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El Eafitense / Edición 106 Tres aulas flotantes navegan en el Cesar

Tres aulas flotantes navegan en el Cesar

​​​​​​​Existen mapas en los que no figura. Hay múltiples versiones sobre su nombre. Está alejado una hora de su casco urbano y cinco de Valledupar. Hace cerca de 40 años que fue trasladado al lugar en el que se encuentra y hablan de volverlo a reubicar. Es Sempegua, un corregimiento del municipio cesarense de Chimichagua, en el que unas 600 personas derivan su sustento, en su mayoría, de la ciénaga Zapatosa. El 15 de mayo sus pobladores supieron, por fin, que eran importantes. La buena noticia les llegó de EAFIT, el Pnud, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres y la Unión Europea.​​​​


​​​​​​La ciénaga Zapatosa, un inmenso cuerpo de agua dulce que comparten los departamentos del Cesar y del Magdalena (Costa Caribe de Colombia), sirvió para que el maestro José Barros compusiera La Piragua, la canción que habla de una embarcación que “capoteando el vendaval se estremecía, impasible desafiaba la tormenta”, y que permite que quien escuche las notas se imagine la vida de entonces en “El Banco, viejo puerto”, o las “playas de amor en Chimichagua”. 

​Y como lo ilustra la famosa cumbia, estas aguas tienen la vieja costumbre de inquietarse, de moverse y de hacer que juglares como el maestro Barros compusieran piezas como la que inmortalizó la embarcación del “cachaco” Guillermo Cubillos a mediados del siglo pasado. Ahora, casi 55 años después, la que se levantará sobre estas aguas no será una piragua, sino un aula… Bueno, tres en total, cosa también de dos “cachacos”, los ingenieros eafitenses Lina Marcela Cataño Bedoya y Andrés Walker Uribe.​​​

Ellos, en representación de la spin off Utópica-EAFIT, participaron, el jueves 15 de mayo, en la entrega del primer piloto de aulas flotantes de Latinoamérica, acto que se desarrolló en el corregimiento de Sempegua (Chimichagua, Cesar), y que contó con la presencia de las entidades socias del proyecto: EAFIT, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres y la Unión Europea, entre otras. La actividad se programó en el Centro Educativo Nuestra Señora del Carmen, donde está ubicada la infraestructura. 

“Las subidas de la ciénaga se dan entre marzo y abril, y entre septiembre y octubre. Cuando eso ocurre los niños no pueden asistir a clases en la escuela. Entonces a nosotros nos toca recibirlos en la plaza, la iglesia, las casetas o los patios”, dice la profesora Nereida Palomino Serpa, oriunda de Sempegua y docente hace 15 años de este centro educativo que funciona en este lugar desde mediados de la década del 70 del siglo pasado, y que se instaló en los actuales terrenos por la misma época del traslado del corregimiento que, décadas atrás, se ubicaba unos kilómetros más al sur.​​

​Nereida dice que son unos 17 profesores los que laboran en este establecimiento que está dividido en dos partes: la primaria, que opera desde esta zona (muy cercana a la ciénaga) y en la que estudian 155 niños; y el bachillerato, que ofrece hasta noveno grado y está en otro lugar del corregimiento. El centro, en total, agrupa a 283 estudiantes.​

Como un ​​barco​

​Juan Diego Jaramillo Fernández, profesor de la Escuela de Ingeniería de EAFIT, no paró de recorrer el proyecto piloto de aulas flotantes durante la mañana del jueves 15 de mayo.​​​

“Las subidas de la ciénaga se dan entre marzo y abril, y entre septiembre y octubre. Cuando eso ocurre los niños no pueden asistir a clases en la escuela. Entonces a nosotros nos toca recibirlos en la plaza, la iglesia, las casetas o los patios”, dice la profesora Nereida Palomino Serpa.

De un lado mostraba las fundaciones de la infraestructura (las que se quedan en tierra en el momento en que haya una inundación) y de otro explicaba cómo la plataforma de concreto, cuando ocurra la creciente de agua, puede flotar como un barco. A su vez, indicaba que gracias a unos postes de metal que se enclavan en las fundaciones, las aulas permanecen en el mismo lugar mientras están rodeadas de agua. 

El docente considera que este proyecto puede ser replicado en otros lugares de Colombia, del continente y del mundo porque,​ entre otros aspectos, los materiales se consiguen en cualquier ferretería. 

De hecho, uno de los “cachacos” responsables de que esta iniciativa se levante en las aguas por las que navegó la vieja piragua de Guillermo Cubillos, el ingeniero de diseño de producto Andrés Walker Uribe, sabe que modelos como estos se pueden adaptar a regiones del país como la Mojana de Sucre, en la Depresión Momposina, con el fin de permitir que las comunidades puedan seguir su vida cotidiana sin contratiempos a pesar de que se registren las inundaciones. 

Pero lo que si no es cotidiano en Sempegua es que llegaran tantas personalidades en un solo día a entregarles a los pobladores una infraestructura de estas características. Lina Marcela Cataño Bedoya, ingeniera de diseño de producto de EAFIT y presente durante aquella mañana, es uno de los personajes que, como el ingeniero Andrés, se metió en el corazón de los sempegüeros, inclusive, entre ambos hasta les enseñaron a los habitantes cómo hacer el manejo de la basuras. 

Lo que pocos saben es que las plataformas flotantes de Andrés y de Lina Marcela, y que hoy funcionan como proyecto piloto en este corregimiento del municipio de Chimichagua, surgieron como un trabajo de grado durante la terminación de su pregrado. Ahora, este proyecto académico se hizo tangible y lo​​​​ ​​que se tiene en la actualidad es una plataforma que se construyó entre el Grupo de Investigación en Mecánica Aplicada y la spin off Utópica-EAFIT. 

Y claro, aunque el resultado va más allá de una explicación técnica, se hace necesario entender que este tipo de soluciones se dirigen a zonas con inundaciones aluviales y que hoy también experimentan las contingencias del cambio climático. Por esto se pensó en las plataformas que, como lo dijo el profesor Juan Diego Jaramillo, flotan como un barco.​

Sempegua, distante una hora de Chimichagua por medio de una carretera destapada, cuenta con unos 600 habitantes que viven, en mayor número, de la pesca, aunque algunos también lo hacen de la ganadería. La ciénaga de Zapatosa, la más grande que tiene el país y cuyas aguas se originan de los ríos Cesar y Magdalena, les brinda el sustento a ellos y a pobladores de otras localidades de la región que se asientan alrededor del cuerpo de agua.

Destino: Se​​mpegua​​

​​Sempegua, distante una hora de Chimichagua por medio de una carretera destapada, cuenta con unos 600 habitantes que viven, en mayor número, de la pesca, aunque algunos también lo hacen de la ganadería. La ciénaga de Zapatosa, la más grande que tiene el país y cuyas aguas se originan de los ríos Cesar y Magdalena, les brinda el sustento a ellos y a pobladores de otras localidades de la región que se asientan alrededor del cuerpo de agua. En sus 400 kilómetros cuadrados puede encontrarse gran variedad de fauna y flora. 

“Los niños van a poder estar más en clase y lo mejor es que no vamos a tener interferencia”, indica Jesús Aldo Nobles Méndez, director del centro educativo, y quien agrega que se sienten orgullosos de que este proyecto piloto se haya hecho en Sempegua, un lugar que, en sus palabras, sufrió mucho con las inundaciones que se registraron en 2006 y 2011, solo para mencionar algunas de las más grandes. 

“Por su situación geográfica era ideal que se hubiera hecho esta obra en este espacio”, anota el director, mientras espera que en algún momento pueda ampliarse el proyecto y así más niños se beneficien de este, pues las aulas pueden soportar, en total, a 60 niños, por lo que los otros deben estudiar en la vieja infraestructura, la que sí está a merced de las inundaciones de la ciénaga. 

Esta zona ha sido, desde siglos atrás, un lugar estratégico para el comercio, tanto que indígenas de la Sierra Nevada tenían mucha relación con los pobladores en el intercambio de alimentos y de otros víveres. Y aunque las inundaciones se han generado a lo largo de la historia, fenómenos como el cambio climático requieren búsqueda de medidas de adaptación, pues se trata de una comunidad vulnerable.

A su vez, cuando ocurre el aumento del nivel de la ciénaga, Sempegua se convierte en una isla a la que solo se puede acceder por medio del transporte fluvial. 

“Cuando esto se inunde ya no vamos a tener que llevarnos las mesas para donde la señora Leo”, menciona Paula Andrea Serpa Beleño, una niña de nueve años que cursa cuarto grado y a quien ahora nadie la saca, ni siquiera su abuela, del centro educativo, y no es solo por las aulas, sino porque les construyeron un pequeño parque de diversiones al lado del puente que se levantó para que los niños accedan a la nueva infraestructura. 

“Nosotros prosperamos con esto”, recuerda Paula al lado de sus compañeros Yaritza Caballero, de segundo grado; Manuela Toloza, de tercero; Jeferson Acuña, de quinto; Estrella Florián Valle, de segundo; y Luis Felipe Gutiérrez Rocha, de séptimo. Este último, por ejemplo, debe transportarse en bicicleta hasta el lugar del centro educativo donde se ofrece hasta noveno grado.
 
De La Piragua, como dice la canción del maestro Barros, “ya no cruje el maderamen en el agua”. Las que sí están en pie son las tres aulas flotantes (dos para actividades académicas y una multipropósito), las que se convierten en el orgullo de una región que a lo largo de los siglos ha aprendido a convivir con la ciénaga y que hoy, en pleno siglo XXI, requiere, como otros lugares de Colombia, de una intervención en la que Estado, academia y organismos internacionales se unan para que se encuentren soluciones que hagan que toda una población de estas características sienta que, por fin, se acordaron de que existen.


​​¿Cómo funciona un aula flota​nte? 

“Cuando llega la inundación, las aulas tienen la capacidad de subir, gracias a una plataforma que flota (desarrollo hecho en conjunto entre el Grupo de Investigación en Mecánica Aplicada de la Universidad y la spin off Utópica EAFIT). Se trata de una losa de cemento aligerada sobre la que se edifica una construcción liviana y que permite que quienes se ven perjudicados por las lluvias de unas épocas del año, en este caso los niños, puedan recibir sus clases con normalidad”, dice la ingeniera Lina Marcela Cataño. 

¿Es posible replicar esta idea en o​​​tras regiones? 


“Tenemos muchos sitios en Colombia que son inundables y que experimentan problemas en épocas de lluvias como el Bajo Magdalena y el Bajo Cauca, y una estructura como esta no requiere materiales especializados, de hecho se hace con elementos convencionales, como arena, cemento o mallas, que se consiguen en una ferretería o depósito de cualquier municipio. Esto se puede construir ‘in situ’, no tenemos que llevar un camión gigantesco con unos elementos prefabricados para ensamblar, es decir, se hace, se construye, se vacía y se funde, por lo que es muy versátil y se puede replicar, inclusive, en Latinoamérica, Asia o África”, indica el docente Juan Diego Jaramillo. 

¿Por qué el Pnud se fijó en Sem​​pegua y acogió la idea de dos eafitenses?

“El proyecto lo elegimos por su naturaleza innovadora. Fenómenos como cambio climático requieren de una búsqueda de medidas de adaptación a fenómenos que no se pueden prever, pero con los que se debe aprender a vivir. Nuestro único fin es apoyar el desarrollo sostenible de la comunidad, y esa es la razón por la que estamos en esta zona. Además, se trata de la idea de dos jóvenes que imaginaron una solución de este tipo”, comenta Inka Mattila, directora de país adjunta del Pnud.​

Una historia al lado de la ciéna​​​ga​

​Y es que Sempegua y toda la región que la rodea, como lo recuerda Juan Carlos Álvarez, asesor del Pnud, es una zona que siempre se ha caracterizado por ser estratégica y porque servía para el intercambio entre los indígenas de la Sierra Nevada y otros que se asentaban en la región, de hecho muchos nativos afirman que el origen del nombre del poblado se debe a los indígenas sampues, aunque el docente Jesús Aldo Nobles, director del Centro Educativo Nuestra Señora del Carmen, indica que es gracias al cacique Sampegua. 

El director cuenta, así mismo, que hace 42 años el corregimiento sufría aún más por cuenta de las inundaciones de la ciénaga al encontrarse unos kilómetros más al sur. Tanto que algunos relatos mencionan que, para entonces, se registró la inundación más grande de su historia. Entonces Alcides Obregón, cansado por esta situación, se atrevió a salir y a instalarse en la Hacienda La California, como se conocía antes el sector. Detrás de Alcides salieron los otros habitantes y, de esta manera, poblaron el actual Sempegua. 

Y claro: su historia no puede entenderse sin esta ciénaga, la más grande del país, como lo dice el biólogo Juan Carlos Álvarez al enfatizar que la Ciénaga Grande de Santa Marta, la que muchos dicen que es la más grande, es una laguna costera. 

En cuanto al Centro Educativo Nuestra Señora del Carmen, el docente Humberto Reales narra que, desde abril de 1959, se fundó en el Viejo Sempegua por iniciativa de unos padres de familia. Y en 1974, al trasladarse el pueblo, se trajo el plantel educativo para donde se encuentra en la actualidad.​
Última modificación: 06/03/2017 10:09