como factor único de resultados no es nuevo. Existe desde que se entiende la evaluación como una calificación. Y ocurre cuando una persona está metida en sistemas formales de empleo y educación, que circunscriben el éxito a aprobar, no a aprender. Mientras profesores y estudiantes no acerquen el objetivo en el que lo importante es aprender seguirá privilegiándose la concepción de calificación sobre aprendizaje. Si logramos que en cualquier nivel se entienda que lo importante es formarse, estaremos dándole una visión distinta a este tema”. 

Carlos Arturo Soto Lombana, decano de Educación de la Universidad de Antioquia, apunta que el fenómeno funciona como una cadena de requerimientos en la que todo el sistema tiene que responder. “Planteado en esos términos, tanto padres de familia, como estudiantes e instituciones, nos vemos avocados a trabajar en superar las pruebas, los exámenes y en mostrar calificaciones, para decir que somos excelentes en una sociedad que está muy pendiente de resultados, de indicadores y de estándares de esa naturaleza”.

Para Gabriel Jaime Arango Velásquez, director de Docencia de EAFIT, la calificación debería ser una herramienta de motivación y aseguramiento al servicio del proceso de aprendizaje. “Pero ha terminado por constituirse en una finalidad por sí misma. Por tanto ahora nos centramos en que la calificación como expresión de la evaluación no puede ser el motivador, ni puede ser el resultado final, eso es equivocar el proceso, lo que debe motivar a un estudiante es el aprendizaje cierto y real”.

“El problema no está en cuál es la escala, ni en qué tanto tengamos que cambiar el sistema. Lo que tenemos que modificar es nuestra perspectiva cultural sobre lo que entendemos por aprender y formarnos como seres humanos”: Fanny Angulo.

Transformar el proc​eso

Claudia Zea Restrepo, coordinadora de Proyecto 50 de EAFIT, ofrece una mirada crítica, pero, a la vez, esperanzadora. “Creo que hay que transformar el proceso educativo en sus prácticas de aula para que el estudiante se convierta en protagonista de su propio aprendizaje y entienda lo que eso significa”. La docente pone el ejemplo de una herramienta denominada Portafolios de Aprendizaje. 

“El portafolio le permite al estudiante ir almacenando las evidencias de su proceso. Pensábamos que cuando un alumno es evaluado por un profesor aparece una nota y eso califica lo que puede saber de determinado tema. Con el portafolio el estudiante pone allí las evidencias de lo que está aprendiendo, el control pasa a sus manos. Porque está mostrando en qué nivel está y cómo va en una competencia específica. Él hace un inventario de su saber adquirido. Funciona de la misma manera que el portafolio de un diseñador gráfico: La idea es que lo haga desde niño y que deje allí todo su registro. Eso permite una lógica distinta: ‘no es la imagen que un profesor tiene de mí, soy yo el que construyo y entiendo mis capacidades’. Hay un cambio fundamental, se valora a sí mismo y podrá elegir qué quiere y puede mostrar de su aprendizaje”, indica Claudia. 

Incorporar estas herramientas debe darse simultáneamente con una nueva mirada del sistema evaluativo. “Hay que transformar completamente las prácticas docentes para que pongan al estudiante a hacer su propia construcción de conocimiento, que le permitan participar de su aprendizaje. Las prácticas educativas deben ir en esa línea. Eso puede tardar una generación, pero hay que hacerlo para que toda la sociedad entienda que se deben medir las competencias y nos los números”.

Fanny Angulo también opina que se debe transformar el abordaje de los procesos evaluativos. “El problema no está en cuál es la escala, ni en qué tanto tengamos que cambiar el sistema. Lo que tenemos que modificar es nuestra perspectiva cultural sobre lo que entendemos por aprender y formarnos como seres humanos”. 

Para esta investigadora no se trata de un esfuerzo individual de docentes o estudiantes, sino de una tarea conjunta de la sociedad. “El estudiante se compromete con su proceso de aprendizaje, pero tenemos que enseñarle a que sea responsable de eso mediante estrategias distintas. Esa es la tarea de los profesores. Por eso es que se requiere un amplio conocimiento didáctico. Esa área del conocimiento es la que le permite a un profesor encontrar las estrategias de docencia más adecuadas, porque está claro que no todos aprendemos de la misma manera, ni de una vez, ni para siempre”.​

En la búsqueda de calificaciones destacadas muchos estudiantes han cruzado la frontera de lo legal. El fraude es una sombra que se extiende en colegios y universidades. Una situación que lamentan y padecen las instituciones educativas, pero que, al final, es responsabilidad de la sociedad entera.

​​Evaluar de otra m​anera


Claudia Zea y Fanny Angulo coinciden en que replantear las estrategias evaluativas no solo es posible, sino que ya se dan pasos en ese sentido. 

“No necesitamos profundas modificaciones en los sistemas que tenemos. Lo que debemos es cambiar las concepciones en torno a la formación de profesores y la toma de responsabilidad y conciencia de quienes tenemos algo que ver con la educación de las nuevas generaciones”, dice Fanny.

Y agrega: “Se están haciendo esfuerzos muy importantes para rediseñar el sistema de evaluación en Colombia. El primer paso es trabajar sobre competencias, con esto se miran los niveles de desempeño y luego se deben tener muy claras las rúbricas. Esto nos permite  un criterio más claro sobre cómo evaluar. Mi mirada es más optimista porque hay una preocupación sobre lo que significa la docencia, la didáctica y la evaluación. Se está entendiendo este concepto dentro de los educadores”.

Claudia Zea afirma que como parte de su trabajo en Proyecto 50, debe indagar en los docentes su interés en la apropiación y uso de las tecnologías. “Vemos que los educadores dicen que les interesa usar la tecnología porque desean transformar sus didácticas, quieren hacer una mejor evaluación y trabajar por competencias. La conciencia está y ese es el primer paso. Hay unas buenas prácticas que se están tendiendo en cuenta”. 

Adicionalmente, se debe redefinir el mecanismo desde ambas perspectivas, la del docente y la del estudiante: “Cuando veamos la importancia del conocimiento intelectual y didáctico que tiene un educador podremos estar en un terreno común para orientar la educación del país. Los profesores terminamos preguntando no lo que enseñamos sino lo que quisiéramos que los estudiantes supieran. A la hora de evaluar trabajamos a escondidas de los estudiantes y este se vuelve un mecanismo de poder. Es increíble que un profesor universitario se sienta orgulloso de decir que de los 50 estudiantes no le pasan sino dos. Y eso todavía ocurre. No es que se vuelva una madre, debe ser exigente, pero que no se esconda en el proceso evaluativo, ni en los instrumentos ni en los criterios que utiliza” reclama la profesora Angulo.

Saber, conocer, ​​gozar

Y sentados en las aulas, los jóvenes también hacen un aporte, como lo destaca el director Gabriel Jaime Arango. “Hay una visión que puede ser esperanzadora y que se sobrepone al problema que estamos abordando, pues puedo constatar que cada día hay más jóvenes apostando por lo correcto. Son apasionados por el conocimiento, disfrutan del estudio, participan en grupos académicos, buscan la adquisición de saberes a través de múltiples fuentes. Ya no se satisfacen con la fuente única del profesor. Aunque exista el problema, también hay que decir que culturalmente vamos cambiando”.

El educador añade que en la sociedad del conocimiento ya se habla del discernimiento, no solo como un valor intelectual, sino económico, porque “el que mejor sabe es mejor remunerado, el que tiene capacidad de innovación con el conocimiento es más reconocido, mucha gente ya le están apostando a eso. Los que no lo han descubierto -o no lo tienen claro- son los que siguen con un comportamiento tradicional que es escandaloso, pero minoritario”. 

La directora del proyecto Atreverse a Pensar concluye que hay muchos estudiantes que, por fortuna, están entendiendo que la nota no es el único objetivo. “La calificación debe ser el resultado de un proceso muy hermoso de aprendizaje. ¿Qué habrá mejor en la vida que saber? Saber te da libertad, capacidad de relacionamiento, te alimenta la curiosidad intelectual y saber es una dicha. Es el resultado, la calificación debe ser secundaria”, anota Nathalia Franco. 

Y lo es para quienes esta mañana hipotética de entrega de notas en cálculo II deciden buscar el registro de sus notas de clase para ver qué falló o dónde estuvieron los aciertos, buscan al profesor, le piden retroalimentación, se olvidan del número y se nutren del proceso. 
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“Hay una ecuación que no está clara: pareciera que algunos universitarios obtienen buenas notas sin haber puesto todo el empeño y las horas de estudio para lograrlo. Hay una compensación rápida al menor esfuerzo. Hay ejemplos que demuestran que queremos metas muy altas sin recorrer el camino largo, sino tomando el atajo” apunta Nathalia Franco. 

Ciudadanos intachables

En la búsqueda de calificaciones destacadas muchos estudiantes han cruzado la frontera de lo legal. El fraude es una sombra que se extiende en colegios y universidades. Una situación que lamentan y padecen las instituciones educativas, pero que, al final, es responsabilidad de la sociedad entera.

"Hay una ecuación que no está clara: pareciera que algunos universitarios obtienen buenas notas sin haber puesto todo el empeño y las horas de estudio para lograrlo. Hay una compensación rápida al menor esfuerzo. Hay ejemplos que demuestran que queremos metas muy altas sin recorrer el camino largo, sino tomando el atajo" apunta Nathalia Franco.

A su vez, se pregunta el decano de Educación de la Universidad de Antioquia: "Si una sociedad ve que sus dirigentes incumplen las normas de ética y honradez, entonces el estudiante pensará que no hay que seguir esas normas. Este es un tema de sociedad, es un problema cultural que ni empieza ni termina en las aulas".

​Estas prácticas se tienen que eliminar. No importa no ser los mejores estudiantes, ni mantener los promedios más elevados, cuando la verdadera necesidad de la sociedad es que esté compuesta por ciudadanos intachables. ​


Última modificación: 06/03/2017 10:07